La trastienda del caso Fariña. El Grupo Clarín recreó un presunto caso de lavado de dinero en el que pretendió involucrar al gobierno. Testimonios frágiles, circo mediático y el ocaso de Carrió como denunciante serial.
Por Adrián Murano.
Tenía ingredientes de culebrón irresistible. Dinero, traiciones, sensualidad, Caribe, intrigas, poder. El protagonista de la novela que cautivó a la tele de la tarde es un muchacho de pasado modesto con súbito presente próspero. Se llama Leonardo Fariña, y, en una semana, se convirtió en el animador de un circo mediático que bien podría llevar su nombre.
El joven de aire jactancioso y peinado con rodete que convulsionó a la tevé y arrió dirigentes opositores a los tribunales saltó al olimpo de la fama bizarra en 2011, cuando desposó a la modelo Karina Jelinek. Para entonces, el presunto contador nacido en La Plata había construido una leyenda en torno a su exquisito gusto por los accesorios de lujo –autos de alta gama y damas incluidas–. Sin antecedentes familiares de riqueza ni trabajo conocido, alimentó las sospechas sobre el origen de su presunta fortuna con la ostentación propia de herederos y/o nuevos ricos. Con su actitud, el propio Fariña incentivó las dudas que ahora, dice, lo irritan. Tanto, asegura, que para “limpiar su buen nombre y honor” no tuvo mejor idea que montar un show con un experto en la materia: Jorge Lanata.
El pasado domingo 14, el periodista estrella del Grupo Clarín retomó su ciclo dominical con una composición de alto impacto: una denuncia por presunto lavado de dinero contra un empresario sureño de vieja cercanía con el matrimonio K. El acusado fue el constructor Lázaro Báez, y los protagonistas de la denuncia fueron dos autoproclamados arrepentidos que afirmaron haber sido parte del supuesto circuito de blanqueo: el muchacho Fariña y el ignoto Federico Elaskar, ex propietario de la financiera SGI.
Con la metodología que el mismo canal utilizara en los tiempos dorados de Telenoche Investiga, el informe alternó entrevistas formales, profusión de datos históricos y cámaras ocultas, disciplina en la que se lució el marido de la Jelinek. Según explicó el conductor a su audiencia, en el lapso de dos años Fariña y Lanata se reunieron en tres oportunidades, de las cuales fueron filmadas las últimas dos. En la edición que presentó el programa, en esas charlas el muchacho afirma haber sido el cerebro de una megaoperación de lavado de dinero al servicio de Báez. En el informe, el relato aparece corroborado por el segundo “arrepentido” de esta historia –Elaskar–, quien le puso cifras a la denuncia: 56 millones de dólares. Según el malogrado financista, él mismo se había encargado de colocar esa millonada en el extranjero por pedido de Fariña, a quien conoció por su presunto talento para enjuagar dinero de origen viscoso. En eso, ambos coincidieron: a pesar de ser novatos y prácticamente desconocidos en el mundo de las finanzas, los dos justificaron su presencia en esta megatrama argumentando ser “talentosos y hábiles” para los negocios. La jactancia, parece, es contagiosa.
Si bien fue el último en entrar, a Elaskar le tocó interpretar un rol crucial: su testimonio debía oficiar de respaldo a los dichos clandestinos de Fariña, dueño –por perfil y antecedentes– de una credibilidad modesta. Así las cosas, Fariña y Elaskar le dijeron a Lanata –por separado– que crearon una red de 50 sociedades fantasma donde se habrían girado los fondos durante el primer semestre de 2011. Hasta que el surgimiento de un faltante desbarrancó la operación y terminó con los muchachos de patitas en la calle. Elaskar, por caso, dice que debió venderle su financiera, bajo presión, a un contador presuntamente enviado por Báez. Y Fariña aseguró que sus días como operador en las sombras terminaron porque su presunto empleador reprueba su alto perfil.
Ante las cámaras de Lanata, los viejos compinches –ahora enemistados– sumaron al elenco a Fabián Rossi, el simpático marido de la extrovertida actriz Iliana Calabró, a quien indicaron como el supuesto gestor de sociedades offshore abiertas en Panamá. La incorporación de un matrimonio habitué a la factoría Tinelli le garantizó éxito de taquilla al circo mediático vespertino, que amplificó un “escándalo” anudado hasta entonces con más incógnitas que certezas.
En el fárrago de palabras que los muchachos desplegaron ante su famoso entrevistador, había afirmaciones vagas que deleitaban a la hinchada lanatiana –como las referencias a la más que evidente relación histórica entre Báez y el matrimonio presidencial–, pero pocas precisiones sobre pistas elementales para cualquier investigación sobre lavado. Por ejemplo:
- ¿Cómo salió el dinero del país? Tanto Fariña como Elaskar hablaron de “transferencias”, una práctica poco recomendada para encubrir una operación ilegal: las transferencias financieras quedan asentadas en el Banco Central.
- ¿Por qué, si la intención es ocultar fondos oscuros, la única empresa que se denuncia en el programa fue constituida en Belice a nombre de uno de los hijos de Báez? Como cualquier pasante de contaduría sabe, existen dos tipos de sociedades offshore: las nominadas y las innominadas. Las primeras están constituidas con acciones a nombre de su propietario, y más que lavar dinero, lo que buscan es eludir la carga fiscal del país de origen. Cientos de empresas argentinas –como las periodísticas Clarín, La Nación o Perfil– constituyeron firmas de este tipo en paraísos fiscales para aliviar cargas impositivas o preservar sus ingresos en divisa extranjera. Las innominadas, en cambio, le pertenecen a quien posea el paquete accionario de la sociedad, sin necesidad de que el dueño figure en el directorio. O sea: se mantiene fantasmal. Este tipo de sociedades sí son utilizadas para encubrir patrimonio, evitar al fisco o encubrir operaciones ilícitas. Existiendo esta posibilidad, ¿qué sentido tendría que un empresario quisiera lavar dinero sucio utilizando una sociedad a su nombre, o a nombre de un familiar?
