Entrevista. Ana María Llamazares. Antropóloga, autora de Del reloj a la flor de loto. Capitalismo y marxismo como polos opuestos de una misma crisis de paradigma, un mundo desconectado de lo real y sus cuerpos, y la influencia del chamanismo en la historia son algunos ejes que desarrolla la investigadora.
Por Raquel Roberti
Carlitos continúa ajustando cuanta tuerca se le cruza en el camino, no importa si son reales o imaginarias, como los botones del saco de esa mujer con pinta de sargento de infantería. Pasaron 75 años desde que se filmó Tiempos modernos, y Chaplin sigue despertando risas con ese maravilloso retrato del pensamiento estándar de la sociedad occidental contemporánea: el hombre es un engranaje más en la maquinaria del universo. Y si una pieza falla, se reemplaza. Esa forma de pensar el mundo, de modo lineal, justificaba el “más vale prever”, y de allí la cultura de competencia y acumulación que todavía reina en las sociedades. Pero la Teoría de la Relatividad y la física cuántica pusieron en entredicho ese modelo: el tiempo no es igual para todos ni en todos lados y la materia no es lo que vemos sino una conjunción de fuerzas y energías que puede cambiar en cualquier momento. ¿Estamos ante un cambio de paradigma? Ana María Llamazares, antropóloga con formación de posgrado en epistemología (filosofía de la ciencia), cree que sí y lo fundamenta en Del reloj a la flor de loto (Del Nuevo Extremo), donde reconstruye cómo se fue formando el modelo de pensamiento que hoy anima repetidas crisis en diversos países del mundo. “Parto de la base de que muchas manifestaciones, muchas de las cosas que padecemos cotidianamente, tienen una raíz común: cómo pensamos el mundo, que en realidad es una forma de sentir, de valorar y por lo tanto de actuar. El progreso ilimitado, la explotación de la naturaleza, la acumulación sin límite y la competitividad, entre otras cosas, hoy están en crisis”, afirma y, quizá sin darse cuenta, detalla la tabla de valores del capitalismo.
–Si el capitalismo es el signo político de la modernidad, ¿cómo juega el marxismo?
–Creo que en su momento formó parte de la visión materialista. Si bien es cierto que el pensamiento de la modernidad nace de la mano del capitalismo, esa visión del mundo basada en la materia también fue parte del marxismo. Desde ese punto de vista, son dos expresiones de un paradigma que los engloba. Por eso en el siglo XX no sólo está haciendo crisis el capitalismo, sino que ya lo hizo el comunismo. La invitación contemporánea es a pensar nuevos modelos, nuevos paradigmas.
–¿A qué denomina nuevos paradigmas?
–En principio son teorías científicas, con movimientos artísticos en paralelo, que abren camino a un nuevo modo de pensar, a nuevas posiciones filosóficas y movimientos sociales. Hoy vivimos en una coexistencia de paradigmas, por eso es tan difícil encontrar orientación, porque, además, tampoco es cuestión de decir: “Este paradigma se acabó, lo meto en una bolsa de residuos y lo saco a la calle”.
–¿Cuáles son las señales de esas nuevas formas?
–Hay muchísimas, aunque tal vez menos ostentosas de las que indican que estamos en crisis. Los movimientos ecológicos, respetar más el medio ambiente, regresar a la naturaleza, a modelos económicos más equitativos, reencontrar la espiritualidad como conexión con planos trascendentes, que se cortaron durante la modernidad y trajeron los índices de angustia, de depresión, las adicciones, etcétera. En este momento es más visible la crisis. Y todavía está en debate la posmodernidad: ¿realmente hay una posmodernidad, o lo que vivimos es una consecuencia natural de la modernidad, incluido este episodio nihilista de que se cayó el fundamento y entonces todo vale? Filosóficamente, es una actitud que lleva a un relativismo extremo, porque cuando todo vale no se sabe dónde estamos parados. Los valores son necesarios, y debemos pensar en cuáles queremos basar la vida. Creo que la señal más fuerte de una nueva conciencia está en la búsqueda espiritual.
–¿En sentido religioso?
–No, las religiones han sido y son instituciones de los viejos paradigmas que nunca facilitaron la conexión con algo sagrado y espiritual. En realidad sirven para que la gente se meta dentro de un esquema y se quede tranquila. La verdadera espiritualidad es la búsqueda, el ir hacia el encuentro de uno mismo y de la conexión con los semejantes, con el universo, ver cómo podemos desplegar otros niveles de conciencia. Eso está pasando hoy, y la oferta de caminos es tan variada que parece un bazar, con mucho de respuestas fáciles. El desafío de cambiar la conciencia, los paradigmas, no es sacarse los anteojos con los que mirábamos el mundo y comprar unos lentes nuevos, más ecológicos, es algo más comprometido.
