El asesinato del militante Mariano Ferreyra recuerda al de Rosendo García, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar, ocurridos en una confitería de Avellaneda, en 1966, en medio de una interna sindical. Como aquella vez, las armas estuvieron de un solo lado.
Una vez más, Avellaneda está vinculada a un asesinato de luchas obreras y patotas que, en alguna otra época, tuvieron que ver con trabajadores. El caso emblemático tiene más de 44 años, cuando en aquella noche del 13 de mayo de 1966, en la Confitería La Real, la patota de Augusto Timoteo Vandor asesinó a Rosendo García, con un certero tiro en el medio de la espalda. Esa noche también fueron asesinados Domingo Blajaquis y Juan Zalazar. Es probable que a Rosendo –secretario general de la UOM Avellaneda– lo hayan matado sin querer, pero las balas salieron de la mesa de su compañero de conducción, el Lobo Vandor, secretario general del mismo gremio pero a nivel nacional, y apoyatura sindical clave para el golpe de Estado que ocurriría sólo un mes y medio después.
Pero a los otros dos militantes no los mataron sin querer; eran integrantes de una renovada resistencia peronista que también bebía en el marxismo y que gestaba los embriones de algunas organizaciones revolucionarias de los ’70. Tanto el Griego Blajaquis –de Gerli– como Juan Zalazar –de Wilde–, uno obrero del cuero y el otro de la Shell, formaban parte de Acción Revolucionaria Peronista (ARP). Dirigida por John William Cooke, esta organización confluiría, un año y pico más adelante, con la flamante CGT de los Argentinos y con las nacientes Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).
Balas y whiskys. En aquella mesa en La Real, también estaba Raimundo Villaflor, quien se trompeó fuerte con Rosendo García hasta que éste se le derrumbó. Durante algunos segundos, creyó que la caída de Rosendo era producto de sus golpes, pero en realidad se debía al balazo que partió de la mesa en que estaban los whiskys de Vandor. Esa bala iba para Villaflor, uno de los inminentes jefes de esas FAP que estaban por parir.
Aquella vez, también se dijo en diarios y noticieros que había sido una pelea entre fracciones sindicales, pero no era verdad. Como ahora en Barracas, las armas estuvieron de un solo lado.
La investigación de Walsh. Los asesinatos de La Real siguen impunes. Sólo el periodista y escritor desaparecido Rodolfo Walsh investigó el asunto a propuesta de Cooke. Recorrió cada metro, midió la trayectoria de cada disparo, habló con cada protagonista de la mesa agredida y ubicó, con un sutil engaño, el testimonio del Beto Imbelloni que le sumó, confundido, elementos de definitiva veracidad.
Lo que el Poder Judicial con todos sus hombres, experiencia y dinero no había logrado develar en meses, lo resolvió Walsh con paciencia y honradez intelectual en semanas, dejándolo plasmado en su inmortal libro ¿Quién mató a Rosendo? La Justicia y los políticos de entonces no lo resolvieron porque, si lo hacían, se autodevelaban, mostraban la hilacha putrea de las tranzas entre seudodirigentes obreros, negocios, políticos y policías. Se llamaron a silencio. El dilema ahora es: si José Pedraza entrega nombres, ¿lo entregarán a Pedraza?
En el incidente del miércoles que comenzó en Avellaneda y terminó trágicamente en Barracas, hubo un sector agresor y otro agredido. No hubo un enfrentamiento. Sí había y hay negocios de por medio.
Unos, sin armas, querían un puesto de trabajo para comer sin sobresaltos todos los días. Los otros quieren mantener los negocios oscuros armados al amparo de su enquistamiento sindical. ¿Qué hacía ahí un pibe de Sarandí llamado Mariano, a quien le gustaba la historia y el teatro? Ejercía nada más ni nada menos que sus convicciones de solidaridad para con los obreros. ¿Hará falta otro Walsh?.
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