Rechazan a gays e inmigrantes, se oponen al sistema público de salud y cuestionan la teoría de la evolución. Qué es el Tea Party. Y cómo afecta la derrota de Obama a la Argentina.
Por Diego Rojas
La ultraderecha ya no es lo que era. ¿Cómo explicar, si no, que un joven latino, hijo de una mucama y un mozo cubanos y que ingresó a la universidad mediante una beca deportiva, sea la estrella del movimiento estadounidense racista, ultrarreligioso y reaccionario que enfrenta al gobierno de Barack Obama? Marco Rubio –que cumple todos esos requisitos y que aboga por el retorno a los valores familiares cristianos, la oposición al sistema de salud público propuesto por el presidente y es un enemigo furioso de Fidel Castro– acaba de ser elegido, con el 50 por ciento de los votos, senador por el estado de Florida y se convirtió, con un triunfo apabullante, en el héroe del nuevo conservadurismo norteamericano. Rubio, de 39 años, es una de las figuras del Tea Party, un movimiento retrógrado que expresa el descontento de las capas medias estadounidenses con el sistema político, cuestionado por la crisis económica, el desempleo y la amenaza latente de que todo pueda empeorar. El flamante senador, que obtuvo un doctorado en derecho y se casó con una cheer leader de la universidad –con quien tuvo cuatro hijos–, suena ya como presidenciable para las elecciones de 2012, en las que podría enfrentar a su espejo invertido, Obama, si es que este capitanea la crisis y busca la reelección.
El Tea Party es un movimiento popular liderado por representantes del más rancio pensamiento conservador y que, en nombre del retorno a los valores de los padres fundadores –el nombre del movimiento proviene de la primera rebelión independentista estadounidense–, no dudan en declararse en contra de la teoría de la evolución, señalar a la homosexualidad (y hasta a la masturbación) como un pecado, exigir duras leyes para los inmigrantes bajo la consigna “América para los americanos”, plantear que una mujer embarazada por medio de una violación no debería abortar –ya que su bebé sería un designio divino– y declarar la guerra a Obama, que no sólo sería extranjero, sino que además querría implementar el socialismo en el país del norte, acabar con los derechos individuales de los ciudadanos y debilitar a su ejército.
Nacido al ritmo de la crisis económica –que produjo estragos en la economía y las condiciones de vida de la sociedad, al punto de que la desocupación llega a casi el 10 por ciento y decenas de miles de familias perdieron sus hogares–, el Tea Party Movement compendia ignorancia y derechismo en dosis similares, presentados como la defensa de los valores tradicionales. Tiene un campo fértil de seguidores en la políticamente precaria población estadounidense, cuyos miembros, mayoritariamente y salvo en unos pocos estados cosmopolitas, son abono para la reacción. El temor de las clases medias a disminuir su nivel de vida los lleva a corporizar un enemigo, que se encontraría en el gobierno federal y en los inmigrantes, que querrían acabar con el american way of life. Este sector social recuerda a la frase de Bertolt Brecht: “Un fascista es un pequeñoburgués asustado”.
Rubio no está solo. Lo acompañan Rand Paul, el hijo de Ron Paul –fundador del Partido Libertario, del que heredó propuestas que avanzan en la supresión del Estado al punto de plantear que las cárceles deberían ser privatizadas, tanto como los bomberos, a la vez que impulsan el voto calificado por ingresos económicos y nivel de educación–, fue elegido senador por Kentucky. “Hemos vuelto para recuperar el gobierno”, celebró; Michelle Bachmann, elegida diputada y ferviente defensora de la política israelí en Medio Oriente que propugna una salida militar contra Irán; e Ileana Ros Lehtinen, flamante legisladora de origen cubano que presidirá la Comisión de Relaciones Exteriores (ver recuadro), entre otros. La más popular de sus líderes es la ex candidata a vicepresidenta Sarah Palin, gobernadora de Alaska, conocida por su defensa de la abstinencia sexual, sus escasas dotes intelectuales –hay quienes le atribuyen una responsabilidad importante en la baja elección republicana para las elecciones presidenciales, a raiz de una serie de exabruptos públicos– y que con sus numerosos hijos da ejemplo práctico de defensa de la familia cristiana.
Algunos de los exponentes más pintorescos, por llamarlos de alguna manera, perdieron las elecciones: Christine O’Donnell, candidata por Delaware, tiene un pasado en la brujería, declaró que los homosexuales son culpables del sida y advierte sobre la pecaminosidad de la masturbación. Carl Paladino se postuló como gobernador de Nueva York en base a un discurso armamentista y aseguró que, de llegar al cargo, solucionaría con un bate de béisbol varios de los problemas de la administración. Sharon Angle, amparada en la enmienda constitucional que da derecho a los ciudadanos a armarse, propuso, de no ganar las elecciones, tomar el gobierno mediante un levantamiento armado.
Las elecciones que devolvieron a los republicanos el control del Congreso parecen indicar que el Tea Party no es sólo una moda de temporada, sino que podría ser la reserva fundamentalista y ultrarreaccionaria para enfrentar la crisis. El triunfo republicano –partido que sigue atravesando una gran crisis, de la que el Tea Party es un emergente– puede atar de manos a Barack Obama y, bajo la amenaza de paralizar al Congreso, obligarlo a imprimirle un giro a la derecha a su administración.