–Y seguramente hay que contar con resistencias…
–Ni hablar, son brutales. Hoy nadie puede decir que ya superó los viejos paradigmas. Es un trabajo permanente, porque el mundo en el que vivimos funciona sobre la base de ese pensamiento y somos herederos: fuimos educados y pensamos la vida bajo esos patrones. Es un trabajo en paralelo: tomar conciencia de los viejos modelos, por ejemplo, los dicotómicos, blanco-negro, bueno-malo, y de que la vida es un gradiente de grises, de matices. Por eso los nuevos paradigmas traen algunas cosas difíciles de entender pero atractivas, como aceptar la incertidumbre, la contradicción, el caos, darle mucha más importancia al vacío que a lo lleno, a lo invisible que a lo visible.
–¿Hay resistencias del sistema mismo?
–Sí, hay muchos intereses entrelazados y ahí se ve cuán vigente está el viejo paradigma en cuanto a instrumentación social, política y económica. El ejemplo más claro es la medicina: la alopatía es la única opción para la cobertura de salud y las corporaciones se resisten a que ingresen las denominadas medicinas alternativas. Detrás de las instituciones hay personas que implementan esas resistencias y, por supuesto, quienes están más embanderadas con la estructura conservadora van a operar más en esa resistencia.
–¿Cómo juega el poder?
–Es un tema que está íntimamente relacionado con los paradigmas, la idea de poder como dominio sobre los demás, para manipular a los demás, para acumular sin límites, el poder político y económico también se fue construyendo en la modernidad. Es poder para tener, una visión que está demostrando sus límites, al igual que el sistema capitalista a ultranza, que ha conducido al enorme desequilibrio que vivimos, la terrible desigualdad entre ricos y pobres, entre norte y sur. Ese es uno de los planteos de fondo que los nuevos paradigmas tienen pendiente.
–En definitiva, ¿se trata de cómo cambiar el mundo?
–De alguna manera sí. En esa búsqueda hubo distintos intentos. El hippismo en los 60, que tuvo un planteo un tanto escapista en el sentido de “no me gusta este mundo por eso me voy a vivir en comunidad” que no terminó muy bien. A través de las drogas, que más allá de que en sus inicios tuviera un espíritu genuino de exploración de la conciencia y la psique, con la implementación social se convirtió en una evasión de la realidad. Los movimientos armados de los 70, que pretendían cambiar el mundo por la fuerza y la imposición del propio punto de vista, pero trajo más contradicciones. De todas formas, estos intentos tenían una fuerte dosis de romanticismo, en algunos casos suicida, y muchas veces sin buscar la autotransformación. Hoy, la búsqueda apunta más al cambio personal, pero no desde lo individual, no es “arreglo mi mundito y los demás no importan”, sino tomar conciencia de que si uno no cambia hacia adentro difícilmente pueda trasladar ese cambio hacia el mundo.
–Osvaldo Bayer habla de dos culturas enfrentadas: la europea, del ser que lleva al hacer, y la americana, del estar. ¿Estamos volviendo al estar?
–Algo de eso hay, porque esta nueva forma de pensar el mundo es coincidente, en muchos puntos, con algunas tradiciones filosóficas orientales y con las cosmovisiones de los pueblos originarios. Esa idea de culturas enfrentadas se basa en el trabajo de Rodolfo Kusch, filósofo argentino injustamente olvidado. Kusch hablaba del estar aquí y ahora, el concepto de “Pacha”, que no es exclusivamente espacial como cuando decimos “Pachamama”, es espacio-tiempo y es muy semejante, conceptualmente, a la cuarta dimensión de Einstein, donde espacio y tiempo se ven como dimensiones gemelas. Pero también es muy semejante a lo que las tradiciones hinduistas llaman “conciencia plena”: estar no sólo en alerta, sino con presencia absoluta.
–¿Los occidentales perdimos esa posibilidad?
–Porque estamos dispersos atendiendo varios teléfonos, nuestra mente Windows abre muchas ventanitas, pero el resultado es que el ser íntegro está fragmentado. Se tiene la ilusión de abarcar mucho pero no se sabe dónde está el ser, hay una vorágine, nos envuelve la virtualidad, la abstracción y la capacidad de generar signos ad infinitum. La virtualidad es súper veloz, de enorme potencialidad, una de sus grandes virtudes, pero le falta raíz hacia la tierra y tiene un costo.
