Por Eduardo Parise
"El pueblo agranda el idioma”, suelen repetir los estudiosos de la Academia Porteña del Lunfardo para referirse al valor que esas expresiones cotidianas tienen en el habla de la gente.
Y la realidad demuestra que es así. Sobre todo en países como la Argentina o ciudades como Buenos Aires, donde las grandes corrientes de inmigrantes hicieron buena parte de la historia y las palabras de otros lugares, transformadas, se volvieron tan argentinas como el dulce de leche.
El tema del idioma viene a cuento porque se recuerdan dos fechas que hacen a la cuestión: se celebra el Día del Inmigrante (se estableció en 1949 en relación con un decreto que el 4 de septiembre de 1812 sancionó el Primer Triunvirato) y el Día del Lunfardo (se evoca desde 2000 para conmemorar que el 5 de septiembre de 1953 se presentó la primera edición del libro Lunfardía , de José Gobello, un texto que impulsó la valorización y el interés de esta jerga popular).
Y a propósito del lunfardo y los inmigrantes, vale hacer memoria y evocar el origen de una expresión que, durante años, sirvió para definir un modo de hablar entreverado de mucha de esa gente llegada al país en busca de una mejor calidad de vida. La palabra es “cocoliche” y esa forma de comunicación fue característica de los italianos, aunque comunidades de otros orígenes también le hicieron honor a semejante mezcla, aunque tuvieran cadencias de otros idiomas.
Según recuerda José Podestá en sus memorias tituladas Medio siglo de farándula , aquella definición surgió por el nombre de un trabajador calabrés que integraba su histórica y famosa compañía teatral. El hombre se llamaba Antonio Cuculiccio y su idioma “argentano” era una cruza tan rara como el “spanglish” que actualmente hablan muchos latinos en los Estados Unidos.
Y dicen que Celestino Petray, otro actor del equipo de Podestá, empezó a imitarlo, lo que le permitió crear el personaje de un italiano acriollado. Así, un día y frente al público, improvisó una frase que generó carcajadas. Uno de los Podestá le preguntó “¿Cómo le va amigo Cocoliche; de dónde sale tan empilchado?”, a lo que Petray, que montaba un caballo criollo, contestó: “Vengue de la Petegonia con este parejiere macanuto”.
Después, para reafirmar su condición de criollo, cuentan que agregó: “Me quiamo Francesco Cocoliche e songo cregollo hasta lo güese de la taba e la canilla de lo caracuse”. Lejos estaba de imaginar el actor que con eso creaba una palabra para definir esa forma de hablar. Y que años más tarde hasta sería incorporada al prestigioso Diccionario de la Real Academia bajo esta definición: “ Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español ”.
El personaje del circo de Podestá y el cocoliche se perdieron entre la niebla del tiempo y ya casi ni se usa, salvo en alguna reposición de los sainetes que dejó Alberto Vacarezza. Pero la figura de José Podestá no se queda sólo en la evocación de su relación con aquel inmigrante creado por Petray. Porque entre los recuerdos de la memoria argentina hay otro personaje muy vinculado a su figura. Se trata de Pepino el 88, un payaso que, a fines del siglo XIX, convocaba multitudes. Su leyenda todavía mantiene mucho de la magia que, según los historiadores, José Podestá generaba entre la gente. Pero esa es otra historia.
El tema del idioma viene a cuento porque se recuerdan dos fechas que hacen a la cuestión: se celebra el Día del Inmigrante (se estableció en 1949 en relación con un decreto que el 4 de septiembre de 1812 sancionó el Primer Triunvirato) y el Día del Lunfardo (se evoca desde 2000 para conmemorar que el 5 de septiembre de 1953 se presentó la primera edición del libro Lunfardía , de José Gobello, un texto que impulsó la valorización y el interés de esta jerga popular).
Y a propósito del lunfardo y los inmigrantes, vale hacer memoria y evocar el origen de una expresión que, durante años, sirvió para definir un modo de hablar entreverado de mucha de esa gente llegada al país en busca de una mejor calidad de vida. La palabra es “cocoliche” y esa forma de comunicación fue característica de los italianos, aunque comunidades de otros orígenes también le hicieron honor a semejante mezcla, aunque tuvieran cadencias de otros idiomas.
Según recuerda José Podestá en sus memorias tituladas Medio siglo de farándula , aquella definición surgió por el nombre de un trabajador calabrés que integraba su histórica y famosa compañía teatral. El hombre se llamaba Antonio Cuculiccio y su idioma “argentano” era una cruza tan rara como el “spanglish” que actualmente hablan muchos latinos en los Estados Unidos.
Y dicen que Celestino Petray, otro actor del equipo de Podestá, empezó a imitarlo, lo que le permitió crear el personaje de un italiano acriollado. Así, un día y frente al público, improvisó una frase que generó carcajadas. Uno de los Podestá le preguntó “¿Cómo le va amigo Cocoliche; de dónde sale tan empilchado?”, a lo que Petray, que montaba un caballo criollo, contestó: “Vengue de la Petegonia con este parejiere macanuto”.
Después, para reafirmar su condición de criollo, cuentan que agregó: “Me quiamo Francesco Cocoliche e songo cregollo hasta lo güese de la taba e la canilla de lo caracuse”. Lejos estaba de imaginar el actor que con eso creaba una palabra para definir esa forma de hablar. Y que años más tarde hasta sería incorporada al prestigioso Diccionario de la Real Academia bajo esta definición: “ Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español ”.
El personaje del circo de Podestá y el cocoliche se perdieron entre la niebla del tiempo y ya casi ni se usa, salvo en alguna reposición de los sainetes que dejó Alberto Vacarezza. Pero la figura de José Podestá no se queda sólo en la evocación de su relación con aquel inmigrante creado por Petray. Porque entre los recuerdos de la memoria argentina hay otro personaje muy vinculado a su figura. Se trata de Pepino el 88, un payaso que, a fines del siglo XIX, convocaba multitudes. Su leyenda todavía mantiene mucho de la magia que, según los historiadores, José Podestá generaba entre la gente. Pero esa es otra historia.
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