Crónica de un viaje al universo de la ayahuasca. La “planta maestra”, considerada ilegal y hasta “diabólica” por algunos, es utilizada por los chamanes de Perú para tratar enfermedades “del mundo industrial”. La lucha para evitar el uso recreativo. Diez días en un centro curativo.
Por Lucas Cremades
Las siguientes líneas –con rasgos de sonidos urbanos– que se escriben una tras otra bajo este cielo peruano y andino, construyen la crónica de un viaje en el que, además de distinguirse las diferencias culturales, sociales y geográficas, se necesitan algunas palabras para referirse a una tradición milenaria que es defendida por los pueblos originarios de la Amazonia peruana. Recetada en pleno siglo XXI, la ayahuasca busca subsistir bajo las constantes amenazas del cambio climático, la tala de los bosques nativos y la falta de asistencia y apoyo estatal. Lo que da lugar a constantes controversias y menosprecios de algunos sectores de la cultura occidental, que sólo la ven como una droga con altos componentes alucinógenos.
Diez días en el centro de medicina tradicional Ani Nii Shobo, en medio de la selva, a treinta kilómetros de la calurosa ciudad de Pucalpa, no bastan para comprender la intensidad que emanan los árboles desde las alturas ni para asimilar el sonido constante y abrasivo de los animales que reinan en la tierra, el agua y los cielos. Sin embargo, la suma de estas características genera una certeza: la naturaleza no sólo es sabia sino también sagrada.
El centro es dirigido por un “Unaya” (médico de la etnia shipibo) que lleva veinte años estudiando y preservando plantas y tratando enfermedades llamadas “del mundo industrial” con la medicina shipiba. El Unaya Roger Daniel López Ramos, de 44 años, que además lleva adelante su propio centro de tratamiento llamado Suipino, pertenece a una larga tradición de vegetalistas originarios del Bajo Ucayali, Perú (ver recuadro). Jefe de uno de los más importantes clanes shipibos, Roger arbitra las curaciones de los pacientes con un nutrido grupo de terapeutas que intentan preservar lo que ellos consideran “el arte de la sanación” ante el mal uso de quienes quieran consumir la ayahuasca para fines recreativos y experimentales. “Con acciones irresponsables ponen en peligro una medicina que es un tesoro de toda la humanidad”, avisa Noé, uno de los asistentes shipibos que trabajan junto al chamán.
La medicina de la ayahuasca ha servido para defender a las tribus del genocidio y del sinfín de enfermedades que significó la conquista de América. Hoy, esas mismas tribus que durante miles de años fueron esclavizadas y masacradas, ponen al servicio de la humanidad su tesoro, su medicina del bosque.
La ayahuasca es una planta con forma de liana proveniente de los bosques de la región amazónica que, cocinada y refinada durante horas junto a otras plantas, produce un líquido espeso y en general amargo que es utilizado en la medicina de los pueblos. Llamada “planta maestra”, es la más importante de los centenares de plantas que componen este amplio sistema medicinal. Al ser ingerida por el médico –también llamado chamán–, este afirma que recibe del espíritu de la planta la información necesaria sobre las enfermedades que padecen los pacientes, los remedios naturales necesarios para curarlos y la dieta de cómo administrarlos.
Por su condición excepcional, fue autorizada en diferentes estados y departamentos a lo largo de toda la cuenca amazónica, que reconocen en esta medicina una práctica cultural milenaria amparada por derechos internacionales de los pueblos originarios. Pero si bien son los municipios regionales y las instituciones universitarias quienes apoyan y promocionan esta medicina, la pobrísima difusión gubernamental contribuye a que las barreras culturales se acrecienten. En algunos países como la Argentina, la ayahuasca es considerada una droga alucinógena de alta peligrosidad. En Perú, donde existe una fuerte raigambre de iglesias evangelistas y protestantes en las comunidades amazónicas, les predican a sus fieles que la ayahuasca es “diabólica”. Sin embargo, quienes apoyan esta medicina han encontrado un insólito aliado en la Corte Suprema de los Estados Unidos, que se decidió a favor de la legalización de la ayahuasca en su territorio a petición de la Unión del Vegetal, con iglesias en Nuevo México y Brasil. En ambos países, el uso religioso de la ayahuasca está legalmente protegido.
La medicina tradicional amazónica y el mundo de los laboratorios son viejos conocidos. Desde el viaje de Von Humboldt al Amazonas hasta la actualidad, la medicina occidental ha puesto sus ojos en la medicina del bosque. A lo largo de la historia, han enviado ejércitos de sociólogos, bioquímicos y botánicos que han logrado centenares de nuevos medicamentos. Pero para los médicos amazónicos, es muy poco lo que han logrado con ayahuasca. En contraposición a la tecnología de los laboratorios, ellos consideran a su medicina complementaria y superior a la occidental. “Los Unayas están para sanar lo que nadie puede curar”, dice la tradición.
