No por casualidad, el lanzamiento de Unidos y Organizados en Jujuy se hizo en el marco del cumpleaños número 13 de la Tupac Amaru. Viaje a la mística de la organización, su obra, su identidad y el liderazgo de Milagro Sala.
Por Eduardo Blaustein
Hay una señal en un kiosco de diarios de Aeroparque: la de la piba bonita que compra la revista Cosmopolitan y a continuación Página/12. No es una combinación habitual. Un rato después, tras el check-in, se reiteran señales de complicidad: un buen número de gente conocida va a abordar el vuelo a Jujuy. Periodistas, dirigentes sociales como Emilio Pérsico, Ricardo Forster y Jaime Sorín, de Carta Abierta. En las mesas del bar surgen los primeros diálogos apurados sobre el fenómeno social y cultural que es la Tupac Amaru, que tiene su parte fascinante y sus puntos oscuros, o mal conocidos. La obra social extraordinaria en cuanto a construcción de barrios, fábricas, infraestructuras y servicios de salud. Arraigo, capacidad de movilización. A la vez, chismes o informaciones parciales acerca de la relación áspera que alguna vez tuvo la Tupac no sólo con la CCC del Perro Santillán sino con otros movimientos sociales. Algo acerca de eso se dirá en esta crónica.
Antes de que salga el avión, más charlas sobre la Tupac. Sobre su alto nivel de organización, sobre ciertos modos de marchar que combinan el entusiasmo, la alegría y la disciplina de una milicia popular. Imágenes de costureras en la fábrica textil que laburan en silencio, con las estampas del Che o Evita al fondo del galpón. Sobre la bravura de Milagro Sala a la hora de exigir compromiso y trabajo. Lo mismo cuando sale a bancar a mujeres cuyos hombres amenazan con dejarlas a la deriva (son las mismas tupaqueras, en realidad, las que llegan a rodearlos y si es necesario a cagarlos a gritos y algo más). El modo duro de pelearla contra los problemas de drogadicción y alcoholismo. Para nosotros, porteños que pretendemos aplicar vaya a saber qué parámetros de conducta, hay una incógnita: esa dureza, esa disciplina, ¿tiene algo que ver con una cultura norteña, con marcas de códigos ancestrales? ¿O tiene relación sólo con el tipo de liderazgo de Milagro Sala?
El enigma está ahí y se necesita mucho más que un café y un viaje para intentar descifrarlo.
El enigma está ahí y se necesita mucho más que un café y un viaje para intentar descifrarlo.
En pleno centro de la ciudad, apenas bajados de las combis, se escuchan petardos. Vayamos al grano: la semana pasada fue aquella en que la Tupac Amaru cumplió 13 años de fundación, la semana en la que hubo festejos, el lanzamiento de Unidos y Organizados en la cancha de Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Las explosiones tienen que ver con otra cosa: las columnas de la Tupac y otros movimientos están marchando con sus banderas ante los tribunales para respaldar los juicios de lesa humanidad. Habrá que suponer que en esta provincia las oligarquías viven con horror que sucedan semejantes cosas.
Ahí nomás, a escasas cuadras de la movilización, entre cantidad de militantes con camisetas tupaqueras, el cronista encuentra un primer local de la agrupación. Es el de una cooperativa que vende parte de la producción textil de la Tupac. Treinta metros a la izquierda está el edificio de la sede central de la Tupac. Y casi enfrente, otro edificio flamante que será inaugurado en un rato, el del Instituto Superior Terciario Tupac Amaru. En la entrada de la sede, a ambos lados del hall de entrada, hay un bonito museo temático poblado de maquetas que representan la vida cotidiana de los pueblos originarios antes de la llegada de los españoles. El edificio de tres plantas, limpísimo y luminoso, tiene un cierto aire de hospital y de ONG. De hecho contiene servicios de salud, de derechos humanos, de atención a los inmigrantes. Pero tiene también una pileta preciosa cubierta, y un patio, y una cancha de básquet, y muchas imágenes del Che, de Evita, de Germán Abdala, de Tupac Amaru. Tiene una terraza y en la terraza funcionan los estudios de la radio tupaquera. Desde la terraza se ven los cerros.
