Llegando a la U3, la cárcel de mujeres que está en Ezeiza, se confunden el verde de las arboledas con los muros de color naranja.
Las chicas de Ceremonial del Servicio Penitenciario Federal dieron la bienvenida a la inauguración de Intramuros, el primer centro cultural del penal. Un evento en el que jóvenes mujeres que se recuperan de sus adicciones en el Centro de Rehabilitación para Drogadependientes (CRD) interpretaron canciones populares.
El proyecto de creación de Intramuros comenzó en 2006 y forma parte del Programa Nacional de Políticas Culturales en Espacios Penitenciarios y Pospenitenciarios de la Subsecretaría de Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación.
Intramuros está a pocos metros de la entrada/salida del penal. Todo enrejado pero también rodeado de pasto. La diferencia entre los edificios que componen la U3 y ese primer capítulo del Penal es el caminito hecho de coloridas flores y plantitas que crecen entre piedras blancas y rejas de alambre.
El espacio, en principio, iba a ser para nuevas reclusas pero se convirtió en color, dibujos y grafittis hechos por chicas que están hace muchos años en Ezeiza y que se exponen en sus paredes. Estas obras forman parte de un concurso que premiará a la mejor. Muchas evocan a San Martín y Belgrano. Otras contienen frases que reflejan lo que piensan las reclusas: “La gente que vive del pasado no tiene futuro”, reza uno de los dibujos. Al lado, hay otro de dos chicas que colorean paredes y también se pintan el cuerpo, con flores, volteretas y corazones.
Entre vigilar y cuidar. “Me podés decir cualquier cosa que me la creo: yo prácticamente vivo acá adentro”, confiesa una de las jefas y cuidadora de las reclusas. Tiene 21 años, un apellido común, y está parada recta; no descansa ni cuando habla distendidamente. El cabello peinado con una trenza tirante le da dureza al rostro. Parece advertir que, a pesar de sus pocos años, hay que respetarla. “Es difícil: las chicas vienen de la calle, de hacer lo que quieren, de no recibir órdenes de nadie, de no respetar ni a la familia de lo pasadas que están”, denuncia.
A la penitenciaria se le nota seguridad cuando habla, y aunque parece que siempre tuvo en claro que trabajaría en el CRD aclara que ni bien entró a cumplir con su vocación, hace dos años, se quiso ir a los pocos días. “No podía creer lo que estaba viendo, no podía creer en lo que se habían convertido. La etapa de la abstinencia es lo peor que te puedas imaginar: rompen todo, se pelean, se lastiman, hacen y dicen de todo”, asegura. “Cuando empecé, no podía entender por qué se drogaban, por qué no protegían a sus hijos, a sus parejas, a sus familias, a ellas mismas. Tanto yo como mis compañeros, tuvimos que apoyarnos mucho en el equipo de psicólogos del penal, porque teníamos que descubrir cómo ayudarlas. No era simplemente marcarles límites, era entender, era ver la forma de acompañarlas en el proceso.”
La celadora se encontró con todo tipo de casos. “Venían chicas que habían sido violadas por algún familiar, golpeadas por sus parejas, chicas que habían perdido todo. Cuando las empecé a escuchar, entendí por qué cayeron en las drogas.”
Voces desde el encierro. Mientras habla, la oficial mira fijamente a las veinte chicas que tiene a su cargo.
Están a un costado del escenario, temblando un poco, ansiosas por salir a cantar. Algunas tienen flequillo, están teñidas del color contrario al natural, o usan los pantalones arremangados. Casi todas tienen piercings sobre o bajo el labio, y todas, ahí coinciden, tienen pintados los ojos y la boca. Las mamás les acercaron ropa para la ocasión, y entre ellas se peinaron mientras ensayaban cantando la canción que más les gustaba. Antes de subir los dos escalones que las llevan al escenario se abrazan. Hay casi 100 personas que quieren escucharlas cantar.
“Ésta es nuestra forma de combatir la vulnerabilidad frente al encierro”, dice a los asistentes el director del coro. “Porque es importante reencontrar la voz de las personas para encontrar otras partes de uno”, asegura, y da paso a las canciones.
Las chicas habían elegido, unánimemente, cantar la canción de Charly García, Inconsciente colectivo: “…Pero a la vez existe un transformador /que te consume lo mejor que tenés…”. Se identifican, se miran cómplices en alguna estrofa.
Cuando termina, el aplauso es enorme. Se abrazan y se emocionan, reflejando en sus caras la alegría de haber podido, por lo menos durante unos minutos, escapar del encierro.
• TODOS UNIDOS POR LA RESOCIALIZACIÓN
Además del centro cultural que se inauguró el miércoles, en la U3 funciona desde mayo de 1995 el Centro de Rehabilitación para Drogadependientes, destinado a las internas que quieran ser tratadas, de manera voluntaria, sin que se tenga en cuenta el delito cometido, la edad, o su condición legal. Aunque sí deben cumplir con ciertas reglas para su aceptación.
Las autoridades a cargo del programa estiman una duración de dos años, siempre considerando un máximo de constancia y progresos permanentes, como la participación en los diferentes programas ofrecidos por organizaciones culturales.
La secretaría de Cultura de la Nación, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y el Instituto Nacional del Teatro ofrecen talleres y muestras varias. El Centro Cultural Nuestros Hijos, de la Universidad de Madres de Plaza de Mayo y las Madres en Lucha contra el Paco, realizan campañas de promoción contra el consumo y capacitarán a las mujeres en la contención y guía de terceras personas que sufran esta problemática (hijos, otros familiares, amigos, compañeras de alojamiento, etc.). Y la Asociación Civil “Yo no fui” realiza capacitaciones en áreas artísticas y expresivas con orientación laboral pospenitenciaria.
Por su parte, el Ministerio de Trabajo ofrecerá capacitaciones y formación en saberes laborales; y el Ministerio de Salud realizará campañas de promoción de la salud, y acciones de capacitación y formación.
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