El padre Bachi, cura en Villa Palito, y el ex cantante de la banda Fuerte Apache cuentan cómo es la realidad de todos los días que los grandes medios ocultan.
Por Gisela Carpineta
Los une la necesidad de gritar y de dar a conocer esa otra voz, la que queda silenciada, la que no todos quieren oír. Desde el sacerdocio y desde la música, son dos referentes barriales que narran la realidad desde adentro de la villa. Allí nacieron, allí crecieron y allí continúan peleándola día a día. El padre Bachi y Esteban, El As, saben lo que es vivir en el corazón de los monoblocks y en las calles embarradas.
Pero además de la necesidad de contrarrestar el mensaje que muestran los grandes medios de comunicación, instalando diariamente desde sus progamas televisivos el estereotipo de pibe chorro y drogadicto, para ellos el desafío más importante se da hacia dentro del barrio.
Para Esteban, ex cantante de F.A., la primera banda de raperos formada en Fuerte Apache que, con sus letras directas y pegadizas, logró una crónica perfecta de la vida cotidiana en este barrio, lo importante es que los pibes de la villa “no se coman el verso de los medios” y no se cuelguen el cartel de excluidos.
“La gente se automargina. Les metieron en la cabeza que si son de una villa van a ser chorros o drogadictos; que la única salvación es que estudien y sean decentes, pero que a lo máximo que van a aspirar es a laburar en una fábrica o de limpieza. ¿Por qué? ¿Por qué un pibe de la villa no puede estudiar filosofía o recibirse de periodista? ¿Por qué no puede ser un técnico en tecnología?”, se pregunta desafiante.
“Es el estigma que instalan los grandes medios que no tienen la menor idea de lo difícil que es la vida de este lado. Entonces, la única manera de contrarrestar toda la mierda que hacen los demás es demostrándole con hechos que nosotros valemos la pena”, explica Esteban, quien en su intento por tirar abajo esas barreras impuestas por la sociedad, se unió a su mejor amigo, el poeta Camilo Blajaquis, para llevar adelante la revista de cultura marginal Todo Piola, y para filmar Diagnóstico esperanza, una película que va a mostrar la vida en los barrios pobres.
Para Basilicio Bachi Brítez, párroco de la iglesia San Roque González y Mártires, enclavada en lo profundo del barrio Almafuerte, popularmente conocido como Villa Palito, en San Justo, la tele les muestra que su destino está marcado por las adicciones y la delincuencia. “Pero no es así, la droga en su vida es un accidente, un hecho que no los determina como personas. Es necesario mostrarle que ellos son otra cosa, que hay una luz. Sólo necesitan ese empujón”, afirma.
Pero además de la necesidad de contrarrestar el mensaje que muestran los grandes medios de comunicación, instalando diariamente desde sus progamas televisivos el estereotipo de pibe chorro y drogadicto, para ellos el desafío más importante se da hacia dentro del barrio.
Para Esteban, ex cantante de F.A., la primera banda de raperos formada en Fuerte Apache que, con sus letras directas y pegadizas, logró una crónica perfecta de la vida cotidiana en este barrio, lo importante es que los pibes de la villa “no se coman el verso de los medios” y no se cuelguen el cartel de excluidos.
“La gente se automargina. Les metieron en la cabeza que si son de una villa van a ser chorros o drogadictos; que la única salvación es que estudien y sean decentes, pero que a lo máximo que van a aspirar es a laburar en una fábrica o de limpieza. ¿Por qué? ¿Por qué un pibe de la villa no puede estudiar filosofía o recibirse de periodista? ¿Por qué no puede ser un técnico en tecnología?”, se pregunta desafiante.
“Es el estigma que instalan los grandes medios que no tienen la menor idea de lo difícil que es la vida de este lado. Entonces, la única manera de contrarrestar toda la mierda que hacen los demás es demostrándole con hechos que nosotros valemos la pena”, explica Esteban, quien en su intento por tirar abajo esas barreras impuestas por la sociedad, se unió a su mejor amigo, el poeta Camilo Blajaquis, para llevar adelante la revista de cultura marginal Todo Piola, y para filmar Diagnóstico esperanza, una película que va a mostrar la vida en los barrios pobres.
Para Basilicio Bachi Brítez, párroco de la iglesia San Roque González y Mártires, enclavada en lo profundo del barrio Almafuerte, popularmente conocido como Villa Palito, en San Justo, la tele les muestra que su destino está marcado por las adicciones y la delincuencia. “Pero no es así, la droga en su vida es un accidente, un hecho que no los determina como personas. Es necesario mostrarle que ellos son otra cosa, que hay una luz. Sólo necesitan ese empujón”, afirma.
