Por Enrique Masllorens
Periodista y dirigente político
Sería patéticamente ingenuo pedirles que bajen las armas a los generales Héctor Magnetto y Hugo Biolcati, a sus coroneles Duhalde, Macri y a la tropa destituyente y regresiva. Sus acciones y discursos son un arma cargada de resentimiento.
El 19 de diciembre de 2001, en Rosario, los perdigones de una Itaka disparada por un uniformado de la policía santafesina terminaban con la vida del militante social Claudio “Pocho” Lepratti. Desde el techo de la escuela donde comían los chicos, Pocho les gritó: “¡¡¡Hijos de puta, bajen las armas que aquí sólo hay pibes comiendo!!!” Ese, su último y desgarrador clamor todavía desoído, se repite en la Argentina de hoy. En aquellos días finales del gobierno del radical Fernando de la Rúa fueron asesinados más de 30 compatriotas hartos de estar hartos, cansados de tanto despojo, de la exclusión neoliberal y de la inveterada incapacidad para gobernar del centenario partido.
Desarmar ese clima de violencia institucional explícita no fue tarea sencilla. Hubo que atravesar la conmoción por los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, ejecutados por la policía brava del ex senador Eduardo Duhalde. La asunción de Néstor Kirchner como presidente comenzó a modificar la lógica de la derecha reaccionaria –que ahora vuelve en todo su esplendor– que antepone el orden a cualquier otro valor. El gobierno iniciado en 2003 sitúa a la justicia como presupuesto primordial e indispensable para la construcción de una verdadera democracia social. Y al derogar las leyes de la impunidad permite avanzar de la única manera posible: saldando el pasado ominoso. La decisión del gobierno de no reprimir la protesta social, de separar y castigar a los que contrariaron las órdenes, de mantenerse fiel a sus convicciones, trajo consigo lo que algunos llaman “costo político”. Y en un movimiento de pinzas destituyente, la derecha golpista y nostálgica y la izquierda troglodita y cómplice se asociaron en la práctica para tratar de impedirnos el futuro que estamos construyendo entre todos.
Son ahora otras las armas que se usan, pero los mismos los que las cargan. Y tienen nombre y apellido. Estos son sólo algunos.
¡Bajen las armas! Mariano Grondona y Marcos Aguinis, que comparan a los chicos que entregan flores a la presidenta o a los jóvenes militantes de La Cámpora o de otras agrupaciones con las juventudes hitleristas. Sembrar el miedo también es apuntar al corazón de las nuevas generaciones y a su compromiso con la patria.
¡Bajen las armas! Senador Ernesto Sanz y sus correligionarios, que callaron cuando el precandidato del establishment y de la UCR declaró que el dinero de la Asignación Universal por Hijo se iba “por la canaleta del juego y de la droga” o que ”el gobierno está en deuda por la falta de represión”. Las balas del desprecio y de la incitación a la violencia son más deletéreas que las de plomo.
¡Bajen las armas! Diputadas Elisa Carrió, Patricia Bullrich y sus acólitos con sus augurios mesiánicos, sus denuncias sin sustento, sus anuncios de catástrofes y Apocalipsis en nombre de un dios de la revancha y la venganza. Usar y apropiarse del nombre de Dios en vano (2º Mandamiento) fue y es la causa de muchas guerras y muertes.
¡Bajen las armas! Los que sin importarles la necesaria tranquilidad de nuestros mayores usaron y usan la justa reivindicación del 82% móvil para los jubilados sin ningún sustento posible en estos tiempos, para conseguir réditos políticos y perjudicar la marcha de la economía. Jugar con la esperanza es una herida que puede ser mortal.
¡Bajen las armas! Quienes detentan jerarquías religiosas y condenan y persiguen a quienes se aman sin otra razón que sus sentimientos y sus elecciones, a quienes quieren decidir cuándo y cómo concebir o recibir o difundir educación sexual. ¡Tanto énfasis por el 6º Mandamiento, el que no pusieron en la dictadura en relación al 5º (que obviamente está antes)!
