El instituto que dirige Malaguti Batista es independiente del gobierno y hace un seguimiento del aumento de la violencia en las barriadas populares a partir de la llamada “guerra contra la droga” y las políticas denominadas de “pacificación”.
Por Emilio Ruchansky
Por Emilio Ruchansky
–¿Qué es el Instituto Carioca de Criminología?
–Es un instituto de investigaciones, tenemos una revista que se llama Discursos sediciosos, crímenes, derecho y sociedad, donde trabajamos temas relacionados con el derecho pero también con el arte.
–¿Tienen alguna relación con el Estado?
–Ninguna, somos totalmente independiente.
–¿Cómo monitorearon la incursión del gobierno carioca en las favelas?
–Tenemos una evaluación totalmente negativa de una ocupación bélica de las favelas. Es una estrategia para hacer una higienización de la ciudad para los grandes negocios transnacionales olímpicos y futbolísticos.
–¿No es una “pacificación” como se plantea desde el gobierno?
–Esa palabra en Brasil tiene una historia. Yo investigué lo que ocurrió alrededor de 1830, cuando Brasil se independizó y hubo un montón de rebeliones, historias muy lindas, de indígenas, de esclavos. Hice un libro sobre la llamada “Revuelta de los Malês”, de los esclavos musulmanes. “Pacificación” es una expresión militar. Después de esta época de revoluciones republicanas, en el sentido radical del término, las fuerzas armadas del imperio brasileño “pacificaron”. Eso quiere decir que en lugares como el estado del Gran Amazonas, que hoy es Amazonas y Pará, se mató a la mitad de la población. “Pacificación”, para quien conoce la historia de Brasil, equivale a “dominación de territorio”.
–O a exterminio...
–Sí. En este momento la policía de Río es la que más mata en el mundo. Este mes están “conmemorando” que sólo hubo 800 muertos al año porque se llegó a 1500 hace tres años. Esa es la “pacificación”, una especie de Pax romana.
–En este momento Río es gobernada por el PBDB, un partido aliado al PT, ¿qué opinión tiene de esa gestión en Río?
–El PBDB estuvo durante la dictadura también. Están donde están los negocios. Ahora son centroizquierda pero en sus filas hay gente de centroderecha, es una mixtura. El gobierno de Río tiene una agenda políticamente correcta pero en seguridad las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) tienen una pantalla, que es la guerra contra las drogas, contra el crimen, liberar las comunidades de esas mafias... pero por detrás, se puede ver en el mapa de las comunidades pacificadas que todas están alrededor del estadio Maracaná, en la zona Sur (Ipanema, Leblón) porque Río todavía tiene favelas en las áreas ricas, lo bello es que es una ciudad mezclada.
–En verdad vive más gente en las favelas que en el trazo histórico de la ciudad. Se ve claro antes de aterrizar en el aeropuerto internacional.
–Justamente, el camino desde el aeropuerto, alrededor de los grandes estadios, en las zonas turísticas, todo ha sido “pacificado”. La semana pasada entraron a Mangueira, que es un lindo barrio. ¿Qué hicieron? Fueron con tanques de la Marina y destruyeron casas y pequeños negocios que son la economía local pobre. Estas incursiones la municipalidad las llama “choque de orden”, es la política de higienización y el fin de la verdadera economía de esos barrios.
–Hace algunos años, los comerciantes pagaban escuadrones para matar a los chicos pobres que andaban por el centro, ¿eso volvió a pasar?
–No, porque ahora la policía mata oficialmente en nombre de la pacificación y de la guerra contra el narcotráfico. Además, los comerciantes están tranquilos porque en las favelas pacificadas se queda la policía militar. Si usted quiere hacer la fiesta de bautismo de su hijo tiene que pedir permiso a la policía militar, es un control territorial, intenso y militarizado.
–¿Cuál es la situación del baile funk en este contexto?
–Está prohibido en las comunidades.
–Pero es la música más popular y no sólo en las favelas.
