Toda esa mañana fría, del 20 de junio, fue feliz y agotadora: meter esas decenas de miles de almas peronistas adentro de los colectivos, con un cierto orden, era responsabilidad de los organizadores.
Por Laureano Barrera
Jorge Higinio Barrera, con el brazalete de seguridad puesto, era uno de ellos. El Negro ocupaba uno de los tres o cuatro cargos de conducción de Federación Agrupaciones Eva Perón (Faep) en la Facultad de Económicas, una escisión de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (Furn), que cobijaba gente de izquierda, con formación marxista, entre sus 600 o 700 militantes. Más tarde, con la fusión de FAR y Montoneros, formarían la Juventud Universitaria Peronista (JUP).
“Ese 20 de junio, aunque había conversaciones y atisbos de fusión entre FAR y Montoneros, Furn y Faep fuimos por separado.” Los días previos en la Facultad se militaron con fruición. Aunque casi no era necesario: la efervescencia de los pendejos, el valor de la política y el fin del deshonroso destierro de Perón, lejos del pueblo, eran motivos suficientes para que nadie quedara al margen. La patota de la CNU era marginal, y –todavía– la demostración de fuerzas estaba más dirigida a los primos de la Furn. “Hasta había habido peleas en el comedor universitario a los tortazos. Se privilegiaba el aparatismo: de alguna manera ellos estaban más cerca de Montoneros, y nosotros de FAR.”
De todos modos, El Negro estaba curtido y el enemigo estaba claro: le faltaban dos materias para graduarse y ya habían echado a patadas –literalmente, recuerda– a los docentes que habían recalado en el onganiato. Esa era la frutilla: el día crucial para que Perón viera lo que movía la Tendencia y dejara de confiar en las estructuras anquilosadas de la burocracia.
Llegaron a Puente 12 al mediodía; un mundo de gente. A partir de ahí, siguieron a pata. Su columna caminaba lenta, acompasada, hasta el predio donde hablaría El Viejo. “Llevábamos más de mil personas, entre el núcleo duro de militantes, simpatizantes y adherentes. La columna avanzaba con formación casi militar: delimitada por cañas tacuara, y gente que formábamos los cordones de seguridad.” Jorge sabía que dentro de las posibilidades para nada remotas, estaba que por la pelea del palco, las bandas de López Rega se desbandaran a los gomazos. Por eso, algunos de sus compañeros iban armados. “Yo sabía quiénes en el colectivo iban calzados, armas cortas y algunos fusiles, los llevaban abajo del poncho, o en la cintura, algunos los mostraban”, recuerda.
A eso de las dos, la columna de La Plata, cabecera de la Regional 1, arremetió con sus cincuenta mil cuerpos contra el escenario. Fue abriéndose paso, hasta que se oyeron los primeros disparos. “Hasta ahí, no se sabía muy bien lo que pasaba, pero lo primero que intentamos es evitar la desbandada. Retrocedimos cien metros hasta el bosque, y ahí nos reagrupamos. Intentamos tranquilizarlos, pero muchos ya se habían desperdigado.”
Después, cuando amainaron los estruendos, volvieron a la carga. “Y ahí sí: recuerdo que fue una balacera, nosotros corrimos para los árboles.” Él y su compañera llegaron a la hondonada y estuvieron cuerpo a tierra un rato, inmóviles, como si se tratara de no despabilar a los sicarios. Estaban apostados en el escenario y en los árboles de un bosquecito cercano, en sus puestos de combate. Venían de todas partes.
–¿Qué nivel de conciencia había los días previos de que pudiera haber tiros?
–Tiros no. Los militantes sabíamos que podía suceder, y que era muy probable que se iba a armar quilombo. Porque se sabía que los matones de Osinde y de Norma Kennedy estaban armados, y que tenían toda la estructura del Ministerio de Bienestar Social. Camionetas, colectivos, guita. Y tenían la organización. Porque la organización, no sé por qué carajo…
–La decidió Perón, ¿o no?
–No sé. Porque acá estaba Cámpora. Uno nunca terminaba de saber que es lo que el Viejo sabía de lo que pasaba acá, de las cosas que se manejaban. Está claro que confiaba mucho en López Rega, y esa preferencia, por llamarla de alguna forma, quedó a la vista un año después cuando nos echó de la Plaza. Estaba también la gente de la UOM, que desde otro lugar, tenían contradicciones con la JP. La CGT y las 62 Organizaciones manejadas por Lorenzo Miguel, si bien no eran lo mismo, estaban en ese momento junto con la derecha del peronismo.
–¿Te diste cuenta de que había muertos?
–No, ví heridos. Al día siguiente, en los velatorios, me enteré que hubo muertos.
