domingo, 18 de septiembre de 2011

UNA REALIDAD SIN RATING



En San Martín la ayuda social no mide.Cómo ven su día a día quienes pelean por los derechos sociales de su comunidad sin la repercusión mediática que tienen los protagonistas del caso Candela.


Por Ayelén Bonino


"Nosotros vivimos en un asentamiento pero no somos narcotraficantes o ladrones, somos trabajadores.” La aclaración de uno de los vecinos que vive a la vera del Reconquista, una de las zonas más pobres del partido de San Martín, no es casual. En los últimos días, esta localidad del norte del conurbano bonaerense se convirtió en el centro de las miradas a raíz de la derivación de la investigación del crimen de Candela Rodríguez. Los medios apuntaron a una supuesta banda de delincuentes del lugar dedicados al secuestro extorsivo de narcos, con una trama que incluyó punteros políticos, policías y grandes sumas de dinero de por medio. Pero la gente asegura que por esos pagos no todo pasa por las drogas y el robo.“Queremos cambiar esta historia pero nos meten a todos en la misma bolsa”, aclara Daniel. Él es uno de los 30 trabajadores de la planta de reciclado Las Piletas, un emprendimiento que nació hace siete años para tratar la basura del cinturón ecológico del Ceamse, en José León Suárez.Los desechos cumplen aquí un rol central. Existen unas 130 hectáreas repletas de toneladas de alimentos, electrodomésticos, metales, cartón, plásticos y todo lo que sobra en una ciudad. Es el relleno sanitario más grande del país, que reúne a cientos de personas de lunes a sábado durante una hora para recolectar todo aquello que pueda serles útil.Las Piletas fue la primera cooperativa de recuperadores urbanos en la zona, donde ahora existen nueve proyectos similares en los que trabajan cientos de personas. Para que funcione se contó con el aporte del Ministerio de Desarrollo Humano bonaerense, pero el empujón inicial vino con la ayuda de Néstor Kirchner, a quien los trabajadores acudieron en 2004, luego de un acto proselitista en el barrio Independencia. “Fuimos con una carta y antes de dársela le preguntamos si la pensaba leer”, afirman. Con el dinero aportado se compraron máquinas para reciclar y hoy venden 12.000 kilos de cartón y 3.000 de nylon por mes. Mientras los camiones del Ceamse descargan los desechos en el pequeño galpón, Daniel se hace unos minutos más de recreo para hablar con Miradas al Sur.“Mi vida cambió por completo. Yo antes vendía drogas pero gracias a este trabajo ahora puedo hablar cara a cara y de frente con concejales y policías, y hasta tengo cuatro hijos laburando acá”, asegura, y agrega que el emprendimiento “logró darles trabajo a muchos jóvenes con problemas de adicción”. “La Municipalidad nos manda también ex convictos del programa de Patronato de Liberados para su reinserción social. Nosotros no somos nadie, pero nos piden ayuda”, ironiza.En San Martín las ganas de progresar se sienten. A unas cuadras, una fábrica pintada de fucsia y naranja es el ejemplo de la voluntad. Recuperada por los vecinos hace tres años, este espacio funciona como centro de contención para chicos y familias que encuentran un lugar donde aprender los oficios del arte. Adentro, banderas de colores y un inmenso mural de Evita de tres metros cuadrados reciben a quienes quieran sumarse.“Trabajamos con la basura para hacer arte”, cuenta Juan, uno de los talleristas, mientras muestra tres dibujos que los alumnos hicieron sobre planchas de plástico que encontraron en la calle. “Es como ir al autoservicio, buscamos lo necesario y después hacemos una proyección en un pizarrón. Eso se pasa al papel y después creamos”, detalla. Todo es útil: troncos viejos para tallar esculturas de estilo africano, maderas podridas para crear los marcos de cuadros abstractos y maniquíes rotos para aprender a dibujar la anatomía humana. La idea es sacar a los pibes de la delincuencia, un tema recurrente en cada uno de los testimonios de la gente.En la calle Rivadavia al 959, un preocupado grupo de 15 vecinos de la cooperativa Crecer de a Poco comenzó a construir una salita de usos múltiples para ayudar a las familias. “Hay muchos problemas. La droga y las enfermedades son como caramelos en un quiosco”, ejemplifica Juan Carlos, uno de los constructores de la obra, mientras ceba mates en el patio de lo que será esta nueva sede asistencial. La iniciativa incluye la creación de un centro cultural y deportivo, un área de servicios médicos y una radio para que los pibes aprendan locución. Los materiales fueron brindados por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, y el espacio corrió por cuenta de Adán Guevara, uno de los referentes de la zona, que cedió su propio hogar para dar una mano. “Yo ahora duermo en una piecita del fondo, pero esto está siempre abierto para todos”, explica mientras muestra el lugar donde funciona también un centro de zoonosis. “Debo ser el único loco en todo Buenos Aires con un proyecto así en su casa”, se ríe. Desde hace más de veinte años, con la ayuda de una veterinaria, todos los viernes la gente lleva a sus mascotas para que las vacunen y desparasiten. Asistidos por la Facultad de Veterinarias de la UBA, allí se crearon programas contra el cólera y el parvovirus. Para esto se crearon delegaciones de ayudantes que trabajaron en los barrios Lanzone, La Cárcova y Villa Hidalgo. Uno de los últimos operativos incluyó un plan para erradicar el dengue. “Tuvimos reuniones en diferentes hospitales donde nos asesoraron. Conseguimos herbicida e hicimos cientos de sobrecitos de plástico con un papelito que indicaba cómo se tenía que usar el producto en el agua. ¡No sabés lo que fue conseguir las bolsitas y recortar todas las fotocopias!”, cuenta Iris, una de las tantas mujeres que se acercaron a dar una mano al proyecto. “Todo esto lo hacemos para evitar enfermedades que se puedan contagiar a los chicos ¿Quién no tiene un perro o gato en su casa?”, reflexiona Adán.En los últimos años, la salud se convirtió en un tema clave. A modo de ejemplo, los jóvenes suelen recordar el caso de una chica que falleció en su casa bajo la agonía de las ramificaciones de un cáncer de útero, luego de que una ambulancia se negara a entrar. “Acá no hay médicos. Y cuando vas a algún centro porque tenés un chico enfermo, te dicen que vengas mañana”, se indigna Paola, de 29 años. Por eso, para ellos la creación de un pequeño complejo médico se vuelve central.Pero la motivación también se respira en las calles. “Estamos haciendo veredas, desagües y limpieza de plazas. Trabajamos todos juntos para ayudar”, asegura Diego, uno de los trabajadores de la cooperativa John William Cooke. “Hay muchas ganas y las cosas se ven mejor, hasta empezaron a pasar de nuevo los colectivos que antes no entraban”, se enorgullece.En el partido de San Martín la realidad es compleja. Pero a pesar de los contratiempos y los estigmas sociales, la gente del lugar se empecina en no bajar los brazos. “Acá es como en todos lados, drogas hay en Palermo, Villa Ballester o en cualquier lado del país”, concluye un vecino .

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