viernes, 10 de septiembre de 2010

"TUVO QUE VENIR LA DERECHA A UNIRNOS A PALOS"

Para Fernández Huidobro, los procesos políticos latinoamericanos tuvieron gran influencia en la formación de la militancia tupamara. (ALBERTO ELIZALDE LEAL) El Ñato conoció la cárcel y la alegría de la liberación y el reencuentro con los suyos.
Militante de toda la vida, fundador del MLN Tupamaros, escritor, periodista, senador nacional, el Ñato es una figura clave en la continuidad histórica de la izquierda oriental. Mañana se cumplen 39 años de la fuga de 111 presos tupamaros del penal uruguayo de Punta Carretas. Miradas al Sur entrevistó a uno de los fundadores de esa organización que jugó un papel clave en el escape. “Le tuvimos que avisar nosotros a ellos que nos habíamos fugado porque ni cuenta se habían dado de tan impecable que fue la operación”. El Ñato es senador nacional por el Frente Amplio.

Eleuterio Ñato Fernández Huidobro tiene hoy la placidez de sus 68 años y la experiencia de una vida intensa y dedicada a su país. Senador por el Frente Amplio, electo por tercera vez el año pasado, recibió a Miradas al Sur en su despacho. Compañero de lucha del hoy presidente uruguayo, José Pepe Mujica, ambos fueron fundadores del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) en los años ’60 e integrantes de su dirección. Cayó prisionero, junto a otros militantes, el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando y se escapó de la cárcel de Punta Carretas junto con otros 111 presos, el 6 de septiembre de 1971, en el marco de una serie de fugas espectaculares de presos políticos concretadas ese mismo año. El objetivo era impactar en las elecciones presidenciales en las que, por primera vez, toda la izquierda iba unida, pese a lo cual resultó ganador José María Bordaberry, del Partido Colorado.
Fernández Huidobro fue nuevamente detenido el 14 de abril de 1972 y, al año siguiente, en sintonía con los golpes de Estado que en esos años asolaron el Cono Sur, comenzó en Uruguay la dictadura cívico-militar que se extendería hasta 1895. El Ñato pasó 12 años preso, en casi total incomunicación y durísimas condiciones de detención, sometido a apremios físicos y psicológicos.
Periodista y escritor, antes de ser guerrillero quiso ser futbolista, cantor de tangos, boxeador y ciclista. Amante del fútbol, sufrió y celebró la épica actuación del equipo de la celeste en el último Mundial. “Tuve el privilegio de poder estar con los muchachos antes de irse a Sudáfrica, en una de las últimas cenas, junto con Mujica y el Ministro del Interior. Somos amigos del maestro (Óscar)Tabárez hace mucho y también de su padre, que ha militado muchísimo para que sea realidad el gobierno progresista”, cuenta con orgullo futbolero.

–¿Siempre le gustó el fútbol?
Eleuterio Fernández Huidobro: –Sí, en realidad yo iba a ser jugador, quería ser un 10 con panorama, pero me salió una changa de Tupamaros y dejé. Y esa changa, después, se transformó en la principal ocupación de mi vida.
–¿A qué edad se le cruzó esa changa que le cambió el rumbo?
E.F.H.: –Comenzó con la militancia estudiantil muy temprano en mi vida, que luego derivó hacia la vocación política y la izquierda, a comienzos de los ’60. Y en aquel movimiento juvenil, iconoclasta y creativo, fuimos fundando lo que luego sería el MLN. Que no nació un día, sino que se fue fundando. Como todas las cosas serias de la vida, necesitan un tiempo de gestación.
–¿Qué recuerdos tiene de las personas y las circunstancias que hicieron que eso que se estaba gestando, de repente, alumbrara?
