Héroe silencioso, Enrico Calamai, comocido como el Schindler italiano, se desempeñó en el consulado de Buenos Aires durante la dictadura, cuando arriesgó su vida y malogró su carrera en el servicio exterior italiano por haber brindado cobertura a cientos de militantes en fuga.
Por Darío Pignotti
Si Italia aún fuera una meca del cine político como en los años ’60 y ’70, seguramente los estudios romanos de Cinecità habrían filmado algo parecido a La lista de Schindler, aquella producción de Hollywood sobre el magnate alemán que rescató un millar de judíos condenados a morir en Auschwitz.
El protagonista del film nunca realizado sería el ex diplomático italiano Enrico Calamai, un héroe silencioso que se desempeñó en el consulado de Buenos Aires durante la dictadura, cuando arriesgó su vida y malogró su carrera en el servicio exterior italiano por haber brindado cobertura a cientos de militantes en fuga. “Nunca me detuve a contar la gente que pasó por nuestro escritorio, realmente no sé cuántos recibieron nuestra ayuda para poder salir con vida de Argentina”, comenta Calamai, durante la entrevista realizada en su casa de Roma.
Su biografía es la de un diplomático inusual, en 1976 y 1977, mientras las embajadas occidentales, incluso la italiana, reforzaban portones y muros para evitar ser invadidas por opositores en busca de asilo, en su oficina del consulado italiano se los atendía y en ocasiones hasta se les brindaba refugio. Calamai habría prestado ayuda a unos 400 perseguidos por los militares, de acuerdo con un programa especial sobre su proeza realizado por la RAI, canal público italiano, en el que fueron entrevistados varios sobrevivientes como el ítalo-argentino Piero Carmelutti.
El cerco del Cóndor se había tornado prácticamente invulnerable a comienzos de 1977. “Ante esa circunstancia entendí que la única forma de garantizar que Piero Carmelutti y Giancarlo Camarda llegaran con vida a Italia era acompañarlos hasta la escala en el aeropuerto de Río. Sabíamos que el Cóndor estaba actuando, aún no lo conocíamos por ese nombre, pero teníamos noticias de que los militares argentinos se coordinaban con brasileños, chilenos y uruguayos para acabar con la resistencia, que estaba en absoluta inferioridad de condiciones para poder escapar. Teníamos conciencia de que salir a través de Brasil era peligroso.”
Continúa: “Mi función era estar junto a ellos para hacer valer mi condición de diplomático denunciando un eventual secuestro en Río”, como el que ocurriría tres años más tarde, en 1980 cuando los montoneros Domingo Campiglia y Mónica Pinus fueron capturados precisamente en el aeropuerto carioca en un operativo acordado por las dictaduras de Ernesto Geisel y Jorge Videla. Finalmente, Carmelutti y Camarda llegaron con vida a Italia en “el Carnaval del ’77”. Gracias a la cobertura del diplomático lograron burlar al Cóndor brasileño-argentino, que en esos años había reforzado el intercambio informativo para cazar “terroristas montoneros y del ERP”, como se lee en documentos a los que tuvo acceso este diario.
Los cientos de italo-argentinos que huyeron del genocidio gracias a su ayuda, no le valieron de mucho a Calamai, quien después de cinco años de actuación diplomática en Argentina fue degradado a una oficina en Nepal.
“Supongo que mi trabajo en Buenos Aires no estuvo a la altura de lo que esperaban mis superiores”, desliza sonriendo a medias.
“Hasta ahora no se ha estudiado lo suficiente el comportamiento de la diplomacia en general frente a la dictadura y al Cóndor, me refiero a las embajadas de la mayoría de los países occidentales, y subrayo a la del Vaticano, que fue tan omisa ante las violaciones de los derechos humanos”, señaló. “Directa o indirectamente, las principales embajadas fueron informadas por los militares, descuento que también la del Vaticano, esto parece más que obvio, antes del 24 de marzo, de que se venía el golpe. Ahora, con el pasar del tiempo, comprendo que alrededor del Cóndor se formó un sistema de complicidades entre las embajadas y los militares argentinos. La diplomacia es algo muy cercano al poder, y así lo fue durante la dictadura”, reconstruye Calamai.
A una cuadra de su casa romana, donde transcurre el grueso del reportaje, está el bar Antico Café del Brasile, de mesas simples y aspecto descuidado. “Usted ni imagina quién venía a aquí hace varias décadas.” Karol Wojtyla “venía a este café con bastante frecuencia antes de que se convirtiera en el papa Juan Pablo II en 1978”, me cuenta Calamai, acodado en el mostrador, con un español pulcramente castizo.
Las exequias de Juan Pablo I, antecesor del papa polaco Wojtyla, aproximaron aún más al Vaticano y el régimen de Videla. Las gestiones para que el dictador sea convidado al velorio vaticano, junto a decenas de jefes de Estado, fueron facilitadas por la logia masónica Propaganda Due (P2), según se menciona en un libro, municiosamente documentado, que fue presentado en marzo pasado en la Universidad Roma Tres.
“La logia P2 gozaba de una notable influencia en el servicio exterior italiano y especialmente en el Vaticano y uno de sus principales hombres, Licio Gelli, mantenía buenas relaciones en la Iglesia”, apunta Calamai.
El nuncio apostólico de entonces, Pio Laghi, habría sido miembro de la logia, a la que pertenecieron el almirante Emilio Massera y el general Guillermo Suárez Mason.
Calamai evoca que en los corrillos diplomáticos porteños eran comentados los partidos de tenis entre el representante del Papa y Massera, quienes al parecer no ocultaban su afinidad. “Esa era la manera, acercándose a Massera, como Pio Laghi implementaba la línea política del Vaticano hacia la dictadura; cualquier diplomático sabe que hasta estrechar la mano a un dictador es un acto diplomático y no lo hace sin la aprobación de su gobierno.”
El representante de Su Santidad fue indiferente, en cambio, a la desesperación de los familiares de los militantes chupados por la represión. “Hay muchas cosas que han escapado a mi memoria, pero recuerdo que cuando uno hablaba con diplomáticos de otros países, prácticamente todos comentaban que la Nunciatura nunca o casi nunca recibía a los familiares de los desaparecidos.”
La intimidad entre los emisarios del Pontífice y la dictadura permite inferir que los archivos vaticanos alberguen informaciones sobre el genocidio, especula Calamai. “No cuento con documentación para hacer ninguna afirmación categórica, pero a partir de mi experiencia, del análisis que uno elabora con la perspectiva del tiempo, uno puede suponer que en el Vaticano se sabían muchos secretos de Argentina. Yo no descartaría que haya guardada documentación sobre lo que ocurrió con los opositores asesinados y los que desaparecieron.”
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