lunes, 26 de septiembre de 2011

CANDELA EN LA DRAMATURGIA MEDIÁTICA



Por Shila Vilker SECRETARIA ACADEMICA DE LA CARRERA DE CIENCIAS DE LA COMUNICACION DE LA UBA. DOCENTE E INVESTIGADORA, UBA Y UNIVERSIDAD NACIONAL DE LANUS


Al final, todavía, no se sabe nada.
Resulta intolerable que en la sociedad de la imagen -de la transparencia que supone la ubicuidad de la imagen- nada se sepa
.


El cadáver de la niña asesinada con profesionalismo parece ser la única certeza ante los giros del caso. En la ausencia de certidumbres, nos interesa discutir un par de inquietudes latentes que el tratamiento del caso invita a pensar: el rol de los medios y el cambio de estatuto de la víctima.
La televisión, antes que la gráfica, ha realizado una cobertura plagada de excesos ; habituales opinionismo y vocerío que aceitan la máquina mediática y sobre la cual recaen sospechas de manipulación. Estamos tan acostumbrados a sobredimensionar el rol de los medios que tendemos a atribuirles responsabilidades y culpas absolutas sin advertir la complejidad de su funcionamiento. Lo cierto es que el sistema de medios constituye un poder que nadie termina de controlar; los media no sólo influyen sino que están expuestos a la influencia y la intervención de su público devenido protagonista de la información. ¿Acaso no resulta evidente que la madre de Candela manipuló a los medios ocultando información y reservándose en sus temores? ¿Y no será posible sostener que los propios medios fueron usados por otros actores para enturbiar la investigación mientras la audiencia exigía más y más revelaciones tan morales como escabrosas? Dialéctica entre los públicos y los media: así como se aprende a ver tele, se aprende a interactuar con ella – e incluso a utilizarla para fines propios. No hay mero espectador; el espectador es también actor y esto forma parte del contrato de interacción. Junto al saber del espectador, los medios están ya listos para esa interacción: convocan gente e impulsan causas; incluyen imágenes documentales tomadas por aquellos y acompañan iniciativas. Todo esto es parte de la dramaturgia mediática -texto escrito sobre la improvisación- que sostiene una ficción democratizante – cualquiera puede participar en ellos. Por eso, es legítimo que la madre de la víctima se dé una estrategia ante su drama que exceda el valor información y los reclamos del público; aún cuando se confirme que operar sobre los media puede volverse contra el propio manipulador. Claro que su estrategia despierta el sentimiento de estafa por parte de la población. Cuando la causa justa se vuelve estafa moral, las buenas intenciones y el impulso sentimental del compromiso popular se descubren como una farsa.
Los medios han sido la plataforma de distribución de iguales cuotas de credulidad y desencanto.
Tal desencanto no puede opacar ante la opinión pública el carácter de víctima de la madre: le han matada a la hija. ¿Acaso pertenecer al mundo del hampa le resta derecho a la justicia? La legitimidad de su reclamo descansa sobre su pérdida y no sobre su intachabilidad. Ya es hora de que no requiramos de la víctima la obligación de la pureza. No ceder a tal evidencia implica reservar un espacio para el “algo habrán hecho”. Atrevernos a aceptar una víctima impura tiene resonancias con otros casos recientes. Esperamos que esto cambie la victimología del país.
Avanzar en esta dirección nos permitirá conquistar una justicia más plena.
Hay que hacer justicia por la niña Candela.

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