martes, 25 de enero de 2011

¿QUE HACER?



Por Martín Rodriguez y Federico Scigliano


Nos propusimos hacer una nota sobre adicciones pero hablando con los actores que están en la primera línea de batalla, los que trabajan en el territorio, ahí, en el día a día del problema. Intuíamos que en esas historias íbamos a encontrar una mirada más cercana –más real, tal vez- del problema de las adicciones en pibes en situación de pobreza. Nos encontramos con relatos heroicos, solidarios, pero también desgarradores. Y además, en el medio, se coló el debate, inevitable, sobre qué política llevar adelante para dar respuesta a este drama.


Tomás, de 17 años es hijo de un viejo conocido de estos cronistas del barrio Fátima, en el corazón modesto de Villa Soldati. ¿Cartonea, cirujea? Tomás parece hacer todo, y está sentado sobre una pila de cartones, la remera rota, y tiene su pipa entre los dedos. Nosotros nos sentimos el salame rubio del canal América, el que se excita viendo las peleas de las salidas de los boliches de Moreno o San Miguel. Es carroñero mirar ahí. Somos carroñeros. Tomás se hizo un poco mierda en estos años. Y le gusta charlar. Lo hacemos. Queda en limpio una frase difícil: “Yo no sé, hago lo que puedo, cuando me preguntan por qué fumo siempre digo que es porque me quiero morir, no me importa mucho, yo ya estoy, lo que trato es que mi hermano menor no me siga, yo intenté varias veces rescatarme pero es difícil, arranqué de muy guacho y ya ni sé cómo parar.”
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Hace tiempo que la palabra paco se lleva los galardones. Es el sincretismo de muchas cosas que giran alrededor de las palabras marginalidad, delincuencia y juventud. Elisa Carrió ha dicho que el Paco es un genocidio. Una especie de cámara de gas silvestre que mete en los hornos populares a los cuerpos de los jóvenes pobres. Datos arrojados de la fuente de prensa de Presidencia de la Nación dirían que el paco, en materia de estadística de adicciones, es el árbol que tapa el bosque. Y ese bosque, en su enorme mayoría, está hecho de palo borracho. Veamos.
76% de la población argentina de 16 a 65 años consume alcohol.
17% de la población presentó indicadores de consumo abusivo del alcohol.
47% de los autores de homicidios y agresiones actúan bajo los efectos del alcohol.
37% de los accidentes de tránsito se producen con conductores bajo efectos del alcohol.
La Secretaría de Adicciones de la provincia de Buenos Aires detectó en los meses de verano que el 68.5 % de los ingresos a los hospitales fue producto de intoxicaciones de consumo desmedido de alcohol.