Volvió en tren, llegó a La Plata a la noche. Al día siguiente, caminaron por la diagonal 74 de La Plata, en cortejo fúnebre hasta el panteón, embanderando los ataúdes de los doce o trece caídos. Hoy, el director de la Maestría en Energía de la Universidad de Lanús cavila sobre aquellos días. “Hubo discusiones posteriores que no llegaban a nada. Recién meses después se supo qué pasó. A partir de ese día, se pasó a otro estadio del enfrentamiento con la derecha. Antes era menos violento. Ese día fue a los tiros”.
“Ese 20 de junio, aunque había conversaciones y atisbos de fusión entre FAR y Montoneros, Furn y Faep fuimos por separado.” Los días previos en la Facultad se militaron con fruición. Aunque casi no era necesario: la efervescencia de los pendejos, el valor de la política y el fin del deshonroso destierro de Perón, lejos del pueblo, eran motivos suficientes para que nadie quedara al margen. La patota de la CNU era marginal, y –todavía– la demostración de fuerzas estaba más dirigida a los primos de la Furn. “Hasta había habido peleas en el comedor universitario a los tortazos. Se privilegiaba el aparatismo: de alguna manera ellos estaban más cerca de Montoneros, y nosotros de FAR.”
De todos modos, El Negro estaba curtido y el enemigo estaba claro: le faltaban dos materias para graduarse y ya habían echado a patadas –literalmente, recuerda– a los docentes que habían recalado en el onganiato. Esa era la frutilla: el día crucial para que Perón viera lo que movía la Tendencia y dejara de confiar en las estructuras anquilosadas de la burocracia.
Llegaron a Puente 12 al mediodía; un mundo de gente. A partir de ahí, siguieron a pata. Su columna caminaba lenta, acompasada, hasta el predio donde hablaría El Viejo. “Llevábamos más de mil personas, entre el núcleo duro de militantes, simpatizantes y adherentes. La columna avanzaba con formación casi militar: delimitada por cañas tacuara, y gente que formábamos los cordones de seguridad.” Jorge sabía que dentro de las posibilidades para nada remotas, estaba que por la pelea del palco, las bandas de López Rega se desbandaran a los gomazos. Por eso, algunos de sus compañeros iban armados. “Yo sabía quiénes en el colectivo iban calzados, armas cortas y algunos fusiles, los llevaban abajo del poncho, o en la cintura, algunos los mostraban”, recuerda.
A eso de las dos, la columna de La Plata, cabecera de la Regional 1, arremetió con sus cincuenta mil cuerpos contra el escenario. Fue abriéndose paso, hasta que se oyeron los primeros disparos. “Hasta ahí, no se sabía muy bien lo que pasaba, pero lo primero que intentamos es evitar la desbandada. Retrocedimos cien metros hasta el bosque, y ahí nos reagrupamos. Intentamos tranquilizarlos, pero muchos ya se habían desperdigado.”
Después, cuando amainaron los estruendos, volvieron a la carga. “Y ahí sí: recuerdo que fue una balacera, nosotros corrimos para los árboles.” Él y su compañera llegaron a la hondonada y estuvieron cuerpo a tierra un rato, inmóviles, como si se tratara de no despabilar a los sicarios. Estaban apostados en el escenario y en los árboles de un bosquecito cercano, en sus puestos de combate. Venían de todas partes.
–¿Qué nivel de conciencia había los días previos de que pudiera haber tiros?
–Tiros no. Los militantes sabíamos que podía suceder, y que era muy probable que se iba a armar quilombo. Porque se sabía que los matones de Osinde y de Norma Kennedy estaban armados, y que tenían toda la estructura del Ministerio de Bienestar Social. Camionetas, colectivos, guita. Y tenían la organización. Porque la organización, no sé por qué carajo…
–La decidió Perón, ¿o no?
–No sé. Porque acá estaba Cámpora. Uno nunca terminaba de saber que es lo que el Viejo sabía de lo que pasaba acá, de las cosas que se manejaban. Está claro que confiaba mucho en López Rega, y esa preferencia, por llamarla de alguna forma, quedó a la vista un año después cuando nos echó de la Plaza. Estaba también la gente de la UOM, que desde otro lugar, tenían contradicciones con la JP. La CGT y las 62 Organizaciones manejadas por Lorenzo Miguel, si bien no eran lo mismo, estaban en ese momento junto con la derecha del peronismo.
–¿Te diste cuenta de que había muertos?
–No, ví heridos. Al día siguiente, en los velatorios, me enteré que hubo muertos.
Volvió en tren, llegó a La Plata a la noche. Al día siguiente, caminaron por la diagonal 74 de La Plata, en cortejo fúnebre hasta el panteón, embanderando los ataúdes de los doce o trece caídos. Hoy, el director de la Maestría en Energía de la Universidad de Lanús cavila sobre aquellos días. “Hubo discusiones posteriores que no llegaban a nada. Recién meses después se supo qué pasó. A partir de ese día, se pasó a otro estadio del enfrentamiento con la derecha. Antes era menos violento. Ese día fue a los tiros”.
Fuente: Miradas al Sur
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