Por Karina Micheletto
Como es su costumbre, Joaquín Sabina no habla sólo de música. Y no le esquiva el bulto a la política doméstica: “Veo que el proyecto de los Kirchner agrupa a mucha gente de la que yo me siento cerca”.
Charlar con Joaquín Sabina es, desde el punto de vista periodístico, una nota jugosa garantizada, con títulos, bajada y recuadros que se imaginan interesantes apenas el hombre de Ubeda comienza a hablar. Difícil desaprovechar a un entrevistado que agradece la llegada a un país con el que declara seguir teniendo “una relación de amantes” (“todavía no nos hemos casado, todavía no me duele la cabeza a la hora de coger”, la define). O que sentencia que “el amor perjudica a las canciones de amor”, una verdad comprobable diariamente, pero pocas veces tan bien expresada. Una nueva visita suya al país es, entonces, una nueva oportunidad de testear cuán encendida sigue la chispa de este español tan argentino. Lo que lo trae a Sabina al país no son sólo sus frases ocurrentes sino la extensa gira que comenzará mañana en la ciudad de Tucumán, y que lo llevará por distintos puntos del país, incluidas nueve funciones en el porteño Luna Park (el 23 y 24 de marzo, y los días 2, 3, 6, 7, 8, 9 y 13 de abril, ver aparte). El penúltimo tren, la ha llamado, adoptando un nombre que tiene tanto de “humor autocompasivo”, según él lo destaca, como de azar en su elección. “En realidad es la misma gira que el año pasado”, acepta Sabina. “Pero, para no aburrir, hemos cambiado un tercio de las canciones, haciendo aquellas que habitualmente no cantamos o que no hemos cantado nunca en la Argentina.” A falta de tribuneros shows como los que dio en Boca en sus últimas visitas, esta sucesión de estadios más pequeños obedece, dice el cantautor, a una necesidad personal que piensa ir afilando con los años. “Tengo intención de ir haciendo con el tiempo menos Bocas Juniors, más Luna Parks, más Gran Rex, hasta llegar a Clásica y Moderna”, exagera. “Mi deseo es tener con el público una relación menos tribal y más de tú a tú”, dice el autor de Vinagre y rosas en diálogo con Página/12. –Ya parece una suerte de oráculo: cuando viene aquí le piden que opine de todo, desde el tsunami de Japón hasta Lio Messi... ¿Le molesta? –Bueno, pero están medio defraudados, ¿eh? Porque antes querían que dijera siempre caca, culo, pedo, pis. Ahora ya no lo digo tanto (risas). Hablando en serio, llega un momento en que, no es que me moleste, pero no quiero que me tomen como alguien experto en ese tipo de cosas. Hablo como se habla en el café, y nada más. Es verdad que me preocupa la política, por ejemplo, pero no soy especialista. –Pero evidentemente algo genera, que hace que se lo tome como un referente para estas consultas múltiples. –Es que hay demasiados cantantes que dicen que los cantantes no deben opinar sobre algunas cosas, que se deben a todo el público, de todo el arco parlamentario. Eso a mí me aburre muchísimo. Uno es quien es, con su opinión, cantando y haciendo lo que sea. –¿Por qué dice que no hay que tomar demasiado en serio el título de su gira? –Lo elegí sin pensarlo mucho. Me gustan los trenes, las estaciones, me gusta esa idea del penúltimo tren. Pero, si me lo hubieran pedido diez minutos antes, o diez minutos después, hubiera puesto otro título. De hecho luego pensé que me gustaba más “Vámonos pa’l sur”. Y llamé a la compañía para ofrecerlo, pero ya era tarde. –Es que inevitablemente hace pensar que usted está imaginando un último tren después del penúltimo... –A los 62 años, bien vividos y bien marcados, realmente uno no deja de pensar de vez en cuando en que tal vez el cuerpo ya no da para estas giras. Ten en cuenta que en lo que va de este año ya he tocado más de cien veces, todas en lugares muy grandes. Y sí: el cuerpo me pide, cada vez más, tener una relación con el público más íntima, más directa, tocar en lugares donde se oiga la respiración, la tos y la cuerda de la guitarra, los matices, eso que no se escucha en los grandes espectáculos. Pero uno tampoco sabe decir que no. Cuando me llaman de la Argentina y me dicen que voy a hacer nueve Luna Parks, ¿cómo voy a decir que no? –En su último disco decía: “Con 60, ¿qué importa la talla de mis Calvin Klein?”. ¿Qué otras cosas no importan a los 62? –Me importan las mismas cosas que antes, lo que ocurre es que no me las permito. Me siguen gustando los bares, la noche y todo lo que hay alrededor. Pero sé que no lo debo hacer, y no lo hago. Qué mal suena, ¿verdad? ¡Es triste, pero es así! (risas). No se lo ve muy triste a Joaquín Sabina. A su aspecto manso y tranquilo contribuye el copón de cerveza helada en una mano, el cigarro en la otra, el sombrero panameño que permanece en su cabeza. Cuenta que imagina un disco nuevo en la calle “para antes de Navidad”. “Lo que no tengo aún claro es si va a ser un disco sólo mío, o va ser con un amigo muy querido”, tira como al pasar, y contribuye al suspenso arqueando las cejas. Inútil insistir, arriesgar o pedir pistas, y ya se sabe que de reuniones con amigos muy queridos han surgido incursiones como aquel Dos pájaros de un tiro que mostró con Joan Manuel Serrat. Por ahora, Sabina está escribiendo. Más