miércoles, 13 de junio de 2012

MEMORIAS DE UN PAÑUELO BLANCO

Una madre de Plaza de Mayo de La Plata recuerda su infancia con quienes luego serían personajes en El Vesubio.

Por Adelina Dematti de Alaye 

Mi cita tan esperada era el 14 de julio de 2011 en Comodoro Py, Tribunal Federal Oral Nº 4. Allí encontraría el entramado de una paradoja que no sabría cómo resolver entre mi primavera chivilcoyana y mi invierno lejos de allí.
Estuve cerca. Quedé sola, en el café, a las cinco de la tarde, conjeturando sobre ir o no y el porqué. Me invadían los recuerdos: Chivilcoy, años ’30. San Martín 220, mi casa, a tres cuadras de la comisaría donde al mediodía María Maradei le llevaba la comida a su marido (comisionista a Buenos Aires, miembro del Partido Comunista) que estaba preso. Esto se repetía después de cada protesta, de cada mitin. Años ’40, secundario en la Normal o el Nacional. Allí concurríamos, como tantos alumnos, Susana y yo. Cada inicio de clases, ella corría a sentarse en el tercer banco de la primera fila y reservar el de atrás para mí. Teníamos un fluido intercambio, sobre todo en los escritos. Nuestras familias se conocían desde siempre; a la salida recorríamos juntas algunas cuadras; teníamos a Julio Cortázar frente a la clase, y todos estábamos pendientes de cada palabra de ese profesor tan particular, en quien nadie imaginaba al escritor genial. Y nuestro llanto cuando se fue de Chivilcoy y no nos dejaron cruzar a la estación de trenes a despedirlo. Recuerdos de Héctor Gamen (General, responsable del Centro Clandestino de Detención El Vesubio, condenado a prisión perpetua), que no siguió el mandato familiar y lucía en la vuelta del perro su uniforme de cadete militar, y de Santiago Martella (hoy denunciado por crímenes de lesa humanidad), de los Iavicoli, de mi hermano Carlos y de Jorge Doyle, de la aviación, a quienes veíamos como héroes de la historia. Recuerdos de Atilio Maradei (detenido-desaparecido en El Vesubio) yendo a la escuela.
Todos crecimos. Muchos concretamos lo que nos propusimos en trabajo, estudio, familia, hijos. Un día, un Estado terrorista nos ubicó a algunos chivilcoyanos y a aquel profesor de la Normal, como al resto de los argentinos, en espacios diferentes.
El 14 de julio de 2011 era la cita, pero no entré al recinto donde se desarrollaba el juicio oral porque, como había dicho mi profesor, “si de algo siento vergüenza frente a este fraticidio que se cumple en el más profundo secreto, para poder negarlo después cínicamente, es que sus responsables y ejecutores son argentinos, uruguayos, chilenos, son los mismos que antes y después de cumplir su sucio trabajo salen a la superficie y se sientan en los mismos cafés, en los mismos cines donde se reúnen aquellos que hoy o mañana pueden ser sus víctimas. Cuando la desaparición y la tortura son manipuladas por quienes hablan como nosotros, tienen nuestros mismos nombres y nuestras mismas escuelas, comparten costumbres y gestos, provienen del mismo suelo y de la misma historia, el abismo que se abre en nuestra conciencia y en nuestro corazón es infinitamente más hondo que cualquier palabra que pretendiera describirlo”. El 14 de julio de 2011 sentía todo eso: iban a condenar a prisión perpetua a Gamen y su esposa Susana iba a estar allí. Y del abismo de mi conciencia y mi corazón decidí no estar en el lugar físico de la decisión.
Estas líneas son en recuerdo y homenaje de María, de su hijo Atilio que sobrevivió al Vesubio, que luchó por la justicia y sus fuerzas se agotaron antes del veredicto.

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