Lado B. El sacerdote, que llegó a Almafuerte de muy chico, cuando su familia fue desalojada por la última dictadura militar, toma el ejemplo de La Garganta Poderosa para graficar la importancia de proyectos culturales emergentes para terminar con esa mirada errónea que se tiene de los barrios pobres: “En general, cuando uno pasa por el frente de una villa piensa en delincuencia y en drogas. En cambio, cuando uno agarra la revista se da cuenta de que también pasan otras cosas”.
Para el padre, medios como la Poderosa permiten que los prejuicios se debiliten, que se vea que dentro de los barrios fluyen otras cosas más que drogas y balas. Sorprendido por la calidad y la organización de la revista, explica que “es un sector que quiere mostrarle al otro quiénes somos, cómo vivimos, lo que hacemos y que no somos sólo notas policiales”.
Querido y reconocido por los vecinos de un barrio que está en la etapa final de un proceso de urbanización que se inició en 2004 y en el que esta semana la presidenta Cristina Fernández entregó 900 viviendas, el padre conjuga su acción pastoral con la asistencia social. Desde ese lugar, fue uno de los encargados de repartir la revista en un barrio que “se desangra por la droga”, como lo define.
Según explica, si bien es un producto para fuera de la villa, que va orientada de un público hacia otro, fue muy bien tomada por los vecinos.
“Los pibes la recibían y nos planteaban desafiantes: ‘¿Por qué nosotros no podemos hacer algo así?’. Es fabuloso que quieran imitar y no competir”, relata el párroco de una de las villas más grandes de La Matanza. Y resalta: “Tenés un número en el que aparece desde Maradona hasta la señora que vende empanadas en el barrio. Eso demuestra que somos iguales, en áreas distintas pero iguales, y que nos comprometemos por la vida de la misma manera”.
Para el padre, medios como la Poderosa permiten que los prejuicios se debiliten, que se vea que dentro de los barrios fluyen otras cosas más que drogas y balas. Sorprendido por la calidad y la organización de la revista, explica que “es un sector que quiere mostrarle al otro quiénes somos, cómo vivimos, lo que hacemos y que no somos sólo notas policiales”.
Querido y reconocido por los vecinos de un barrio que está en la etapa final de un proceso de urbanización que se inició en 2004 y en el que esta semana la presidenta Cristina Fernández entregó 900 viviendas, el padre conjuga su acción pastoral con la asistencia social. Desde ese lugar, fue uno de los encargados de repartir la revista en un barrio que “se desangra por la droga”, como lo define.
Según explica, si bien es un producto para fuera de la villa, que va orientada de un público hacia otro, fue muy bien tomada por los vecinos.
“Los pibes la recibían y nos planteaban desafiantes: ‘¿Por qué nosotros no podemos hacer algo así?’. Es fabuloso que quieran imitar y no competir”, relata el párroco de una de las villas más grandes de La Matanza. Y resalta: “Tenés un número en el que aparece desde Maradona hasta la señora que vende empanadas en el barrio. Eso demuestra que somos iguales, en áreas distintas pero iguales, y que nos comprometemos por la vida de la misma manera”.
Desde la música. Esteban tiene 30 años y alterna las clases de actuación con la escritura de un libro que va a relatar cómo es crecer en la villa, con su carrera como cantante solista, su productora, y con los talleres de rap y literatura que da en Ensenada y La Plata. Desde hace 15 años, eligió el camino de la música para desmentir lo que los grandes medios dicen desde la comodidad de estar del otro lado.
“Yo estoy acá y sé lo jodida que es la vida. A uno le da bronca cuando agarra un diario y no dice que atraparon a un sujeto tal, sino: ‘Villa fulano: droga secuestrada’. Eso es incendiar a todos. Acá hay gente que labura y se rompe el lomo para salir adelante”, subraya.
“Los medios no tienen idea de lo que generan. Hay gente que por ignorancia no te da laburo porque dice que en tal villa hay droga, que son todos delincuentes, o te puede pasar que quieras anotar a tu hijo en un club y te miren con mala cara porque sos de Fuerte Apache. Uno se siente separado”, revela Esteban.
Por eso, desde sus canciones, intenta reflejar la realidad tal como es y romper con esa estigmatización de los barrios. “Sobreviviendo en este / mundo nos criamos / y nos marginan todos / A nadie le importamos / sólo nos nombran / cuando mal actuamos / cuando nos drogamos/ robamos/ o matamos”, cantaba desde F.A.