Desde el punto de vista sanitario es cierto que los números indican que hay mayor prevalencia de consumo de alcohol que, junto con el tabaco y las pastillas son las tres drogas mas consumidas en nuestro país (todas legales). Pero también hay que decir que cuando hablamos de alcohol, en algunos casos, vamos a estar hablando de adicción recién después de años de consumo prolongado. En cambio, cuando se habla de pasta base, son pibes que se quedan pegados en la primera pitada, es decir, hablamos de una adicción mucho más rápida y autodestructiva. Y si bien también se observa el consumo de alcohol en jóvenes de nivel socioeconómico bajo, el paco está, en su enorme mayoría, en los sectores más marginales de nuestra sociedad. Además, contrariamente a lo que se dice, el paco no es una droga barata en virtud que los pibes terminan gastando parvas de guita hasta terminar vendiendo todo por seguir consumiendo.
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Andrea conoce y camina los barrios de Villa Soldati como nadie: con su guardapolvo de enfermera, sus anteojos colgando del pecho y la sonrisa constante salude a quien salude. ¡Y la saludan todos! Las mamás, los papás, los más cirujas, los fisuras, las adolescentes, los chicos, los maestros… Se trata de Andrea Mamianetti, la enfermera generalista de un centro de salud. Andrea es una cala que un día llegó para quedarse en el jardín primitivo de uno de los barrios abandonados de Buenos Aires. Y la fuimos a verla a su trinchera de salud pública. El paso del tiempo desde hace casi diez años es visto bajo sus ojos como un cambio de hábitos en el problema de la comunidad: las adicciones. Casi como si nada más hubiera cambiado tanto. Al menos a esa velocidad.
Le pedimos que nos marque por dónde empiezan los problemas de aquellos barrios, y ella dice, a riesgo de que no se entienda como un problema exclusivo: las adicciones. “Hace 10 años que empezó este fenómeno, pero hoy este consumo es diferente.” Se trata del retrato de una verdad: la droga siempre se consumió, pero ahora hay nuevas modalidades. “Vos los ves que están en las ranchadas, en la calle, y se nota que empezó a ver consumo de gente mucho más joven de lo que podía ser antes, chicos hasta de 12 años…” Andrea apunta que en estos 10 años no tuvo muchas herramientas para trabajar y que entonces eligió el camino de la inclusión. “Nosotros como centro de salud trabajamos no en cerrar en puertas, si no en abrirlas.”
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Cada época escribe lo que le parece. En cuanto al tema adicciones, los 90 marcaron la llegada de las políticas que pusieron a la droga como el enemigo numero uno: el llamado “flagelo de la droga” y la “lucha contra las drogas” fueron sus consignas emblemáticas.
Estos lineamentos políticos –en una visión veloz- fueron impuestos por EE.UU. al igual que otras tantas políticas por esos años.
José María Neira es psicólogo y especialista en adicciones, lo consultamos y lleva la pelota más lejos: “Acá el eje estuvo puesto -y en algunos lugares sigue estando- en la droga, únicamente en la droga, de allí las campañas rimbombantes:“sol sin drogas”, “Fleco y Male”, etc.”. Recordamos. “Por esos años también nace el negocio de la comunidades terapéuticas, el negocio de la enfermedad y se sostienen las leyes que castigaban la tenencia para consumo personal. Todo desde esta misma óptica de lucha contra las drogas.” Una de las claves para la eficacia, en la voz de José María, suena bien: “escuchar al que consume y no por consumir obligarlo a dejar la sustancia desde una postura casi dictatorial”. ´El flagelo de la droga´ o ´la lucha contra las drogas´ lleva implícito una despersonalización del que consume: el sujeto es la droga, no la persona, aquí no hay persona, menos aún subjetividad, no hay conflictos, no hay sufrimiento. Para los que sostienen esta mirada abstencionista no hay causas sociales para la postura, sólo hay la mala intención individual de adicto al consumir: es un vicioso.”
El Gobierno de la ciudad de Buenos Aires impulsa una línea abstencionista, de comunidades donde se hace tratamiento para dejar la sustancia, o de asistencia a algunos centros de día, pero donde no se trabaja con un contexto, no se trabaja con lo que pasa con su familia, qué es lo que pasa cuando salen de esa comunidad, dónde van a trabajar, cuál es su núcleo familiar, si es que tienen núcleo familiar, qué pasa con los hijos, o sea , hay una mirada muy parcial de lo que es la problemática de la droga o la problemática del consumo de sustancias tóxicas: el problema es la sustancia, si sacamos la sustancia, se acaba el problema.
Pero hay otras maneras de abordar esta temática, una de ellas es la política de reducción de riesgo y daño que se basa justamente en los cuidados: “Vos cuidás a la otra persona –dice Andrea-, la tomás como sujeto, no como drogadicto. Por eso hay que trabajar mucho contra todas las representaciones sociales que nos han metido y de las que somos parte respecto a la droga, empezar a pensar que esa persona que está consumiendo y que tiene un vínculo, una relación jodida con la sustancia, es una persona que tiene los mismos derechos que cualquier otra.” O sea, los cuidados que pueda tener en su modelo de consumo, pueden llevarlo a dejar la sustancia o a moderar el consumo y a no agregarle más daños. Uno de los consejos favoritos de Andrea es: “No mezcles”. ¿Por qué? “Porque se consumen muchos psicofármacos ya que el efecto de la pasta base es muy cortito, entonces para que sea más largo se la mezcla con alcohol o psicofármacos, y puede ser muy peligroso porque la mayoría de las veces no saben qué pastillita les vendieron. Después el tema de la seguridad en el consumo, por ejemplo si vas a consumir alguna droga alucinógena estate acompañado, podés tener un viaje medio difícil, o no estés cerca de alguna calle, de alguna avenida, porque podés terminar debajo de un auto.”
La reducción de daños es una política más democrática para abordar la problemática porque pretende cuidar al que consume no para que siga consumiendo, de hecho se tiende a que consuma menos, pero se entiende la gravedad del problema al no obligar a la persona a dejar de consumir obligatoriamente por un ideal de “no consumo”. El centro es la persona, el caso particular y las problemáticas individuales.
“Los limites de esta visión pueden ser muchos –dice José María- pero está claro que los daños que se causen van a ser menos siempre y cuando no se caiga en una parcialización y se ponga el eje en que la felicidad no pasa por el consumo de tal o cual droga. Una vez que se va el efecto de la sustancia los problemas siguen estando ahí pero ahora sumado a otro: el de no poder controlar el consumo de eso que el algún momento sirvió para escaparse de los problemas.”
Quedan pendientes las voces de esos “consumidores” invocados. Y es una promesa incorporarlas en el futuro. Están en juego en este país, como tantas cosas, distintas visiones sobre la droga y una nueva sensibilidad a la hora de pensar ese universo complejo.