Ahí nomás, a escasas cuadras de la movilización, entre cantidad de militantes con camisetas tupaqueras, el cronista encuentra un primer local de la agrupación. Es el de una cooperativa que vende parte de la producción textil de la Tupac. Treinta metros a la izquierda está el edificio de la sede central de la Tupac. Y casi enfrente, otro edificio flamante que será inaugurado en un rato, el del Instituto Superior Terciario Tupac Amaru. En la entrada de la sede, a ambos lados del hall de entrada, hay un bonito museo temático poblado de maquetas que representan la vida cotidiana de los pueblos originarios antes de la llegada de los españoles. El edificio de tres plantas, limpísimo y luminoso, tiene un cierto aire de hospital y de ONG. De hecho contiene servicios de salud, de derechos humanos, de atención a los inmigrantes. Pero tiene también una pileta preciosa cubierta, y un patio, y una cancha de básquet, y muchas imágenes del Che, de Evita, de Germán Abdala, de Tupac Amaru. Tiene una terraza y en la terraza funcionan los estudios de la radio tupaquera. Desde la terraza se ven los cerros.
Hay, entre otras varias, una leyenda pintada en una pared que quizá sea una clave: “Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás”. La frase se adjudica al Che. Quizá represente más al liderazgo de Milagro Sala.
Van y vienen los militantes tupaqueros, todos con sus camisetas oficiales, muchas llevan el estampado que dice Unidos y Organizados, otros llevan la ropa de trabajo de las fábricas de la Tupac. Muchas mujeres: las hay enfermeras o quizá médicas o encargadas de la limpieza o de lo que sea. También los hombres visten en algún caso una ropa de color caki y la gorra, o las camisetas blancas. Pero hay, sobre todo, militantes mujeres, muchas militantes mujeres. La enorme mayoría, el dato es obvio pero hay que precisarlo, son de tez oscura, y en muchos casos los rostros son definitivamente kollas. El otro dato menos obvio es no sólo que se las ve enteras, alegres, laburadoras, consistentes. Van por la calle con miradas nada sumisas. Van, según dice una jerga sociológica fulera pero elocuente, “empoderadas”. Es posible imaginarlas antes: precarizadas, desocupadas, golpeadas, vendedoras ambulantes, mucamas.
Hace un rato largo que en el hall del edificio del instituto terciario hay una doble fila de mujeres con uniformes preparadas para escoltar y ordenar el acto de la inauguración. Cuando esté a punto de comenzar la ceremonia el cronista deberá pasar por su primer acto de rendición incondicional. Unas compañeras, amables y firmes, dan una instrucción que debe cumplirse:
–Tienen que saludar a las mama quillas.
Según la mitología inca, Mama Quilla era hermana y esposa del dios Inti. Pero estas mama quillas están entre lo divino y lo terrenal. Según entiende el obtuso cronista porteño y aplicando ese entendimiento endeble al siglo XXI, saludar a las mama quillas es un modo de respetar lo femenino, la Pachamama, al lugar que la Tupac les da a las mujeres, a los pueblos originarios. Son tres mujeres vestidas con sus trajes coloridos, sentadas un poco a lo Toro Sentado, majestuosas. Otro poco a lo Buda, con un aire entre sereno, afirmado e indiferente. Dos fuman, la otra tiene su acullico en la boca. Delante de ellas, vasijas de barro humeantes. Se va viendo: hay una fuerte cosa matriarcal en la Tupac, y esto es todo lo que se anima a interpretar el cronista porteño.
–Tienen que saludar a las mama quillas.
Según la mitología inca, Mama Quilla era hermana y esposa del dios Inti. Pero estas mama quillas están entre lo divino y lo terrenal. Según entiende el obtuso cronista porteño y aplicando ese entendimiento endeble al siglo XXI, saludar a las mama quillas es un modo de respetar lo femenino, la Pachamama, al lugar que la Tupac les da a las mujeres, a los pueblos originarios. Son tres mujeres vestidas con sus trajes coloridos, sentadas un poco a lo Toro Sentado, majestuosas. Otro poco a lo Buda, con un aire entre sereno, afirmado e indiferente. Dos fuman, la otra tiene su acullico en la boca. Delante de ellas, vasijas de barro humeantes. Se va viendo: hay una fuerte cosa matriarcal en la Tupac, y esto es todo lo que se anima a interpretar el cronista porteño.
