jueves, 9 de septiembre de 2010

LOS TRAZOS ETERNOS DEL ETERNAUTA

“Lo que hice hace 50 años sigue vigente y eso me trae grandes satisfacciones”, confiesa orgulloso Solano.
Entrevista a Francisco Solano López. El dibujante de la mítica historieta escrita por Oesterheld está a punto de cumplir 83 años y sigue trabajando. En su homenaje, acaba de publicarse una edición limitada con reproducciones de su obra.

Solano López no se parece a su criatura más famosa. Menudo, de mirada amable y hablar pausado, supo crear a un Juan Salvo imponente, casi eterno, de paso firme y decidido. Su caracterización del protagonista de El Eternauta –a partir de la fantástica historia creada por Héctor Oesterheld– puede leerse como la síntesis de una obra en la que cada creación es construida minuciosamente y se afirma en los detalles.
Amante del dibujo desde muy pequeño, Francisco Solano López cuenta que su admiración por las historietas ya era evidente desde antes de aprender a leer: “En los años ’30 empezaron a aparecer en la última página de los diarios las primeras tiras de aventuras noveladas. Había tres personajes que recuerdo: Buck Rogers, Flash Gordon y Brick Bradford. Yo era tan chico que me sentaba en las rodillas de mi padre a esperar que terminara de leer el diario, para que después me leyera lo que decían esos cuadritos que me fascinaban”. El Eternauta fue su obra más famosa, la que le valió el reconocimiento internacional y abrió puertas en su carrera, pero no fue la única. Comenzó a dibujar profesionalmente en 1953 en la Editorial Columba, donde con guiones de Roger Plá hizo Perico y Guillermina. En 1955 pasa a Editorial Abril, donde dibuja Uma-Uma para Rayo Rojo, y la serie Bull Rocket para la revista Misterix, ambas con guión de Oesterheld. Allí nace una de las duplas más importantes de la historieta argentina. Un par de años después brillarían juntos con este relato de una nevada mortal caída sobre Buenos Aires, y la odisea de Juan Salvo (el Eternauta), único sobreviviente que lucha por la resistencia. La tira fue publicada por primera vez en 1957 en la revista Hora Cero. En poco tiempo la historieta se transformó en un éxito mundial, reeditada, relanzada y leída por generaciones.
Más tarde vendrían Amapola Negra, Flor Pampa, Marcianeros y la segunda parte de la saga de El Eternauta, todas junto a Oesterheld; Ana, Paraguay e Historias Tristes, creadas con su hijo Gabriel Solano; y Evaristo, un policial ambientado en la Buenos Aires de los ’50 ideada junto a Carlos Sampayo, por mencionar sólo algunas de sus obras.
Si hay algo que distingue a Solano es su capacidad de convertir cada cuadro de historieta, con sus personajes y atmósferas, en una obra de arte en miniatura. Muestra de eso es la reciente edición de la Solano Box, una inmensa caja en homenaje al artista –de la que sólo existen 500 únicas e irrepetibles unidades– que puede llegar a convertirse en la figurita difícil de coleccionistas y fanáticos: láminas con reproducciones del autor listas para encuadrar, serigrafías, e ilustraciones de artistas invitados de la talla de Ciruelo, Daniel Santoro, Benavídez Bedoya, El Tomi, Pol Maiztegui y Alcatena, entre muchos otros.
Gentil e inquieto por la entrevista, el artista –que en octubre próximo cumplirá 83 años– recibe a Miradas al Sur en su casa del barrio de Almagro. Su humildad no lo deja hablar de este homenaje en vida que significa la edición de sus trabajos más emblemáticos. Prefiere en cambio conversar sobre su temprana pasión por el dibujo, su admiración por Oesterheld, y hasta su propia inquietud sobre los motivos que aún siguen haciendo que El Eternauta sobreviva en el tiempo.

