Diego Ajata Azurduy descendiente de Juana Azurduy, maneja un comedor que alimenta a más de 200 chicos. Realiza charlas con lesbianas, gays, trans y heterosexuales.
Por Tali Goldman
En medio de la autopista Dellepiane, al sur de la ciudad de Buenos Aires, allí donde el frío cala hondo en los huesos, un destello de calidez penetra escondido entre los pasillos del humilde complejo Cildáñez. El pequeño comedor “Juana Azurduy” se torna gigante a la hora de albergar la diversidad. Conocido como el “comedero gay”, su fundador, Diego Ajata Azurduy, 26 años, oriundo de Sucre (Bolivia) y descendiente de Juana Azurduy, cuenta cómo llevó adelante la hazaña de salir del closet y abrir el primer merendero plural.–¿Cómo comenzó con la tarea solidaria?–Soy boliviano y vivo en la Argentina desde que tengo tres años. Cuando tenía alrededor de 20 comencé a cuidar niños con mi pareja, armando una pequeña guardería en el barrio. Y así empezamos a hacernos conocidos. Las madres que tenían que trabajar nos venían a dejar a sus hijos y no cobrábamos ni un centavo, lo hacíamos sólo por vocación de ayudar.–¿De dónde nace su pasión por la ayuda al prójimo?–Siempre me gustó ayudar desde chico. Cuando tenía 6 o 7 años juntaba las flores que dejaba tirada la gente y las revendía, venía acá al barrio y compartía la plata que ganaba. Hoy en día me hago cargo de este merendero y tengo mucha gente bajo mi responsabilidad. –¿Descubrió su condición sexual antes de abrir el merendero?–Cuando tenía cerca de 20 años nos acercamos con mi pareja, Mariano Rodríguez, a la gente del orgullo gay. A mi familia, por supuesto, en un principio le costó aceptar mi condición de gay pero hoy en día me apoyan. Son mi sostén fundamental y sin ellos no podría seguir adelante con esta tarea. Incluso la gente del barrio, las madres que me traían a sus chicos, me repetían: “Nunca tuve a un amigo que nos ayudara tanto como vos”. Nos tenían confianza, no nos discriminaban y hasta hubo quien comenzó a darnos algunos pesitos por el esfuerzo que hacíamos. En este barrio encontrás drogas, alcohol, robo, pero nunca vas a encontrar a chicos como nosotros que ayudan. Nosotros no íbamos diciendo que éramos gays, pero la gente se daba cuenta y cuando nos preguntaban nosotros no lo ocultábamos.–Su comedor funciona todos los días asistiendo a niños y los fines de semana se convierte en un espacio para la diversidad.–Exactamente. Todas las tardes recibimos 200 chicos a los que les damos la merienda de nuestro bolsillo. Vienen paraguayos, bolivianos, chilenos. Los fines de semana, tenemos reuniones con alrededor de 300 jóvenes que son lesbianas, gays, transexuales y heterosexuales. Este comedor funciona como su casa y hasta recibimos gente de muchas provincias cuando se enteran que somos abiertos a todos, porque eso no pasa en todos los merenderos. Nosotros no discriminamos por ninguna condición.–¿Qué actividades realizan?–Hacemos exposiciones donde hablamos de la sexualidad, sobre la identidad, temas muy importantes para todos nosotros. Organizamos ferias, y diferentes cosas para promover la inclusión. Es muy bueno escuchar por el barrio que digan “¡Ay! Conocés el merendero de los chicos gays”, porque eso le abrió muchas puertas a gente que no tenía espacio. A muchos les costaba reconocer su condición sexual, esto les permitió abrirse mucho. –Recientemente se cumplió un año de la sanción del matrimonio igualitario, ¿cuál es su reflexión al respecto?–Es un paso importantísimo. Es más, estamos tan felices con mi pareja que queremos casarnos pronto y que toda la gente se termine enterando de nuestro amor y de lo que somos.
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