que nunca, dice, por estos días. –Suele ser muy gráfico con el pánico que le produce la previa a los shows, que incluye vómitos y descomposturas. Y con la hoja en blanco, ¿tiene algún temor? –Ahora tengo mucho más tiempo, porque no lo pierdo tanto como antes. Y en casa siempre yo tengo mis cuartillas, mi guitarra y mi bolígrafo, ¡mi birome! Creo que le tengo menos miedo que antes a la página en blanco. Pero, además, ahora escribo versos en un periódico que se llama Público, que es una especie de Página/12, al menos ésa es la intención, porque no tienen la tradición que tenéis vosotros. Por allí ensayo cosas que luego pueden o no derivar en canciones. Lo que ocurre es que... no es que sea ambicioso, pero he querido escribir siempre la canción más hermosa del mundo. Y claro, eso no sale. Pero otras cosas, menos hermosas, y más cotidianas, sí salen. De hecho estoy escribiendo más que nunca. Es que tengo demasiado tiempo... –Entonces lo de la estabilidad doméstica que perjudica al poeta no es tan así... –La estabilidad doméstica no perjudica al poeta, perjudica a las canciones de amor. ¡El amor perjudica a las canciones de amor! Las hermosísimas canciones de amor son de desamor, de abandono, de desesperación, ésas son las que a mí me gustan. Y claro: si yo quiero a mi mujer, ¿qué carajo voy a escribir ahora? (risas). –En ese diario en el que está escribiendo dijo que siente que éste es un momento en el que no basta con dar opiniones en privado sino que hay que salir a la calle. ¿Está al tanto de la movilización política que se ha generado en la Argentina, sobre todo de los jóvenes? –Yo vengo oliendo desde un tiempo a esta parte, y más desde la muerte de Néstor Kirchner, que se está produciendo un nuevo reagrupamiento, fundamentalmente de los jóvenes, alrededor del proyecto progresista, más o menos setentero, de derechos civiles y derechos humanos que proponen los Kirchner. Y eso me parece que estuvo muy claro en el entierro de Kirchner. Y luego escucho cosas que me cuenta gente amiga, además de leer los periódicos argentinos. Estoy observando que el tipo de gente con la que comparto más, la que más me gusta a mí, apoya al entorno del Gobierno, está con este tipo de sentimiento. Porque ya sabemos que aquí, para el peronismo, la política es un sentimiento. –En su última visita al país, el año pasado, era más crítico con el Gobierno. ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? –Tiene razón, pero lo que olía no era lo que huelo ahora. Era un momento en que había críticas feroces contra el Gobierno, contra la actitud beligerante que a veces parecía más la oposición del gobierno, contra las guerras mediáticas, los follones aquellos del campo y tal... Recuerdo las críticas feroces sobre la manipulación de las mediciones de la inflación. Ahora ya no veo ese tipo de críticas tan feroces. –Es un buen captador de la sensibilidad de cierta clase media urbana, pero siguen existiendo esas críticas. –No tanto, no sé. Yo ya no las veo, al menos. Pero claro, lo único que he hecho es comprarme tres o cuatro libros sobre política, y leer periódicos. Pero también hablar con amigos. Y veo que están bastante más a favor del proyecto que desde hace un año. Veo que el proyecto de los Kirchner agrupa a mucha gente de la que yo me siento cerca. –En España también se está generando un debate alrededor del rol de los medios. Usted ahora escribe para Público, un diario con postura tomada. ¿Cómo se posiciona en este debate? –A Público, para decirlo de un modo grosero y faltando a la verdad, la gente lo percibe como el periódico de Zapatero. Es el periódico que más lo ha apoyado, aunque también ha tenido críticas feroces. Pero es un grupo editorial que se creó para apoyar el proyecto de Zapatero, con una televisión, La Sexta, con producciones de películas y otras cosas. Pero realmente ha hecho mucha falta, porque ahora se han abierto un montón de canales de televisión y ha aparecido una prensa de derecha que es absolutamente feroz. Ningún periódico se había atrevido a hacer hasta ahora un slogan publicitario que dijera: “Estamos orgullosos de ser de derechas”. Nunca se habían atrevido, porque las heridas de la Guerra Civil y de Franco eran tremendas. Pues ahora, en España, ya se puede decir, como un slogan, que se es orgullosamente de derechas. –Si lo pueden decir, es porque evidentemente encuentran un público receptor. –Están en ascenso, y van a ganar las elecciones. España está en un momento francamente malo. Había un proyecto político que era el de Rodríguez Zapatero, que yo apoyé, y que ha sido absolutamente derrotado, primero por una crisis y luego por una oposición feroz. Por no haber sabido, hasta que ya teníamos la soga al cuello, que venía la crisis, ahora estamos con casi cinco millones de desempleados. Inevitablemente, ahora va a ganar la derecha, y no veo muchos proyectos alternativos. Habrá que armarlos. En Europa, a la batalla que se ha dado contra el estado de bienestar, contra los sindicatos, contra la socialdemocracia, la están ganando. O sea, la estamos perdiendo. En Latinoamérica, desde ese punto de vista, vosotros la tenéis mejor.
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