E.F.H.: –En mi cabeza bullen miles de recuerdos. Muchos de ellos están falleciendo ahora de viejos, a otros se los llevó la vida de modo violento. Uno de ellos fue nada menos que Raúl Sendic, un militante bastante rebelde del Partido Socialista que, siguiendo a otro dirigente sindical, a fines de la década del ’50, se dedicó a la organización de los asalariados rurales, algo que hacía tiempo no se veía en Uruguay. Porque la izquierda uruguaya era una izquierda fáctica, de los alrededores de la Universidad y algunas fábricas. Brillantes cabezas como la de él se fueron a ignotos confines del interior. La República Española también impactó mucho en nosotros. Yo nací en 1942 y si bien la guerra civil había terminado, vivía en un barrio lleno de españoles, donde casi todos eran republicanos, y el movimiento de apoyo a la República seguía, como en una inercia dramática después que la guerra se había terminado. Luego la Revolución Cubana, impactante sin ningún lugar a dudas en ese momento; también la situación en Argelia; y Vietnam, no sólo el después, sino antes, con la derrota de los franceses. Y por supuesto, la Argentina. Porque nosotros éramos la Suiza de América, un país donde la socialdemocracia gobernó antes que lo hiciera en Europa. Nos creíamos europeos, no latinoamericanos. Yo era un chiquilín cuando escuchaba en la radio “huye el tirano”, y estaban hablando de los bombardeos a Plaza de Mayo. Todo aquello impactaba mucho entre nosotros.
–Y además, muchos de los que estaban contra Perón se venían a Montevideo…
E.F.H.: –Y viceversa, porque después llegaron los peronistas. Nosotros éramos un país de refugiados políticos de todos los confines. Acá estuvieron asilados (el ex presidente boliviano Víctor) Paz Estenssoro (el ex gobernador del Guanabara y militante brasileño) Leonel Brizola (el ex presidente brasileño) Joao Goulart (el presidente guatemalteco) Jacobo Arbenz (el coronel de República Dominicana Francisco) Caamaño Deñó (el ex dictador paraguayo Alfredo) Stroessner. Casi todos los naufragios de América latina bajaban restos en estas costas porque, por algún motivo, éste era un país respetado. Y como es un país pequeñito, esa policromía de asilados políticos navegaba por los boliches donde nosotros andábamos también, hablando de sus problemas en portugués, guatemalteco, argentino o boliviano. Los mirábamos como si fueran un poco exóticos, como que acá eso que contaban no podía pasar.
–Esa confluencia de asilados tenía que ver con la situación política de la región…
E.F.H.: –Claro, estábamos rodeados de golpes de estado, tiranías, persecuciones. Por ejemplo, de paraguayos estaba lleno. Y nosotros contribuimos en su lucha. Mi primera cárcel la sufrí el día que fui con otros paraguayos y algunos estudiantes uruguayos a apedrear a la Embajada de Paraguay, en un momento en que se realizaba un ágape lleno de gente con tapados de piel. Fue en el año 59 ó 60 y marchamos presos. Tengo algunos compañeros que hoy están en el gobierno de Paraguay que estuvieron conmigo en ese entonces, cuando estaban exiliados en Uruguay. Y, por ejemplo, uno de los fundadores del MLN es un porteño que vino una vez a mi barrio, casi en pijamas, huyendo del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado). Era toda una amalgama de diversas influencias. Como la de un asturiano que había peleado por la República española y en el Mayo Francés, y que nos entrenaba militarmente. No me acuerdo cómo se llamaba, porque en esa época no le preguntábamos los nombres a nadie.
–¿Cómo fueron los primeros debates sobre la lucha armada como una de las herramientas para cambiar la sociedad?
E.F.H.: –Al principio, ése no fue el debate. En todo caso, al principio ayudábamos a los brasileros, en Río Grande del Sur, en su lucha por la legalidad y contra el intento de golpe de estado en ese país de 1962, que preanunció el de dos años después. Por otro lado, a principios de los ’60, en Uruguay hubo un crecimiento inusitado de grupos racistas que salieron a invadir la Universidad, a atacar sinagogas, a cortarle la barba a los rabinos y a poner bombas en los locales del Partido Comunista. Esa situación hizo que se formara una organización de autodefensa nacida de los sindicatos, de los partidos políticos y de las organizaciones estudiantiles.
–¿Cuál era la situación económica del país en ese momento?
