Por Froilán González y Adys Cupull
Para los que saben amar, él "dijo que iba a seguir Medicina,
justamente para ayudar a la gente enferma...," afirmó Ercilia Guevara
Lynch, tía del Comandante Ernesto Che Guevara. Conversamos con ella
cuando la visitamos en su elegante y confortable apartamento de la
ciudad de Buenos Aires. donde residía con una de sus dos hijas. Fue en
el mes de diciembre de 1984.
Su mirada tierna, el trato amable y la disposición de colaborar en
nuestra búsqueda de datos, acentuaban en ella los rasgos de cultura y
educación que distinguieron siempre a las hijas de Ana Lynch y de
Roberto Guevara, abuelos paternos del Che; y su amor por Cuba, Fidel
y la Revolución. Rememoró muchos detalles de la vida familiar, en
especial de su hermano Ernesto Guevara Lynch, de su mamá y su hermana
Beatriz, la estrecha relación con el hogar de los Guevara de la
Serna y en especial con su sobrino Ernestito.
Me llamo Ercilia Guevara Lynch de Ortega, soy tía paterna de
Ernestito, él era sumamente cariñoso, tenía dos cariños en mi familia:
mi madre y la tía Beatriz, mi hermana, que lo había mimado muchísimo,
sobre todo cuando él tenía sus ataques de asma. Él nació en una
clínica de la ciudad de Rosario y después la familia fue para la casa
situada en la calle Entre Ríos y en esa casa él estuvo tan enfermo que
casi se muere, tuvo una bronconeumoní a recién nacido. Yo fui con mi
madre a Rosario para cuidarlo, dormíamos en una habitación al lado del
cuarto de ellos. Una noche yo vi que salía humo y humo, y dije: "¿Qué
es esto? ¿Algo se está incendiando? " Me levanté y encontré con que
había una de esas estufas de queroseno que se estaba incendiando en el
cuarto de baño. Alcancé a agarrarla y tirarla a la bañadera y
apagarla, porque si no se hubiera incendiado toda la casa, entonces
sin pensarlo abrí las ventanas, era junio, pleno invierno en
Argentina; después me dije: "Este chico, si abrimos las ventanas, se
va a morir, pero también se va a morir ahogado en humo si no las
abrimos". El cuarto se ventiló, todo pasó, y al día siguiente llegó el
médico y al chico, que estaba del otro lado, lo encontró mejor, así
que en lugar de hacerle mal, le hizo bien.
Nos quedamos en Rosario hasta que se repuso completamente y yo
me volví a Buenos Aires con mi madre, y ellos siguieron viviendo allí
un tiempo hasta que vinieron a Buenos Aires, donde residieron. En
Rosario vivieron en un departamento. La clínica donde nació, no sé
cómo se llamaba. El departamento era muy bueno, pero la clínica no
recuerdo. ¡Hace ya tantos años!
Cuando Celia estaba por tener a su hijo, ella y mi hermano
Ernesto navegaron por el río Paraná, hicieron el viaje puerto por
puerto con el fin de llegar a Buenos Aires, pero cuando llegaron a la
ciudad de Rosario le comenzaron los dolores, entonces se bajaron en
esa ciudad y tuvieron al niño. Mi hermano Ernesto tenía intereses
económicos en la provincia de Misiones, plantaciones de yerba mate, y
había construido una casa de madera en el puerto Caraguatay del río
Paraná, porque él quería abrirse paso en el comercio e
industrializació n de la yerba mate. Después, ellos volvieron a Buenos
Aires y residieron en la casa de mi madre, Ana Isabel Lynch Ortiz.
Ellos se mudaron a un departamento situado en Santa Fe y Guise, Buenos
Aires.
Cuando estaba por llegar Celita, se establecieron en Buenos
Aires, vivieron en la calle Alen, en San Isidro. Allí compartieron con
mi hermana María Luisa, a la que también quiso mucho. A Ernestito casi
todas le llamábamos Tete, especialmente Beatriz, de quien era su
consentido, y le había puesto el sobrenombre.
En San Isidro fue donde tuvo su primer ataque asmático; iba a
cumplir los dos años. Después del nacimiento de Celita no regresaron a
Caraguatay. Ellos visitaban con frecuencia la casa de mi madre, en
Santa Ana de Ireneo Portela, existe todavía; está abandonada,
destruida, pero existe, es una casa espléndida, con una gran arboleda,
muy linda. Todos íbamos a pasar las vacaciones allí.
Él mantenía una comunicación fantástica con los mayores.