–Y no siempre es violenta, pero a veces lo es. Prohibirla es parte de la demonización de las actividades de las favelas. Ahora hay funky oficial, del gobierno. Están cooptando artistas famosos para “el funk del bien”. Como es una manifestación cultural de masas en Río, es uno de los objetivos militares.
–El funk carioca en los ‘70 impulsaba el orgullo negro y también fue perseguido por la dictadura.
–¡El propio samba fue criminalizado al principio del siglo 20! Si usted escucha a los artistas negros perseguidos como Bezerra Da Silva, ya fallecido, se notan las mismas miradas sobre las áreas populares, las mismas estrategias, sólo que cambia el leitmotiv, antes era el samba o el capoeira y ahora el baile funk. Tambien está la cuestión sexual.
–El baile funk es muy misógino.
–Sí... pero hay una cuestión de cierto puritanismo blanco brasileño.
–Además, esta música habla del orgullo del usuario de drogas.
–Es la crónica de esa vida oprimida. El proibidao (variante del baile funk) incluso es medio un desafío a las investiduras policiales y la política prohibicionista.
–¿El control de la policía militar reconfiguró la venta de drogas?
–Hubo cambios en la venta al menudeo pero todos sabemos que el prohibicionismo no acaba con la venta de drogas. Los países más rígidos son los que presentan más crecimiento en la producción: Colombia o Perú, antes de (Ollanta) Humala. Brasil cuadriplicó, según el último informe de la ONU, el tráfico de cocaína afuera del continente, como corredor. En Brasil tenemos 40 años de fracaso con la prohibición: aumentaron la producción, la comercialización, el consumo, la corrupción de la policía, la violencia de una forma tremenda. ¿Para qué sirve la política de drogas? Los objetivos que propone no existen.
–A la vez es discriminatoria... Se notó en la última marcha mundial de la marihuana en Río y en San Pablo.
–Estuvo prohibida. Mi marido, que es abogado, presentó hábeas corpus y conseguimos hacer la marcha en Río, pero en San Pablo fue prohibida ¡y con tiros! Pero ahora la Suprema Corte de Justicia dice que no es apología y legalizó las marchas. Estamos muy atrasados también por los monopolios de los medios de comunicación, no tenemos diarios como Página/12, que es un contrapunto a La Nación y Clarín. Creo que en la Argentina, en todos los asuntos, tienen una agenda política vanguardista; conjugan movimientos políticos populares con causas como el matrimonio igualitario o la despenalización de la tenencia de drogas.
–Pero en Río hay más tolerancia en ciertas zonas: se fuma porro en la playa, en las calles. ¿Por qué eso no llega a la política?
–Rosa del Olmo, que fue una gran profesora venezolana que murió hace 10 años y deconstruyó en los ’70 esa real política norteamericana, decía en relación con la drogas que hubo una mezcla de desinformación y contrainformación, que produjo una saturación que es funcional a la ocultación del problema. Usted tiene una especie de masacre mediática sobre el problema, pero las personas no tienen información sobre indicadores de salud o propuestas internacionales sobre el tema.
–¿Cómo impacta esto sobre los usuarios de drogas?
–En Brasil el problema no es tanto la criminalización del consumo, que es cuestión de clase media y está naturalmente descriminalizado. De joven, yo vivía en el barrio de Santa Teresa y ahora en Ipanema. En Ipanema si alguien fuma, la policía no hace nada, pero si ven un vendedor ambulante fumando porro va preso. Hoy en la Corte Suprema existe una discusión muy calificada, tanto, que el voto del fallo por la marcha el juez Celso de Melo, que es un jurista liberal, abrió la discusión para el uso terapéutico de marihuana. Pero la opinión pública está monopolizada por los diarios, la Red O Globo y por un contrapunto evangélico que es aún peor: tienen su red de radio y televisión. Ellos obstruyen la discusión.
–¿La Corte no dice nada de la despenalización de la tenencia?
–Ese asunto no llegó a la Corte, tiene que ser provocado.
–La gente va presa, así que debería haber expedientes en trámite.