E.F.H.: –Uruguay comienza a carecer de inserción internacional en la exportación de sus productos, fundamentalmente después de que en Europa resuelven no hacer esas gigantescas carnicerías humanas que les permitían a Uruguay y a la Argentina enriquecerse, exportando alimentos para los ejércitos. Nosotros éramos acreedores de Inglaterra y, terminada la Segunda Guerra, en pago de esa deuda externa nos compramos los ferrocarriles y muchas empresas públicas que eran de los ingleses. Con la reconstrucción tanto de Europa como de Japón, Uruguay empieza a perder paulatinamente su bienestar. Las capas medias y la clase obrera, con grandes sectores de inmigrantes y mano de obra calificada, comienzan a perder esas posiciones que tenían y se generan reacciones que llevan a una radicalización. Uruguay entonces empieza a discutir esta problemática que arranca siendo económica, pero después pasa a ser política y moral, una triple crisis. La gran discusión era si era pasajera o estructural. La izquierda y algunos otros sectores de los partidos burgueses opinaban que era estructural y que, por lo tanto, si no producíamos cambios dramáticos, íbamos a seguir siendo un tobogán que iba a terminar desastrosamente. La derecha, a sabiendas de que la crisis era estructural aunque no lo admitieran, se prepara para soportar las consecuencias sociales que iba a tener.
–¿Cómo empezó a evidenciarse esa radicalización de distintos sectores?
E.F.H.: –En este proceso, se da primero el desprendimiento de sectores de los partidos tradicionales y, luego de la crisis, se suman sindicatos, el movimiento obrero, la juventud y la militancia estudiantil que era hija de la clase media. Y como los conatos fascistas no pararon y la represión siguió creciendo, se fueron consolidando coordinaciones entre el movimiento sindical, el estudiantil y las agrupaciones de izquierda. La izquierda de Uruguay en ese momento era pequeña, pero con la profundización de la crisis, estos grupos se van cohesionando hasta que, en determinado momento, a principios de 1966 cuando estaba realizando la Tricontinental presidida por (Salvador) Allende en Cuba, comienza a hablarse más decididamente de la lucha armada. Pero el grueso de la izquierda no estaba de acuerdo, ya que muchos entendían que lo prioritario era la lucha política electoral, sindical, social. Hay mucha discusión y controversias entre los propios compañeros, y en ese camino, a fines del ’66 y principio del ’67, después de un gravísimo golpe represivo que sufrimos, se funda el MLN propiamente dicho. Generalmente, muchas de las organizaciones no nacen del éxito, sino de la derrota.
–¿Y a qué se debió? ¿Fue por batidas policiales?
E.F.H.: –No, éramos muy conscientes de que en Uruguay no estaban dadas las condiciones para la lucha armada, que nos estábamos preparando para lo que considerábamos iba a ser ineluctable, acompañando ese proceso de los países limítrofes. Fuimos a hacer una operación en la que estábamos divididos sobre si podía alertar la presencia de una organización ya demasiado desarrollada para lo que era Uruguay, y otros que considerábamos que no. Nos equivocamos y se frustró esa operación. Se produjeron tiroteos de envergadura que nunca se habías visto, murieron compañeros y un comisario. Y ahí Uruguay descubrió que tenía una estructura muy organizada, ya que tampoco éramos tantos. En ese entonces, teníamos 50 militantes en todo el país, 25 en Montevideo y 25 en el interior. Y cuando eso sucedió, no recogimos el aplauso de la izquierda, si no más bien críticas.
–¿Ya habían sido las elecciones presidenciales de 1966?
E.F.H.: –Sí, había ganado el general (Oscar) Gestido, que nombró un gabinete del Partido Colorado que, hoy, podríamos catalogarlo como casi mayoritariamente progresista. Rompe con el Fondo Monetario Internacional, incluso. Hay unos meses en los que, en realidad, había que haber metido violín en bolso y esperar porque ese gobierno no debía de ser de ningún modo tapado. La mala suerte es que este hombre se muere sorpresivamente de un ataque al corazón y asume el vicepresidente. Jorge Pacheco Areco había sido elegido luego de un gran debate dentro del Partido Colorado y, para no pelearse, eligieron a un bobo, a un intrascendente. Apenas asumió, ilegalizó a toda la izquierda. Y a partir de ese momento, Uruguay empezó a vivir casi en estado de sitio, que acá se llama Medidas Prontas de Seguridad. Y se destituyeron todos los ministros políticos y civiles.