Recuerdo sus conversaciones con mi madre y con mi hermana Beatriz, que
eran mujeres cultas y Ernestito desde chico fue culto, porque desde
pequeñito le dio por leer. Quería mucho a mi madre, había mucha
afinidad entre ambos, ella le narraba su vida y la de sus padres
cuando vivían en California y Ernestito se maravillaba. Mi madre murió
en 1947 de un derrame cerebral y, en aquel entonces, él la cuidó en la
cama. Desde ese momento le daba de comer con el gotero, gotica a
gotica, porque mi madre no podía tragar; la cuidó durante diecisiete
días y dijo que iba a seguir Medicina, justamente para ayudar a la
gente enferma. Y así fue, toda la carrera que hizo fue para eso; su
trabajo en el leprosorio es una muestra de su humanismo.
Cuando Ernestito tendría unos cuatro años, mi hermano se mudó
para un departamento en la calle Bustamante, el cual tenía una azotea
donde subían a jugar. Sus padres le compraron una pequeña bicicleta
porque ya sabía montar en ella.
Ernestito no mejoraba su salud, sufría continuamente las crisis
de asma y fue necesario salir en busca del clima propicio para que el
niño sanara o mejorara su estado. Y fueron para un pueblo pequeño,
situado en las estribaciones de la sierra cordobesa, Alta Gracia,
donde yo creo que vivió los días más felices de su infancia. Allí pasó
una temporada muy buena y eso estimuló en todos la esperanza de que el
clima de la montaña podría salvarlo del asma. Ellos tenían una casa en
Alta Gracia que era muy linda, sobre todo cuando yo he ido, recuerdo
que Ernestito jugaba golf, primero aprendió a jugarlo en la calle y lo
hacía maravillosamente. El era un chico que era amigo de todos los
chicos, no tenía distinciones sociales‑ , era amigo de todos los chicos
del barrio, de los chicos pobres. Recuerdo que una de las cosas que a
mí me llamó la atención cuando estuve con ellos, era que él no quería
comer cabritos. Ni pollos, porque decía que no quería nada que tuviera
que matar para comerlo. Entonces yo le dije: "¿Y cómo tú comes
bifes?", y dijo: "Ah.... pero es distinto, eso es de un animal
grande". Él no quería que mataran a los animales chiquitos. En las
cartas Ernestito firmaba Tete, porque cuando era chiquito a mi hermana
Beatriz se le ocurrió llamarlo así y después todos le decíamos Tete.
Él nos decía a mi hija y a mí, las Ercilias porque las dos nos
llamamos igual.
Los remedios para el asma en aquella época eran terribles. Un
médico recomendó que durmiera con bolsas de arena todas las noches, y
él disciplinadamente lo hacía. Mi madre y Beatriz los visitaron en
Alta Gracia, ellos salieron de paseo y le prometió a su abuelita que
cuando fuera grande la iba a mantener y que su primer salario sería
para ella. Ernestito trabajó junto con su hermano Roberto en los
viñedos, ganó su primer salario y decidió enviárselo a mi madre como
le había prometido. Yo conservo una foto suya, es hermosa, saliendo de
la Universidad , se la voy a mostrar. Él era un joven apuesto, muy
bello y de una gran simpatía.
A Bolivia nunca quise ir, incluso fui invitada, pero me parecía
un espanto, algo que personalmente no podría resistir. El hecho mismo
de que allí le cortaran las manos... tenía unos dedos finitos y unas
manos preciosas. Cuando lo mataron nos enteramos por la radio,
vivíamos en una casa de la calle Uriburu y Arenales, estábamos todos
juntos cuando escuchamos la noticia. nos encontrábamos en el comedor,
nunca me voy a olvidar. Beatriz, mi hermana, estaba muy enferma, tanto
que no le dimos la noticia, le ocultamos todo como diez días; ella
estaba con bronconeumoní a, hasta que se repuso y mejoró, entonces se
lo dijimos, había que ver su dolor profundo; fue terrible para todos,
pero especialmente para ella.
Cuando estuve en La Habana , fue de una a alegría espantosa,
alegría por estar en esa hermosa tierra, saber de Fidel, él había
visitado mi casa cuando estuvo en Argentina. Yo vivía en la avenida
del Libertador y Rodríguez Peña, tenía un departamento grande y fue en
mi casa donde la familia le dio el coctel a Fidel. En La Habana lo que
más me impresionó fue la foto de Ernesto en la Plaza de la Revolución
, sentí ganas de llorar cuando lo vi, porque era para mí el sobrino
predilecto.
