El artista plástico italiano llegó al país para integrar la muestra Of Bridges & Borders de la Fundación Proa. Ferviente militante antiglobalización, sus obras manifiestan contra el racismo y la xenofobia. Sus opiniones sobre la realidad.
El artista plástico Gianni Motti (1958) imagina otra performance en Buenos Aires: reunirse con Diego Maradona y lustrar uno de sus pies. Considerando que se trata del italiano que intentó contactar al espíritu de John Lennon, fabricó un jabón con grasa del primer ministro Silvio Berlusconi para la obra Manipulite y usó una bolsa de papel en la cabeza durante una semifinal de Roland Garros para protestar contra las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib mientras George W. Bush visitaba Francia, no resultaría extraño que lo concretara. “Me parece casi que he llegado como conquistador. Siendo pequeño siempre oí hablar del mito de la Argentina; en toda familia italiana había alguien con un pariente aquí. Es mi primera visita y ya me siento como en casa”, cuenta Motti en la Fundación Proa, donde participa de la exhibición Of Bridges & Borders (“De Puentes y Fronteras”). Habituado a hacer de su arte –y del atractivo que provoca en los medios– un mecanismo crítico desde el cual tratar algunos de los asuntos más contemporáneos y polémicos del mundo, Motti es un hombre de opiniones sobre la realidad. Y también sobre algunos de sus compatriotas más conocidos aquí. “Luciano Benetton compró un montón de tierras en la Patagonia y tiene ahí miles de ovejas, pero es como una vitrina porque importa su lana desde China. Con la excusa de la Fundación Benetton, compró tierras valiosas para el futuro”, dice.
–¿Qué significa hoy para un europeo dejar su huella en un aeropuerto sudamericano?
–Todo artista quiere una firma y es casi un acto político hacerlo así cuando todo es virtual. Ahí hay una marca que indica que realmente estuve. También remite al inmigrante italiano en general, dejando su impresión, y además hace pensar en la huella del primer hombre en la Luna, aunque no estoy muy seguro de que eso haya pasado…
–Considerando el título de la muestra, ¿qué miedos cree que agita actualmente en Europa la inmigración?
–Con la inmigración pasa lo mismo que ocurrió el siglo pasado en la Argentina. Se hacía mucha publicidad para decir que este era el país de la prosperidad y todos venían. Luego se encontraban con que había cuatro señores argentinos dueños de todo y el resto tenía que trabajar como esclavo. De esos millones, claro, uno o dos lograron progresar. En Europa ahora ocurre lo mismo. Se habla mucho de trabajadores inmigrantes en negro, ¡pero todas las empresas los tienen y no les pagan nada! Le hacen creer a la gente que esas personas les roban trabajo y no es así.
–¿Eso despertó xenofobia?
–En Italia nunca hubo tanto racismo como ahora. Lo veo cada día con la manipulación televisiva de Berlusconi. También en Francia, España y en toda Europa. Usan al inmigrante como chivo expiatorio para arreglar problemas propios y así la derecha crece cada vez más.
–¿Que rol juega la globalización en esto?
–Mi impronta es antiglobalización. La globalización puede existir frente a una computadora, moviendo dinero aquí y allá, sin tener que ir a ningún lado, pero no deja de ser otra trampa que han encontrado para quitarles los derechos a todos. Los bancos, por ejemplo, han tomado todo el dinero que los estados les han dado con la excusa de la crisis, pero también lo han tomado antes. El año pasado hice en Francia una obra donde convertí a dólares todos los euros de mi presupuesto y los colgué de una cuerda como calcetines. Cuando terminó la exposición, los recogí. El dinero, así, no produjo nada. Aunque cuando se usa para producir, son todavía los bancos los que ganan.
“Una buena obra tiene que explicarse a sí misma. Si necesita un texto para hacerse entender, no es una buena obra. El arte no es pedagogía. Lo que no quiero en absoluto es dar lecciones de moral. Todo está en la frontera. En hacer pensar y mover las neuronas”, explica Motti, algo disgustado también por quienes tomaron literalmente su ironía de que Primer Paso en la Argentina valía unos 40 mil euros. “La obra no tiene precio y va a quedar para siempre en el país”, aclara.
–¿Cuál cree que es el rol de un artista ante la política?
–Un artista está, como todo el mundo, un poco perdido en este planeta cada vez más difícil de comprender. Nos han metido en la cabeza que nada es seguro y que todo puede perderse de repente. Todos nos dejamos manipular. Mi trabajo quiere dar una esperanza de libertad. En general, mis obras tienen un costo bajísimo pero producen un efecto grande.
–¿Por qué elije colocar el cuerpo en sus obras?
–No me gusta la performance donde el artista está en una galería con cuatro gatos alrededor que lo aplauden. Yo busco meterme en un peligro. Por ejemplo, en Roland Garros me agarraron y pasé un día detenido. Cuando en 1989 simulé mi propia muerte, había unas 3000 personas que creían que era verdad, incluso había salido en el periódico. Yo imagino cómo empiezan mis performances, pero no cómo terminan. Es excitante averiguar cómo saldré de cada situación. La gente, cuando ve mis performances, entra en una empatía muy distinta que si se tratara de una estatua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario