Su lana es apreciada en el mundo y, por ser una especie vulnerable, convenios internacionales establecen que sean explotadas por pobladores locales. Sin embargo, el Grupo Schneider, de Luxemburgo, compró 108 mil hectáreas en la puna catamarqueña, donde viven 8.000 ejemplares.
Por Ana Belluscio
La producción de lana de vicuña es una de las más caras del mundo y está fuertemente regulada, ya que se trata de una especie silvestre cuya supervivencia está amenazada. Para preservarla, los países de donde es originaria firmaron el Convenio para la Conservación y Manejo de la Vicuña, al que la Argentina suscribió en 1971 y cuyo artículo primero establece que los pobladores locales tienen prioridad para usufructuar la fibra, bajo control del Estado. Sin embargo, en nuestro país sucede lo contrario y el principal productor de hilo de vicuña silvestre es una empresa internacional. En 2007, el grupo textil Schneider, con sede en Luxemburgo, compró aproximadamente 108 mil hectáreas en la provincia de Catamarca. Según información de su sitio web, la empresa estima que en esas tierras viven de seis mil a ocho mil vicuñas, casi un 10 por ciento del total de ejemplares en la Argentina. Luego de que la provincia otorgara los permisos de usufructo, comenzaron a esquilar vicuñas y comercializar su hilado. En un comunicado de prensa publicado en internet, la compañía asegura que “es un honor para el Grupo Schneider convertirse en la primera empresa privada del mundo que produce lo que consideramos la mejor fibra de vicuña posible en el mercado”. Sin embargo, el Convenio para la Conservación establece: “Los gobiernos signatarios convienen en que la conservación de la vicuña constituye una alternativa de producción económica en beneficio del poblador andino y se comprometen a su aprovechamiento gradual bajo estricto control del Estado”. Al ser un convenio internacional, las normativas provinciales y nacionales quedan enmarcadas dentro de su cumplimiento.
“La figura jurídica de la fauna silvestre es res nullius, que significa ‘de nadie’”, explica Bibiana Vilá, investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de Luján, “pero son las provincias las que ejercen el dominio de la fauna y pueden delegar el usufructo del recurso”. Vilá trabaja con comunidades aborígenes de Jujuy en el desarrollo de técnicas para esquilar estos animales. Si una población desea trabajar con hilado de vicuña debe solicitar un permiso al organismo de medio ambiente provincial, que determina si los solicitantes pueden obtener la lana sin dañar al animal.
“La figura jurídica de la fauna silvestre es res nullius, que significa ‘de nadie’”, explica Bibiana Vilá, investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de Luján, “pero son las provincias las que ejercen el dominio de la fauna y pueden delegar el usufructo del recurso”. Vilá trabaja con comunidades aborígenes de Jujuy en el desarrollo de técnicas para esquilar estos animales. Si una población desea trabajar con hilado de vicuña debe solicitar un permiso al organismo de medio ambiente provincial, que determina si los solicitantes pueden obtener la lana sin dañar al animal.
Economía silvestre. El kilo de fibra sin procesar cotiza entre 300 y 500 dólares. En el reporte de la última reunión del Convenio de la Vicuña, en mayo de este año, figura que la empresa produjo 446 kilos durante 2010, que según los precios de referencia alcanzarían un valor de 130 mil a 220 mil dólares. Estos valores son para lana sin procesar, pero tras su procesamiento puede llegar a valer hasta el doble. Mientras tanto, la población catamarqueña de Laguna Blanca, que esquila con intervención del Estado provincial, sólo produjo 28,5 kilos en el mismo período, con una facturación entre ocho mil y 14 mil dólares. Miradas al Sur intentó comunicarse con directivos de Fuhrman S.A., subsidiaria argentina del Grupo Schneider, con sede en Trelew, Chubut, pero no devolvieron el llamado. El hilado textil se clasifica por diámetro y cuanto más fino, más cara. “La vicuña es un animal que tiene la segunda fibra de origen animal más fina”, asegura Vila. Con un diámetro entre 12 y 14 micrones, es ligeramente más gruesa que la del antílope tibetano o chiru, que está al borde de la extinción. Además de ser liviana y abrigada, es muy apreciada en el mercado por su sedosidad. En Europa, las prendas realizadas con hilo de vicuña pueden valer más de 10 mil dólares.
Para Gabriela Lichtenstein, presidenta del Grupo Especialista en Camélidos Sudamericanos (Gecs) perteneciente a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Iucn), “la lógica de los proyectos de manejo comunitario de vida silvestre es que si los habitantes locales obtienen beneficios económicos del uso de la vicuña, van a tener incentivos para conservarla. Se busca unir la conservación con el desarrollo local”.
Se calcula que en épocas precolombinas la población de vicuñas rondaba entre uno y dos millones. Con la llegada de los españoles, la caza fue indiscriminada con el fin de llevar su fibra a Europa. Esta especie silvestre corre a 50 kilómetros por hora y salta más de dos metros y, al no ser domésticas, es más fácil cuerearlas que esquilarlas. De acuerdo con el primer censo nacional de camélidos silvestres, realizado en 2008 por la Dirección de Fauna Silvestre de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, hay entre 72 mil y 127 mil vicuñas en la Argentina, dependiendo del método utilizado para censarlas. Es una especie herbívora, al igual que los animales que crían los pobladores locales, como llamas y ovejas. Tras la alegría de volver a ver al ganado de la Pachamama, como se conoce a la vicuña, llegó la competencia con los rebaños de las comunidades por los pastos y el agua. “La idea es proponer una actividad donde la tolerancia hacia las vicuñas esté balanceada con su captura y la obtención de la fibra alta calidad, para que puedan vender”, comenta Vilá.
Si bien el Convenio de la Vicuña establece que la prioridad de usufructo es para los habitantes locales, el término “poblador andino” no está claramente definido y abre una ventana para que empresas privadas puedan explotar este recurso. “Este antecedente es peligroso a nivel regional”, asegura Lichtenstein. “Si en un país, empresas privadas se benefician de las vicuñas, puede habilitar a que en otras naciones haya compañías que decidan lo mismo. Esto limitaría la posibilidad de los habitantes locales de obtener beneficios.”
Para Vilá, no se trata solamente del cumplimiento del Convenio. “Las comunidades de la Puna hicieron el esfuerzo para que la especie se recuperara. Fueron ellos quienes las utilizaron desde tiempos ancestrales y los que las toleran comiendo el pasto de sus ganados. ¿Quiénes son los que merecen beneficiarse con las vicuñas? Ellos”, concluye la especialista.
Para Gabriela Lichtenstein, presidenta del Grupo Especialista en Camélidos Sudamericanos (Gecs) perteneciente a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Iucn), “la lógica de los proyectos de manejo comunitario de vida silvestre es que si los habitantes locales obtienen beneficios económicos del uso de la vicuña, van a tener incentivos para conservarla. Se busca unir la conservación con el desarrollo local”.
Se calcula que en épocas precolombinas la población de vicuñas rondaba entre uno y dos millones. Con la llegada de los españoles, la caza fue indiscriminada con el fin de llevar su fibra a Europa. Esta especie silvestre corre a 50 kilómetros por hora y salta más de dos metros y, al no ser domésticas, es más fácil cuerearlas que esquilarlas. De acuerdo con el primer censo nacional de camélidos silvestres, realizado en 2008 por la Dirección de Fauna Silvestre de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, hay entre 72 mil y 127 mil vicuñas en la Argentina, dependiendo del método utilizado para censarlas. Es una especie herbívora, al igual que los animales que crían los pobladores locales, como llamas y ovejas. Tras la alegría de volver a ver al ganado de la Pachamama, como se conoce a la vicuña, llegó la competencia con los rebaños de las comunidades por los pastos y el agua. “La idea es proponer una actividad donde la tolerancia hacia las vicuñas esté balanceada con su captura y la obtención de la fibra alta calidad, para que puedan vender”, comenta Vilá.
Si bien el Convenio de la Vicuña establece que la prioridad de usufructo es para los habitantes locales, el término “poblador andino” no está claramente definido y abre una ventana para que empresas privadas puedan explotar este recurso. “Este antecedente es peligroso a nivel regional”, asegura Lichtenstein. “Si en un país, empresas privadas se benefician de las vicuñas, puede habilitar a que en otras naciones haya compañías que decidan lo mismo. Esto limitaría la posibilidad de los habitantes locales de obtener beneficios.”
Para Vilá, no se trata solamente del cumplimiento del Convenio. “Las comunidades de la Puna hicieron el esfuerzo para que la especie se recuperara. Fueron ellos quienes las utilizaron desde tiempos ancestrales y los que las toleran comiendo el pasto de sus ganados. ¿Quiénes son los que merecen beneficiarse con las vicuñas? Ellos”, concluye la especialista.
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