–¿Cuál?
–El corte de la conexión con lo real, con nuestros cuerpos. Habitamos más un mundo de ideas que un mundo real. Por eso el encuentro de culturas es tan emblemático, porque lo que trajo Occidente fue también esta cultura letrada, de la Ilustración, a pueblos que vivían en contacto con la naturaleza y los ciclos naturales. No es casual que en los últimos años se haya despertado el interés por los pueblos originarios: denota la necesidad de recuperar esa relación con la naturaleza. No me refiero a irse al campo, sino a relacionarnos con lo natural en nosotros mismos y con las raíces. Hay pueblos que mantuvieron una forma de estar en el mundo, donde lo espiritual tiene un valor identitario muy alto, donde estar conectado con las tradiciones, las mitologías, los valores, como el respeto por los animales y las plantas, tiene un sentido. Y no nos olvidemos del fenómeno del chamanismo.
–Es uno de los temas que investiga, junto a las plantas psicoactivas…
–Sí, mi tema de investigación en el Conicet es el arte prehispánico y en determinado momento el acercamiento al chamanismo fue un punto de inflexión. Según la concepción indígena, tomar una planta sagrada es entrar en comunión con otro espíritu, en ese caso, vegetal. Desde nuestra mirada diríamos que obedece a una sustancia psicoactiva, que está, pero si se hace siguiendo los rituales, la posibilidad de acceder a un plano de consciencia ampliada se produce tanto por la ingesta de la planta como por la ceremonia, por la relación con el chamán, por la disposición personal, el trabajo interno, es una conjugación de factores. Lo interesante es que la experiencia chamánica es un fenómeno contemporáneo que indica la necesidad de encontrar caminos de reconexión con lo espiritual, con el entorno, para lo cual las psicoterapias tradicionales no alcanzan. Hay hambre espiritual, y en América las culturas indígenas, vivas y vigentes más allá de transformaciones, ponen su enorme riqueza a disposición de quienes necesitan amplificar la conciencia. El chamanismo es otra visión de la realidad y no es sólo tomar plantas, hay muchísimas técnicas para entrar en contacto con otras dimensiones de la realidad y eso tiene que ver con nuevos paradigmas.
–¿Por qué?
–El paradigma moderno logró unidimensionalizar la concepción del universo, todo lo que no tuviera peso, profundidad y altura quedó relegado a los márgenes de lo inexistente. El gran cambio, que surge desde la física, es encontrar un universo de múltiples dimensiones, mucho más amplio de esta franja que habitamos. Por lo tanto los nuevos paradigmas traen una visión del universo, y de los seres humanos, multidimensional. Pensarnos como muchas capas superpuestas es difícil, pero ampliar la conciencia es una necesidad contemporánea que va en paralelo con la apertura de los nuevos paradigmas. Ampliarla no como búsqueda de evadirse de la sequedad de esta unidimensión, sino para descubrir que todo está interrelacionado, que somos parte de un todo. Eso empieza a generar una manifestación concreta, la conciencia solidaria o social, de hacer algo por los demás. Es una forma de implementar modos de vivir más solidarios. Lo espiritual no es ir a misa el domingo, es un encuentro desde lo personal y vivencial. Es una búsqueda permanente de una tensión equilibrada.
–¿De engranaje en la modernidad a…?
–A integrante de un universo viviente que está en pleno despliegue. Los nuevos paradigmas, a pesar de que no están instalados en las instituciones oficiales, están llegando a la biología, a la teoría de los sistemas, a la cosmología, etcétera, y brindan una imagen más ligada a lo orgánico que a lo mecánico. La imagen de la Tierra desde el espacio tuvo gran impacto en la consciencia colectiva, de autoreconocimiento: vivimos en ese lugar y nos pertenece. Y si el reloj es el símbolo por excelencia de la modernidad, la flor de loto se refiere a los nuevos paradigmas, inspirados en una visión orgánica, vitalista, que surge de un centro y se despliega como algo natural. El ser siendo de los seres vivos.
–Si el capitalismo es el signo político de la modernidad, ¿cómo juega el marxismo?
