"EL PASADO NO EXISTE PORQUE LO INTERPRETAMOS HOY Y ACA"
Por Daniel dos Santos
Daniel Schávelzon, arqueólogo urbano, dice que los objetos antiguos tienen valor no por los objetos en sí, sino porque son referentes de nuestra identidad. Para algunos son cosas incómodas porque nos explican a nosotros mismos.
Qué hay de nosotros bajo tierra? La pregunta puede ser inquietante, pero la respuesta tal vez la supere: más de lo que imaginamos. Daniel Schávelzon no hace magia negra ni resucita a los muertos. Es un arqueólogo urbano, investigador principal del Conicet, director del centro de Arqueología Urbana (FADU, UBA) y del Area de Arqueología Urbana en el gobierno de la Ciudad. Excava el suelo de esa ciudad originaria de quince cuadras por cinco que fue la Buenos Aires bebé, después de la segunda fundación de ese pequeñísimo aglomerado convocado por el conquistador Juan de Garay.
Claro que no es fácil cuando lo único literalmente sano que quedó fue la cuadrícula de esa gran aldea, con centro en la plaza de Mayo. Lo demás, derruído, derrumbado, perdido, borrado. Pero no todo, aunque -como dice él- el proceso de recambio urbano o, mejor, la velocidad de destrucción de la ciudad reconoce magnitudes impensadas. Un edificio tapa a otro y aquél es sepultado por el próximo, en capas sucesivas como una cebolla con tiempo quizás para las lágrimas pero no para la memoria.
¿Hay que conservar lo antiguo por el sólo hecho de serlo?
Los objetos antiguos tienen valor porque son referentes materiales de la identidad. Son las cosas que nos explican a nosotros mismos. Por eso se deben conservar, no por el objeto en sí -eso sería caer en fetichismo- sino por lo que explica. Y sólo explica lo que tiene contexto.
Una sociedad como la nuestra que invisibiliza a los ancianos ¿cómo trata los vestigios del pasado?
En una sociedad que no pudo superar la etapa aluvional, esa visión del progreso indefinido que le inculcó la generación del ochenta, los objetos del pasado resultan al menos incómodos. En esa visión, si se los puede hacer desaparecer (lo que nunca estuvo), mejor.
¿Y en el caso contrario?
Se puede reconstruir el pasado y, por lo tanto, la identidad.
¿Un ejemplo?
Los pozos de basura a partir del siglo XVIII en adelante muestran que la gran mayoría de los objetos de la vida doméstica eran importados. Y este fenómeno atravesaba a todas las clases sociales. También el facón, el poncho y hasta el cinturón de los gauchos, que eran mayoritariamente de raza negra, venían de afuera. Al ver ese contexto se puede entender cómo es el modelo de sociedad en el que vivimos. Entonces, esos objetos no se ven con agrado, porque son referentes de la memoria.
¿Desde los pozos de basura se puede inferir cómo se vivía en una época?
Sí, pero el proceso es largo.
Si dentro de 500 años, algún arqueólogo del futuro revisara nuesta basura ¿qué descubriría?
Si se incluyeran los restos materiales de las construcciones, aseguraría que esta sociedad rayana en la incoherencia del recambio y el consumo es casi esquizoide, en aras de intereses económicos que favorecen las distancias sociales. Aunque también vería que se investiga y se preserva.
Dicen que el psicoanálisis resignifica el pasado al ver los hechos desde otra óptica. ¿La arqueología hace lo mismo?
Sí. Diría que el pasado no existe porque lo hacemos hoy. Lo interpretamos desde este lugar y desde este tiempo. Por eso las interpretaciones del pasado van cambiando.
¿Cuál es el mayor misterio que esconde bajo tierra Buenos Aires.
Por qué no descubrimos antes que había que sacar a la luz lo enterrado. Por qué no hicimos lo que otros países hacen desde hace más de cien años. Lo mismo, por aquella velocidad que contaba al principio, esta será la última generación que podrá buscar restos materiales de hace 400 años bajo tierra.
Prometeo -un titán en la mitología griega cuyo nombre quiere decir “mirar adelante”- tenía un hermano, Epimeteo, “mirar atrás”. Sin el designio de los dioses a sus espaldas como esos hermanos, Schávelzon se siente en una encrucijada cuando se le pregunta hacía dónde usaría una máquina del tiempo: “Para satisfacer deseos personales iría hacia adelante sin duda, pero para regocijo intelectual iría hacía atrás, para ver si lo qué hacemos e interpretamos está bien o mal”.
Propio de un obsesivo compulsivo por el trabajo, Schávelzon no sólo sigue su actividad sábados y domingos, sino que se angustia y presenta signos de ansiedad (abstinencia) cuando no cumple con ese deber ser autoimpuesto. Por suerte para él, su mujer, restauradora, le sigue el tren. Pero, en realidad, no hay por qué sentir lástima por él. “No es trabajo, sino un placer enorme”, dice ahora metido en la excavación del patio de la casa del virrey Liniers en pleno centro de la ciudad.
Y sin que se le pregunte, cuenta que donde se siente más feliz es al lado de un pozo, encorvado y aunque se le doble la espalda de dolor a los 61 años, mojado y con frío como hace tres meses le pasó en Ushuaia, junto a sus compañeros de excavación, pero -eso sí- con tiempo suficiente para hacer un mínimo asado. “
Con una infancia vivida en el barrio de Once, mal alumno e irreverente, ninguno de sus profesores de los muchos colegios secundarios que pasó hubieran previsto, ni con la ayuda de la máquina del tiempo, que se recibiría de arquitecto en la UBA, y obtendría una maestría y un doctorado en preservación de monumentos históricos en la Universidad Nacional Abierta de México (UNAM). Una forma de aprovechar los años de exilio que pasó en ese país, en Guatemala y Ecuador.
¿Cómo un arquitecto se metió a arqueólogo?
Nunca me sentí arquitecto, aun cuando tengo el título. No sabría construir un edificio ni mi propia casa. Yo quería seguir Antropología, pero Onganía cerró la carrera. Para no perder el año empecé arquitectura, pero desde siempre me fascinó la historia de la ciudad como catalizadora de cultura.
Porque al fin de cuentas, si la gente no se juntara otra sería la película.
Sueños
Hay gente como Daniel Schávelzon que convierte los sueños en desafíos o en deudas a pagar. El tiene uno. Excavar en un lugar de esclavitud, una casa donde hayan vivido, un mercado donde fueron vendidos. Pero no es fácil, primero habría que ubicar dónde hacerlo. Mientras tanto, recuerda que Buenos Aires fue uno de los más importantes puertos negreros del continente.
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