Por Lelio Mármora. Director Maestría de Políticas de Migraciones Internac. (UBA)
Migraciones, en Argentina, ha sido sinónimo de la existencia republicana de nuestro país , a pesar de los personajes que en diversos momentos las rechazaron.
Con la oleada migratoria de fines del siglo XIX e inicios del XX, surgieron las voces de escritores que expresaron su prejuicio frente a los italianos, los judíos y la mayoría de los que llegaban.
Esas voces reaparecieron en los años 50, cuando se calificó de “aluvión zoológico” a las migraciones internas que llegaban a Buenos Aires. De la misma manera, en los 90 resurge el discurso antimigratorio en el marco de la campaña diseñada para justificar el negociado de los DNI.
Lo que nunca había ocurrido es que el discurso xenófobo apareciera desde los responsables de la conducción política , donde siempre hubo un acuerdo tácito de no utilización del mismo con fines clientelistas. Lamentablemente, eso ocurrió hace pocos días: altas autoridades del gobierno metropolitano, frente a la ocupación ilegal de espacios públicos, trataron de desplazar culpas a la “falta de políticas migratorias”. O, peor, su preocupación porque la figura del “ilegal” no existía en la nueva ley de migraciones argentina.
Aquí enfrentamos a varios problemas. El primero, conceptual y de ignorancia sobre el tema.
La actual ley de migraciones, reconocida internacionalmente, comenzó a gestarse en 1999. En cinco años de búsqueda de consensos entre los gobiernos, partidos políticos, organizaciones no gubernamentales e internacionales y sindicatos, fue promulgada por unanimidad en el Congreso de la Nación. Seis años después, tras un trabajo de especialistas, fue reglamentada.
Por su parte, el “Plan sudamericano de desarrollo humano de las migraciones”, recién suscripto, enfatiza la no existencia de “personas ilegales” . La figura del “migrante ilegal”, desterrada por las Naciones Unidas hace más de veinte años, quizás pueda rastrearse en la derogada ley de la dictadura militar, basada en el principio de la “seguridad nacional”.
La segunda cuestión hace a la autopercepción argentina sobre las inmigraciones, que sigue siendo una asignatura pendiente: la de terminar con su “narcisismo inmigratorio”. Si bien a principios del siglo XX este país era uno de los de mayor cantidad de extranjeros sobre su población total , en la actualidad (informe 2009 de Naciones Unidas), con un 3,6 %, ocupa el puesto número 126, sobre 230 países relevados .
La Argentina ha quedado lejos de los tradicionales países de inmigración : Australia (21,9%); Nueva Zelanda, (22,4%); Canadá (21,3%) y EE.UU. (13,5%). En América latina, Costa Rica (10,5%), Belize (15%) y República Dominicana (4.2%) la superan.
Sin contar que tenemos alrededor de un millón de argentinos fuera del país.
El tercer problema es la incoherencia entre la demanda insatisfecha de mano de obra en el mercado laboral y las políticas sociales . Parecería que se pretende que los migrantes “aparezcan a las ocho de la mañana y desaparezcan a las ocho de la noche”.
Si bien las tres cuartas partes de las migraciones limítrofes se asientan en Buenos Aires y el conurbano, también el 50% del sector de la construcción (con crecimiento exponencial en los últimos años) está concentrado en la región metropolitana de Buenos Aires y Gran Buenos Aires y alcanza a un 75% si se suma la región pampeana.
En todos los ciclos de crecimiento de la economía argentina se incrementó la afluencia de migrantes hacia los centros urbanos , lo cual requiere respuestas de vivienda, salud, educación y ordenamiento de la población en el territorio .
Para tener un desarrollo sustentable, una adecuada explotación de los recursos, un mercado interno ampliado, poder reemplazar la población envejecida y lograr la ocupación real del territorio, la Argentina necesitaría duplicar su población actual, y eso tendrá que hacerlo con migrantes.
Por último, están las lamentables “picardías electoralistas“ que buscan el voto del resentimiento apuntando al inmigrante.
Con estas actitudes estamos apuntando al centro de identidad nacional de esta sociedad. La Argentina –a pesar de algunos de los prejuicios como los mencionados y de la relativa importancia actual como país receptor– se fue formando con la integración y el aporte de los que iban llegando . Esa riqueza de respeto a las diferencias y apertura constructiva de identidades es la que hay que proteger como uno de los logros de este pueblo.
Es de esperar que, nunca más, ningún político caiga en la tentación de utilizar la xenofobia para depositar en el extranjero sus falencias en el manejo de la cuestión pública.
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ResponderEliminarAustraliano de Inmigración