–Sí, pero el problema principal, donde se sangra literalmente, es en el punto de la venta que involucra a los pobres. En Brasil no existe una especificación en la cantidad de marihuana, por ejemplo. Es una cuestión de interpretación. Yo investigue más de mil procesos cuando empezó esta política represiva, entre el ’68 y el ’78. Si hay dos chicos con la misma cantidad de drogas y uno es blanco de clase media va a ir al psicólogo o al médico, pero si es pobre y negro y vive en la favela es considerado traficante. Creo que el problema es la demonización del tráfico, del comerciante minorista. Entonces pienso que descriminalizar sólo la tenencia va a producir la misma violencia.
–También existen las internaciones obligatorias por el Código Penal, como en la Argentina.
–Existen y son inconstitucionales. En la guerra contra las drogas se puede hacer todo: torturas, asesinatos... Se creó un sentido común tan fuerte que cuando la policía entra a las favelas y mata a diez personas, ellos dicen: “Son diez traficantes”. Y está todo bien. Insisto en que nuestro problema es la comercialización, como en los países andinos es la producción. Este tema va junto en la discusión por la despenalización, que es totalmente correcta y legítima.
–Más allá de la Corte, ¿qué postura tiene el gobierno nacional?
–El gobierno de Dilma tiene una Secretaría de Política de Drogas en el Ministerio de Justicia Nacional. La titular, Paulina Do Carmo Arruda, dio una entrevista y dijo que el crack, que es un tema terrible, estadísticamente en salud pública es un problema irrisorio. Casi la matan.
–¿Cómo evalúa en este sentido la experiencia de Portugal?
–Bueno, Portugal descriminalizó el consumo. Hace dos años vino de allá la antropóloga Manuela Ivonne da Cunha, que hizo un estudio sobre las prisiones en Portugal y demostró que la descriminalización produjo un aumento en el encierro de los africanos que venden al menudeo.
–Nunca un gran narcotraficante...
–Lo mismo pasa en Brasil, donde no existe un gran negocio de drogas, es sólo una categoría fantasmática. Es diferente a Colombia. El prohibicionismo provocó los carteles, como la mafia durante la ley seca.
–Entonces, usted cree que se debe legalizar las drogas.
–Es lo que decía Rosa del Olmo: controlar por la legalidad. Hasta el crack se puede controlar legalmente, como pasa con la heroína en Suiza o la marihuana en Holanda. El modelo nuestro debe ser soberano, nuestro, de acuerdo con nuestros problemas. Otra cosa que dice Del Olmo es que la agenda de la guerra contra las drogas entró en América latina antes de que tuviésemos un problema efectivo, estadístico, de salud, con el uso de drogas. ¿Será que la guerra produjo el consumo? Hasta la dictadura militar, en Brasil existía una legislación sanitaria sobre drogas ilícitas. En la dictadura entró el modelo bélico, policial, norteamericano. Y también se hizo masivo el consumo de cocaína.
–Hoy Brasil es un puerto de salida de cocaína a Europa. Podríamos considerar que ése es el verdadero negocio narco.
–Un negocio institucionalizado, si no, no pasaría. Es gracioso, en Brasil siempre dicen “fue preso un gran traficante” y al final es un pibe favelado. La realidad es que en el comercio ilícito las personas se brutalizan, no sólo ellas, la policía también se brutaliza, se van convirtiendo en matadores de pobres: ellos hablan de “autorresistencia”, que es una metáfora para encubrir una ejecución policial. Además, se sentó un precedente peligroso, el uso de las fuerzas armadas en funciones policiales en el caso de la pacificación. Y el gobierno de Lula aprobó esto por ley... resultado: aumentó en 40 por ciento el número de presos por tráfico entre 2003 y ahora. En Río hay grupos que venden drogas y no negociaron con la policía, como el Comando Vermelho, y todas las UPP van a las áreas del Comando Vermelho. La policía se queda con el negocio.
–Hace algunos años, Fernando Meirelles y José Padilha, directores de Cidade de Deus o Tropa de Elite, aseguraron que el usuario es cómplice del narcotráfico, corriendo el foco de la discusión que debería ser la reforma de la ley.
–El film Tropa de Elite es una apología de una tortura y la parte dos es más perversa todavía. Creo que ellos plantean una culpabilización del consumidor; estoy en desacuerdo con ellos en ese punto. Dilma llamó a Pedro Abramovay para trabajar en la Secretaría de Políticas de Droga y en una entrevista planteó que además de despenalizar la tenencia, tal vez hacía falta pensar a los traficantes presos sin armas como víctimas de tráfico. Cayó. Dilma lo sacó. Influyeron la opinión pública y el miedo.
–¿Conoce a Paulo Texeira? Es un diputado federal que plantea la reforma de la ley de drogas en su país.
–Sí, claro. Sufrió una masacre mediática por sus propuestas. Lo tratan de protector, de narco. Mi marido dice que el discurso sobre los traficantes es parecido al religioso, al de un hereje: “Toman el alma de nuestros chicos”. El traficante aparece como alguien que va a ir a la escuela y no como alguien que trae una mercadería que otro quiere, como en el capitalismo. Yo gusto de capitalismo pero bueno...
–Reconocer el uso es reconocer el mercado.
–Pero ahí entra el discurso que usted mencionaba antes: “Entonces la culpa es del consumidor que produce el mercado”. Y comienza la demonización del usuario. Es un círculo vicioso, sin objetivdad. La guerra contra las drogas sólo sirvió para aumentar el poder discrecional de la policía, la venta de armas y la legitimación de la truculencia contra los pobres, que es algo histórico de la policía brasileña. Pero cuando uno piensa en cambiar la gente entra en pánico: “Van a liberar” “¿Cómo va a ser?”. ¿Y cómo es ahora? ¿Sabe cuántos desaparecidos tenemos ahora en Río? 5000, el año pasado. Parte reaparecen vivos... pero parte de esos desaparecidos están muertos por la guerra contra las drogas.
–¿Quién los desaparece?
–La policía brutalizada que produjo la guerra.
–¿Cuántos aparecen?
–No lo sé, son datos clasificados. Tenemos un veedor que dice que los números de seguridad en Río son torturados. Además, el que dirige la parte de estadísticas es un coronel del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales). La semana pasada tuvimos un caso chocante en Río. La policía entró a una favela y les disparó a dos chicos, uno fue herido, el otro murió y lo desaparecieron. Ese chico estaba yendo a la escuela. En las áreas pobres es una tragedia este modelo de seguridad máxima de la UPP.
–Tengo entendido que también hay paramilitares.
–Sí, les llamamos “milicias”. Son policías que viven dentro de las favelas, son escuadrones de la muerte. Al principio los prefectos de Río dijeron que eran “autodefensa contra el narcotráfico” y las permitieron. Luego se expandieron y ahora es policía... contra policía, porque las milicias quieren quedarse con parte del negocio de las drogas. Antes controlaban la venta de gas, las llamadas ilegales, internet, la economía informal. Son mafia. Las autoridades tardaron en darse cuenta, hasta ahora que matan a policías. “Hacen adicionales, es autodefensa contra el narco”, decían.
–¿Quién financia la milicias?
–Se autofinancian. Obligan a pagar una tasa de seguridad y protección. Y no se los puede denunciar porque son policías. ¡Si es el segundo empleo de la policía! Esa es la mezcla loca que estamos viviendo en Río. Esta semana también mataron un chico en el morro. Dijeron: “Era traficante”. La familia corre para probar que era trabajador. Si fuera traficante estaba todo bien... ese es el problema.
–¿Para la familia también?
–...A veces, sí. Esa es la cuestión perversa. Claro que hay lugares donde el traficante es alguien de la favela que mantiene una buena relación, otros son de otras favelas y dominan al barrio por la fuerza. El traficante no existe como categoría fija. Existe un comercio loco, pulverizado, violento. Pero la policía militar brutaliza mucho a los traficantes.
–¿Tienen muchos policías militares presos?