Para los que saben amar, él "dijo que iba a seguir Medicina,
justamente para ayudar a la gente enferma...," afirmó Ercilia Guevara
Lynch, tía del Comandante Ernesto Che Guevara. Conversamos con ella
cuando la visitamos en su elegante y confortable apartamento de la
ciudad de Buenos Aires. donde residía con una de sus dos hijas. Fue en
el mes de diciembre de 1984.
Su mirada tierna, el trato amable y la disposición de colaborar en
nuestra búsqueda de datos, acentuaban en ella los rasgos de cultura y
educación que distinguieron siempre a las hijas de Ana Lynch y de
Roberto Guevara, abuelos paternos del Che; y su amor por Cuba, Fidel
y la Revolución. Rememoró muchos detalles de la vida familiar, en
especial de su hermano Ernesto Guevara Lynch, de su mamá y su hermana
Beatriz, la estrecha relación con el hogar de los Guevara de la
Serna y en especial con su sobrino Ernestito.
Me llamo Ercilia Guevara Lynch de Ortega, soy tía paterna de
Ernestito, él era sumamente cariñoso, tenía dos cariños en mi familia:
mi madre y la tía Beatriz, mi hermana, que lo había mimado muchísimo,
sobre todo cuando él tenía sus ataques de asma. Él nació en una
clínica de la ciudad de Rosario y después la familia fue para la casa
situada en la calle Entre Ríos y en esa casa él estuvo tan enfermo que
casi se muere, tuvo una bronconeumoní a recién nacido. Yo fui con mi
madre a Rosario para cuidarlo, dormíamos en una habitación al lado del
cuarto de ellos. Una noche yo vi que salía humo y humo, y dije: "¿Qué
es esto? ¿Algo se está incendiando? " Me levanté y encontré con que
había una de esas estufas de queroseno que se estaba incendiando en el
cuarto de baño. Alcancé a agarrarla y tirarla a la bañadera y
apagarla, porque si no se hubiera incendiado toda la casa, entonces
sin pensarlo abrí las ventanas, era junio, pleno invierno en
Argentina; después me dije: "Este chico, si abrimos las ventanas, se
va a morir, pero también se va a morir ahogado en humo si no las
abrimos". El cuarto se ventiló, todo pasó, y al día siguiente llegó el
médico y al chico, que estaba del otro lado, lo encontró mejor, así
que en lugar de hacerle mal, le hizo bien.
Nos quedamos en Rosario hasta que se repuso completamente y yo
me volví a Buenos Aires con mi madre, y ellos siguieron viviendo allí
un tiempo hasta que vinieron a Buenos Aires, donde residieron. En
Rosario vivieron en un departamento. La clínica donde nació, no sé
cómo se llamaba. El departamento era muy bueno, pero la clínica no
recuerdo. ¡Hace ya tantos años!
Cuando Celia estaba por tener a su hijo, ella y mi hermano
Ernesto navegaron por el río Paraná, hicieron el viaje puerto por
puerto con el fin de llegar a Buenos Aires, pero cuando llegaron a la
ciudad de Rosario le comenzaron los dolores, entonces se bajaron en
esa ciudad y tuvieron al niño. Mi hermano Ernesto tenía intereses
económicos en la provincia de Misiones, plantaciones de yerba mate, y
había construido una casa de madera en el puerto Caraguatay del río
Paraná, porque él quería abrirse paso en el comercio e
industrializació n de la yerba mate. Después, ellos volvieron a Buenos
Aires y residieron en la casa de mi madre, Ana Isabel Lynch Ortiz.
Ellos se mudaron a un departamento situado en Santa Fe y Guise, Buenos
Aires.
Cuando estaba por llegar Celita, se establecieron en Buenos
Aires, vivieron en la calle Alen, en San Isidro. Allí compartieron con
mi hermana María Luisa, a la que también quiso mucho. A Ernestito casi
todas le llamábamos Tete, especialmente Beatriz, de quien era su
consentido, y le había puesto el sobrenombre.
En San Isidro fue donde tuvo su primer ataque asmático; iba a
cumplir los dos años. Después del nacimiento de Celita no regresaron a
Caraguatay. Ellos visitaban con frecuencia la casa de mi madre, en
Santa Ana de Ireneo Portela, existe todavía; está abandonada,
destruida, pero existe, es una casa espléndida, con una gran arboleda,
muy linda. Todos íbamos a pasar las vacaciones allí.
Él mantenía una comunicación fantástica con los mayores.