¡Bajen las armas! Rabino Sergio Bergman y su corte de adulones que festejan su filosofía marketinera al paso y de ocasión, plena de estigmatizaciones antipopulares. Rabino, cuando se refiere al orden y progreso de la bandera de Brasil en contraposición –según usted– al desorden y retroceso de la Argentina, está optando por la filosofía positivista de Augusto Comte, revelando o su desconocimiento del tema o su verdadera ideología. Cantar el himno cambiando la triple repetición de la palabra libertad por la de seguridad lo asocia más a las dictaduras que a las democracias.
¡Bajen las armas! Los que basados en un izquierdismo infantil se abrazaron a los de la Mesa de Enlace, acompañaron el discurso vengativo del “ingeniero” Blumberg o le hacen el juego a las patotas organizadas. Poner en riesgo la vida de jóvenes idealistas buscando trascender en una sociedad que siempre les dio la espalda, es hacer detonar los proyectiles de la derecha.
¡Bajen las armas! Señora Ernestina Herrera de Noble y su ejército de abogados que intentan desaparecer las identidades de Marcela y Felipe. Las manos que los entregaron están manchadas de sangre. La mentira y el ocultamiento no sólo los perjudica a ellos. Hay más de 400 jóvenes que también necesitan Memoria, Verdad y Justicia.
¡Bajen las armas! Los periodistas arlequines, servidores y cautivos de dos patrones que dañan más por lo que ocultan que por lo que informan y son carne de cañón de una guerra propagandística en la que –como en toda guerra– la primera baja es la verdad. Pero también esos colegas y amigos con los que hemos compartido redacciones, canales, radios y reuniones y sabemos –ustedes y yo– que no piensan como sus mandantes. Recuerden lo que decía Rodolfo Walsh: “yo no me voy a anotar en el bando de los opresores ni en el de los neutrales”. No escupan el espejo, porque algún día no podrán reconocerse.
Sería patéticamente ingenuo pedirles que bajen las armas a los generales Héctor Magnetto y Hugo Biolcati, a sus coroneles Duhalde, Macri y a la tropa destituyente y regresiva. Sus acciones y discursos son un arma cargada de resentimiento.
A todos y cada uno: ¡bajen las armas! que aquí sólo hay un pueblo soñando, pero definitivamente despierto.
Periodista y dirigente político
Sería patéticamente ingenuo pedirles que bajen las armas a los generales Héctor Magnetto y Hugo Biolcati, a sus coroneles Duhalde, Macri y a la tropa destituyente y regresiva. Sus acciones y discursos son un arma cargada de resentimiento.
El 19 de diciembre de 2001, en Rosario, los perdigones de una Itaka disparada por un uniformado de la policía santafesina terminaban con la vida del militante social Claudio “Pocho” Lepratti. Desde el techo de la escuela donde comían los chicos, Pocho les gritó: “¡¡¡Hijos de puta, bajen las armas que aquí sólo hay pibes comiendo!!!” Ese, su último y desgarrador clamor todavía desoído, se repite en la Argentina de hoy. En aquellos días finales del gobierno del radical Fernando de la Rúa fueron asesinados más de 30 compatriotas hartos de estar hartos, cansados de tanto despojo, de la exclusión neoliberal y de la inveterada incapacidad para gobernar del centenario partido.
Desarmar ese clima de violencia institucional explícita no fue tarea sencilla. Hubo que atravesar la conmoción por los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, ejecutados por la policía brava del ex senador Eduardo Duhalde. La asunción de Néstor Kirchner como presidente comenzó a modificar la lógica de la derecha reaccionaria –que ahora vuelve en todo su esplendor– que antepone el orden a cualquier otro valor. El gobierno iniciado en 2003 sitúa a la justicia como presupuesto primordial e indispensable para la construcción de una verdadera democracia social. Y al derogar las leyes de la impunidad permite avanzar de la única manera posible: saldando el pasado ominoso. La decisión del gobierno de no reprimir la protesta social, de separar y castigar a los que contrariaron las órdenes, de mantenerse fiel a sus convicciones, trajo consigo lo que algunos llaman “costo político”. Y en un movimiento de pinzas destituyente, la derecha golpista y nostálgica y la izquierda troglodita y cómplice se asociaron en la práctica para tratar de impedirnos el futuro que estamos construyendo entre todos.