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Hablamos con Alicia, de Madres contra el paco y por la vida, una organización de mujeres que trabaja territorialmente en Lomas.
“Estamos hace cinco años, primero nos costó mucho hacer el nexo con los organismos del Estado, hasta que nos conocieran, y hemos logrado que la atención sea una política pública. Estamos tratando que los chicos sean atendidos desde una mirada integral que tenga en cuenta el desarrollo social, la capacitación, que vuelvan a la escuela, que no sea solamente el chico y el consumo.”
“Muchas de nosotras venimos de la militancia barrial, teníamos un comedor desde el año 96 y la idea de trabajar con esta problemática surge porque teníamos una cocina de paco a pocas cuadras. Y los chicos que veíamos consumir eran chicos que habían estado jugando con nosotros unos años antes. Ahí nos organizamos para sacar ese quiosco de paco, y desde ese momento estamos trabajando con la asistencia, pero si no sacamos el paco de los barrios, digo, los quioscos, las casas donde se vende, la cosa va a ser peor.”
“Es posible recuperarse, tenemos chicos que salieron, lo que sí es que sigue habiendo mucho prejuicio, mucha discriminación hacia estos chicos y hacia sus familias. En los barrios todos sabemos quién es quién, pero qué pasa: el transa, que no es otra cosa que un pequeño vendedor, usa su dinero para comprar voluntades, y más arriba pasa lo mismo porque hay alguien que la trae, hay quien la fracciona, quien la cocina, y la cadena sigue para arriba.
“La mujeres estamos más involucradas, es como que llevamos una mochila más a cuestas, estamos a cargo de la educación, de la comida, de la salud; los hombres se ocupan cuando los hijos juegan bien al futbol o sacan buenas notas, los hombres arman otras familias y después no se hacen cargo. Y nostras quedamos muy solas en esto. Las madres somos las únicas que tenemos a los hijos para toda la vida. Lo que hay que hacer es hablar del amor, de qué le pasa al otro, de la gente que está necesitando una abrazo, una escucha, hemos vivido una época de mucho egoísmo, de mucho sálvese quién pueda, y acá estamos las mujeres para juntarnos y ayudarnos entre todas.”

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