jueves, 6 de enero de 2011

LOS QUE VIVEN DEL RESCATE


El reciente conflicto en Punta Mogotes puso en el centro de la escena a los bañeros, que exhiben músculos y bronceado en las playas y cada tanto se hacen ver con un operativo de rescate. Cómo ganar amigos y conquistas amorosas.


Por Emilio Ruchansky

Desde Mar del Plata


“Esta profesión dejó de ser una changa para convertirse en un trabajo hace diez o quince años. Igual sigue siendo temporario, estamos luchando para trabajar 150 días de corrido y no 120 como ahora”, relata Marcelo, pelo largo, barba y de 48 años bien llevados. Es uno de los guardavidas que trabajan en Punta Mogotes, contratados por balnearios privados. Es profesor de educación física durante el resto del año y empalma en el verano con su verdadera vocación. Casi todos sus compañeros tienen otro trabajo: son médicos, maestros, albañiles, taxistas o se dedican a la pesca embarcada. Los más antiguos ganan alrededor de 8500 pesos al mes, pero un bañero nuevo cobra alrededor de 6000.


La última revuelta de los guardavidas empezó allí, en Punta Mogotes. A lo largo de los 4 kilómetros que tienen estas playas, privatizadas en buena parte entre 1990 y 1991, se fueron juntando los bañeros, apostados en casillas cada 75 metros. Sorprendieron el domingo, cuando impidieron el acceso de autos a los estacionamientos. El lunes hicieron un piquete frente al Ministerio de Trabajo local para seguir las negociaciones salariales. “Protestamos para dejarles algo mejor a los que vienen”, dice Héctor, El Griego, con 25 años de profesión, al igual que su compañero Marcelo, El Mono. Ambos acceden a hablar porque la tarde está nublada, con viento y lloviznas; aunque nunca dejan de vigilar la costa.


Antes de la privatización, que dejó a dos bañeros en cada puesto en vez de tres, se vivió una época de esplendor. Y no por los salarios, sino por “el destape” posdictadura. “No es un mito, tenías el silbato puesto y ganabas, todos querían recuperar el tiempo perdido. En la misma época conseguimos el convenio colectivo de trabajo”, dice El Mono. Su compañero desliza una fórmula: “Ellas saben que vas a estar acá al otro día, no sos un turista más”.


Ambos están casados, así que se ahorran historias. La playa, coinciden, les dio trabajo, amigos, buenos momentos y también a sus sendas esposas. “Cuando era chico me llevaba a nadar un viejo guardavidas, Alfredo Marasco, a un barco griego cerealero hundido en Playa Grande. Tratamos de mantener esa mística, de ayudar a los demás, de enseñar”, comenta Marcelo, que fundó un espacio de intercambio en Facebook llamado “Banco de fotos de guardavidas”.


Ninguno de ellos tiene ahogados en su cuenta. “Una vez se murió una señora juntando almejas, pero fue de un paro cardíaco y no había forma de reanimarla”, dice El Mono. La charla se da en la casilla del Griego, conocido por su meticulosidad. Fue diseñada y construida por él, que compró ventanas corredizas en un de-sarmadero de colectivos y las colocó. Es toda de madera, tiene piso alfombrado y en un estante puso la radio, un espejo y sus anteojos. También hay una garrafita para calentar la pava y preparar café. De una viga de madera cuelga una barra para hacer flexiones de brazos.


“Yo veo que las demás casillas son de lona, parecen taperas. Adentro los guardavidas se mueren de calor, por eso insisto en que reclamen por todo”, dice el Griego. Marcelo enumera las diferencias con España, donde otros compañeros hacen temporada: “Tienen mascarillas para dar respiración boca a boca y no contagiarse nada o incluso que te vomiten. Tienen garrafas con oxígeno y guantes”. La lucha por mejoras como éstas y por la “remunicipalización” de la actividad comenzó hace cinco años, agrega, y es irreversible.


“El trabajo de rescate en el agua que vos tenés acá en un día en el Mediterráneo lo tenés cada seis meses. Allá, la gente es mayor y la asistencia es en la playa. Se caen, tienen lipotimias o se desmayan”, cuenta Eduardo, El Potrillo, otro cincuentón que trabaja a dos cabinas del Griego. Vive exclusivamente del oficio: trabaja cerca de Alicante, cuando es invierno en Mar del Plata. “Somos muy apreciados allá por la experiencia que tenemos; acá el guardavidas existe desde el año ’40, con cursos y todo”, agrega.


El momento de más tensión, coinciden los tres, no es el rescate. Es todo el control que se hace desde las casillas. Van siguiendo a ojo o con largavistas a alguien si está cerca de los pozos. Se fijan si sabe nadar y no usan el silbato hasta que ven entrar a la persona en una zona de riesgo. “No es un problema de imprudencia, son las corrientes fuertes”, dice El Potrillo y admite que es difícil manejar esa ansiedad. “Se te acelera el pulso cuando ves que alguien se está metiendo en problemas y pasa todo el tiempo”, asegura.


Los tres bañeros trabajan para lugares privados y dicen haber perdido buenas oportunidades laborales por dedicarse al rescate. “No lo hacemos por las minas, a nosotros nos gusta esto”, aclara Marcelo. Todos esperan que el conflicto salarial se resuelva el martes que viene, cuando se retomen las negociaciones. “Además del aumento que nos deben, no nos pagaron noviembre y hubo gente que no podía comprar ni pan dulce”, dice El Griego, que sale de la cabina porque aparece el sol y prefiere mantenerse más cerca de los bañistas.


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