–¿Es cierta la anécdota que cuenta que al morir su padre, cuando usted tenía diez años, vio a su madre tirar los dibujos suyos que él guardaba, y tuvo un shock que lo llevó a dejar de dibujar por mucho tiempo?
–Yo no estaba enterado de que mi padre guardaba mis dibujos. Él no me hacía gran alharaca sino que recogía los dibujos que le gustaban cuando yo los dejaba por ahí tirados. Cuando falleció, en un rincón de su biblioteca tenía una pila de carpetas donde había ido archivándolos. Parece ser que mi madre no tenía mucho interés o, mejor dicho, trató de contrarrestar la pérdida y tiró todo. Después de eso estuve unos cuantos años sin dibujar. No me daba cuenta de por qué no quería dibujar más, pero por lo visto había un motivo importante en mi subconsciente.
–¿Y cómo volvió al dibujo?
–A principios de la década del ’40, estaba pupilo en el Liceo Militar y los miércoles a la tarde, en el campo de deportes, era el día de visita de los familiares de los cadetes. A mí me venía a visitar mi madre, viuda ya, en compañía de mi hermana. Yo tenía 14 o 15 años y ella 9 o 10. Y entre las visitas había muchísimas chicas de mi edad, eran las hermanas, las amigas, las novias de mis compañeros. A esa edad, las mujeres eran un factor de interés muy fuerte. Entonces retomé la afición al dibujo, pero ya dirigida hacia otro factor de la realidad.
–Volvió inspirado por las mujeres. ¿Y de chico qué dibujaba?
–A Tarzán peleando con los negros del África. Siempre era una visión aventurera. Lo que caracterizaba mi trabajo era el movimiento, la acción. Lo que me llamaba la atención eran las visitas al zoológico, al cine, las películas de aventura o de acción.
–¿Y cómo ese pasatiempo se trasformó luego en una profesión?
–Mi padre había trabajado para la editorial Atlántida, entre otras cosas, y mi pretensión era suplantar a Raúl Manteola que era un dibujante chileno estupendo que hacía las tapas de la revista Para Ti. Yo quería ocupar su lugar y, aunque mis dibujos tenían muchos elogios, no lo conseguía. Así que pasó el tiempo y no me resignaba a hacer algún estudio académico únicamente. Tampoco tenía por parte de mi madre ningún apoyo, y no alcanzaba con el apoyo de mi tía. Era estudiante de Derecho, empleado de banco y dibujante libre, todo al mismo tiempo. Finalmente, lo que me satisfacía más era hacer ilustración de historias, de narraciones, de lo que fuera que contara una historia y que lo pudieran leer 100, 200, 300 mil lectores, que eran las tiradas semanales de las revistas de historietas de esa época.
–¿Cómo lo conoce a Oesterheld?
–Cerca del ’51, cuando ya me había resignado a ir midiendo mis progresos de acuerdo con los rechazos sucesivos de las editoriales, fui contratado por Editorial Abril, donde conseguí que me dieran historias cortas. Había algunas que me gustaban mucho, las veía diferentes y las firmaba un tal señor Oesterheld. ¿Quién será éste?, me preguntaba. Su nivel de trabajo excitaba mi curiosidad, creía que era alguien que mandaba sus trabajos desde afuera. Resulta que era Héctor Oesterheld, quien tampoco pensaba dedicarse a la historieta.
–Él era geólogo.
–Era geólogo y aficionado a la ciencia ficción. Tenía una gran cultura literaria, una gran apertura a la fantasía y una manera de tomar el estilo narrativo de la novela típica del siglo XIX y principios del XX.
–¿Y cómo era trabajar con él?
–Trabajé varios años con Oesterheld, era muy soñador y habilidoso. Él tuvo la aventura de hacer sus propias historietas, con personajes no estereotipados, personajes a los que convertía en protagonista, se esforzaba mucho en volverlos héroes mucho más ricos e interesantes que lo que le proponían las editoriales, que era más parecido a los estereotipos que venían prefabricados de Norteamérica. Oesterheld me encargó distintas historietas, y tenía la habilidad de elegir muy bien a los ilustradores de sus narraciones.
–Porque entendía que el dibujo era una parte fundamental de la historia.
–Eso fue precisamente lo que produjo el cambio. Por eso tuvo un éxito bárbaro entre los chicos que estaban terminando la primaria o en la secundaria. El nuevo estilo de Oesterheld incorpora a la historieta elementos de la narración de aventura dirigida a un público juvenil principalmente. Y a mí siempre me gustó ser el que descifra, el que visualiza a los protagonistas y crea el ambiente. La parte anecdótica de lo que ocurre en la historia prefiero dejar que otro la escriba y me sorprenda.
–¿Por qué cree que El Eternauta se reeditó tantas veces y sigue vigente hoy?
–A mí eso mismo me llama la atención también. Creo que tiene que ver con cómo fue construida la historia, tanto desde lo narrativo como desde lo visual, con características que antes no existían. En aquellos años empecé a percibir que era posible dar un paso más hacia la intimidad de lo que significaba el repertorio de líneas, de recursos gráficos que un dibujante tenía a su disposición para crear los personajes. Se necesitaba una propuesta narrativa, un argumento en la trama de la historia que contuviera el valor agregado de profundizar un poco más en la personalidad de los actores, es decir que no sólo estén capacitados para pegar trompadas sino que sean personas. En El Eternauta había un contenido que respondía a los desafíos o a las situaciones dramáticas, que creaban una fisonomía y hacían pensar que detrás del personaje había una persona y no un muñeco. Ese fue el criterio con el que trabajamos. El desafío era transmitir algo real, con aliento de vida y no estar tan obsesionado por la creación de lo novedoso, lo extraño. Con eso se dejaba satisfecho al lector que podía reconocer a Juan Salvo, al que hoy le siguen teniendo cariño.
–¿Cree que abrieron un camino o logaron influenciar a otros jóvenes historietistas?
–Sí. Después de que dejé de trabajar con Oesterheld y después de su desaparición en manos de la dictadura militar –vamos a decir simplemente que se inmoló–, surgió toda una generación de dibujantes que terminaron siendo discípulos sin que hubiera un criterio orgánico de su parte. Juan Sasturain, por ejemplo, y toda su generación estuvo influenciada por ese estilo. Lo que ocurría con Oesterheld es que él escribía y era inagotable en su producción. Todos nosotros éramos jóvenes y cuando empezamos a trabajar con Oesterheld se produjo un cambio. Con lo que él nos daba como materia prima para ilustrar, conseguimos diferenciarnos y dar lugar a una capacidad de desarrollo de historias con un criterio y un contenido que no era frecuente. Algo que estaba más cerca de la novela y de las artes plásticas que del producto estereotipado que venía de Estados Unidos.

SOLANO LÓPEZ PARA FANÁTICOS
La Solano Box –una maravillosa edición con un material digno de colección– es una publicación exclusiva de la que se editaron sólo 500 unidades numeradas, únicas e irrepetibles. Quienes quieran conseguirla pueden consultar en
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