- ¿Qué motivó el largo arrepentimiento de Fariña (casi dos años) y la súbita contrición de Elaskar? En el programa emitido por el canal del Grupo Clarín, el financista argumentó cierto despecho por haber sido enajenado de su empresa y haber sufrido amenazas de muerte. Eso habría explicado su necesidad de ponerse a cubierto… un año atrás. Hoy, doce meses después, no queda claro cómo su arrepentimiento puede llevarlo a recuperar su compañía, y menos cómo ayudará a su reputación, luego de hacer el único pecado imperdonable en el mundo de las finanzas negras: delatar a un cliente. El mismo principio rige para Fariña, quien dijo estar dispuesto a “contar todo” para “limpiar su imagen”. A futuro, quienes quieran contratarlo ya sabrán a qué atenerse.
Algunas de estas dudas se disiparon, más temprano que tarde, con la posterior aparición de Fariña y Elaskar en programas de chimentos y el noticiero de América TV. Ambos dijeron que casi todo lo que habían dicho en el programa de Lanata había sido mentira. El marido de Jelinek dijo que montó un show de ficción a pedido del conductor. El financista, que mintió para cobrarle una deuda a Helvetic Group, la firma suiza que compró su financiera. ¿Y Lázaro Báez? ¿Y el lavado? ¿Y la presunta plata oculta de Néstor Kirchner? “Todo mentira”, dijeron –a coro, pero en horarios y programas distintos– los denunciantes, derribando con un soplido el castillo de naipes que la armada del Grupo Clarín había edificado a su alrededor.
A falta de pruebas más contundentes que los dichos de Fariña y Elaskar, la desmentida de los denunciantes asesta un duro golpe a la construcción de lo que el Grupo llamó “la ruta del dinero K”. Sólo la obtención de pruebas documentales, o la ratificación judicial de las pretendidas denuncias, podrían revertir lo que en tres días pasó de ser “la investigación del año” a un bochornoso bluff. Los antecedentes, por cierto, no son alentadores. Lo sabe bien Elisa Carrió, quien el lunes se presentó a primera hora con el programa de Lanata en una mano y con una nueva denuncia por asociación ilícita contra la familia Kirchner en la otra.
La diputada –que alguna vez fue una temida “fiscal” política entre sus pares– lleva tiempo cosechando mucho ruido, pero no obtiene ninguna nuez. Su blanco favorito, claro está, son los Kirchner, a quienes involucró en crímenes varios, desde homicidios hasta hechos de corrupción. Y en todos, hasta aquí, resultó desairada.
Uno de los más emblemáticos fue el denominado “Caso Espinosa”. El 30 de enero de 2003 el empresario Raúl Espinosa, dueño de la pesquera San Isidro, fue asesinado de un balazo. Desde entonces, Carrió intentó vincular el crimen a la gestión Kirchner en Santa Cruz. Pero durante el proceso judicial, las afirmaciones de Carrió fueron desmentidas por los hechos que allí se revelaron. El giro lo generaron dos testigos de identidad reservada que admitieron haber mentido en sus anteriores declaraciones por presiones y dinero. Así, se desmontó la operación que tuvo a la ex titular de la Coalición Cívica al frente de las acusaciones mediáticas.
Tiempo antes, Carrió ya había anotado un hito en su carrera como acusadora serial. En septiembre del 2001, Lilita acusó al entonces ministro de Economía de la Alianza, Domingo Cavallo, de tener una cuenta en el exterior junto con dos banqueros: David Mulford y Carlos Rohm. Si bien sobraban razones para acusar a Cavallo, la denuncia de marras estaba basada en documentos apócrifos, por lo que terminó siendo un salvavidas para Cavallo en medio de su propio naufragio.
Otra histórica denuncia de Carrió que no prosperó –al menos hasta el día de hoy– en Tribunales, es la que presentó en el 2008 contra Kirchner y el empresario Lázaro Báez por “asociación ilícita”. Esta causa tramita ante el Juzgado Federal Nº 12 de la Capital Federal sin pena ni gloria a pesar de sus diversas ampliaciones. En el mismo expediente, Carrió también denunció por “posibles actos de corrupción” a “Julio De Vido, Claudio Uberti, Rudy Ulloa Igor, Ricardo Jaime, Cristóbal López y Lázaro Báez”. A raíz de su denuncia, Carrió afirma que “es investigado el principal concesionario de obra pública argentina y socio de Néstor Kirchner, Lázaro Báez, dueño de Austral Construcciones, por lavado de dinero producto de licitaciones sospechadas de irregulares, mediante inversiones inexistentes”. Fue esa denuncia dormida, precisamente, la que intentó reflotar tras la exótica investigación presentada por el Grupo Clarín.
No fue, claro, la primera vez que la diputada del ARI y el multimedios de Héctor Magnetto amplifican denuncias que se deshilachan. Y es de esperar que la experiencia se repita. Como confesó hace tiempo Carrió: en esta guerra, ella es soldado de Clarín.
Fuente: Revista Veintitrés
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