–Sí, muchos. En general por asesinatos y cada día mas. Por eso, ni Estados Unidos deja que sus fuerzas armadas se metan en problemas internos.
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–Es un instituto de investigaciones, tenemos una revista que se llama Discursos sediciosos, crímenes, derecho y sociedad, donde trabajamos temas relacionados con el derecho pero también con el arte.
–¿Tienen alguna relación con el Estado?
–Ninguna, somos totalmente independiente.
–¿Cómo monitorearon la incursión del gobierno carioca en las favelas?
–Tenemos una evaluación totalmente negativa de una ocupación bélica de las favelas. Es una estrategia para hacer una higienización de la ciudad para los grandes negocios transnacionales olímpicos y futbolísticos.
–¿No es una “pacificación” como se plantea desde el gobierno?
–Esa palabra en Brasil tiene una historia. Yo investigué lo que ocurrió alrededor de 1830, cuando Brasil se independizó y hubo un montón de rebeliones, historias muy lindas, de indígenas, de esclavos. Hice un libro sobre la llamada “Revuelta de los Malês”, de los esclavos musulmanes. “Pacificación” es una expresión militar. Después de esta época de revoluciones republicanas, en el sentido radical del término, las fuerzas armadas del imperio brasileño “pacificaron”. Eso quiere decir que en lugares como el estado del Gran Amazonas, que hoy es Amazonas y Pará, se mató a la mitad de la población. “Pacificación”, para quien conoce la historia de Brasil, equivale a “dominación de territorio”.
–O a exterminio...
–Sí. En este momento la policía de Río es la que más mata en el mundo. Este mes están “conmemorando” que sólo hubo 800 muertos al año porque se llegó a 1500 hace tres años. Esa es la “pacificación”, una especie de Pax romana.
–En este momento Río es gobernada por el PBDB, un partido aliado al PT, ¿qué opinión tiene de esa gestión en Río?
–El PBDB estuvo durante la dictadura también. Están donde están los negocios. Ahora son centroizquierda pero en sus filas hay gente de centroderecha, es una mixtura. El gobierno de Río tiene una agenda políticamente correcta pero en seguridad las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) tienen una pantalla, que es la guerra contra las drogas, contra el crimen, liberar las comunidades de esas mafias... pero por detrás, se puede ver en el mapa de las comunidades pacificadas que todas están alrededor del estadio Maracaná, en la zona Sur (Ipanema, Leblón) porque Río todavía tiene favelas en las áreas ricas, lo bello es que es una ciudad mezclada.
–En verdad vive más gente en las favelas que en el trazo histórico de la ciudad. Se ve claro antes de aterrizar en el aeropuerto internacional.
–Justamente, el camino desde el aeropuerto, alrededor de los grandes estadios, en las zonas turísticas, todo ha sido “pacificado”. La semana pasada entraron a Mangueira, que es un lindo barrio. ¿Qué hicieron? Fueron con tanques de la Marina y destruyeron casas y pequeños negocios que son la economía local pobre. Estas incursiones la municipalidad las llama “choque de orden”, es la política de higienización y el fin de la verdadera economía de esos barrios.
–Hace algunos años, los comerciantes pagaban escuadrones para matar a los chicos pobres que andaban por el centro, ¿eso volvió a pasar?
–No, porque ahora la policía mata oficialmente en nombre de la pacificación y de la guerra contra el narcotráfico. Además, los comerciantes están tranquilos porque en las favelas pacificadas se queda la policía militar. Si usted quiere hacer la fiesta de bautismo de su hijo tiene que pedir permiso a la policía militar, es un control territorial, intenso y militarizado.
–¿Cuál es la situación del baile funk en este contexto?
–Está prohibido en las comunidades.
–Pero es la música más popular y no sólo en las favelas.
–Y no siempre es violenta, pero a veces lo es. Prohibirla es parte de la demonización de las actividades de las favelas. Ahora hay funky oficial, del gobierno. Están cooptando artistas famosos para “el funk del bien”. Como es una manifestación cultural de masas en Río, es uno de los objetivos militares.