El hall inmenso del instituto terciario ya explota de compañeros morochos que gritan “¡Tu-pa-queros!”. Se dice que la Tupac tiene 170 mil militantes en todo el país y según la web de la organización, un desarrollo en quince provincias. Los números dicen tanto como la secuencia siguiente, la del rito de inauguración del instituto. Es Milagro Sala en persona –siempre es ella, en persona– la que cuida obsesivamente que sean las mama quillas las primeras que ingresen al hall con sus vasijas humeantes, o haciendo esparcir el humo de sus cigarrillos, o echando al voleo cenizas, lentejas, nueces. También Milagro cumple ese rito. Poco antes o casi simultáneamente, todavía desde la calle, centenares de militantes cumplen con otro rito. Es el grito colectivo, a la vez desgarrador y doliente, con el puño alzado y cerrado, “¡¡¡¡Jallala!!!”, que traducido al occidental y cristiano combina, supone el porteño obtuso, vida, y sufrimiento, y esperanza, y esfuerzo, y realización.
La pequeña plataforma de una escalera metálica hace de tarima para los oradores. Ya están todos bien apretados en el hall central. Se van sucediendo discursos breves, de dirigentes sociales y de funcionarios provinciales, aquellos que mantienen una relación entre llevadera y embromada con la Tupac. Los hombres tupaqueros, fornidos, jodones, tienen un aguante inverosímil a la hora de cantar consignas. Por lo pulido de la organización la cosa es casi escandinava. Por la intensidad de la creencia hay un algo de encuentro evangelista. Por los otros ritos, la cultura ancestral. Por los cantitos, el acumulado nacional-popular, lo peronista, la lucha por los derechos humanos. La versión musical de los himnos arranca primero con xicus, luego con bronces de banda pueblera. Hay tanto nutriente político mixturado que el repertorio de consignas incluso retrocede a ese viejo estribillo paradigmático del ’83, cuando en las calles se cantaba “Milicos/ muy mal paridos”. Todo esto lo cantan morochos, no carapálidas progresistas.
Cuando le llegue el turno de los discursos a Nando Acosta, secretario general de la CTA jujeña, la cosa se pondrá más tranqui. Nando, mano derecha de Milagro Sala al que ella se refiere casi como su maestro político, habla como si bajara línea entre compañeros hacia el final de un asado. Y cuando le toque hablar a Milagro el tono será más íntimo aún y más humano, esta vez como quien charla sobre la vida entre cerveza y cerveza. Milagro se apoya en la pequeña plataforma metálica con un gesto de cowboy. Un pie sobre la parte inferior de la baranda, un brazo por encima. No grita, no alza el tono de la voz, apenas comienza lagrimea. Milagro retrocede en el tiempo, cuando Jujuy ardió no una, sino varias veces. “Por estas mismas calles –dice– tirábamos piedras. Había gases, compartíamos cana, torturas. Algunos querían agarrar las armas. Yo estaba recontrachiflada, quería romper todo.”
En el acto en la cancha de Gimnasia Emilio Pérsico la llamará “nuestra Evita negra”. Milagro Sala es dueña de un liderazgo impresionante sobre su gente. Pero, al menos en este acto, el carisma como oradora o como líder no necesita de gritos ni de apelaciones a consignas vacías. Hay una desarmonía-armonía fascinante entre el rostro oscuro tallado en piedra y el tono suave, coloquial, de la voz. Por momentos habla como la chica de la calle que fue cuando huyó de su casa; habla un idioma urbano de los márgenes más el lenguaje de la política; su discurso es a la vez tierno y brutal y puteante, con su fortísimo acento jujeño. Dice lo que tiene que decir y convence no desde el latiguillo ideológico sino recordando y revisando una a una sufridas historias personales y colectivas. No dice (no necesita decir) neoliberalismo ni modelo ni nacional y popular. Dice cada tanto “Y me acuerdo, y me acuerdo” y recorre injusticias apelando a esos recuerdos escritos en carne, hueso, lágrima y sangre. “Salíamos en Crónica, en TN, y cada vez estábamos peor, y decíamos: ¿y ahora qué hacemos?”.
