lunes, 17 de enero de 2011

EL DOCUMENTAL SOBRE MIGUEL ABUELO




“Buen día, día”, el documental sobre Miguel Abuelo dirigido por Sergio Costantino y Eduardo Pinto, se puede los viernes y sábados de enero en el Malba.



Mezcla extraña de vanguardia y folklore de tierra adentro, arte y baratija, humor y corazón abierto, poeta y viajante de feria, Miguel Abuelo fue un personaje único dentro del rock nacional y de la música popular a secas. Su historia, que tuvo su pico de popularidad en los ’80 cuando lideraba Los Abuelos de la Nada, guarda, sin embargo, varias zonas sin explorar, sobre todo en lo que refiere a sus casi diez años de autoexilio en Europa y a su intrincada vida sentimental.



Por suerte, para suplir en parte esa imensa carencia, se estrena en estos días Buen día, día, un esforzado documental que se lanzará comercialmente este jueves, dirigido a cuatro manos por Sergio “Cucho” Constantino y Eduardo Pinto, lo que significó también una proeza en sí misma por la escasez de material fílmico y los numerosos pormenores que debieron afrontar ambos realizadores para ver terminada la película. “Es una peli que siempre tuve en mente desde la muerte de Miguel”, explica Constantino. “Tuve la suerte de conocerlo, porque éramos vecinos: vivíamos a una cuadra de distancia. Y por eso, cuando murió, me quedó un vacío muy grande. Como paralelamente había empezado a estudiar cine, su figura, cinematográficamente hablando, me parecía muy fuerte”, sostiene.



La historia pública de Miguel Abuelo comienza en los ’70, en Buenos Aires, cuando su arrogancia, su caracter compadrito, su vestimenta de mujer, su porte de “cabecita negra” y, sobre todo, su voz como de vieja chillona, le permitieron destacarse dentro de La Cueva, donde compartía trasnoches y divagues con otros pioneros del rock nacional como Litto Nebbia, Tanguito, Moris, Javier Martínez y Pipo Lernoud. De aquella época quedó la primera formación de Los Abuelos de La Nada con Pappo entre sus filas y la canción “Diana Divaga” como el debut de la lisergia con tono latino dentro del rock nacional.



Luego vinieron sus viajes lúmpenes por Europa, donde grabó un disco progresivo en Francia, tocó a la gorra en las calles, y terminó preso por una falsa acusación de robo en España. Y ese habría sido el último Miguel Abuelo del que se hubiese tenido noticias de no ser por un encuentro providencial con Cachorro López (en ese entonces un novato bajista) en Ibiza, que le cambió la vida. Cachorro lo alentó a volver al país y aplicar artísticamente todo lo aprendido durante aquellos años de autoexilio.



En Buen día, día y durante toda una noche, Gato Azul –el hijo de Miguel– recorre las calles de Palermo buscando su herencia, como un guerrero nocturno montado en su motocicleta. En esa travesía, va obteniendo fotografías de su padre mientras escucha su voz que recita poesías, canta y cuenta su propia vida. Desde su nacimiento hasta su muerte. Sus diferentes etapas en América, Europa y el periplo incansable de su propia vida. En el camino, Gato se cruza con diferentes personajes que han compartido con Miguel su fascinante vida en el rock: Gustavo Bazterrica, Cachorro López, Luis Alberto Spinetta. Andrés Calamaro, Daniel Melingo y Horacio Fontova, entre otros.



–Siempre se dijo que Miguel era un tipo muy cabrero. ¿Fue tan así como muchos dicen?



“Cucho” Costantino: –Totalmente. El primer encontronazo que tuve con él fue fuerte. Yo estaba sentado en un Fiat 1500 rural todo destartalado (me acuerdo que ese auto ya era una porquería en el ’84) y cuando él me vio me sacó de una patada en el culo. ‘Sacá tu culo sucio de ahí’, me dijo. ‘¿Sabés lo que tuve que laburar para comprarme esto?’ (risas). Fue un tipo que siempre te prepoteaba para ver hasta dónde llegabas. Pero más allá de esa rudeza de la calle, era un tipo exquisito, dulce, agradable.