–El funk carioca en los ‘70 impulsaba el orgullo negro y también fue perseguido por la dictadura.
–¡El propio samba fue criminalizado al principio del siglo 20! Si usted escucha a los artistas negros perseguidos como Bezerra Da Silva, ya fallecido, se notan las mismas miradas sobre las áreas populares, las mismas estrategias, sólo que cambia el leitmotiv, antes era el samba o el capoeira y ahora el baile funk. Tambien está la cuestión sexual.
–El baile funk es muy misógino.
–Sí... pero hay una cuestión de cierto puritanismo blanco brasileño.
–Además, esta música habla del orgullo del usuario de drogas.
–Es la crónica de esa vida oprimida. El proibidao (variante del baile funk) incluso es medio un desafío a las investiduras policiales y la política prohibicionista.
–¿El control de la policía militar reconfiguró la venta de drogas?
–Hubo cambios en la venta al menudeo pero todos sabemos que el prohibicionismo no acaba con la venta de drogas. Los países más rígidos son los que presentan más crecimiento en la producción: Colombia o Perú, antes de (Ollanta) Humala. Brasil cuadriplicó, según el último informe de la ONU, el tráfico de cocaína afuera del continente, como corredor. En Brasil tenemos 40 años de fracaso con la prohibición: aumentaron la producción, la comercialización, el consumo, la corrupción de la policía, la violencia de una forma tremenda. ¿Para qué sirve la política de drogas? Los objetivos que propone no existen.
–A la vez es discriminatoria... Se notó en la última marcha mundial de la marihuana en Río y en San Pablo.
–Estuvo prohibida. Mi marido, que es abogado, presentó hábeas corpus y conseguimos hacer la marcha en Río, pero en San Pablo fue prohibida ¡y con tiros! Pero ahora la Suprema Corte de Justicia dice que no es apología y legalizó las marchas. Estamos muy atrasados también por los monopolios de los medios de comunicación, no tenemos diarios como Página/12, que es un contrapunto a La Nación y Clarín. Creo que en la Argentina, en todos los asuntos, tienen una agenda política vanguardista; conjugan movimientos políticos populares con causas como el matrimonio igualitario o la despenalización de la tenencia de drogas.
–Pero en Río hay más tolerancia en ciertas zonas: se fuma porro en la playa, en las calles. ¿Por qué eso no llega a la política?
–Rosa del Olmo, que fue una gran profesora venezolana que murió hace 10 años y deconstruyó en los ’70 esa real política norteamericana, decía en relación con la drogas que hubo una mezcla de desinformación y contrainformación, que produjo una saturación que es funcional a la ocultación del problema. Usted tiene una especie de masacre mediática sobre el problema, pero las personas no tienen información sobre indicadores de salud o propuestas internacionales sobre el tema.
–¿Cómo impacta esto sobre los usuarios de drogas?
–En Brasil el problema no es tanto la criminalización del consumo, que es cuestión de clase media y está naturalmente descriminalizado. De joven, yo vivía en el barrio de Santa Teresa y ahora en Ipanema. En Ipanema si alguien fuma, la policía no hace nada, pero si ven un vendedor ambulante fumando porro va preso. Hoy en la Corte Suprema existe una discusión muy calificada, tanto, que el voto del fallo por la marcha el juez Celso de Melo, que es un jurista liberal, abrió la discusión para el uso terapéutico de marihuana. Pero la opinión pública está monopolizada por los diarios, la Red O Globo y por un contrapunto evangélico que es aún peor: tienen su red de radio y televisión. Ellos obstruyen la discusión.
–¿La Corte no dice nada de la despenalización de la tenencia?
–Ese asunto no llegó a la Corte, tiene que ser provocado.
–La gente va presa, así que debería haber expedientes en trámite.
–Sí, pero el problema principal, donde se sangra literalmente, es en el punto de la venta que involucra a los pobres. En Brasil no existe una especificación en la cantidad de marihuana, por ejemplo. Es una cuestión de interpretación. Yo investigue más de mil procesos cuando empezó esta política represiva, entre el ’68 y el ’78. Si hay dos chicos con la misma cantidad de drogas y uno es blanco de clase media va a ir al psicólogo o al médico, pero si es pobre y negro y vive en la favela es considerado traficante. Creo que el problema es la demonización del tráfico, del comerciante minorista. Entonces pienso que descriminalizar sólo la tenencia va a producir la misma violencia.
–También existen las internaciones obligatorias por el Código Penal, como en la Argentina.
–Existen y son inconstitucionales. En la guerra contra las drogas se puede hacer todo: torturas, asesinatos... Se creó un sentido común tan fuerte que cuando la policía entra a las favelas y mata a diez personas, ellos dicen: “Son diez traficantes”. Y está todo bien. Insisto en que nuestro problema es la comercialización, como en los países andinos es la producción. Este tema va junto en la discusión por la despenalización, que es totalmente correcta y legítima.
–Más allá de la Corte, ¿qué postura tiene el gobierno nacional?
–El gobierno de Dilma tiene una Secretaría de Política de Drogas en el Ministerio de Justicia Nacional. La titular, Paulina Do Carmo Arruda, dio una entrevista y dijo que el crack, que es un tema terrible, estadísticamente en salud pública es un problema irrisorio. Casi la matan.
–¿Cómo evalúa en este sentido la experiencia de Portugal?
–Bueno, Portugal descriminalizó el consumo. Hace dos años vino de allá la antropóloga Manuela Ivonne da Cunha, que hizo un estudio sobre las prisiones en Portugal y demostró que la descriminalización produjo un aumento en el encierro de los africanos que venden al menudeo.
–Nunca un gran narcotraficante...
–Lo mismo pasa en Brasil, donde no existe un gran negocio de drogas, es sólo una categoría fantasmática. Es diferente a Colombia. El prohibicionismo provocó los carteles, como la mafia durante la ley seca.
–Entonces, usted cree que se debe legalizar las drogas.
–Es lo que decía Rosa del Olmo: controlar por la legalidad. Hasta el crack se puede controlar legalmente, como pasa con la heroína en Suiza o la marihuana en Holanda. El modelo nuestro debe ser soberano, nuestro, de acuerdo con nuestros problemas. Otra cosa que dice Del Olmo es que la agenda de la guerra contra las drogas entró en América latina antes de que tuviésemos un problema efectivo, estadístico, de salud, con el uso de drogas. ¿Será que la guerra produjo el consumo? Hasta la dictadura militar, en Brasil existía una legislación sanitaria sobre drogas ilícitas. En la dictadura entró el modelo bélico, policial, norteamericano. Y también se hizo masivo el consumo de cocaína.
–Hoy Brasil es un puerto de salida de cocaína a Europa. Podríamos considerar que ése es el verdadero negocio narco.
–Un negocio institucionalizado, si no, no pasaría. Es gracioso, en Brasil siempre dicen “fue preso un gran traficante” y al final es un pibe favelado. La realidad es que en el comercio ilícito las personas se brutalizan, no sólo ellas, la policía también se brutaliza, se van convirtiendo en matadores de pobres: ellos hablan de “autorresistencia”, que es una metáfora para encubrir una ejecución policial. Además, se sentó un precedente peligroso, el uso de las fuerzas armadas en funciones policiales en el caso de la pacificación. Y el gobierno de Lula aprobó esto por ley... resultado: aumentó en 40 por ciento el número de presos por tráfico entre 2003 y ahora. En Río hay grupos que venden drogas y no negociaron con la policía, como el Comando Vermelho, y todas las UPP van a las áreas del Comando Vermelho. La policía se queda con el negocio.
–Hace algunos años, Fernando Meirelles y José Padilha, directores de Cidade de Deus o Tropa de Elite, aseguraron que el usuario es cómplice del narcotráfico, corriendo el foco de la discusión que debería ser la reforma de la ley.
