En un libro que lo tiene como protagonista cuenta sus exilios, luchas y convicciones. También, los cambios en su barrio. El recuerdo de las redacciones de bohemios y poetas. Y una advertencia: si pierde el juicio con los Martínez de Hoz, se va a vivir a la plaza.
Por Jorge Repiso
Sentarse a solas con Osvaldo Bayer es rodearse de historia, grandeza y humildad. Esta vez, la excusa para entrevistarlo es el lanzamiento del libro Osvaldo Bayer íntimo. Conversaciones con el eterno libertario (Ediciones Continente-Peña Lillo), un extenso reportaje realizado por el periodista Julio Ferrer que podría insinuar un anticipo de su futura autobiografía. Los meses y los años pasan, y en El Tugurio, nombre con el que Osvaldo Soriano bautizó a la casa de Belgrano, pilas de diarios y de libros van aumentando en volumen. Todo sirve como archivo, como objeto de consulta del historiador y periodista. En las paredes, cuadros pintados en su honor y en algún hueco visible, fotos de aquella Patagonia de los días rebeldes y hasta un mapa de Santa Cruz, impreso en 1921. Aparece Bayer, que viene de grabar para su programa de televisión de Canal Encuentro y se disculpa, aun siendo puntual. No para. Durante la noche anterior lo homenajearon y cuando termine este reportaje vendrán unos amigos para salir a cenar. En el medio de tanto trajín, viajes y mucho trabajo.
–Le habrá quedado bastante por contar.
–Mucho, ya que estoy escribiendo mis memorias y terminando el primer tomo, ¡y eso que recién llegué a mis treinta años! Al tener 85, queda tanto por contar… El libro reciente se trata de un largo diálogo acerca de los acontecimientos más importantes de mi vida, los hechos que la cambiaron.
–¿Qué puede adelantar de sus memorias?
–Mis relaciones con mujeres, los amores y después mi casamiento. Hace ya 60 años que estoy con mi mujer, con la cual he tenido cuatro hijos, diez nietos y estoy a la espera de un segundo bisnieto. En las memorias, uno va recordando y elaborando todos los lugares a medida que escribe: las relaciones con la familia, los amigos. A este barrio vine a los siete años y con mi hermano Franz somos los más viejos que quedamos. La gente de aquella época, si no murió, ya se mudó.
–¿Cómo era aquel barrio?
–A 150 metros de aquí se reunía la juventud hitlerista y hoy, en ese mismo terreno, está ubicada la sinagoga de Belgrano. ¡Las fantasías que tiene la realidad! Si uno hiciera una novela con eso dirían: “No puede ser, este editor se fumó”. Recuerdo que en la esquina de Cuba y Blanco Encalada funcionaba el Club Alemán, toda gente bien de derecha.
En uno de los capítulos del libro, Bayer relata su vuelta al exilio –luego del primero, perseguido por la Triple A–, una decisión forzada por la intempestiva llegada de los militares al poder, en 1976.
–Duele la imagen de un hombre de 50 años que debe empezar de cero y con cuatro hijos que mantener.
–Fue un momento muy triste que se dio justo cuando mis libros eran best sellers. La película La Patagonia rebelde había tenido un éxito extraordinario e íbamos a hacer la segunda película sobre la vida de Severino Di Giovanni. Pero todo quedó en la nada. Mis libros fueron quemados, prohibidos, y tuve que irme. Teníamos una casa muy linda en Martínez, con jardín y huerta, pero hubo que ir a vivir todos en una habitación, en Berlín. Diga que mi mujer consiguió un trabajo en un mercado de venta de antigüedades, porque me costó un tiempo ingresar a un instituto terciario como docente y también en la televisión alemana. Yo no quería irme del país.
–¿Pensó que volvería a la Argentina?
–Al aeropuerto llegué en un auto de la embajada alemana, que me ayudó a salir del país. En Ezeiza, un brigadier de apellido Santuccione me aseguró que jamás volvería a pisar el suelo de la patria. El avión estuvo una hora esperándome y cuando tomó altura y al ver los techos de Buenos Aires pensé que, a lo mejor, ese personaje tendría razón. Cuando volví después de ocho años, caminé la ciudad buscándolo para demostrarle que se había equivocado, pero el personaje ya había muerto.
–¿De qué manera se vive tantos años manteniendo los ideales?
–Es muy duro y en ese sentido fui dejado cesante en dos diarios: en uno de Esquel y en Clarín, cuando ingresó (Héctor) Magnetto y todos los del grupo de (Rogelio) Frigerio. Realmente tuve mis experiencias por mantener una línea en el periodismo y en mis escritos. Es más, La Nación y Clarín jamás comentaron un libro mío, pero el mismo Clarín aprovechó para publicar mi entredicho con Hebe de Bonafini.