–¿Y en qué momentos se quebraba su coraza?



–Yo nunca lo observé quebrado. Aunque supe que su gran asignatura pendiente fue formar una familia. Era un tipo que no tenía amarras y que con la llegada de su hijo quiso seguir esa historia estándar, pero no pudo. Su único cable a tierra era su hijo Gato Azul, al cual llevaba de un lado a otro. Por investigaciones y charlas que tuve con él, era en esas situaciones en que se quebraba. Lo que pasa es que Miguel era un verdadero artista las 24 horas, no un mero cantante o el simple frontman de Los Abuelos de la Nada. Era un tipo que nunca estudió música, pero que tenía en su cabeza a una orquesta de 25 músicos.



Y esa capacidada colectiva, de pensar como cerebro de un grupo, fue sin duda una de las claves que explican el éxito fulminante de Los Abuelos de la Nada en los ’80, cuando Miguel rearmó el grupo junto a Cachorro, Andrés Calamaro, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo y Polo Corbella, y tomó por asalto esa nueva corriente liviana y divertida del rock nacional con una propuesta histriónica y caliente que casi no tenía antecedentes en el medio local.



Y si bien es cierto que Los Abuelos fueron resistidos en algunos festivales –en especial en el de La Falda, donde el grupo de Miguel nunca pudo hacer pie–, no hay duda de que fueron una banda popular y sintonizaban bien con el espirítu festivo de aquel renacer de la democracia. No por nada llenaron varias veces el Luna Park y teatros como el Gran Rex, y tenían una gran repercusión en las revistas y ramos del medio.



“Miguel Abuelo fue un gran artista. Eso está claro”, dice Constantino, quien revela que el espíritu del cantante y poeta sobrevoló en varias oportunidades durante la realización de la película. “Muchas veces sentí su presencia, sobre todo cuando el proyecto entraba en stand by o corría peligro”, cuenta. “Una vez, después de una charla en el INCAA, donde me pateaban el proyecto todo el tiempo, me tomé un taxi con mis últimos pesos, porque estaba cansado de tanta discusión con la gente de esa entidad, y apenas me siento, el chofer enciende la radio ¿y qué suena? ‘Buen día, día’. No lo podía creer.”



Constantini cuenta que todos los que conocieron a Miguel Abuelo tienen alguna historia de este tipo para compartir: “Gato me contó una vez que cuando fue a dejar las cenizas de su padre en lo que ahora sería Playa Franca, Santa Clara del Mar, encontró entre las rocas de la playa una pintada que decía: “que descanse en paz, Miguel Abuelo”, que le marcó que tenía que dejar a su padre ahí. Una situación totalmente loca porque Gato tranquilamente podría haber bajado 100 metros antes o después de esa pintada”.



Un aspecto importantísimo en la vida de Miguel fue el valor que le dio a la palabra, que luego tradujo en sus letras y en sus poesías. Se sabe que el compinche de Pipo Lernoud se la pasaba garabateando anotadores y que completó un libro de poesías, El Paladín de la libertad, que quedó inédito.



Ni surrealista como Spinetta ni inocente como el primer Litto Nebbia, la poesía de Miguel Abuelo partía de la ensoñación y el delirio para terminar en consignas bien concretas como “Ir a más”, “Hoy seremos campesinos” o ese famoso estribillo que llegó a las canchas: “Te quiero así, me gustas viva / yo no pedí nacer así / son cosas mías”. “Miguel Abuelo fue pionero hasta para morirse, porque fue el primero en morirse de sida. Pero también el primero en grabar en Europa, el primero en caer en cana allá, y el primero en hacer música para bailar más allá”. Un ser único.

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