Alejandro Awada revive a Los poetas de Mascaró y espera el estreno de la biopic de Estela de Carlotto, donde interpreta a su marido. Poesía, actuación y política.
Por Bruno Lazzaro
Toma una hoja, la dobla en partes iguales y comienza a fragmentarla. El primer recorte exhibe su actualidad. En voz baja, con tono cansino, pero con ojos presentes, fuertes. Con una mirada directa. En vivo. Alejandro Awada está cruzado de piernas en el hall del primer piso del Centro Cultural de la Cooperación, donde todos los sábados a las 19 participa, junto a Ingrid Pelicori, Leonor Manso, Patricio Contreras, Elena Tasisto y Claudia Tomás, de Los poetas de Mascaró, un recital poético-musical que el actor define como “un pequeño y bello acontecimiento”. El espectáculo está dedicado al grupo Mascaró, un conjunto de escritores –integrado por Sergio Kisielewsky, Juano Villafañe, Nora Perusín, Luis Eduardo Alonso y Leonor García Hernando– que a comienzos de los ’70 integraron el taller literario “Mario Jorge De Lellis”. Un espacio en el que coincidieron en el desafío de vivir en un estado poético, donde lo público y lo privado formaban parte de un todo. “Ellos son la voz de una generación que quisieron aniquilar, callar, sepultar y no pudieron. Y desde esa convicción de querer transformar el mundo, haciéndose cargo del momento histórico-social que les tocó, expresan con mucha belleza esa realidad”, asegura el actor.“¿Y qué le provoca formar parte de este espectáculo?”, se le consulta. Awada respira y junta sus labios con fuerza para proteger la palabra. Para pensarla y no dejarla sola. “Me conmueve profundamente. Si sos argentino y estás vivo, o sea conectado con nuestra sociedad, con quiénes fuimos, quiénes somos y dónde queremos ir, irremediablemente te pasa eso. Porque ellos vienen de aquel dolor. Y esa transformación que hacen es un acto de generosidad muy hermoso.”Dice que el trabajo “es sencillo, austero, con una preciosa luz que acompaña, con las canciones y la música que funcionan como puentes entre poema y poema. Y sucede una empatía muy grande, una conmoción entre el público, nosotros y la poesía”.–¿Conocía a los poetas? –Eran un movimiento ajeno, pero algunos de ellos me parecen de una trascendencia muy importante, al nivel de la mejor poesía nacional. –Entonces le llamó la atención desconocerlos.–Sí, pero no te olvides que venimos de los ’90. Hasta el ’89 existían pequeñas editoriales con la voluntad y el deseo de editar. Después nos sucedió la otra tragedia contemporánea, donde ninguna de estas pequeñas editoriales tuvo chances de publicar absolutamente nada.–Ellos decían vivir en un estado poético. ¿Cómo lo interpreta?–Desearía vivir en un estado poético, al servicio de transformar nuestra sociedad en una sociedad más justa, más noble, amable. Leonor García Hernando habla de eso con una riqueza y profundidad emocional e intelectual que no se puede explicar. Sólo se puede leer y conmover.–¿Lee poesía?–No es una vocación. Sí puedo hablar de esos que uno tuvo que leer como Vallejo, Pavese o Neruda, poetas que me han enriquecido el corazón. Y de otros como Gelman, Urondo y González Tuñón que me pegan en otro lado, en la argentinidad. Y me siento parte de ellos.–El poeta tiene un rompimiento evidente entre lo público y lo privado, ¿el actor también lo sufre o es simplemente un intérprete?–Si ofrezco mis mundos internos para que sean lo más cercanos posible a los mundos internos del personaje, estoy creando. Porque el intérprete también es un creador. Y en esa comunión nace el personaje. Lo que pasa es que el intérprete debe correr el riesgo de no convertirse en un repetidor.–¿La actuación es un estado de movilización constante?–Sí, pero también lo es la lectura, el ser un psicoanalizado crónico, el caminar por la calle, los encuentros con mi mujer. El disparador del conocimiento de mi mundo interno fue la actuación. Había muchas barreras entre el deber ser y el mundo interno. Y la actuación me ayudó con cada una de esas barreras.–¿A abrirlas o a romperlas?–A abrirlas. Intenté romperlas, pero no hice más que agregar otras.Awada recoge uno de los resultados de su antigua hoja, lo divide y lo recorta con cuidado para formar un nuevo escenario que lo lleva a comprender cómo decidió ser actor. “Cuando tenía dieciocho años, en el ’81, llegó a mis manos Rayuela. Y dije ¡ah! Esa fue una pequeña llave de mis mundos internos. Por supuesto que soy un hombre que llora, pero no lo conocía. Y cuando Cortázar murió, lloré. Él, por supuesto que no lo sabe, pero le estoy profundamente agradecido. Es un hombre que me encanta desde todo punto de vista.”–¿Y cómo lo relacionó con la actuación?–Inicié tibiamente un taller de teatro, que fue como una puerta de entrada a mi intimidad creativa. Pero después me llevó mucho tiempo abrir esas barreras, agregar otras hasta que finalmente a los 27 o 28 años pude comenzar a vivir desde mi intimidad hacia afuera. Fue la conmoción artística.–Los poetas... es una obra que a la vez también lo comunica con su adolescencia. ¿Cómo recuerda esos años?–Sufrí las consecuencias de ese mundo, de aquel país que te ponía la bota en la cabeza. Y lo comprendí mucho tiempo después. Fui criado en esa sociedad donde no tenía ninguna chance de preguntar, ni preguntarme. Comencé a tomar conciencia por el año ’79, ’80 y empecé a observar y a darme cuenta de lo que pasaba.–¿De qué manera?–De una forma tibia. Empecé a escuchar las voces que no se podían escuchar. Y me tomé el pequeño atrevimiento de participar de la manifestación en marzo del ’82 donde salimos corriendo. La sensación que tengo es la de haber estado metido dentro de una bolsa donde no se podía saber, conocer, preguntar, desear. Estas palabras estaban prohibidas. Las conocí después.–Además de Los poetas..., este año grabó su participación en la película sobre Estela de Carlotto. ¿Cómo fue la experiencia?–Tuve el honor de interpretar a Guido, el marido de Estela. Y lo bello de la película es que tiene la simpleza y la virtud de mostrar lo que le sucedió a una familia. A una madre, una mujer, una abuela que quiere saber lo que pasó.–A nivel actoral este año fue una vuelta a los ’70. ¿Cómo analiza la Argentina actual?–Desde mi humilde opinión hubo una Argentina muy injusta, una palabra que le queda chica. Que nació en el ’30, y hasta quizá nació cuando Saavedra tomó el poder en lugar de Moreno. Son 200 años en que el espacio de poder es ocupado por un sector que juega al servicio de otros intereses, y no de los de la sociedad. Sucede que del ’76 al ’83 ocurrió una tragedia desde todo punto de vista. Personal, social, económica. Donde se destruyó la Argentina. Desde hace unos cuantos años tengo claro que amo a la Argentina y a Latinoamérica. Que me gusta estar entre mi gente, que me gustaría mucho que podamos transformarnos en una sociedad más igualitaria. Y me parece que desde estas humildes convicciones meterme con Mascaró y con la causa de Abuelas me produce orgullo. Me da satisfacción. Me hace observar que hay coherencia entre quién soy y lo que ofrezco. Y eso se parece a la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario