Por Fabián Bosoer
Alessandro Vanolli, historiador italiano tiene una trayectoria académica y una erudición que casi no entran en sus 41 años y un proverbial entusiasmo por conocer otras historias, tomarse sus tiempos y sus buenos momentos con la gente que conoce en cada lugar que visita. Es doctor en las Universidades de Bolonia y Venecia, especializado en historia medieval y mediterránea, judaísmo antiguo y arabismo. Trabaja como profesor en Bolonia y visita como profesor invitado varias universidades extranjeras (de Salamanca a Damasco, de Cambridge a Túnez, de México a Toulouse). Es autor de varios libros, miembro de numerosas sociedades y comités científicos y maneja once idiomas: además del italiano, habla francés, inglés, español, alemán, portugués, árabe, farsi, latín, griego y hebreo antiguo. Estuvo recientemente en Buenos Aires, invitado por la Universidad de Tres de Febrero al Coloquio Internacional “Dos Siglos de Interculturalidad judeo-cristiano-islámica en la Argentina” y a las II Jornadas Internacionales sobre Procesos Interculturales e Interreligiosos Comparados
¿En qué medida los cambios en la relación entre Oriente y Occidente nos enseñan sobre modos diferentes de entender la historia?
Analizar las relaciones entre Oriente y Occidente debería acostumbrarnos a perder, al menos en parte, el punto de vista eurocéntrico con el cual se construyó la historiografía moderna, incluyendo, claro, la de las Américas. Creo que la comparación entre sistemas culturales y lingüísticos distintos debería plantearnos también nuevos problemas y obligarnos a cambiar nuestras preguntas.
Se tiende a ver al llamado “mundo islámico” como opuesto o en las antípodas al “mundo occidental” ¿Es realmente el Islam algo tan ajeno a Occidente?
Digamos que el Islam y Occidente se construyeron mutuamente. La relación con el Islam es una base de nuestra historia colectiva, de nuestras relaciones colectivas y de nuestras definiciones de identidades colectivas. Pero es que es casi imposible narrar esa historia ...
¿Por qué?
Porque esa narración, en verdad, es simplemente una construcción hecha a partir de una convención justificadora de que el Islam -como “el Occidente”- habría continuado siendo idéntico, en relaciones que habrían continuado idénticas en todo un período que abarca, por decir un número, mil años: es una locura. No es así. El Islam, mal que les pese a todos los fundamentalistas, nunca fue un monolito distinguible en sus partes. Luego, la idea de una relación de antagonismo entre Islam y Occidente que comenzaría desde los griegos, seguiría durante el Medioevo y reaparecería ahora como “choque de civilizaciones” es otra ficción. No es verdad. Puede ser una gran verdad literaria, si se quiere, pero no histórica.
Pero la historia de cristianos y moros definió en Europa un antagonismo muy fuerte, ¿no es así?
Pero claro, hemos tenido muchísimas actitudes antagonistas, podríamos decirlo así. Pero no se puede construir una historia única sobre ese antagonismo. Porque ha tenido muchísimas caras diferentes y necesidades diferentes. Incluso las palabras mismas (por ejemplo, “moros”), no siempre tuvieron el mismo sentido.
¿Cuál sería entonces otro modo de abordar ese conflicto entre pueblos y culturas que marcó grandes períodos de la historia?
Habría que intentar narrar historias particulares. En mi caso, yo vengo de una historiografía -la italiana y francesa sobre todo- de los años 70-80, que llegaba casi a la conclusión de la imposibilidad de construir una narración fuerte y absoluta de todo un mundo. Se podían construir sólo narraciones particulares de fenómenos, quizá paradigmáticos, quizá no. En el sentido literario, era la gran herencia de Borges, si se quiere.
¿En qué sentido?
Borges fue a la literatura lo que algunos historiadores franceses, ingleses e italianos fueron a la historia. Se construye una narrativa a partir de los relatos y experiencias de las gentes en su lugar y su momento específico. Una historia así no permite narrar la historia de “un mundo” totalizador. Permite narrar ese mundo mirado por una ventana ligeramente abierta y nada más. No olvidemos que lo que llamamos “historia” es siempre sólo una ínfima parte de lo que verdaderamente ha sucedido en el momento que estamos queriendo conocer y reconstruir. En ese sentido, la historia entre el Islam y Occidente siempre pide un Borges que pueda escribirla.