En el acto en la cancha de Gimnasia Emilio Pérsico la llamará “nuestra Evita negra”. Milagro Sala es dueña de un liderazgo impresionante sobre su gente. Pero, al menos en este acto, el carisma como oradora o como líder no necesita de gritos ni de apelaciones a consignas vacías. Hay una desarmonía-armonía fascinante entre el rostro oscuro tallado en piedra y el tono suave, coloquial, de la voz. Por momentos habla como la chica de la calle que fue cuando huyó de su casa; habla un idioma urbano de los márgenes más el lenguaje de la política; su discurso es a la vez tierno y brutal y puteante, con su fortísimo acento jujeño. Dice lo que tiene que decir y convence no desde el latiguillo ideológico sino recordando y revisando una a una sufridas historias personales y colectivas. No dice (no necesita decir) neoliberalismo ni modelo ni nacional y popular. Dice cada tanto “Y me acuerdo, y me acuerdo” y recorre injusticias apelando a esos recuerdos escritos en carne, hueso, lágrima y sangre. “Salíamos en Crónica, en TN, y cada vez estábamos peor, y decíamos: ¿y ahora qué hacemos?”.
Recuerda, ahí parada a lo cowboy, la historia de una compañera de la Tupac a la que le dicen La Tía. Milagro recuerda y describe el día en que vio a La Tía laburando una pared. Dice que La Tía laburaba con la espátula en una mano. Y que en la otra llevaba los apuntes de lo que debía estudiar, y que leía mientras le daba a la pared. Milagro evoca tres, cuatro veces, esa imagen. “La espátula y el apunte”, repite. Entonces Milagro hace subir a La Tía y se abrazan. “60 años tiene ahora la compañera”, dice Milagro y los tupaqueros rugen. Y Milagro agrega: “Ella ayudó a construir este terciario” y se pregunta en cuántos países una mujer humilde y mayor construye el edificio en el que va a terminar sus estudios. Y va cerrando, va diciendo que en los últimos tiempos lo que se está demostrando es que “los negros pueden hacer cosas sin ser sociólogos”. Los tupaqueros rugen.
La combi va llegando al barrio en el que la Tupac construyó más viviendas, Alto Comedero. Cada tanto hay colgado un pasacalles puteando contra Clarín. Una cosa es verlo en 6,7,8; otra distinta en barrios precarios. La compañera, que lleva nueve años en la organización y hace de guía, dice que en estos días tiene “el corazón así de ancho”, de orgullo. Habla de las etapas por las que fue atravesando la Tupac en barrios devastados, “donde la gente no tenía nada”. De la copa de leche a las huertas y de allí, en asamblea, las muchas necesidades, comenzando por la vivienda.
Lo primero que impresiona a todos los que llegan al barrio inmenso que ondula sobre la pendiente suave de un cerro es la panorámica. No se trata del paisaje. Se trata de la marea de miles de tanques de agua sobre cada casita. Sobre cada tanque de agua, las estampas de Tupac, de Evita, del Che. Comienza la visita al barrio: la fábrica textil, la bloquera, el centro de rehabilitación para los pibes discapacitados, la inmensa pileta cubierta adaptada para esos pibes, los quinchos con parrillas y pequeños jardines en medio de calles secas que piden árboles a gritos. Cada etapa de construcción implica para la Tupac 200 viviendas realizadas. Van por la etapa 14. La pileta cubierta está construida sobre un arroyo que los tupaqueros debieron desviar. Todo esto (y falta) se hizo sobre un cerro pelado.
–Y los viborones que había –dice otra compañera–. Hasta cuerpos encontramos.
La que habla ahora, la otra guía en el recorrido, es la Pachila, nacida en una villa, el barrio Luján. Pachila, como su otra compañera, habla a corazón abierto. Cuenta con orgullo su historia que tiene algo de la historia de Milagro Sala. La madre se fue a Buenos Aires cuando ella era bebé. Pachila fue criada por la abuela. La abuela murió cuando tenía 14 o 15 años. Pachila rajó a Salta, sobrevivió vendiendo lo que fuera. Se embarazó tres veces. Estamos en lo más alto del barrio, un punto dominado por la réplica del Kalasasaya, el templo boliviano de la cultura Tiwanaku. Hay esculturas y pórticos incaicos, una estatua de Tupac Amaru, otra de Micaela Bastidas. Desde acá arriba se ve la inmensa cancha de fútbol, la futura nueva escuela, y sobre todo la pileta casi absurda por lo gigantesca, de casi cien metros de largo, con el puente que la cruza y sus varias curvas interiores, más dos leones marinos un poco ridículos y enormes. La pileta impresiona un montón. Pero más sigue impresionando el panorama de los centenares de tanquecitos de agua con sus Evitas, Tupacs y Ches.
Dice Pachila:
–Cada tanque que ves, es un mundo.
Después señala la casita donde vive, “esa color salmón”.
