Han transcurrido treinta años desde sus primeras notas con Soda Stereo y Fricción; desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente, en el estudio y sobre el escenario, lo que da suficiente tela para cortar en una charla que no deja tema sin tocar.
Hay bandas de rock, y por otro lado están los solistas; no muchas cosas resultan más claras que eso. Sin embargo, ¿qué se hace cuando un músico es tan “cabeza de compañía” (aunque en el caso de Richard Coleman, y durante una punta de años, haya sido “cabeza con raro peinado de compañía”), al punto de que sus bandas suenan a solista toda vez que se las menciona? Aun así, el artista ha repetido durante años, como un mantra, que su voluntad clama por el trabajo en grupo, el único que le permite “el intercambio de energía necesario” como para funcionar a pleno. Y siempre lo dijo en serio.
Señero, sensible y oscuro, Coleman armó Fricción con Gustavo Cerati, pero Fricción terminó siendo, en el imaginario popular, básicamente Coleman, aun a histórico despecho de los tremendos músicos que conformaron el grupo. Y lo mismo sucedió luego con Los 7 Delfines (L7D), durante una eternidad (véase La ficha). Y Coleman, ahora, treinta años después de su debut como artista público, decide hacerse solista por primera vez.
–¿Iba a decantar?
–Lo que pasó... (piensa) Creo que todo tiene un momento, y llegó el momento en que esta idea de ser solo tuvo un peso real. En 2005 tuve una reunión con Tweety González (tecladista y productor) y su socio, Jorge Klinoff; me propusieron hacer un disco como solista, y la verdad es que me sentí muy bien, porque con Tweety trabajé en Aventura (2001), de L7D; estuvimos juntos en Ahí vamos –hizo la producción para Gustavo– y aprendí muchísimo viéndolo trabajar. Que me citaran para esta propuesta fue muy halagador.
–Pero justo ese año estaban a pleno con Carnaval de fantasmas, el último disco de L7D.
–Exacto. Por eso les dije: “Buenísimo, pero estoy en el medio de un disco, y además tengo por delante toda la gira de Ahí vamos...”. Era la primera vez que salía de gira con Gustavo, y me quedaba muy poco tiempo real. Ellos me ofrecían todo, les dije que me encantaba y les prometí que, cuando llegara el momento, serían los primeros a quienes llamaría. Y meses después, para las fiestas, yo estaba en Córdoba y me sonó el celular: era Daniel Castro, el ex bajista de Fricción. Hacía años que no nos veíamos y muchos más años que no tocábamos juntos... “Mirá, Richard, estaba acá escuchando música y me puse a pensar en vos. Y te llamo para decirte que no sé qué estás haciendo, ni sé qué vas a hacer, pero que cuando quieras hacer algo, cuentes conmigo.” ¡Era todo muy... junto, poco después de lo de Tweety! (se ríe).
–¿Los Delfines se fueron enterando de todo esto?
–Le conté a Nicolás Bernaudo (manager de L7D) cuando me llamó Tweety, y me contestó “Sí, ya sé” (risas). Pero seguí adelante con Carnaval..., que se editó en 2008, tres años después de haberlo comenzado, y en febrero de 2009 me senté de nuevo a componer. Me hacía falta, porque había pasado dieciocho meses harto de trabajo y presionando para que saliera aquel álbum. El proceso para editar un disco es muy largo, muy largo... Empezás a componer, hacés una selección, tenés una cantidad de canciones, las vas a grabar, y hasta que lográs producirlas y que el disco salga... a mí se me pasan dos o tres años así (chasquea los dedos).
–Antes las bandas sacaban un disco por año, o cada dos... Ahora hay quienes tardan ¡ocho años!, como Divididos. ¿Es una cuestión de “achanche”?
–Es cierto... (se ríe). En algunos casos es achanche; en otros, no. Mi realidad es que yo no me puedo dedicar únicamente a esto, y tengo que repartir mi tiempo en mil partes. Cada disco se me hace de goma. Este nuevo disco, mi primer álbum como solista, estaba para grabarse ya en 2009 y yo quería que saliera en enero de 2010. Y ya se ve: si todo sale bien (y crucemos los dedos) sale recién ahora, en marzo de 2011...
–Carnaval de fantasmas fue, así se lo dijo a todos, el punto más alto del trabajo con Los Delfines y uno de los mejores discos de toda su carrera. ¿Eso disparó alguna necesidad de ir para otro lado, habiendo llegado a cierta cima?
–Carnaval... había salido hacía menos de cinco meses, y es así: era el mejor disco que había hecho hasta entonces y fue un trabajo en equipo, con una banda que tuvo un proceso de casi veinte años... y no tenía ganas de borrar nada con el codo. Pensé que no podía hacer otro disco al toque; ¡acababa de salir aquél! Pero lo llamé a Tweety y le dije que tenía una idea para mostrarle. Y en la misma semana lo llamé a Dany Castro. Le pregunté: “¿Te acordás...?”.
–Habían pasado tres años... Un poco de delay para responder a ciertos llamados importantes.
