lunes, 5 de septiembre de 2011

POR LA NOCHE, CON LA "DULCE CONDENA" DE LA TROMPETA



Gillespi tocó con grandes bandas desde los años ‘80. Su primer instrumento se lo dio el pastor evangelista del barrio.


Por Einat Rozenwasser


Dice que la búsqueda responde a la necesidad de cambiar madrugadas por amaneceres (o medias mañanas, OK), pero la trasnoche está en su esencia. Entonces lo que debería ser un café con Gillespi es cena en el sushibar de sus amigos y vecinos de la Rock & Pop, la emisora desde la que de lunes a viernes conduce Falso Impostor. Y la sobremesa es una charla a la que se va sumando el equipo del lugar y también algún cliente que andaba por ahí. Es que, más allá de la noche, lo que al hombre pareciera gustarle de veras es conversar, aunque vuelva sobre su aversión hacia las personas (en determinada presentación y formato, tampoco vamos a exagerar). Así las cosas, el pocillo es copa y del otro lado están el trompetista (toca el sábado en el Samsung Studio) el guionista, el conductor y el autor, casi en ese orden.Como cualquier joven que se precie, la vida nocturna comenzó al final de la adolescencia, cuando viajaba todos los días de Monte Grande a Capital para estudiar Psicología en la UBA. “Llevaba mi trompeta y después me iba a Jazz & Pop a tocar”, cuenta. Como referencia principal aparece su primo Enrique y su habitación llena de posters, libros, ideas, música. Los dos tocaban la guitarra y habían conformado el dúo de rigor, hasta que Enrique cayó con un disco de Miles Davis y todo cambió. Gillespi, en aquel momento Marcelo Rodríguez a secas, consiguió una trompeta a través del pastor evangelista del barrio. “Lo que no sabía era que se trataba de un instrumento tan ingrato”, desliza. ¿Tanto? “Calamaro diría que es una dulce condena. Aprender a tocar la trompeta es un ejercicio de autoconocimiento y autocontrol, te metés en un viaje tremendo, surreal. Soy autodidacta y me la compliqué más todavía”, insiste, y hace una pausa antes de recorrer reflexiones y argumentos que también plasmó en Blow!, su primer libro (es co-autor de El artesano del miedo y ahora presenta el Manual animal de la sexualidad humana, que incluye sus dibujos). “Con otros instrumentos dejás unos meses y cuando querés volver, tocás. Con la trompeta no. Me voy de vacaciones y tengo que practicar una hora por día”, empieza, y sigue con una explicación detallada de la compleja técnica que permite recorrer al menos tres escalas con tres botones, un circuito de tuberías y mucho aire.A mediados de los ‘80 el yeite del “trompetista del palo” funcionaba y lo llevó a tocar con Sumo, Divididos, Las Pelotas y su amigo Roberto Pettinato (además de Mex Urtizberea, Luis Salinas, Walter y Javier Malosetti, Pedro Aznar, Willy Crook, Lito Vitale, Charly García, Los Piojos, Bersuit Vergarabat y la lista sigue...) La actividad con Sumo fue creciendo y la facultad quedó de lado. “En esa época era vegetariano y Luca me miraba como si fuera marciano. Me la pasaba comiendo ensalada mixta: pedir una parrillada de vegetales en las rutas de Córdoba no existía”, dice. La música le daba alegrías pero de dinero, poco y nada. Y el que se dio cuenta de que había que hacer algo al respecto fue Pettinato. “Algo” empezó siendo sándwiches que vendían en Barrancas de Belgrano; hasta que lograron entrar al circuito de los medios. “Roberto conseguía laburos y me llevaba como libretista. Cobraba por escribir monólogos, chistes, cosas de actualidad”, repasa. El recorrido incluyó radio, textos para diarios y revistas y tevé, donde gestó personajes entrañables como Aníbal Hugo (y le toca al lector jugar con las inflexiones de la voz que lo caracterizan). Pero volvemos al principio porque, en todos esos años, “la vida pasaba mientras dormía”. Ahora se despierta temprano y al mediodía ve a sus hijos. Aunque de vez en cuando se da el gusto y despunta el vicio en algún rincón de Buenos Aires.

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