–Creo que en su momento formó parte de la visión materialista. Si bien es cierto que el pensamiento de la modernidad nace de la mano del capitalismo, esa visión del mundo basada en la materia también fue parte del marxismo. Desde ese punto de vista, son dos expresiones de un paradigma que los engloba. Por eso en el siglo XX no sólo está haciendo crisis el capitalismo, sino que ya lo hizo el comunismo. La invitación contemporánea es a pensar nuevos modelos, nuevos paradigmas.
–¿A qué denomina nuevos paradigmas?
–En principio son teorías científicas, con movimientos artísticos en paralelo, que abren camino a un nuevo modo de pensar, a nuevas posiciones filosóficas y movimientos sociales. Hoy vivimos en una coexistencia de paradigmas, por eso es tan difícil encontrar orientación, porque, además, tampoco es cuestión de decir: “Este paradigma se acabó, lo meto en una bolsa de residuos y lo saco a la calle”.
–¿Cuáles son las señales de esas nuevas formas?
–Hay muchísimas, aunque tal vez menos ostentosas de las que indican que estamos en crisis. Los movimientos ecológicos, respetar más el medio ambiente, regresar a la naturaleza, a modelos económicos más equitativos, reencontrar la espiritualidad como conexión con planos trascendentes, que se cortaron durante la modernidad y trajeron los índices de angustia, de depresión, las adicciones, etcétera. En este momento es más visible la crisis. Y todavía está en debate la posmodernidad: ¿realmente hay una posmodernidad, o lo que vivimos es una consecuencia natural de la modernidad, incluido este episodio nihilista de que se cayó el fundamento y entonces todo vale? Filosóficamente, es una actitud que lleva a un relativismo extremo, porque cuando todo vale no se sabe dónde estamos parados. Los valores son necesarios, y debemos pensar en cuáles queremos basar la vida. Creo que la señal más fuerte de una nueva conciencia está en la búsqueda espiritual.
–¿En sentido religioso?
–No, las religiones han sido y son instituciones de los viejos paradigmas que nunca facilitaron la conexión con algo sagrado y espiritual. En realidad sirven para que la gente se meta dentro de un esquema y se quede tranquila. La verdadera espiritualidad es la búsqueda, el ir hacia el encuentro de uno mismo y de la conexión con los semejantes, con el universo, ver cómo podemos desplegar otros niveles de conciencia. Eso está pasando hoy, y la oferta de caminos es tan variada que parece un bazar, con mucho de respuestas fáciles. El desafío de cambiar la conciencia, los paradigmas, no es sacarse los anteojos con los que mirábamos el mundo y comprar unos lentes nuevos, más ecológicos, es algo más comprometido.
–Y seguramente hay que contar con resistencias…
–Ni hablar, son brutales. Hoy nadie puede decir que ya superó los viejos paradigmas. Es un trabajo permanente, porque el mundo en el que vivimos funciona sobre la base de ese pensamiento y somos herederos: fuimos educados y pensamos la vida bajo esos patrones. Es un trabajo en paralelo: tomar conciencia de los viejos modelos, por ejemplo, los dicotómicos, blanco-negro, bueno-malo, y de que la vida es un gradiente de grises, de matices. Por eso los nuevos paradigmas traen algunas cosas difíciles de entender pero atractivas, como aceptar la incertidumbre, la contradicción, el caos, darle mucha más importancia al vacío que a lo lleno, a lo invisible que a lo visible.
–¿Hay resistencias del sistema mismo?
–Sí, hay muchos intereses entrelazados y ahí se ve cuán vigente está el viejo paradigma en cuanto a instrumentación social, política y económica. El ejemplo más claro es la medicina: la alopatía es la única opción para la cobertura de salud y las corporaciones se resisten a que ingresen las denominadas medicinas alternativas. Detrás de las instituciones hay personas que implementan esas resistencias y, por supuesto, quienes están más embanderadas con la estructura conservadora van a operar más en esa resistencia.
–¿Cómo juega el poder?
–Es un tema que está íntimamente relacionado con los paradigmas, la idea de poder como dominio sobre los demás, para manipular a los demás, para acumular sin límites, el poder político y económico también se fue construyendo en la modernidad. Es poder para tener, una visión que está demostrando sus límites, al igual que el sistema capitalista a ultranza, que ha conducido al enorme desequilibrio que vivimos, la terrible desigualdad entre ricos y pobres, entre norte y sur. Ese es uno de los planteos de fondo que los nuevos paradigmas tienen pendiente.
–En definitiva, ¿se trata de cómo cambiar el mundo?
