Por Diego Geddes
La pregunta surgió de un debate entre médicos, psicólogos y educadores en los Estados Unidos. “¿Cuántos chicos de entre 5 y 8 años son capaces de dominar el celular inteligente de sus padres y cuántos de esos chicos tienen la iniciativa de llamar a sus amigos para organizar un partido de fútbol?”. No fue necesario discutir la respuesta para entender que algo ha cambiado en el proceso educativo, más allá de los conocimientos que adquieren en la escuela.
La cultura del juego recreativo como espacio de formación está desapareciendo, en especial en las grandes ciudades.
Y las consecuencias pueden ser importantes en la vida adulta ya que, sostienen los especialistas, la mayoría de las habilidades sociales e intelectuales que uno necesita para tener éxito en la vida y el trabajo se adquieren por primera vez a través del juego y durante la infancia.
Los chicos aprenden a controlar sus impulsos, resolver problemas, negociar, pensar con creatividad y trabajar en equipo cuando juegan en un arenero o construyen un fuerte con almohadones. “Jugar es algo natural que los animales y los humanos hacen. Pero no sabemos por qué, de alguna manera se lo hemos quitado a nuestros chicos”, dice Kathy Hirsh-Pasek, investigadora de la Universidad de Temple, en Filadelfia, Estados Unidos.
“La creatividad y curiosidad infantil desplegada a través de la espontaneidad esperable del juego de todo niño, contribuye al desarrollo de una personalidad sana”, dice Ana Rozenbaum de Schvartzman, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “Jugar poco torna imposible el despliegue imaginativo que el niño necesita para edificar sus propias construcciones y fabulaciones, ya que el juego está íntimamente ligado a la fantasía”, concluye.
Una de las razones por las cuales se ha perdido ese tiempo es porque buena parte de esas actividades se concentran en la computadora. Pero los expertos definen jugar como una actividad iniciada y dirigida por chicos, con sus propias reglas, algo que no sucede en muchos de los videojuegos. “Los videojuegos pueden ser un complemento, pero para el desarrollo y la salud emocional es esencial el juego libre, creativo, sin reglas fijas y en donde se gana sólo por el placer que produce”, analiza Pedro Horvat, psiquiatra y psicoanalista.
José Sahovaler, psicólogo especialista en niños y adolescentes, remarca que el juego cambió, como ha sucedido a lo largo de la historia. Y que en la computadora no hay un otro con quien jugar: el juego está mediatizado por lo que pensó un grande. “Para el chico, jugar es aprender y una forma de entrenarse para el mundo adulto”, asegura. En el caso de que ese juego no sea suficiente, el individuo no logra desarrollar su parte creativa y de mayor pueden manifestarse varias patologías. Citando al psicólogo inglés Donald Winnecott, Sahovaler enumera posibles adicciones, trastornos psicosomáticos, poca capacidad de libertad y pensamiento, y hasta fanatismo.
Como en casi todos los aspectos educativos, los especialistas apuntan a los padres y su ejemplo. Los defensores de este movimiento pro juego hablan de tolerar una mayor informalidad en las actividades de los chicos y menos estructuras en el hogar. Jugar en casa, por ejemplo, supondrá desordenar y correr algunos muebles de lugar. “Asegurar el lugar del juego creativo nos debe llevar a una reflexión acerca del tipo de vida que elegimos, tanto para los chicos como para los padres”, plantea Horvat. Para Miguel Alemán, pediatra, deportólogo y entrenador de rugby, hay también una cuestión social muy importante, y es que hoy los chicos están casi todo el día en el colegio. “Por un tema de tiempos, ya casi no existe la cultura de llevarlos a un club o a la plaza –afirma Alemán–. Frente a la computadora están sentados y aislados. Y se advierten problemas con la motricidad. Los chicos más acostumbrados a jugar tienen una mejor motricidad y también mejor capacidad física y de resistencia”.
No hay acuerdo respecto de cuánto tiempo se debe destinar al juego. Pero sí todos reconocen que cuanto más tiempo se le dedique, mejor. Jugar es, después de todo, una de las partes más divertidas de la vida.
El hecho de que viva en un departamento no convierte a Catalina Oliveri en una nena sedentaria. “Por suerte vivimos cerca del Parque Saavedra, entonces tenemos una alternativa para que ella pueda andar en bicicleta”, dice su papá Hernán. Es clave incentivarla a jugar y buena parte de la tarea se da de manera natural porque su mamá Alejandra es profesora de Educación Física. “Hay que pensar todo el tiempo en alternativas para que no se aburra”, dicen los padres. La vida cargada de obligaciones complica algunas cosas, pero Catalina tiene abuelos jóvenes que se ocupan de la nena, todavía en edad de preescolar: “Entre todos tratamos de que tenga siempre alguien con quien jugar”.
Los especialistas definen como juego aquella actividad que es iniciada y dirigida por los chicos. Por eso, dicen, los videojuegos no cuentan salvo aquellos que supongan la creación de algo.
El juego en la infancia es fundamental para adquirir las habilidades sociales e intelectuales que uno necesita para desempeñarse en la vida y el trabajo. Los chicos aprenden a controlar sus impulsos, a resolver problemas, negociar, pensar con creatividad y trabajar en equipo cuando juegan en un arenero o construyen un fuerte con almoha
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