jueves, 21 de abril de 2011

EL PERIODISTA INSÓLITO



Adolfo Castelo fue un adelantado del humor absurdo. Este fragmento de la biografía escrita por sus hijas Carla y Daniela, fallecida en febrero, cuenta el karma de la fama y el surgimiento de un programa revolucionario.




Luego de la versión de Supershow infantil de los años ochenta papá y Becerra se quedan sin trabajo, y comienzan a pergeñar un proyecto que los haría famosos. Presentan la carpeta de Semanario insólito, un programa humorístico, en las oficinas de Canal 7. La primera versión es un ciclo de media hora que iría los domingos. En el panel, Adolfo Castelo, Raúl Becerra, Raúl Portal y Virginia Hanglin.Un día papá conoce a Nicolás Repetto en un pasillo. Repetto era free lance de una revista. Papá descubre cierto encanto: un hombre atractivo, descontracturado y capaz de cualquier cosa para hacerse famoso. Era temerario y no le tenía miedo a la exposición. Repetto se convierte en el movilero de Semanario insólito y desarrolla un personaje que sale de la oficina y se dedica a deportes de alto riesgo.En traje, con un simpático maletín, se enfrenta a hacer windsurf, caída al vacío, parapente. El humor de Semanario es ácido y no tiene concesiones. El ciclo es exitoso y a papá lo reconocen por la calle.En el país comenzamos a vivir la guerra de Malvinas. El 30 de marzo del ’82 es la marcha de la multipartidaria. Daniela va. Papá no quería que ella fuera. Una marcha en contra del gobierno militar. Hay una represión feroz. Daniela nunca supo si papá estuvo o no en esa marcha. La preocupación de papá por su hija mayor se había encrudecido desde que ella tenía posiciones tomadas. A la izquierda, con una militancia trotskista, Daniela hace sus primeros pasos en la política. Papá tiene miedo por ella y conversa durante horas para detener el ánimo justiciero de Daniela.El 2 de abril se cae el mundo abajo y declaran la guerra.Semanario insólito se hace inmutable a los cambios. Tal vez porque tiene esa ironía que no entienden demasiado los militares. Tal vez por los contactos sólidos de Raúl Portal con el gobierno. El asunto es que hacen humor y desde ahí declaran su propia guerra absurda. La crítica es tan solapada que algunos pueden verla y otros no. Comienzan a imponer incluso, juguetes para chicos. Como una pasta horrible que se vendía como la pasta mágica.Era entonces una ceremonia ver el programa los domingos.A regañadientes me sentaba frente al televisor, mientras odiaba la creciente fama de papá. Porque la fama es una manera desmedida de tener que compartir.Adolfo y Elena están desencontrados. Ella ya no tiene ganas de pelear y se sume en un profundo silencio. Soporta resignada. Adolfo encuentra a todas las mujeres. La fama tiene eso también. Las secretarias de Semanario insólito eran una verdadera tentación. Mamá sentía unos celos mudos que le partían el alma.En las interminables grabaciones del ciclo papá conoce a una mujer. Alta, con el pelo moreno y una mirada inquietante. La mujer se convierte en su amante. Lo que comienza como una aventura, puede terminar en un calvario. Pero entonces papá no lo sabía.El romance lo conoce todo el canal y aunque muchos le advierten que se cuide, Adolfo insiste. Hace algunos años que dejó de ver cuando el peligro se avecina. Es tanta la velocidad de la televisión, que él se siente embriagado. Como si nada pudiese detenerlo.Luego de que termine el ciclo, en 1983, comienzan a percibirse los primeros síntomas de la locura. La mujer llama durante meses a mamá. Mamá escucha el silencio.La familia es un caos y Elena está desesperada. Se realiza un lifting, en un manotazo por reconquistar a su hombre. Pero Adolfo está a una distancia sideral.Semanario insólito es tan novedoso, tan desestructurante, tan irreverente, que hace temblar los cimientos de Castelo. Había llegado más lejos de lo que había imaginado. Le pedían autógrafos, las mujeres se ofrecían con facilidad, se había convertido en un transgresor popular. Era, en todos los lugares, bienvenido. El hombre de Don Bosco. El pibe de la pelota de trapo. El hijo de la portera.Hacía años que peleaba por un lugar en el mundo. Se había lanzado y el éxito le acariciaba las mejillas. (…)Adolfo Castelo tenía 47 años cuando se hizo famoso. Había recorrido un camino largo y trabajoso. Había superado los obstáculos con paciencia y voluntad. No era extraño que quedara perplejo ante la fascinación de la multitud por el programa televisivo. Todos hablaban de Semanario insólito y el ciclo era un boom para los sectores más progresistas. Castelo estaba embriagado y trabajaba dieciséis horas diarias con fascinación.La pasión de un artista que al final del recorrido encuentra cómo decir lo que quiere decir y que lo entienda, de alguna forma, la gran mayoría de la gente. Aunque eso pasaría algunos meses después, porque al principio, Semanario insólito, era un programa de culto.El origen de Semanario insólito fue un equívoco.Becerra trabajaba como productor de un ciclo en ATC, y el gerente artístico le pide que mire un material de una producción estadounidense para adaptarlo a la televisión argentina.