Junto a Camilo, y desde los talleres, Esteban quiere gritar su mensaje: que en las villas hay mucho arte y que esa es la salida. “Quizás, no todos puedan ser cantantes, periodistas o actores, pero todos tenemos algo que nos gusta hacer y ese es el camino para canalizar”.
De familia santiagueña, se crió entre guitarras, siempre le gustó la música y por medio de un amigo pudo conseguir que le grabaran un cassette con un poco de rap: “Lo escuché, me gustó, pero no tenía la menor idea de cómo se hacía eso”. No imaginaba que algún día se convertiría en ejemplo de muchos pibes y que su música se haría lugar en los pasillos de la villa, junto con el rock y la cumbia.
La primera canción la escribió en la escuela pero, por vergüenza, no quería que nadie la leyera. “Un compañero me robó una hoja y se la empezó a pasar a todo el curso. Me la hicieron cantar un poco metiéndome caño”, relata entre risas. En esa aula surgió el que sería el primer tema de F.A.: “Nadie sabe lo que en el Fuerte / la vida te cuesta / porque es difícil vivir / donde todo apesta / y de saber que corrés / contra el reloj de la vida / pudiendo hasta morir / por una bala perdida”.
Pero la crudeza de esas letras que hablaban de tiros, de perder seres queridos, de policías que inventan causas, de chicos que se crian en la pobreza y de pibes que no encuentran salida, les costó una denuncia de un abogado por apología del delito, finalmente, desestimada por un juez.
“Eran explícitas pero nunca tuvimos la intención de alentar a nadie. ¿Por qué en vez de escuchar y tratar de comprender, me censurás? ¿Por qué me querés callar?”, desafía Esteban.
“Yo estoy acá y sé lo jodida que es la vida. A uno le da bronca cuando agarra un diario y no dice que atraparon a un sujeto tal, sino: ‘Villa fulano: droga secuestrada’. Eso es incendiar a todos. Acá hay gente que labura y se rompe el lomo para salir adelante”, subraya.
“Los medios no tienen idea de lo que generan. Hay gente que por ignorancia no te da laburo porque dice que en tal villa hay droga, que son todos delincuentes, o te puede pasar que quieras anotar a tu hijo en un club y te miren con mala cara porque sos de Fuerte Apache. Uno se siente separado”, revela Esteban.
Por eso, desde sus canciones, intenta reflejar la realidad tal como es y romper con esa estigmatización de los barrios. “Sobreviviendo en este / mundo nos criamos / y nos marginan todos / A nadie le importamos / sólo nos nombran / cuando mal actuamos / cuando nos drogamos/ robamos/ o matamos”, cantaba desde F.A.
Junto a Camilo, y desde los talleres, Esteban quiere gritar su mensaje: que en las villas hay mucho arte y que esa es la salida. “Quizás, no todos puedan ser cantantes, periodistas o actores, pero todos tenemos algo que nos gusta hacer y ese es el camino para canalizar”.
De familia santiagueña, se crió entre guitarras, siempre le gustó la música y por medio de un amigo pudo conseguir que le grabaran un cassette con un poco de rap: “Lo escuché, me gustó, pero no tenía la menor idea de cómo se hacía eso”. No imaginaba que algún día se convertiría en ejemplo de muchos pibes y que su música se haría lugar en los pasillos de la villa, junto con el rock y la cumbia.
La primera canción la escribió en la escuela pero, por vergüenza, no quería que nadie la leyera. “Un compañero me robó una hoja y se la empezó a pasar a todo el curso. Me la hicieron cantar un poco metiéndome caño”, relata entre risas. En esa aula surgió el que sería el primer tema de F.A.: “Nadie sabe lo que en el Fuerte / la vida te cuesta / porque es difícil vivir / donde todo apesta / y de saber que corrés / contra el reloj de la vida / pudiendo hasta morir / por una bala perdida”.
Pero la crudeza de esas letras que hablaban de tiros, de perder seres queridos, de policías que inventan causas, de chicos que se crian en la pobreza y de pibes que no encuentran salida, les costó una denuncia de un abogado por apología del delito, finalmente, desestimada por un juez.
“Eran explícitas pero nunca tuvimos la intención de alentar a nadie. ¿Por qué en vez de escuchar y tratar de comprender, me censurás? ¿Por qué me querés callar?”, desafía Esteban.
Fuente: Miradas al Sur
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