–De alguna manera sí. En esa búsqueda hubo distintos intentos. El hippismo en los 60, que tuvo un planteo un tanto escapista en el sentido de “no me gusta este mundo por eso me voy a vivir en comunidad” que no terminó muy bien. A través de las drogas, que más allá de que en sus inicios tuviera un espíritu genuino de exploración de la conciencia y la psique, con la implementación social se convirtió en una evasión de la realidad. Los movimientos armados de los 70, que pretendían cambiar el mundo por la fuerza y la imposición del propio punto de vista, pero trajo más contradicciones. De todas formas, estos intentos tenían una fuerte dosis de romanticismo, en algunos casos suicida, y muchas veces sin buscar la autotransformación. Hoy, la búsqueda apunta más al cambio personal, pero no desde lo individual, no es “arreglo mi mundito y los demás no importan”, sino tomar conciencia de que si uno no cambia hacia adentro difícilmente pueda trasladar ese cambio hacia el mundo.
–Osvaldo Bayer habla de dos culturas enfrentadas: la europea, del ser que lleva al hacer, y la americana, del estar. ¿Estamos volviendo al estar?
–Algo de eso hay, porque esta nueva forma de pensar el mundo es coincidente, en muchos puntos, con algunas tradiciones filosóficas orientales y con las cosmovisiones de los pueblos originarios. Esa idea de culturas enfrentadas se basa en el trabajo de Rodolfo Kusch, filósofo argentino injustamente olvidado. Kusch hablaba del estar aquí y ahora, el concepto de “Pacha”, que no es exclusivamente espacial como cuando decimos “Pachamama”, es espacio-tiempo y es muy semejante, conceptualmente, a la cuarta dimensión de Einstein, donde espacio y tiempo se ven como dimensiones gemelas. Pero también es muy semejante a lo que las tradiciones hinduistas llaman “conciencia plena”: estar no sólo en alerta, sino con presencia absoluta.
–¿Los occidentales perdimos esa posibilidad?
–Porque estamos dispersos atendiendo varios teléfonos, nuestra mente Windows abre muchas ventanitas, pero el resultado es que el ser íntegro está fragmentado. Se tiene la ilusión de abarcar mucho pero no se sabe dónde está el ser, hay una vorágine, nos envuelve la virtualidad, la abstracción y la capacidad de generar signos ad infinitum. La virtualidad es súper veloz, de enorme potencialidad, una de sus grandes virtudes, pero le falta raíz hacia la tierra y tiene un costo.
–¿Cuál?
–El corte de la conexión con lo real, con nuestros cuerpos. Habitamos más un mundo de ideas que un mundo real. Por eso el encuentro de culturas es tan emblemático, porque lo que trajo Occidente fue también esta cultura letrada, de la Ilustración, a pueblos que vivían en contacto con la naturaleza y los ciclos naturales. No es casual que en los últimos años se haya despertado el interés por los pueblos originarios: denota la necesidad de recuperar esa relación con la naturaleza. No me refiero a irse al campo, sino a relacionarnos con lo natural en nosotros mismos y con las raíces. Hay pueblos que mantuvieron una forma de estar en el mundo, donde lo espiritual tiene un valor identitario muy alto, donde estar conectado con las tradiciones, las mitologías, los valores, como el respeto por los animales y las plantas, tiene un sentido. Y no nos olvidemos del fenómeno del chamanismo.
–Es uno de los temas que investiga, junto a las plantas psicoactivas…
–Sí, mi tema de investigación en el Conicet es el arte prehispánico y en determinado momento el acercamiento al chamanismo fue un punto de inflexión. Según la concepción indígena, tomar una planta sagrada es entrar en comunión con otro espíritu, en ese caso, vegetal. Desde nuestra mirada diríamos que obedece a una sustancia psicoactiva, que está, pero si se hace siguiendo los rituales, la posibilidad de acceder a un plano de consciencia ampliada se produce tanto por la ingesta de la planta como por la ceremonia, por la relación con el chamán, por la disposición personal, el trabajo interno, es una conjugación de factores. Lo interesante es que la experiencia chamánica es un fenómeno contemporáneo que indica la necesidad de encontrar caminos de reconexión con lo espiritual, con el entorno, para lo cual las psicoterapias tradicionales no alcanzan. Hay hambre espiritual, y en América las culturas indígenas, vivas y vigentes más allá de transformaciones, ponen su enorme riqueza a disposición de quienes necesitan amplificar la conciencia. El chamanismo es otra visión de la realidad y no es sólo tomar plantas, hay muchísimas técnicas para entrar en contacto con otras dimensiones de la realidad y eso tiene que ver con nuevos paradigmas.