Bayer no quiere hablar más del tema Hebe, pero antes de pasar a otras cuestiones dice, terminante: “Me parece muy pequeño todo, no me lo merezco. Dentro de todo, a las Madres las he considerado siempre, he trabajado para ellas durante muchos años y no quiero meterme en una discusión que no lleva a nada. En cuanto a los hermanos Schoklender, la Justicia tendrá que decidir”.
–A usted le cuesta ofuscarse.
–No me enojo, pero me gusta responder cuando hay argumentos falsos. Yo me sentí muy herido cuando Raúl Alfonsín calificó a los exiliados como los que “se escaparon” en una forma muy despectiva, cuando peligraban nuestras familias. Además, yo no pertenecía a ninguna organización sino que estaba dedicado a la investigación histórica.
–¿Qué recuerda de aquel periodismo de poetas, bohemios y escritores?
–Ya no corre más porque hay otra forma de vida. Yo pertenecí a esas redacciones donde estaban esos grandes poetas como (Raúl) González Tuñón, para dar sólo un ejemplo, que nos relataban cómo eran las reuniones poéticas después de terminar el trabajo del diario. Vivían de eso pero seguían siendo poetas. Ahora la ciudad es tan inmensa que la gente desaparece de inmediato cuando termina la tarea, hay poca relación. Antes la vida era diferente, todo era más cercano. Yo tomaba el tranvía 36 y tardaba 31 minutos para ir al centro. Ahora tardo una hora y veinte en taxi.
–¿Se va a volver a postular como secretario del gremio de prensa?
–No, pero aclaro que en su momento me postulé porque me lo pidieron, porque me parece una vergüenza esa comisión directiva que hace no sé cuántos años que está y nadie los conoce. Yo fui dirigente del sindicato y a los cuatro años volví a la redacción. Un dirigente obrero tiene que volver a la base, si no, se llega a lo que se llegó con el sindicalismo nuestro, que se quedan por décadas. Cuando me postulé, ya tenía 83 años. Les dije que si mi nombre les servía para algo, me presentaba. Ya no me da el cuero para una representación así y además quiero terminar algunos escritos antes de dar el saludo final y necesito tranquilidad.
–Entonces no se presenta.
–Tengamos esperanzas de que surja alguien de la base. Presentarse con 85 años… si vienen, ya veremos.
La conversación gira hacia la película Awka Liwen, donde el escritor denuncia la faena de la llamada “Conquista del Desierto” en manos del general Julio Argentino Roca y el avasallamiento de los pueblos originarios. Durante el film ya se hablaba sobre la necesidad de un revalúo de tierras bonaerenses, lo que finalmente ocurrió por ley. Es conocida la cruzada de Bayer para quitar todo monumento de Roca, responsable de las matanzas. “Cada vez somos más, y hemos logrado que en varias ciudades se quite su nombre a la calle. Pero acá, mientras esté Macri no va a pasar nada”.
–¿En que instancia está el juicio que le entablaron los descendientes de Martínez de Hoz por la película?
–Todavía no hay resolución judicial así que imagino que en estas semanas saldrá algo. No le tengo miedo… ellos piden un millón de pesos y no sé de dónde los voy a sacar. Voy a tener que rematar esta casita, pero ya dije que si me rematan, me voy a vivir a la plaza de la otra cuadra, ¿te imaginás el lío que se va a armar? Ellos, a los que sólo les interesa la plata, tienen un abuelo como José Alfredo Martínez de Hoz, que está en una prisión de lujo como el edificio Kavanagh.
–Veo que es optimista. ¿Lo es con el Gobierno?
–Lo veo con sus cosas positivas y negativas. Lo positivo es que por primera vez se enjuicia a los protagonistas de una dictadura tan sangrienta. Y vemos por primera vez que están en cárceles comunes. También, que se haya empezado a mover la Ley de Medios y que las cajas de jubilaciones volvieran a obtener el dinero de los jubilados. No lo tenían porque el dinero de los viejos iba a parar a empresas privadas que lo utilizaban para cualquier cosa. También falta mucho por hacer. Siempre puse como eslogan, en todas mis intervenciones, que mientras existieran villas miseria no habría verdadera democracia.
Como todo caballero, Bayer agradece la presencia de los visitantes e invita una copa. Nada mejor que un buen trago antes de salir a la helada noche de Buenos Aires.
Fuente: Revista Veintitrés.
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