Por Nahuel Gallotta
La villa 26 y el asentamiento Luján, en Barracas, conforman una pequeña franja de casillas cuyos patios traseros dan al Riachuelo. Muchos chicos tienen problemas respiratorios y casi todos los perros sarna. Nadie cree en un posible saneamiento y están hartos de las promesas.
Rolo repite la frase con la misma precisión y firmeza de quien recita de memoria la formación de un equipo campeón: “4 de enero de 1993. En mil días va a estar limpio el Riachuelo. Van a poder pescar, nadar, tomar mate, traer reposeras”. La termina y se le forma una mueca, se tienta. Es el mediodía de un miércoles en el asentamiento Luján, a más de 6.570 días del anuncio de María Julia Alsogaray, secretaria de Medio Ambiente durante el mandato de Carlos Menem, la cual fue y es investigada por enriquecimiento ilícito y malversación de fondos durante su gestión.El asentamiento Luján queda en Barracas, junto a El Pueblito, La Magaldi, parte de la villa 24 y la villa 26, todos barrios porteños donde los vecinos viven a la vera del Riachuelo. Se estima que son más de 4.000 familias del lado de Capital Federal que tienen de patio ese paisaje. Rolo, además de delegado, recibe a quienes quieren pedir un remís o una ambulancia. Su casa queda sobre la calle que da a la entrada del asentamiento. Hasta allí, dando esa dirección, remiseros y médicos sí se acercan: “Para la gente de afuera somos un gueto”.–¿Sabés quién tiene real noción de los riesgos de vivir así? –pregunta y se responde solo Rolo–, las salitas y hospitales periféricos donde van a parar los pibes con problemas en los pulmones. Andá a la parte de Dock Sud, vas a ver que los chicos nacen con malformaciones.El Riachuelo, además de contaminar a los vecinos y en especial a los chicos, durante algunos años fue el pasatiempo de policías que llevaban a los pibes que tenían fichados del barrio. Los detenían ilegalmente y al grito de “ahora aprendé a nadar”, los tiraban a las aguas. El 14 de septiembre de 2002 se les fue la mano: Ezequiel Demonty, de 19 años, que se dedicaba a reciclar cartón, murió ahogado, y nueve policías de la Comisaría 34ª fueron condenados.Pasado el mediodía, con la llegada del fotógrafo, comienza la recorrida por el asentamiento Luján. A esta altura del día, casi que se ven más perros que personas, y hay ruidos. Muchos, como el de los ladridos, el de los aullidos de los gatos, el del ferrocarril Belgrano que pasa a 50 metros, el de la cumbia en los equipos de música, el de los gritos de los pibes que se prenden un porro, el del martillo y el pico de la construcción. Si no fuese por un kiosquito, casi que no hay comercios. Tampoco hay cloacas y el agua sale de un solo caño para todo el barrio. Después de hacer un zigzag y de subir un escalón, nace un pasillo que sale a lo que podría ser una locación para una película de cine: son diez pasos con un olor distinto, nauseabundo, que aumenta cuando llueve o hace mucho calor, del Riachuelo. El pasillo finaliza, son unos metros de tierra y el derrame de basura en la orilla. La leyenda dice que en 1930 un tranvía entero cayó al río. Así conviven 80 familias. En una zona que históricamente se caracterizó por concentrar una gran cantidad de fábricas que les daban empleo y formación a miles de vecinos, hoy casi todos son cartoneros.El fotógrafo comienza con su trabajo, y uno de los pibes, con la camiseta de Chicago, se acerca y dice: “Pero al pedo… hacen fotos pero esto sigue así hace mil…”.Otro delegado que nos acompaña es Daniel, encargado del comedor; habla de los chicos.–Se cansan muy rápido, se agitan y es por el aire que respiran. Tienen granos, muchas manchas y sufren picazón. Los pichichos –por los perros– andan todos con sarna.Al igual que con el paco, no hay estadísticas de muertes por contaminación. En los hospitales no hay precisiones debido a que los médicos acusan “broncoespasmo”. Con los pibes que fallecen de sobredosis de pasta base, la excusa es “paro cardiorrespiratorio”.–Hay conciencia personal, pero no colectiva, en conjunto –dice Rolo–. Con presión de todos los sectores ya hubiese estallado mal, si acá se están muriendo los chicos.Daniel, petiso, que pasó los 40 años y usa una camisa blanca arrugada, fue uno de los tantos que hablaron con los cartoneros para que no prendieran fuego a la vera del Riachuelo todo lo que recogían y no podían vender. Hoy en día, sólo lanzan las bolsas que uno saca a la calle para que a la noche pase el recolector. Pero allá, del lado de Avellaneda, siguen tirando cosas. De todas formas, lo que dejan los vecinos es ínfimo comparado a los tanques que vuelcan las fábricas linderas y que nadie controla.–Ahora estamos haciendo los papeles para que los vecinos tengan los títulos de sus casas –dice Rolo.–¿Los vecinos hacen los trámites para quedarse, aun sabiendo de los peligros de vivir aquí?–¿Pero qué querés?, es esto o es nada. Acá pusiste un ladrillo y es tuyo. Vos sabés que te contaminás, pero ésta es tu casa. Tené en cuenta que mucha gente no tiene ni la primaria terminada.En una de las puntas del asentamiento está el cruce a la provincia, y una garita o puesto de control con policías encerrados, durmiendo. Parece una calle normal, antagónica a la de los pasos de Capital a provincia. Del lado de Avellaneda también hay casillas, y otro cruce en lo que es una curva. Allí, un muchacho en cueros, gordo, se arrima apenas ve al fotógrafo.–Hacen fotos, fotos y nunca limpian nada, che –dice.Lo que se palpa es resignación. A que las cosas no van a cambiar, a que el Riachuelo seguirá contaminando, a que no habrá planes de viviendas que garanticen una vida algo más digna, a que el trabajo no será otro que no sea recoger lo que a los demás les sobra. Y eso que los barrios que viven a la vera del Riachuelo están a 15 minutos del Obelisco. Y que votan. Tampoco hay talleres culturales, apoyo escolar, actividades deportivas para los más chicos.–Es una cuestión de acostumbramiento –afirma Rolo–, sí, porque Desarrollo Social de la Ciudad bajó el presupuesto en alimentos y medicamentos. Hablás con ellos sobre las problemáticas del barrio y te quieren mandar empresas constructoras, en vez de ocuparse de las cloacas y el agua. Ciudad no hace nada, pero Nación tampoco.El grandote que anda en cueros cuenta que es sereno en la “municipalidad”, pero que muchas veces debe volverse porque no hay trabajo; que en su casilla vive también la familia de su hijo mayor. “De lo que más sufren nuestros chiquitos son de las picaduras de mosquitos. Después depende de cómo querés vivir. Podés ser linyera y todo lo que quieras, pero tener la piel limpita. Lo que vale es la higiene. Podés ser higiénico en el lugar más sucio del mundo”.Del asentamiento Luján cruzamos a la villa 26. Serán 200, 300 metros de un pasillo de más de dos metros repleto de casas chorizo que conviven en el fondo con el Riachuelo. Durante la charla y recorrida junto a Daniel y Rolo, saldrán temas como el del cura que trabajaba para el Gobierno de la Ciudad, que no quería que gente de Nación entrara al barrio a hablar con los vecinos y que no hacía otra cosa que no fuera alertar sobre las topadoras que llegarían a demoler todo, como en las épocas de la última dictadura, y que se fue apenas el Gobierno le donó un terreno en la zona, exclusivo para él. Antes, en la casa de Rolo, se había nombrado al Río Támesis, del sur de Inglaterra, de 346 kilómetros, que había sido declarado muerto en 1957. Hoy, en Europa y en el mundo se dice que está más limpio que en los últimos 200 años, que en él viven más de 125 especies distintas de peces, y que se han visto focas y delfines: suena tan o más lindo de lo que prometió Alsogaray. En los medios internacionales de mediados de 2009, se leen declaraciones de políticos del Partido Parlamentario Laborista, contando cómo comieron lo pescado en el Támesis. El Riachuelo está a miles y miles de kilómetros de ese curso de agua. Los empresarios de las fábricas que tiran contenedores de basura, y los encargados de su limpieza, aún mucho más lejos de las acciones de los políticos ingleses y de las promesas que hacen antes de asumir.
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