–El film Tropa de Elite es una apología de una tortura y la parte dos es más perversa todavía. Creo que ellos plantean una culpabilización del consumidor; estoy en desacuerdo con ellos en ese punto. Dilma llamó a Pedro Abramovay para trabajar en la Secretaría de Políticas de Droga y en una entrevista planteó que además de despenalizar la tenencia, tal vez hacía falta pensar a los traficantes presos sin armas como víctimas de tráfico. Cayó. Dilma lo sacó. Influyeron la opinión pública y el miedo.
–¿Conoce a Paulo Texeira? Es un diputado federal que plantea la reforma de la ley de drogas en su país.
–Sí, claro. Sufrió una masacre mediática por sus propuestas. Lo tratan de protector, de narco. Mi marido dice que el discurso sobre los traficantes es parecido al religioso, al de un hereje: “Toman el alma de nuestros chicos”. El traficante aparece como alguien que va a ir a la escuela y no como alguien que trae una mercadería que otro quiere, como en el capitalismo. Yo gusto de capitalismo pero bueno...
–Reconocer el uso es reconocer el mercado.
–Pero ahí entra el discurso que usted mencionaba antes: “Entonces la culpa es del consumidor que produce el mercado”. Y comienza la demonización del usuario. Es un círculo vicioso, sin objetivdad. La guerra contra las drogas sólo sirvió para aumentar el poder discrecional de la policía, la venta de armas y la legitimación de la truculencia contra los pobres, que es algo histórico de la policía brasileña. Pero cuando uno piensa en cambiar la gente entra en pánico: “Van a liberar” “¿Cómo va a ser?”. ¿Y cómo es ahora? ¿Sabe cuántos desaparecidos tenemos ahora en Río? 5000, el año pasado. Parte reaparecen vivos... pero parte de esos desaparecidos están muertos por la guerra contra las drogas.
–¿Quién los desaparece?
–La policía brutalizada que produjo la guerra.
–¿Cuántos aparecen?
–No lo sé, son datos clasificados. Tenemos un veedor que dice que los números de seguridad en Río son torturados. Además, el que dirige la parte de estadísticas es un coronel del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales). La semana pasada tuvimos un caso chocante en Río. La policía entró a una favela y les disparó a dos chicos, uno fue herido, el otro murió y lo desaparecieron. Ese chico estaba yendo a la escuela. En las áreas pobres es una tragedia este modelo de seguridad máxima de la UPP.
–Tengo entendido que también hay paramilitares.
–Sí, les llamamos “milicias”. Son policías que viven dentro de las favelas, son escuadrones de la muerte. Al principio los prefectos de Río dijeron que eran “autodefensa contra el narcotráfico” y las permitieron. Luego se expandieron y ahora es policía... contra policía, porque las milicias quieren quedarse con parte del negocio de las drogas. Antes controlaban la venta de gas, las llamadas ilegales, internet, la economía informal. Son mafia. Las autoridades tardaron en darse cuenta, hasta ahora que matan a policías. “Hacen adicionales, es autodefensa contra el narco”, decían.
–¿Quién financia la milicias?
–Se autofinancian. Obligan a pagar una tasa de seguridad y protección. Y no se los puede denunciar porque son policías. ¡Si es el segundo empleo de la policía! Esa es la mezcla loca que estamos viviendo en Río. Esta semana también mataron un chico en el morro. Dijeron: “Era traficante”. La familia corre para probar que era trabajador. Si fuera traficante estaba todo bien... ese es el problema.
–¿Para la familia también?
–...A veces, sí. Esa es la cuestión perversa. Claro que hay lugares donde el traficante es alguien de la favela que mantiene una buena relación, otros son de otras favelas y dominan al barrio por la fuerza. El traficante no existe como categoría fija. Existe un comercio loco, pulverizado, violento. Pero la policía militar brutaliza mucho a los traficantes.
–¿Tienen muchos policías militares presos?
–Sí, muchos. En general por asesinatos y cada día mas. Por eso, ni Estados Unidos deja que sus fuerzas armadas se metan en problemas internos.
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