La ultraderecha ya no es lo que era. ¿Cómo explicar, si no, que un joven latino, hijo de una mucama y un mozo cubanos y que ingresó a la universidad mediante una beca deportiva, sea la estrella del movimiento estadounidense racista, ultrarreligioso y reaccionario que enfrenta al gobierno de Barack Obama? Marco Rubio –que cumple todos esos requisitos y que aboga por el retorno a los valores familiares cristianos, la oposición al sistema de salud público propuesto por el presidente y es un enemigo furioso de Fidel Castro– acaba de ser elegido, con el 50 por ciento de los votos, senador por el estado de Florida y se convirtió, con un triunfo apabullante, en el héroe del nuevo conservadurismo norteamericano. Rubio, de 39 años, es una de las figuras del Tea Party, un movimiento retrógrado que expresa el descontento de las capas medias estadounidenses con el sistema político, cuestionado por la crisis económica, el desempleo y la amenaza latente de que todo pueda empeorar. El flamante senador, que obtuvo un doctorado en derecho y se casó con una cheer leader de la universidad –con quien tuvo cuatro hijos–, suena ya como presidenciable para las elecciones de 2012, en las que podría enfrentar a su espejo invertido, Obama, si es que este capitanea la crisis y busca la reelección.
El Tea Party es un movimiento popular liderado por representantes del más rancio pensamiento conservador y que, en nombre del retorno a los valores de los padres fundadores –el nombre del movimiento proviene de la primera rebelión independentista estadounidense–, no dudan en declararse en contra de la teoría de la evolución, señalar a la homosexualidad (y hasta a la masturbación) como un pecado, exigir duras leyes para los inmigrantes bajo la consigna “América para los americanos”, plantear que una mujer embarazada por medio de una violación no debería abortar –ya que su bebé sería un designio divino– y declarar la guerra a Obama, que no sólo sería extranjero, sino que además querría implementar el socialismo en el país del norte, acabar con los derechos individuales de los ciudadanos y debilitar a su ejército.
Nacido al ritmo de la crisis económica –que produjo estragos en la economía y las condiciones de vida de la sociedad, al punto de que la desocupación llega a casi el 10 por ciento y decenas de miles de familias perdieron sus hogares–, el Tea Party Movement compendia ignorancia y derechismo en dosis similares, presentados como la defensa de los valores tradicionales. Tiene un campo fértil de seguidores en la políticamente precaria población estadounidense, cuyos miembros, mayoritariamente y salvo en unos pocos estados cosmopolitas, son abono para la reacción. El temor de las clases medias a disminuir su nivel de vida los lleva a corporizar un enemigo, que se encontraría en el gobierno federal y en los inmigrantes, que querrían acabar con el american way of life. Este sector social recuerda a la frase de Bertolt Brecht: “Un fascista es un pequeñoburgués asustado”.
Rubio no está solo. Lo acompañan Rand Paul, el hijo de Ron Paul –fundador del Partido Libertario, del que heredó propuestas que avanzan en la supresión del Estado al punto de plantear que las cárceles deberían ser privatizadas, tanto como los bomberos, a la vez que impulsan el voto calificado por ingresos económicos y nivel de educación–, fue elegido senador por Kentucky. “Hemos vuelto para recuperar el gobierno”, celebró; Michelle Bachmann, elegida diputada y ferviente defensora de la política israelí en Medio Oriente que propugna una salida militar contra Irán; e Ileana Ros Lehtinen, flamante legisladora de origen cubano que presidirá la Comisión de Relaciones Exteriores (ver recuadro), entre otros. La más popular de sus líderes es la ex candidata a vicepresidenta Sarah Palin, gobernadora de Alaska, conocida por su defensa de la abstinencia sexual, sus escasas dotes intelectuales –hay quienes le atribuyen una responsabilidad importante en la baja elección republicana para las elecciones presidenciales, a raiz de una serie de exabruptos públicos– y que con sus numerosos hijos da ejemplo práctico de defensa de la familia cristiana.
Algunos de los exponentes más pintorescos, por llamarlos de alguna manera, perdieron las elecciones: Christine O’Donnell, candidata por Delaware, tiene un pasado en la brujería, declaró que los homosexuales son culpables del sida y advierte sobre la pecaminosidad de la masturbación. Carl Paladino se postuló como gobernador de Nueva York en base a un discurso armamentista y aseguró que, de llegar al cargo, solucionaría con un bate de béisbol varios de los problemas de la administración. Sharon Angle, amparada en la enmienda constitucional que da derecho a los ciudadanos a armarse, propuso, de no ganar las elecciones, tomar el gobierno mediante un levantamiento armado.
Las elecciones que devolvieron a los republicanos el control del Congreso parecen indicar que el Tea Party no es sólo una moda de temporada, sino que podría ser la reserva fundamentalista y ultrarreaccionaria para enfrentar la crisis. El triunfo republicano –partido que sigue atravesando una gran crisis, de la que el Tea Party es un emergente– puede atar de manos a Barack Obama y, bajo la amenaza de paralizar al Congreso, obligarlo a imprimirle un giro a la derecha a su administración.
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