La prohibición siempre ha producido lo contrario. Declarada droga, la ayahuasca atrajo siempre a los grupos contraculturales de los países más desarrollados. En 1953, las “Cartas de ayahuasca” de los poetas beatnik Burroughs y Ginsberg mitificaron y popularizaron su consumo. En la actualidad, miles de viajeros de todo el mundo visitan la cuenca amazónica para experimentar y visionar a través de la ingesta de la ayahuasca. Si a ello se le suman las condiciones de pobreza extrema de la región, la venta de ayahuasca significa un ingreso de dinero extra para las comunidades. Y como si esto fuera poco, la desaparición de los médicos de la vieja generación ha propiciado la aparición de “ayahuasqueros” que la producen y la administran, pero no saben cómo usarla para curar enfermedades. Este cóctel resulta explosivo. Y es el origen de la mayoría de los casos violentos y mortales relacionados con la ayahuasca.
Gi Man Martha Ma, organizadora –junto a Roger López– del seminario “Introducción a la Medicina Tradicional Shipiba” y autora del blog suipinoperu.blogspot.com, acompañó a Veintitrés durante esta travesía. Martha se refiere a los tratamientos que realiza el Unaya: “El médico tiene programas ya trabajados para adicción de drogas o alcohol; problemas emocionales y trauma; diabetes; alto colesterol o presión; enfermedades autoinmunes; bipolaridad”, explica. Martha llegó a la selva seducida por un proyecto dedicado a la permacultura pero terminó conviviendo junto a una familia shipiba que la adoptó como a una hija más. “Una cura lleva de uno a tres meses –explica–. Primero juntamos información sobre el paciente para ver si es posible de curar, pero depende también de su voluntad y requiere mucho trabajo de su parte. Sugerimos que venga junto a un familiar para que lo apoye en el tratamiento”.
La medicina del bosque está atada al destino del bosque. Este cronista recibió información sobre una medicina para estabilizar conductas agresivas preparada en base al cerebro de una rana. “Nosotros vivíamos hasta 120 personas en una misma casa comunal. Nadie peleaba ni se trataba mal”, recuerda Roger López. “¿Y por qué era así? Desde pequeños, nuestros abuelos nos daban Ju, una rana. Tomaban la canoa, iban hacia las quebradas del río y esperaban a que la rana los llame: ‘Ju’. Lo mismo que hicimos nosotros ahora, pero tenemos que viajar días y esperar bastante hasta que aparezca aunque sea una”.
Mientras el hombre moderno busca en tubos de ensayo la solución a sus problemas, los “Unaya”, lejos de la civilización, buscan en el bosque la fuente de la vida y los elixires para hacerla más sana y duradera.
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Entrevista con el Unaya Roger López
“Siembro vidas, salvaré almas”
–¿Cómo explica la medicina de la ayahuasca?
–Como chamanes, tomamos las plantas maestras. Cuando tienes la fuerza energética de la planta, te transformas y vas soñando con los grandes abuelos, los grandes chamanes, y en el sueño ellos te van diciendo: “Ahora puedes tomar ayahuasca, la medicina”. Vas a poder ver a la persona como en una radiografía. Pero no todo es ayahuasca. Todos piensan que la ayahuasca te cura el sida, el cáncer... ¡No es así! Hay plantas curativas, aplicación de medicina sin ayahuasca.
–¿Cómo se defiende esta medicina?
–Treinta y cinco años atrás, entrabas diez metros o un kilómetro en la selva y allí estaban todas las plantas maestras y curativas. Ahora todo ha cambiado con la llegada de las grandes transnacionales madereras que empezaron a cortar árboles y a destruir. Luego los shipibos tenían necesidades más grandes y empezaron también a cortar árboles para vender. Tú mismo puedes ver cómo han quemado los bosques, entonces se va perdiendo el oxígeno, es decir, los dioses de las plantas se van retirando. Es muy triste. Allá donde nací (N. de R.: Contamana, Bajo Ucayali) nadie defiende las plantas, nadie las respeta. Yo traigo plantas de lejos y las planto en un terreno donde hago la reforestación. En cinco o diez años, voy a tener una zona de plantas curativas y maestras. Será una tierra sagrada.
–¿Por qué vienen tantos pacientes de todas partes del mundo?
–Porque han visto que hay plantas maravillosas que tienen propiedades curativas. Pero en este tiempo nosotros, los shipibos, manejamos secretamente las cosas. Porque también mucha gente de otros países vinieron a mi pueblo y les dijeron a los grandes Unayas: “Usted es mi compadre, tome mi casaca, ahí le doy un motor, azúcar y usted enséñeme qué plantas está trabajando”. Y luego patentaron la medicina de uña de gato con la marca Schuller. ¿Y por qué no la han llamado uña de gato de los shipibos? Todos quieren aprovecharse de la naturaleza. Cuando establecí mi lugar, Suipino, todo el mundo se burlaba de mí, que ningún chullachaqui (N. de R.: espíritu guardián del bosque) iba a venir, que ningún gringo iba a venir, que yo estoy loco. Pero yo hice esto también para educar a mis propios paisanos. Ahora, mi ejemplo otros lo están copiando y hay otros centros de medicina tradicional. Estoy agradecido, eso es bueno. Así como siembro miles de vidas, salvaré miles de almas.
Fuente: Revista Veintitrés.
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