–¿Esto tuvo el apoyo abierto de los Estados Unidos?
E.F.H.: –¡Sí, obviamente! Todos estos golpes de estado en la región estaban movidos por los Estados Unidos. Si uno lo mira ahora en perspectiva, el golpe en Brasil de 1964 no fue más que el prolegómeno del golpe en Uruguay y el de Chile en 1973, el de Argentina en 1976. Es entonces que la izquierda comienza a fortalecerse, el movimiento sindical y estudiantil también, masas enormes de ciudadanía se vuelcan a la militancia. El principal problema era el cinturón, que había que ajustárselo cada vez más. La lucha de estos señores que toman el poder, en realidad, no era contra nosotros, sino contra los sindicatos y la clase obrera que reclamaban mantener su salario. Había que quebrar la lucha de la sociedad uruguaya, que cada día peleaba más en la calle. Ahí comenzó un periodo trágico. El ’67, ’68 y ’69, son años de enorme represión, pero también de enorme lucha popular, de crecimiento de la guerrilla tupamara. En 1971, un año electoral, toda la izquierda decide presentarse unida a elecciones, después de recibir tanto palo al unísono y sin discriminación, porque ellos no distinguían mucho entre comunistas, socialistas, nacionalistas de izquierda o cristianos de izquierda. Éramos tan imbéciles que no supimos unirnos antes. Tuvo que venir la derecha a unirnos a palos.
Eduardo Anguita: –Retrocediendo un poco en el tiempo, ¿cómo fue la toma de Pando?
E.F.H.: –El 8 de octubre de 1969, conmemorando el asesinato del Che que se había producido dos años antes, tomamos la ciudad de Pando, a 30 kilómetros de Montevideo. Al retirarnos de esa operación, inexpertos porque aún éramos una guerrilla, unos cuantos fuimos capturados y otros asesinados. Uno de los capturados fui yo, y marché a la cárcel, como tantos. Por el estado de sitio, todos los cuarteles y las comisarías estaban llenos de presos, todos militantes políticos, sindicales y estudiantiles. Estaban allí sin haber hecho nada.
E.A.: –¿Y cuándo lo llevan a Punta Carretas?
E.F.H.: –Poco después. Allí estaban compañeros presos que habían caído antes. La cantidad de presos políticos siguió aumentando. Estaban detenidos por el Poder Ejecutivo y a quienes la Constitución les daba el derecho a elegir irse del país o permanecer confinados. Por eso, empieza a producirse una emigración de compañeras y compañeros de todos los partidos, también Tupamaros. Cuando triunfa la Unidad Popular en Chile, con Allende, muchos compañeros que estaban en el cuartel deciden irse para allá.
E.A.: –Pero también hay una decisión de la militancia tupamara en ese momento de escaparse del penal de Punta Carretas un tiempo después…
E.F.H.: –Como decía, 1971 era el año electoral en que, por primera vez, toda la izquierda se presentaba unida y reforzada por desprendimientos insólitos de los partidos tradicionales. Había que parar ese malón represivo de ultraderecha. Entonces, decidimos dar una tregua en las acciones militares guerrilleras y hacer una serie de fugas. Fue así que dejamos todas las cárceles vacías, lo cual servía de propaganda electoral, porque el principal argumento de la derecha para justificar la violación de los derechos individuales, era la necesidad de pelear contra la guerrilla para ponerla presa. Cuando digo nosotros, no sólo digo los que estábamos adentro, sino también los que estaban afuera que además corrieron con el mayor peso del trabajo en todas estas fugas. Primero vaciamos la cárcel de mujeres, el 31 de julio de ese año, y también hicimos dos fugas individuales importantísimas, como la de (Raúl) Bidegain. Que la guerrilla se le fuera ese año enterita de las cárceles, los dejaba sin argumento, porque entonces la gente decía “todo esto no sirvió para nada”. La fuga de Punta Carretas fue en septiembre, tres meses antes de las elecciones. Fue una bofeteada. En realidad, en febrero, ya nos habían descubierto el túnel que estábamos haciendo en Punta Carretas, de modo que se quedaron medio tranquilos, sin saber que estábamos cavando dos túneles más, por las dudas. Teníamos todo Punta Carretas agujereado.
