La psicóloga Débora Tajer, advierte que las noticias desde Japón rompen el imaginario social acerca de que “a ellos no les puede pasar nada”. Y señala sobre los revividos temores de la Guerra Fría. Por Mariana Carbajal
El terremoto y el tsunami en Japón “despiertan otras inseguridades”, advirtió la doctora en psicología y profesora de la UBA Débora Tajer. “Está diciendo que no hay vida garantizada. La muerte de un pibe de 17 años de una villa del conurbano a manos de la Policía Bonaerense es una muerte previsible. Pero cientos o miles de japoneses que trabajan en la Sony, no. A ellos no les puede pasar nada, es la idea que gira en el imaginario social y que ahora se derrumba”, señaló en un reportaje de Página/12. Ex coordinadora general de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social, Tajer analizó los temores que puede generar la amenaza de una catástrofe nuclear y los mensajes que deja el drama japonés, y a la vez, propone que la tragedia sea el disparador para “revisar el patrón de productividad y sus ideales”, con el fin de determinar qué es “lo humanamente posible de hacer” para salvar el planeta. También cuestionó el modo “amarillista” con el que informaron ciertos noticieros de televisión. “No piensan que sus propios familiares están del otro lado de la pantalla cuando informan. Están muy en la creación de la noticia más que en la transmisión de la realidad”, consideró. –¿Qué efectos puede tener en el imaginario social la idea de un posible desastre nuclear a raíz del tsunami y el terremoto ocurridos en Japón? –Se ha despertado una amenaza que estuvo dormida, vinculada a la Guerra Fría. Apareció un fantasma que estuvo vigente más de veinte años atrás: la idea de una explosión nuclear. Recordemos que había asociaciones antinucleares. Pero, a la vez, estamos viendo en estos días que están saliendo a la luz cuestiones que no estaban puestas en primer plano, por ejemplo, el hecho de que un país como Japón produce la mayor parte de su energía a partir de usinas nucleares, cuando tiene un alto riesgo sísmico y también se trata de un país que consume muchísima energía, y nadie lo discute. Vemos que hay un modelo sensacionalista de medios de comunicación, que pretende asustar a todo el mundo pero sin poner el eje en que hay que empezar a revisar el modelo productivo. Parte de lo que está pasando es que la gente siente que no puede hacer nada, pero en realidad, puede revisar el patrón de productividad y sus ideales. Por otro lado, se ha despertado en mucha gente el temor a los tsunamis, porque este tipo de fenómenos lo que confirma es que el hombre, la humanidad no terminó dominando la naturaleza. Se pueden hacer construcciones antisísmicas, pero frente a un tsunami, no hay salida. Este es el mensaje: ni siquiera el país más previsible y con un PBI altísimo pudo protegerse. –Y frente a este escenario, ¿qué sugiere? –Hace una década me tocó vivir un sismo en Nicaragua. Fue una réplica de uno que había ocurrido en El Salvador. Me asusté mucho. Cuando regresé a la Argentina, le pregunté a un amigo que había vivido muchos años en Nicaragua cómo había podido vivir en un país con riesgo sísmico, algo que para mí resultaba imposible. Y me respondió: “Te acostumbrás, de la misma manera que en la Argentina te acostumbras a la inflación o a la inestabilidad económica”. Está saliendo a la luz, para muchos que lo desconocíamos, que en realidad hay muchos países que viven con sismos. Cada sociedad tiene sus previsibilidades y sus imprevisibilidades. –¿El hecho de haber visto la catástrofe casi en vivo y en directo genera otro impacto? –Quedó en evidencia que los japoneses filman todo, hasta su propia desgracia. Ver las imágenes casi como si fuera un reality show suma dramatismo. Si te dicen que murieron veinte personas y no las viste, tal vez no te conmueva demasiado. Si las ves, la cosa cambia. La muerte es abstracta, pero si alguien muere al lado tuyo es distinto. Hay un libro de Judith Butler en el que reflexiona sobre las muertes significativas y plantea las diferencias entre las muertes que causó el derrumbe de las Torres Gemelas y las que provoca la guerra en Irak. Hay muertes que importan más que otras. Para ciertos sectores sociales, las de cientos de japoneses, gente ordenada, productiva, cuyo estilo de vida es mostrado como deseable por lo previsible, seguramente valen más que las que puedan producirse en Sudán. Esas muertes impactan más porque irrumpen donde nadie las hubiera esperado. La noticia, entonces, sacude más. –¿Este escenario puede despertar otros temores en la sociedad? –Este suceso despierta otras inseguridades. Está diciendo que no hay garantías, que no hay vida garantizada. La muerte de un pibe de 17 años de una villa del conurbano a manos de la Policía Bonaerense es una muerte previsible. Pero cientos o miles de japoneses que trabajan en la Sony, no. A ellos no les puede pasar nada, es la idea que gira en el imaginario social. –¿Pero se tramita como un escenario muy alejado de nuestras vidas, dado que ocurre en la otra punta del planeta? –Según para quienes. Aquellos que aspiran a ser como un japonés, por su nivel de vida, pueden sentir que no se salva nadie. Salvando las distancias, es como los asaltos en los countries, que plantean que ni siquiera detrás del alambrado electrificado o del muro de cinco metros hay “seguridad”. El mensaje, para muchos, es que es imposible escapar de lo azaroso de la vida humana. –Retomemos la cuestión de la amenaza nuclear, ¿para qué puede servir que se instale el tema en los medios de comunicación? –La amenaza nuclear pone sobre el escenario que si no se resuelven ciertos problemas, realmente el planeta no se salva. El planeta somos todos. Es como si ahora estuviéramos en un submarino, donde para salvarnos tenemos que unirnos al enemigo. Otro de los fantasmas que se han despertado es que uno puede salir de su casa a la mañana y no volver. –¿Cómo analiza las coberturas de los noticieros de televisión? –Queda en evidencia que algunos medios no toman algunas cosas como sagradas. Están muy amarillos. No les importa el impacto en los sujetos. No piensan que sus propios familiares están del otro lado de la pantalla cuando informan. Están muy en la creación de la noticia más que en la transmisión de la realidad. –¿Se refiere a que musicalizan las imágenes para darles más dramatismo o editan como un videoclip? –Sí. –¿Qué objetivo cree que buscan? –Vender. Finalmente, es el mismo objetivo que tiene Japón a la hora de privilegiar la energía nuclear: producir más, prender más luces, tener edificios más altos. Algunos medios venden hasta a su propia madre sin ningún problema. Recuerdo cuando fue la epidemia de gripe A. Mirtha Legrand llevaba a su mesa a expertos que hablaban de medidas de prevención y ella misma se lavaba en cámara con alcohol en gel las manos, pero al mismo tiempo tenía publicidad de antigripales y justamente un aspecto que se puso en debate en ese momento, a raíz de la enfermedad, fue el problema del exceso de automedicación con antigripales. Falta responsabilidad en algunos medios. No hacen dialogar informaciones que entran en contradicción. Envían al aire información que suma a la inermidad, que te impacta tanto que te deja paralizado. Eso es terrible. Cuando uno puede actuar, las cosas cambian. Lo vimos cuando la gente salió a la calle en la crisis del 2001. Quedarse en tu casa mirando con temor si el mundo estalla es lo contrario de ponerse a ver qué es lo que humanamente posible se puede hacer.
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