Recuerdo sus conversaciones con mi madre y con mi hermana Beatriz, que
eran mujeres cultas y Ernestito desde chico fue culto, porque desde
pequeñito le dio por leer. Quería mucho a mi madre, había mucha
afinidad entre ambos, ella le narraba su vida y la de sus padres
cuando vivían en California y Ernestito se maravillaba. Mi madre murió
en 1947 de un derrame cerebral y, en aquel entonces, él la cuidó en la
cama. Desde ese momento le daba de comer con el gotero, gotica a
gotica, porque mi madre no podía tragar; la cuidó durante diecisiete
días y dijo que iba a seguir Medicina, justamente para ayudar a la
gente enferma. Y así fue, toda la carrera que hizo fue para eso; su
trabajo en el leprosorio es una muestra de su humanismo.
Cuando Ernestito tendría unos cuatro años, mi hermano se mudó
para un departamento en la calle Bustamante, el cual tenía una azotea
donde subían a jugar. Sus padres le compraron una pequeña bicicleta
porque ya sabía montar en ella.
Ernestito no mejoraba su salud, sufría continuamente las crisis
de asma y fue necesario salir en busca del clima propicio para que el
niño sanara o mejorara su estado. Y fueron para un pueblo pequeño,
situado en las estribaciones de la sierra cordobesa, Alta Gracia,
donde yo creo que vivió los días más felices de su infancia. Allí pasó
una temporada muy buena y eso estimuló en todos la esperanza de que el
clima de la montaña podría salvarlo del asma. Ellos tenían una casa en
Alta Gracia que era muy linda, sobre todo cuando yo he ido, recuerdo
que Ernestito jugaba golf, primero aprendió a jugarlo en la calle y lo
hacía maravillosamente. El era un chico que era amigo de todos los
chicos, no tenía distinciones sociales‑ , era amigo de todos los chicos
del barrio, de los chicos pobres. Recuerdo que una de las cosas que a
mí me llamó la atención cuando estuve con ellos, era que él no quería
comer cabritos. Ni pollos, porque decía que no quería nada que tuviera
que matar para comerlo. Entonces yo le dije: "¿Y cómo tú comes
bifes?", y dijo: "Ah.... pero es distinto, eso es de un animal
grande". Él no quería que mataran a los animales chiquitos. En las
cartas Ernestito firmaba Tete, porque cuando era chiquito a mi hermana
Beatriz se le ocurrió llamarlo así y después todos le decíamos Tete.
Él nos decía a mi hija y a mí, las Ercilias porque las dos nos
llamamos igual.
Los remedios para el asma en aquella época eran terribles. Un
médico recomendó que durmiera con bolsas de arena todas las noches, y
él disciplinadamente lo hacía. Mi madre y Beatriz los visitaron en
Alta Gracia, ellos salieron de paseo y le prometió a su abuelita que
cuando fuera grande la iba a mantener y que su primer salario sería
para ella. Ernestito trabajó junto con su hermano Roberto en los
viñedos, ganó su primer salario y decidió enviárselo a mi madre como
le había prometido. Yo conservo una foto suya, es hermosa, saliendo de
la Universidad , se la voy a mostrar. Él era un joven apuesto, muy
bello y de una gran simpatía.
A Bolivia nunca quise ir, incluso fui invitada, pero me parecía
un espanto, algo que personalmente no podría resistir. El hecho mismo
de que allí le cortaran las manos... tenía unos dedos finitos y unas
manos preciosas. Cuando lo mataron nos enteramos por la radio,
vivíamos en una casa de la calle Uriburu y Arenales, estábamos todos
juntos cuando escuchamos la noticia. nos encontrábamos en el comedor,
nunca me voy a olvidar. Beatriz, mi hermana, estaba muy enferma, tanto
que no le dimos la noticia, le ocultamos todo como diez días; ella
estaba con bronconeumoní a, hasta que se repuso y mejoró, entonces se
lo dijimos, había que ver su dolor profundo; fue terrible para todos,
pero especialmente para ella.
Cuando estuve en La Habana , fue de una a alegría espantosa,
alegría por estar en esa hermosa tierra, saber de Fidel, él había
visitado mi casa cuando estuvo en Argentina. Yo vivía en la avenida
del Libertador y Rodríguez Peña, tenía un departamento grande y fue en
mi casa donde la familia le dio el coctel a Fidel. En La Habana lo que
más me impresionó fue la foto de Ernesto en la Plaza de la Revolución
, sentí ganas de llorar cuando lo vi, porque era para mí el sobrino
predilecto.
Lo amo al Che! Y me acorde de esto que cuentas aqui, ya que me he mudado a unos apartamentos en Buenos Aires que quedan justo enfrente de la Facultad de Medicina de la UBA. Que increible no?
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