“El enlatado que me dieron era imposible de realizar aquí, era un reality people, uno de esos programas típicamente norteamericanos que reúnen mil calesiteros, quinientos nadadores, eso que acá no hay –cuenta graciosamente Raúl Becerra, amigo y compañero de Adolfo en sus éxitos televisivos–. Entonces, lo llamo a Adolfo para transformar esa idea en Semanario.”Inmediatamente se pusieron a trabajar. Contaban con Raúl Portal, que estaba en el canal, y Castelo propone a Virginia Hanglin como la figura femenina, que era una modelo de pasarela hermosísima, a quien conocía por ser la hermana de Rolando Hanglin.En algún momento habían pensado en Alejandro Dolina para la conducción, incluso habían hablado con él, pero se dan cuenta de que el tono del Negro estaba en las antípodas del tono del programa.“Nosotros no teníamos la menor experiencia en hacer algo frente a cámara –dice Becerra–. Grabábamos prueba y error. Llegó el momento de salir al aire, el día 10 de abril, ocho días después de haberse iniciado la guerra de las Malvinas.”Preguntaron si ese era un buen momento para salir, y la respuesta fue taxativa: “Este es el mejor momento para un programa de humor”.Grabaron el programa, las tribunas estaban llenas de parientes y amigos. Allí lanzaron la primera frase, que iba a caracterizar al ciclo: “Buenas noches, llegó la televisión, llegó... Semanario insólito”.Sí, había llegado la nueva televisión, había llegado a la pantalla lo que sería una revolución para el medio.Durante los primeros meses no pasaban de los dos puntos de rating. Salían a la calle con unas grabadoras que parecían lavarropas y nunca eran menos de siete personas.“Nadie había salido a la calle a hacer esas encuestas –recuerda Becerra–. El gobierno militar ya estaba en caída, a punto tal que salíamos a hacer una sección que se llamaba ‘Único medio’, en donde aparecía, por ejemplo, Adolfo con el fondo del Congreso diciendo…–¡Adelante, Castelo!–Gracias, estudios centrales, estamos acá en la puerta del Congreso de la Nación a la espera de que se inicien las sesiones de diputados.O nos perdonaban la vida o ya no les importaba nada”.Lo que siempre recordaba papá era que las encuestas no eran realizadas en la estación de un tren, o en un barrio humilde, sino donde la gente se podía defender. Por ejemplo, se paraban en la puerta de una librería de Santa Fe y Callao, y les preguntaban a los que salían de comprar si habían leído un libro apócrifo de Borges. Y como es de imaginar, decían que sí. Un día hicieron una famosa encuesta que llegó a la tapa del diario La Nación. “¿En qué se diferencia un diputado de un senador?”, era la pregunta pero, obviamente, la gente no sabía responder. Hacía seis años que vivían en una dictadura.O esa otra. La osadía de preguntar sin que se les mueva un pelo: “¿Usted cree en los ómnibus?”. Por supuesto, la gente en realidad no escuchaba. Contestaba que no con cierta displicencia. Confundían ómnibus con ovnis. “Queríamos demostrar que la gente no oye, cuando se trata de televisión”, acota Becerra.Semanario insólito se había convertido en un programa políticamente incorrecto, con un formato de vanguardia.“Había notas que duraban cinco segundos. Nosotros llegábamos a meter en un programa de veintiséis minutos, veintitrés notas”, dice. La realidad es que le dedicaban cientos de horas a la edición, musicalización y producción del material.Una de las secciones que hacían Raúl y Adolfo era la del guapo, mecanismos de denuncia de cosas en la calle.Daniela recuerda la de los túneles para cruzar Libertador, que estaban todos inundados de basura.–¿Usted se anima a cruzar?–Sí, claro.–A ver si es guapo.–Pero, por favor –afirmaba Castelo.Entonces la cámara volteaba al túnel y se escuchaba a papá gritar mientras salía corriendo.El primer año el staff se mantuvo, pero para enero de 1983, Raúl Portal abandona el ciclo y es reemplazado por Nicolás Repetto. Allí nace la sección “Doctor periodista”.El ciclo pasó de media hora, los domingos a las 20.30, a una hora, de 21 a 22, hasta que con los albores de Alfonsín, Adolfo Castelo y Raúl Becerra terminaron prohibidos.Absurdamente. Habían trabajado durante la dictadura y eso era suficiente. No importaba si habían sido irreverentes, si habían defendido desde esa oscuridad la democracia.

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