El sistema funciona al revés.
Desde hace siglos.
Los saqueados son los culpables del saqueo.
Los hambrientos son responsables de no tener para comer.
Los desocupados son los causantes de su falta de trabajo.
Las chicas son las que provocan la prostitución.
Los adictos son la causa eficiente del narcotráfico.
La violencia no solamente es física, si no también simbólica. Las minorías gobiernan a través de sus representantes votados por las mayorías y manejan los negocios legales e impulsan los grandes negociados. La delincuencia de guante blanco jamás será televisada. El frasco al revés. Tapa para arriba, desprotege –siempre desprotege- hacia abajo.
Los últimos eslabones de la cadena serán juzgados, nunca lo primeros.
Hay que mostrar las consecuencias.
Así funciona el sistema. En Estados Unidos, China, India, Brasil y la Argentina del tercer milenio.
De allí que los culpables de la violencia en las escuelas sean los pibes.
No los mayores ni la sociedad donde están insertas las escuelas.
Los pibes son víctimas, entonces, según la lógica del sistema al revés, son los victimarios.
Hay que defender la propiedad privada y para eso es fundamental perseguir a los sospechosos de siempre, las pibas y los pibes.
De allí que en las últimas semanas se haya alimentado la polémica sobre si hay que poner cámaras en las escuelas que vigilen, aún más, a los alumnos.
Para el ministro de Justicia y Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, el sistema es “para cuidar los bienes”, no para “saber si los chicos de sexto grado tiran tizas” o si los alumnos “se copian o no”. En la misma sintonía, el ministro de Educación de la ciudad, Esteban Bullrich, dijo que se mezcla "una discusión ideológica con una medida que es útil para proteger los bienes del colegio".
No hay dudas para los voceros del sistema al revés: proteger los bienes está por encima de proteger a los chicos.
Se trata del sacrosanto derecho a la propiedad.
Las cámaras deben seguir a las chicas y los chicos porque son ellos, dice el sistema, los productores del mal.
Jamás habrá cámaras que intenten mostrar las operaciones de los delincuentes de guante blanco.
Tampoco serán filmadas las maniobras delictivas de los cancerberos del poder, los guardianes pretorianos del orden de las minorías.
No habrá televisión en horario central para semejantes películas de la vida cotidiana porque está prohibido mostrar la elocuencia de los que son menos.
Así funciona el sistema.
Los sospechosos siempre serán los más indefensos.
Sucede en cualquier lugar del mundo.
En este caso en la orgullosa y soberbia reina del Plata.
El Buenos Aires querido de Gardel ya no es el mismo.
Hay muchas penas, muchos olvidos y mucha impunidad.
Desde hace siglos.
Los saqueados son los culpables del saqueo.
Los hambrientos son responsables de no tener para comer.
Los desocupados son los causantes de su falta de trabajo.
Las chicas son las que provocan la prostitución.
Los adictos son la causa eficiente del narcotráfico.
La violencia no solamente es física, si no también simbólica. Las minorías gobiernan a través de sus representantes votados por las mayorías y manejan los negocios legales e impulsan los grandes negociados. La delincuencia de guante blanco jamás será televisada. El frasco al revés. Tapa para arriba, desprotege –siempre desprotege- hacia abajo.
Los últimos eslabones de la cadena serán juzgados, nunca lo primeros.
Hay que mostrar las consecuencias.
Así funciona el sistema. En Estados Unidos, China, India, Brasil y la Argentina del tercer milenio.
De allí que los culpables de la violencia en las escuelas sean los pibes.
No los mayores ni la sociedad donde están insertas las escuelas.
Los pibes son víctimas, entonces, según la lógica del sistema al revés, son los victimarios.
Hay que defender la propiedad privada y para eso es fundamental perseguir a los sospechosos de siempre, las pibas y los pibes.
De allí que en las últimas semanas se haya alimentado la polémica sobre si hay que poner cámaras en las escuelas que vigilen, aún más, a los alumnos.
Para el ministro de Justicia y Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, el sistema es “para cuidar los bienes”, no para “saber si los chicos de sexto grado tiran tizas” o si los alumnos “se copian o no”. En la misma sintonía, el ministro de Educación de la ciudad, Esteban Bullrich, dijo que se mezcla "una discusión ideológica con una medida que es útil para proteger los bienes del colegio".
No hay dudas para los voceros del sistema al revés: proteger los bienes está por encima de proteger a los chicos.
Se trata del sacrosanto derecho a la propiedad.
Las cámaras deben seguir a las chicas y los chicos porque son ellos, dice el sistema, los productores del mal.
Jamás habrá cámaras que intenten mostrar las operaciones de los delincuentes de guante blanco.
Tampoco serán filmadas las maniobras delictivas de los cancerberos del poder, los guardianes pretorianos del orden de las minorías.
No habrá televisión en horario central para semejantes películas de la vida cotidiana porque está prohibido mostrar la elocuencia de los que son menos.
Así funciona el sistema.
Los sospechosos siempre serán los más indefensos.
Sucede en cualquier lugar del mundo.
En este caso en la orgullosa y soberbia reina del Plata.
El Buenos Aires querido de Gardel ya no es el mismo.
Hay muchas penas, muchos olvidos y mucha impunidad.
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