–¡El que se acuerda, se acuerda! (risas). Pero no me lo tomé con la idea de superar Carnaval, me lo tomé como “voy a hacer otro disco”. Ni siquiera pensé: “Ahora empiezo solo”. Y se gestó el proyecto, y fue todo distinto. Uno se busca siempre un desafío nuevo, porque si no es más de lo mismo: “si es muy fácil, hay algo que no está bien”. Quería buscar un sonido distinto, cosa que sería muy complicado de hacer con los Delfines. Y quería trabajar con otro equipo de gente, totalmente diferente; me sigue gustando trabajar en equipo. Entonces, la propuesta que le hice a Tweety fue: “¿Cuántos temas tenemos que tener para seleccionar? ¿Dieciséis, dieciocho? Bueno, durante cuatro meses yo voy a hacer un tema por semana, todas las semanas”.
–¿Disciplina anti rocker?
–(Carcajadas) Sí, tremendo... ¡Y por las mañanas, tempranito...! Método estricto de trabajo, casi como el de un escritor. Por ahí me levantaba a las 8.30 para estar ya trabajando acá (señala su living, lleno de computadoras y equipos), y me plantaba y decía: “Uy, prendo todo, a ver qué hago... ¿cómo arranco? ¿Qué empiezo a buscar? Ayer había pensado algo...”. Por ahí me quedaba dos horas sentado con la guitarra, solo... Pero funcionó. Los jueves me reunía con Dany Castro, le mostraba lo que había conseguido, y estuvo buenísimo. Con él tenemos una comunicación genial, muy fluida.
–Cuando empezó a componer solo para Carnaval, luego tomó el material y lo “delfinizó”. Ahora hubo que... ¿colemanizarlo?
–O descolemanizarlo (se ríe). Por un lado, este nuevo disco no es tan diferente porque sigo cantando yo, pero me relajé y pude hacer algunas cosas que no había intentado antes. Por ejemplo, quería interpretar una balada muy despojada; necesitaba una canción así, y me di cuenta de que no hacía falta que la compusiera yo mismo. Y lo llamé a Ulises Butrón: “Vos seguro que tenés alguna canción en la baulera”. Fue muy raro; cuando me cayó esa ficha, pensé: “Esto es un cambio”. Porque yo no sé si voy a poder componer la canción que quiero cantar, ¿se entiende?
–Suena hasta como una liberación.
–Sí. Es una liberación y una apertura. Es como una afirmación del intérprete. Quiero ser un intérprete. Y Ulises escribe muy bonito, tiene una artística muy interesante, muy sensible. Llegó al día siguiente a mi casa y me dijo: “¿Sabés? Traía dos temas para mostrarte, pero mientras venía manejando me acordé de otro...”. Y la canción que quedó es la que se acordó en el auto. Es una canción muy sencilla, simplemente de guitarra y voz.
–¿Qué otros músicos están en la grabación?
–Sebastián Escofet me ayudó con las armonizaciones. Gustavo Córdoba –el otro guitarrista con el que acompañamos a Gustavo en la gira de Fuerza natural– es un tipo que toca bárbaro, y después, buscando un baterista y charlando con Tweety, apareció Jorge Araujo (ex Divididos, hoy en Gran Martell). Es un tipo que puede tocar la percusión en función de una canción; tiene una sensibilidad y una versatilidad enormes. Le mostré los temas y fue gracioso que me dijera: “¡Uy, yo hace mucho que no toco pop!”. ¡Qué te parió! (Risas) ¿Cómo que pop? “Sí, tiene estribillos...”: para él, si algo tiene estribillos es pop. La yunta de Castro y Araujo estuvo muy bien; quedé muy contento. En este disco fui probando cosas que antes no había hecho, simplifiqué muchas otras y traté de llevarme por el instinto. Al hacerlo solo, en las letras me dejé guiar bastante por la autorreferencia: ¿qué es lo que diría yo? Relajé por ese lado.
–¿Estamos a punto de descubrir un “disco luminoso” del “oscuro y sensible” Coleman?
–(Sonríe) Hay sensibilidad y oscuridad, pero por ahí no están juntas. Si escribo algo que da una sensación placentera... bueno, es así. Es lo que me está pasando ahora, es lo que puedo decir ahora. ¡Dejá que brille la mañana! Igual, hay cosas que no se pueden evitar: hay referencias que salen del sótano de mi alma (larga la carcajada) y que por algo están ahí: son parte de la biblioteca que tengo dentro. Va a sonar muy peace & love, pero la sensación de las letras de las canciones es... ¿cómo decirlo? Es “de vuelo”. En muchas hay un alejarse de la tierra por diferentes razones; o viajando, o porque el espíritu se va, o porque estás en una hamaca... Es como estar viendo lo que pasa, desde otro lugar, desde afuera.
–Nunca escucha música nacional, pero la hace. ¿Qué va a dar este disco? ¿Qué piedra va a mover?
–Eso nunca lo sé. No tengo expectativas de ese tipo. Cada vez que arranco con expectativas me encuentro con algún tipo de decepción. No digo frustración, sino decepción. Esta vez, espero que mi disco se escuche un poco más, que tenga difusión; uno hace música para que la escuche la gente, básicamente es eso. Me gusta mucho cuando viene un chico y me dice: “¿Vos sabés que yo toco la guitarra por vos?”. Y después por ahí lo ves tocar y lo querés matar (risas), pero eso es muy lindo, porque de alguna manera conseguiste algo. Eso sí, ¿ves?: lo que espero es que, al escuchar el disco, a alguien le den ganas de hacer música y de sacarse de adentro las palabras.
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