Son ahora otras las armas que se usan, pero los mismos los que las cargan. Y tienen nombre y apellido. Estos son sólo algunos.
¡Bajen las armas! Mariano Grondona y Marcos Aguinis, que comparan a los chicos que entregan flores a la presidenta o a los jóvenes militantes de La Cámpora o de otras agrupaciones con las juventudes hitleristas. Sembrar el miedo también es apuntar al corazón de las nuevas generaciones y a su compromiso con la patria.
¡Bajen las armas! Senador Ernesto Sanz y sus correligionarios, que callaron cuando el precandidato del establishment y de la UCR declaró que el dinero de la Asignación Universal por Hijo se iba “por la canaleta del juego y de la droga” o que ”el gobierno está en deuda por la falta de represión”. Las balas del desprecio y de la incitación a la violencia son más deletéreas que las de plomo.
¡Bajen las armas! Diputadas Elisa Carrió, Patricia Bullrich y sus acólitos con sus augurios mesiánicos, sus denuncias sin sustento, sus anuncios de catástrofes y Apocalipsis en nombre de un dios de la revancha y la venganza. Usar y apropiarse del nombre de Dios en vano (2º Mandamiento) fue y es la causa de muchas guerras y muertes.
¡Bajen las armas! Los que sin importarles la necesaria tranquilidad de nuestros mayores usaron y usan la justa reivindicación del 82% móvil para los jubilados sin ningún sustento posible en estos tiempos, para conseguir réditos políticos y perjudicar la marcha de la economía. Jugar con la esperanza es una herida que puede ser mortal.
¡Bajen las armas! Quienes detentan jerarquías religiosas y condenan y persiguen a quienes se aman sin otra razón que sus sentimientos y sus elecciones, a quienes quieren decidir cuándo y cómo concebir o recibir o difundir educación sexual. ¡Tanto énfasis por el 6º Mandamiento, el que no pusieron en la dictadura en relación al 5º (que obviamente está antes)!
¡Bajen las armas! Rabino Sergio Bergman y su corte de adulones que festejan su filosofía marketinera al paso y de ocasión, plena de estigmatizaciones antipopulares. Rabino, cuando se refiere al orden y progreso de la bandera de Brasil en contraposición –según usted– al desorden y retroceso de la Argentina, está optando por la filosofía positivista de Augusto Comte, revelando o su desconocimiento del tema o su verdadera ideología. Cantar el himno cambiando la triple repetición de la palabra libertad por la de seguridad lo asocia más a las dictaduras que a las democracias.
¡Bajen las armas! Los que basados en un izquierdismo infantil se abrazaron a los de la Mesa de Enlace, acompañaron el discurso vengativo del “ingeniero” Blumberg o le hacen el juego a las patotas organizadas. Poner en riesgo la vida de jóvenes idealistas buscando trascender en una sociedad que siempre les dio la espalda, es hacer detonar los proyectiles de la derecha.
¡Bajen las armas! Señora Ernestina Herrera de Noble y su ejército de abogados que intentan desaparecer las identidades de Marcela y Felipe. Las manos que los entregaron están manchadas de sangre. La mentira y el ocultamiento no sólo los perjudica a ellos. Hay más de 400 jóvenes que también necesitan Memoria, Verdad y Justicia.
¡Bajen las armas! Los periodistas arlequines, servidores y cautivos de dos patrones que dañan más por lo que ocultan que por lo que informan y son carne de cañón de una guerra propagandística en la que –como en toda guerra– la primera baja es la verdad. Pero también esos colegas y amigos con los que hemos compartido redacciones, canales, radios y reuniones y sabemos –ustedes y yo– que no piensan como sus mandantes. Recuerden lo que decía Rodolfo Walsh: “yo no me voy a anotar en el bando de los opresores ni en el de los neutrales”. No escupan el espejo, porque algún día no podrán reconocerse.
Sería patéticamente ingenuo pedirles que bajen las armas a los generales Héctor Magnetto y Hugo Biolcati, a sus coroneles Duhalde, Macri y a la tropa destituyente y regresiva. Sus acciones y discursos son un arma cargada de resentimiento.
A todos y cada uno: ¡bajen las armas! que aquí sólo hay un pueblo soñando, pero definitivamente despierto.
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