En el último decenio, el país derribó mitos y prácticas elitistas en lo político y social. Aquí, los signos de un cambio de tipo estructural.
Una de las definiciones más pertinentes de cultura indica que se trata de los modos de hacer que cada sociedad adopta según su contexto, su evolución y los problemas reales o simbólicos que enfrenta. En el campo político, se trata de la modificación de las creencias, los ideales, las normas y las tradiciones que caracterizan, gobiernan y dan significado al pensamiento y a la acción. También es la cultura la que marca las posibilidades de la época, cuando habilita el tratamiento de ciertos temas que antes eran ignorados. Por ser poco visible, no es menos operativo, porque atañe a estratos y sentimientos profundos de la sociedad y de la conducta humana, y se desarrolla en el mediano y largo plazo; por eso no salta de inmediato a la vista, pero es de excepcional importancia. El proyecto nacional que resurge en 2003 es hijo de las tradiciones populares argentinas, a la vez que viabiliza nuevos cambios culturales. Veamos diez casos. Primer cambio cultural: en cualquier situación, en lugar de renunciar o cercenar el modelo político y económico elegido, se lo refirma y profundiza. Hasta ahora, en general se aplicó el teorema de Baglini, según el cual la complacencia de los políticos frente al poder real aumenta a medida que se acercan al gobierno; hay que agregar que cuando llegan, casi siempre se rinden. En cambio, el teorema de Kirchner marca la posición inversa: desde el gobierno y en toda circunstancia, por más adversa que sea, se lucha por la afirmación de los principios. Segundo cambio cultural: se clausuró la etapa de los golpes de Estado. Desde 1930, en el panorama político argentino, los golpes de Estado eran un modo casi normal de cambiar el gobierno. Son muchos los partidos políticos, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, que en algún momento golpearon la puerta de los cuarteles. Esta etapa se extinguió. Ahora es culturalmente impensable un golpe militar. Además, el art. 36 de la Constitución Nacional terminó con la impunidad; quien cometa un golpe de Estado sabe que en algún momento deberá responder civil y penalmente por sus actos, ya que es un delito imprescriptible. Tercer cambio cultural: se revisó la historia argentina. Como Nación tenemos un sistema de representaciones que nos configura y nos otorga un carácter nacional. Esta identidad nacional es el resultado de un relato histórico, que fue elaborado por Mitre a fines del siglo XIX, sobre la contraposición entre civilización o barbarie. De tal modo se descalificaba primero a los indios y después a los gauchos. En el plano político era la exaltación de los unitarios elitistas buenos contra los federales populares malos. Esta versión oficial es la que se enseñó hasta ahora en las escuelas; la impugnación revisionista fue minoritaria y sin eco en la enseñanza. Ahora se produjo un vuelco. Aparecieron importantes estudios históricos, cada vez con mayor predicamento, que rechazan con sólidos fundamentos el relato mitrista y afirman otros puntos de vista. Un acontecimiento importante es la creación de la Galería de Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno, con los retratos de 38 patriotas escogidos por los presidentes latinoamericanos. El gobierno argentino incluyó a San Martín, Belgrano, Rosas, Yrigoyen, Eva Perón y Perón. Esta lista es importante no sólo por los incluidos sino porque están ausentes los héroes del relato anterior: Rivadavia, Mitre, Sarmiento y Roca. A su vez, con esa misma orientación, sus respectivos países enviaron –entre otros- los retratos de Artigas (Uruguay), Solano López (Paraguay), Sandino (Nicaragua), Cárdenas (México), Haya de la Torre (Perú), Getulio Vargas (Brasil), Guevara (Cuba), Allende (Chile), Arévalo (Guatemala), Torrijos (Panamá). Cuarto cambio cultural: se reivindicó la función del Estado. Uno de los ejes del neoliberalismo que devastó al país fue la denigración del Estado, al que se le atribuyeron todos los males. El eslógan era -achicar el Estado es agrandar la Nación; la penosa experiencia que culminó en 2001/2002 mostró su falsedad y surge ahora una rehabilitación de la labor estatal. Por ejemplo, culturalmente se acepta la conducción estatal de la economía y las estatizaciones de las jubilaciones, Aguas Argentinas, el Correo Argentino y Aerolíneas Argentinas. Quinto cambio cultural: inclusión social. La sociedad toleraba la existencia de graves desigualdades sociales (pobres habrá