La que habla ahora, la otra guía en el recorrido, es la Pachila, nacida en una villa, el barrio Luján. Pachila, como su otra compañera, habla a corazón abierto. Cuenta con orgullo su historia que tiene algo de la historia de Milagro Sala. La madre se fue a Buenos Aires cuando ella era bebé. Pachila fue criada por la abuela. La abuela murió cuando tenía 14 o 15 años. Pachila rajó a Salta, sobrevivió vendiendo lo que fuera. Se embarazó tres veces. Estamos en lo más alto del barrio, un punto dominado por la réplica del Kalasasaya, el templo boliviano de la cultura Tiwanaku. Hay esculturas y pórticos incaicos, una estatua de Tupac Amaru, otra de Micaela Bastidas. Desde acá arriba se ve la inmensa cancha de fútbol, la futura nueva escuela, y sobre todo la pileta casi absurda por lo gigantesca, de casi cien metros de largo, con el puente que la cruza y sus varias curvas interiores, más dos leones marinos un poco ridículos y enormes. La pileta impresiona un montón. Pero más sigue impresionando el panorama de los centenares de tanquecitos de agua con sus Evitas, Tupacs y Ches.
Dice Pachila:
–Cada tanque que ves, es un mundo.
Después señala la casita donde vive, “esa color salmón”.
En las calles del barrio hay un tipo con una cruceta cambiando la rueda del auto. Lleva la camiseta que dice por delante “Juicio y castigo” y “Nunca Más” en la espalda. La misma camiseta lleva la compañera que nos muestra la fábrica textil. Lo mismo en el centro de rehabilitación. Son centenares con esa camiseta y va de nuevo: no es igual escuchar ciertas consignas en Plaza de Mayo que verlas en la periferia de San Salvador de Jujuy.
Una de las compañeras, en la combi, dice que no. Que alguna vez tuvieron una discusión con la gente del Perro Santillán. Y que entonces marcharon hasta donde estaba el Perro llevando garrotes. Y que llegaron hasta metros de donde estaba el Perro y dejaron tirados los garrotes en señal de paz. Los militantes cercanos al Perro dicen cosas menos bonitas.
Alguien cuenta esta anécdota. La del día en que el sociólogo Robert Castel visitó un barrio de la Tupac (se multiplican por cada localidad jujeña, casi siempre con su pileta o su deportivo o su centro de salud) y le preguntó a Milagro Sala qué onda, con qué libros, con qué doctrinas filosóficas se alimentó la Tupac.
–Con la necesidad –respondió Milagro.
–Con la necesidad –respondió Milagro.
Sábado. Milagro en rueda de prensa. Mate en mano dice que sí y que no sobre la posibilidad de que la Tupac presente candidaturas propias. En otras charlas dice que sí y que hasta podría ser candidata a gobernadora. De nuevo apela a la emocionalidad repasando estos días en que la Tupac cumplió 13 años a golpe de inauguración. “No parábamos de llorar; inaugurábamos y llorábamos. Algunos decían ‘Mirá si somos gobierno. Mirá las cosas que podríamos hacer’”. Una puerta de la sala en la que está hablando Milagro lleva a un dormitorio. Se entrevé una cama doble. Allí duerme cuando se hace muy tarde trabajando.
Milagro Sala, ante la acusación de ser la referente de “un Estado dentro del Estado”, dice que no le interesa competir con el Estado. Y que el problema es que la Tupac “va más rápido” que la provincia o que la Nación. Si se presentara a elecciones, habría un ruido obvio en el armado. ¿Iría por fuera del PJ provincial que apoya al gobierno nacional? Las encuestas presuntas dicen que la Tupac podría ser tercera fuerza fácil. Habrá que recordar que la cosa está polarizada, y que una parte de la sociedad jujeña seguramente detesta a la Tupac Amaru y más a su líder.
Domingo. Vista desde el puente que atraviesa la autopista, la escena de la movilización tiene algo del primer regreso de Perón en el ’72. Dicen que son siete kilómetros de columnas con manifestantes. Seguramente no es tanto. Pero aún avizorando desde el puente, el final de la columna no se ve porque se cierra en una curva con remate de lejanas banderas anaranjadas. La vanguardia es la Tupac Amaru y otra vez la vanguardia de la vanguardia son las mama quillas y los trajes coloridos de los pueblos originarios. Marchan y cantan al ritmo de algo que se parece a un huayno. Se oye el sonido largo y profundo de los caracoles andinos. Se superpone al de los petardos lanzados al cielo.