¿Cuáles fueron las preguntas que usted se hizo para explicar esa historia?
He trabajado mucho sobre la construcción de la idea de conflicto, de guerra, en la España medieval, entre cristianos y musulmanes. Intenté preguntarme qué se puede ver por esa ventanita con casos precisos, cómo pueden interrelacionarse culturas diferentes. La gente, el pueblo, es decir allí donde estaba el 99% de la historia: ¿qué podemos decir, narrar sobre ellos, empezando por su necesidad de relacionarse entre las diferentes culturas? ¿Cómo trató esa gente a otra gente, cómo se habló y cómo se transformó a partir de esos vínculos? Esa manera de rastrear el pasado supone una prevención instintiva frente a la pretensión de construir una historia de larga duración y de un mundo entero, ya fuera una región o una nación. España y el Mediterráneo occidental son el mejor campo de estudio para esta búsqueda, un yacimiento inagotable de historias.
¿Porque se trata del espacio geográfico -terrestre y marítimo- donde se mezclaron las tres grandes religiones (islámica, judía y cristiana)?
Sí, pero con una aclaración: esas tres grandes culturas fueron en la idealización moderna -en orden cronológico de llegada, judíos, cristianos y musulmanes- una ficción. No significa que no fuera real, pero es una ficción porque esas “tres culturas” nunca fueron monolíticas, nunca fueron las mismas en un período tan largo. Estamos hablando de un período de 900-1000 años porque, al final, con la última expulsión, la de los moriscos, ya estamos en el siglo XVII. Por eso, es una historia de un milenio. No se puede pensar de este modo, ya lo decían Ortega y Gasset o América Castro: no se puede llamar “reconquista” a algo que dura ocho siglos. ¿Cómo se puede pensar que en mil años la gente sigue siendo la misma, que una religión sigue siendo la misma, que una cultura sigue siendo la misma? Es decir, lo que tenemos es la historia de una idea, de la construcción de esa idea en el interior de un espacio. Y cuando esa gente migrante ya no estuvo más en el siglo XVII, las ideas quedaron. Las ideas fueron las que empezaron a construir -en un sentido antagonista, si se quiere- un imperio, un nuevo reino español, lo que se fundaba profundamente hasta las raíces. Quedó la conquista de un pasado de lucha contra los moros y contra los hebreos. Contra las diversidades.
¿Hubo una influencia árabe no reconocida, debajo o al interior de la conquista de América?
La relación entre el Nuevo Mundo y el Islam es compleja desde los primeros momentos de la conquista, cuando el Islam todavía no estaba realmente presente. El Islam se acercó al Nuevo Mundo de muchos modos distintos. En la memoria literaria y folclórica sobre todo: los judíos y los moros habían sido los antagonistas imaginarios de muchas obras literarias medievales: pensemos en las canciones de gesta y en numerosos cuentos populares. Y esa memoria literaria llegó al Nuevo Mundo junto con los conquistadores, arraigándose en el folklore local (pensemos por ejemplo en la presencia continua de morismas en México y otros lugares). Además, esa presencia se percibe en muchas adaptaciones institucionales: desde las estrategias de población a la catequesis de los indios; eran todas prácticas que se habían forjado en la España medieval, justamente en el choque con el mundo musulmán. También estaban las innumerables huellas materiales que se multiplicarían en los siglos siguientes: collares, arquitecturas, comidas, músicas: elementos definidos por siglos de relaciones mediterráneas que llegaban del otro lado del Océano para ser nuevamente transformados.
¿Cuándo llegaron a América los primeros musulmanes?
Los primeros grupos consistentes llegaron con la trata de esclavos. Pero ya en los primerísimos años de la conquista tenemos huellas de la presencia de musulmanes. Quizá sólo moriscos y por ende musulmanes recién convertidos al cristianismo, pero que llevaban consigo trozos de una tradición antigua y lejana.
¿Cuánto de todo este mestizaje de culturas está nuevamente en juego en la Europa actual?
La vieja Europa parece un continente extremadamente cansado. Sus formas políticas ya están en buena medida agotadas y con ellas, muchas de sus instituciones muestran el mismo grado de envejecimiento. En este sentido, no sé en qué medida la profunda transformación social que está viviendo Europa producirá un verdadero cambio. Creo, no obstante, que esta nueva y profunda mezcla que estamos viviendo es nuestra gran posibilidad de mantener viva la idea de una Europa integrada.
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