siempre). Ahora, lo que se consideraba como injusto pero normal, se ha convertido en uno de los peores atentados en contra de la convivencia. Es aplastante la opinión pública a favor del aumento del empleo y los salarios, de la Asignación Universal por Hijo, de la jubilación a quienes no tenían aportes. Sexto cambio cultural: matrimonio igualitario. Los homosexuales sufrían una discriminación que les cercenaba derechos civiles. La Ley de Matrimonio Igualitario consolidó el cambio de esa percepción y hoy están plenamente incorporados a la comunidad nacional. Séptimo cambio cultural: castigo a los crímenes de lesa humanidad y no represión a conflictos sociales. En la historia argentina se cometieron infinidad de violaciones a los derechos humanos, incluso decenas de miles de crímenes de lesa humanidad. La cultura de la época era, primero, ignorar esos hechos; después reclamar la conciliación de los argentinos y mirar para adelante; luego se juzgaron a los integrantes de la Junta Militar, pero más tarde se los indultó y se exculpó a quienes obedecieron órdenes. Desde 2003 cambió la situación: ahora se juzga a todos los responsables de la represión ilegal. Esta nueva política es culturalmente aceptada. Junto al castigo de esos crímenes, no se reprimen manifestaciones originadas en la protesta social, para evitar la violencia. Octavo cambio cultural: cuestionamiento de los medios de comunicación. Los instrumentos políticos utilizados por los gobiernos oligárquicos fueron, según las épocas, el fraude electoral y los golpes de Estado. Lo peor es que eran culturalmente aceptados; pero después cambió la situación y ya no son viables. Entonces la oligarquía recurrió a los medios de comunicación. Se estableció un oligopolio sostenido por el establishment, que aprovechó el respeto cultural que el periodismo había acumulado a través de los años. Así podían difundir hechos falsos y opiniones torcidas, y la población las creía: -Lo dijo el diario, o la radio o la televisión. Esta cultura ha desaparecido. Ahora cada uno juzga a las informaciones y opiniones según su propio criterio; y esta tendencia se consolidará cuando comience a aplicarse la ley de medios audiovisuales, que hará posible la emisión de todas las opiniones. Además, hay aprobación unánime de la transmisión gratuita del fútbol por televisión, que antes sólo llegaba a quienes podían pagarla. Noveno cambio cultural: la afirmación de la soberanía nacional. Durante una época se consideró como inamovible la jerarquía entre países dominantes y dominados. Hasta se acuñó la frase de relaciones carnales. Ahora se afirma la soberanía nacional con actos tales como la consolidación de la integración sudamericana (Mercosur y Unasur), el veto al Alca y la fuerte quita de la deuda externa. Culturalmente se acepta esta política, que además permitió la participación en el G-20 y la Presidencia del Grupo de los 77. Décimo cambio cultural: los jóvenes vuelven a la política. La dureza de la represión de la dictadura militar y la situación de anomia de gran parte del arco político, habían provocado un alejamiento de los jóvenes de la política. Ahora, después de la celebración del Bicentenario y del homenaje multitudinario a Néstor Kirchner, se produjo un regreso masivo, que se advierte en las concentraciones públicas y en el surgimiento de múltiples grupos políticos, Sociales y culturales. Conclusión. La transformación cultural que vivimos ahora, es comparable con la igualdad política que provocó el voto masculino universal con Yrigoyen; y con la igualdad social de los trabajadores en tiempos de Perón. En ambos casos se rompieron los tabúes y las prácticas elitistas de la política y la sociedad. Vemos aflorar el cambio cultural que se incubó en el último decenio. Se trata de una cultura política con convicciones firmes, sin golpes de Estado, con una historia diferente a la mitrista, con un Estado activo, con una enérgica lucha por la inclusión social, con matrimonio igualitario, con castigo a los crímenes de lesa humanidad y no represión a conflictos menores, con la apertura de los medios de comunicación, con la afirmación de la soberanía nacional y con un retorno de los jóvenes a la política. Estos son algunos de los signos del nuevo país que surge ante nuestros ojos: no se trata de modas, sino de una nueva configuración nacional, sustentada por una cultura popular.
Por Eric Calcagno (Senador de la Nación) y Alfredo Eric Calcagno (doctor en Ciencias Políticas)
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