Y como siempre Milagro Sala está ordenándolo todo, con su ropa liviana de militante tupaquera, yendo de un lado al otro, ahora en el papel de policía de tránsito. Hay un grupo que dice que hay que cruzar debajo del puente para retomar la autopista de contramano. Que si por ahí, que si por acá. Al final la columna enfila en dirección a la cancha de Gimnasia y Esgrima que cobijará a otras organizaciones sociales y a mil militantes de La Cámpora. Es, como se dijo antes, el lanzamiento de Unidos y Organizados. Estarán entre otros el Cuervo Larroque, Pérsico, Luis D’Elía.
Se llena la cancha. Cuarenta o cincuenta mil personas. Hay miles de militantes de otros movimientos sociales además de la Tupac. El himno suena en versión guitarra, quena y charango. El campo de juego repleto, ni una sola caja de tetra, nada de basura tirada. Es también la mano de Milagro Sala: territorio limpio y libre de alcohol. Suena o zumba o atruena un ritmo machacón, electrónico, que está entre el soul y lo cuartetero. Sobre la tarima enorme hay dos animadores, profesionales en alegrar multitudes. Vienen del palo bailantero. Invocan a los tupaqueros diciendo “Palma, palma, salto, salto”, y van arengando con esa poderosa invocación electrónica para que la gente, sobre el retumbo del compás, se sume a la consigna “¡Tu-pa-queros!”.
Se van sucediendo los discursos. De nuevo Milagro Sala será menos retórica que otros. Necesitará algo más de volumen en la voz y hablará de historia concreta, en carne y hueso; reflexión y emoción antes que consigna gastada. Sólo que a los pocos minutos de largar su discurso de cierre algo falla en una de las tribunas. Comienza antes de tiempo el lanzamiento de fuegos artificiales y petardos. Milagro mira hacia el cielo, hacia la tribuna, se adapta a la pifia, abrevia el discurso, lo corta lanzando vivas.
Abajo, cerca de los bancos de suplentes, esperaron largamente dos minones semidesnudos de cuerpos alucinantes, calzados sobre plataformas de medio metro. Las chicas tupaqueras ya sacaron fotos de los músicos con celulares. Todo forma parte de la escenografía del acto, esa componente bailantera, otro gen que añade su matiz a la banda sonora del movimiento tupaquero. Para el cronista porteño es parte del enigma. Es que es raro: puños alzados, sonido de bailanta, el cuerpo presente de la Tota Santillán, su diálogo entre sandwichitos con Luis D’Elía. Todo eso y las mama quillas y todos unidos y organizados y aquello que se dirá en esta nota por última vez: el hecho de que, en la cancha de Gimnasia y Esgrima de Jujuy, provincia pobre cien veces incendiada, se haya gritado, media hora antes, “30.000 compañeros desaparecidos, presentes”.
Se van sucediendo los discursos. De nuevo Milagro Sala será menos retórica que otros. Necesitará algo más de volumen en la voz y hablará de historia concreta, en carne y hueso; reflexión y emoción antes que consigna gastada. Sólo que a los pocos minutos de largar su discurso de cierre algo falla en una de las tribunas. Comienza antes de tiempo el lanzamiento de fuegos artificiales y petardos. Milagro mira hacia el cielo, hacia la tribuna, se adapta a la pifia, abrevia el discurso, lo corta lanzando vivas.
Abajo, cerca de los bancos de suplentes, esperaron largamente dos minones semidesnudos de cuerpos alucinantes, calzados sobre plataformas de medio metro. Las chicas tupaqueras ya sacaron fotos de los músicos con celulares. Todo forma parte de la escenografía del acto, esa componente bailantera, otro gen que añade su matiz a la banda sonora del movimiento tupaquero. Para el cronista porteño es parte del enigma. Es que es raro: puños alzados, sonido de bailanta, el cuerpo presente de la Tota Santillán, su diálogo entre sandwichitos con Luis D’Elía. Todo eso y las mama quillas y todos unidos y organizados y aquello que se dirá en esta nota por última vez: el hecho de que, en la cancha de Gimnasia y Esgrima de Jujuy, provincia pobre cien veces incendiada, se haya gritado, media hora antes, “30.000 compañeros desaparecidos, presentes”.
Fuente: Miradas al Sur
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