–¿Por qué?
–El paradigma moderno logró unidimensionalizar la concepción del universo, todo lo que no tuviera peso, profundidad y altura quedó relegado a los márgenes de lo inexistente. El gran cambio, que surge desde la física, es encontrar un universo de múltiples dimensiones, mucho más amplio de esta franja que habitamos. Por lo tanto los nuevos paradigmas traen una visión del universo, y de los seres humanos, multidimensional. Pensarnos como muchas capas superpuestas es difícil, pero ampliar la conciencia es una necesidad contemporánea que va en paralelo con la apertura de los nuevos paradigmas. Ampliarla no como búsqueda de evadirse de la sequedad de esta unidimensión, sino para descubrir que todo está interrelacionado, que somos parte de un todo. Eso empieza a generar una manifestación concreta, la conciencia solidaria o social, de hacer algo por los demás. Es una forma de implementar modos de vivir más solidarios. Lo espiritual no es ir a misa el domingo, es un encuentro desde lo personal y vivencial. Es una búsqueda permanente de una tensión equilibrada.
–¿De engranaje en la modernidad a…?
–A integrante de un universo viviente que está en pleno despliegue. Los nuevos paradigmas, a pesar de que no están instalados en las instituciones oficiales, están llegando a la biología, a la teoría de los sistemas, a la cosmología, etcétera, y brindan una imagen más ligada a lo orgánico que a lo mecánico. La imagen de la Tierra desde el espacio tuvo gran impacto en la consciencia colectiva, de autoreconocimiento: vivimos en ese lugar y nos pertenece. Y si el reloj es el símbolo por excelencia de la modernidad, la flor de loto se refiere a los nuevos paradigmas, inspirados en una visión orgánica, vitalista, que surge de un centro y se despliega como algo natural. El ser siendo de los seres vivos.
Visión del mundo
La historia de las ideas
Geocentrismo: la Tierra como centro del universo, el Sol y las estrellas giran a su alrededor. Platón y Aristóteles sostenían esa teoría.
Heliocentrismo: la Tierra y los otros planetas giran alrededor del Sol. Nicolás Copérnico, uno de los más influyentes astrónomos de la historia, lo demostró con cálculos matemáticos. Fue el inicio de lo que se conoce como revolución científica.
Heliocentrismo: la Tierra y los otros planetas giran alrededor del Sol. Nicolás Copérnico, uno de los más influyentes astrónomos de la historia, lo demostró con cálculos matemáticos. Fue el inicio de lo que se conoce como revolución científica.
Tiempo y espacio
Todo es relativo
A principios del siglo XX, Albert Einstein formuló la Teoría de la Relatividad: la percepción del espacio y
el tiempo es relativa a la persona. Pero, además, el tiempo no es el mismo en todos lados, ya que depende de la gravedad. Mientras para la Tierra un viaje a la Luna puede durar ocho días, para los astronautas pasarían unas horas menos.
Max Planck fue el precursor de los científicos que se volcaron a investigar qué sucedía en lo infinitamente pequeño: el nivel atómico, subatómico
y nuclear, en contraposición a lo macroscópico de Einstein. En ese mundo no siempre se mantienen las reglas conocidas: las partículas están y no están al mismo tiempo. Así nació la física cuántica: todo sistema físico (y por lo tanto el universo) existe en una diversa multiplicidad de estados. Por ejemplo:
la teletransportación, un sistema por el cual una persona se “desvanece” (en realidad se descompone en todas y cada una de sus partículas) y “aparece” (se recompone) a kilómetros de distancia
en forma simultánea.
el tiempo es relativa a la persona. Pero, además, el tiempo no es el mismo en todos lados, ya que depende de la gravedad. Mientras para la Tierra un viaje a la Luna puede durar ocho días, para los astronautas pasarían unas horas menos.
Max Planck fue el precursor de los científicos que se volcaron a investigar qué sucedía en lo infinitamente pequeño: el nivel atómico, subatómico
y nuclear, en contraposición a lo macroscópico de Einstein. En ese mundo no siempre se mantienen las reglas conocidas: las partículas están y no están al mismo tiempo. Así nació la física cuántica: todo sistema físico (y por lo tanto el universo) existe en una diversa multiplicidad de estados. Por ejemplo:
la teletransportación, un sistema por el cual una persona se “desvanece” (en realidad se descompone en todas y cada una de sus partículas) y “aparece” (se recompone) a kilómetros de distancia
en forma simultánea.
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