E.A.: –¿Hicieron coincidir la operación de la fuga pensando en el calendario electoral?
E.F.H.: –Sí, ese año definimos que nos teníamos que dedicar a la batalla electoral, para eso construimos un movimiento de masas. Nosotros éramos una guerrilla que, a diferencia de casi todas las demás de América latina, creíamos que la lucha armada era una cosa, la lucha electoral otra en la que había que participar también, así como en la lucha sindical y cultural. El puesto de militancia lo definían las necesidades de la lucha y atendimos todos esos centros alguna vez. En 1971, priorizamos el electoral sobre el de la lucha armada.
E.A.: –¿La conducción política y operativa de ese momento estaba en Punta Carretas?
E.F.H.: –No, en ese momento preciso de la fuga estaba la dirección histórica del MLN. La Policía había atrapado la dirección histórica y tres direcciones más. Estábamos jugando con la quinta, porque teníamos todos los dirigentes encarcelados. Y justamente, cuando nos fugamos, el director de ese penal era un coronel del Ejército. Entonces, ahí se produce un quiebre estratégico del Uruguay que ya se venía perfilando, y ellos resuelven lo que nosotros denominamos “guatemalizar” la lucha. A partir del ’70, cuando ven que se va a crear el Frente Amplio y que no nos pueden contener, deciden entrar en la guerra sucia.
E.A.: –¿Los militares se hacen cargo de esa guerra sucia?
E.F.H.: –Sí, a raíz de nuestra fuga, el Presidente decreta que las Fuerzas Armadas lleven adelante lucha antisubversiva, ya no la Policía. A partir de ese momento, y al triunfar en las elecciones Bordaberry, Pacheco Areco comienza lo que después conocimos en América latina: los arrestos en masa de quienes son guerrilleros y quienes no son guerrilleros, los asesinatos, las torturas en masa, la violación de toda la legalidad vigente. Ahora los documentos están desclasificados y es públicamente conocido que si llegaba a triunfar el Frente Amplio, en 24 horas ocupaban Uruguay para llevar a cabo todo el plan interno correspondiente. Era obvio, no podían permitir una Cuba en el Río de La Plata. Si uno se pone en el pellejo del imperio y miraba el Cono Sur en ese momento, estaba en llamas. Tenía a Allende triunfando en Chile en el ’70, el Frente Amplio en Uruguay con toda la guerrilla atrás en el ’71, Bolivia con (Juan José) Torres, (Héctor) Cámpora en la Argentina en el ’73. O sea, tenían que apagar esas llamas cuanto antes. Y vaya si las apagaron. Fue el comienzo de una tragedia en simultáneo que todos conocemos.
E.A.: –¿Cómo fue el momento tan esperado de irse, esos primeros días en libertad?
E.F.H.: –Esa noche que nos fuimos del penal por el túnel salió todo maravillosamente bien, sin un tiro, sin una gota de sangre. Le tuvimos que avisar nosotros a ellos que nos habíamos fugado porque ni cuenta se habían dado de tan impecable que fue la operación. Y al otro día, el festejo en las calles, la gente en los boliches porque se habían ido todos los Tupamaros. Yo estaba dentro de un lugar clandestino tomando mate, escuchando por la radio lo que decía la Policía y esperando que me hicieran documentación falsa para poder salir cuanto antes a la calle a militar y compartir el festejo popular. Además era la víspera de las elecciones donde la izquierda se fortaleció. Exageró sus posibilidades de triunfo, pero en ese momento se las creía, aunque después pasó lo que pasó. Pero volviendo a ese día, fue uno de los más felices de mi vida. El otro fue cuando me liberaron en 1985 de las mazmorras en las que estuve tantos años. Y últimamente, los triunfos del Frente Amplio. No tengo nada más que pedirle a la vida a esta altura, estamos como para colgar los tarros y retirarnos de este deporte.

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