martes, 7 de septiembre de 2010

PRIMER CENTRO QUE ATIENDE ADICTOS EN UNA VILLA PORTEÑA


Funciona en el barrio Los Piletones, de Villa Soldati. Recibe a chicos y jóvenes de hasta 21 años, sobre todo víctimas del paco. Con promotores sociales, intentan recuperar sus vínculos familiares y que sigan en la escuela. Llevarán la idea a más lugares.



Por Nora Sánchez


Cada noche, cuando su nena de un año se dormía, Lis fumaba pasta base. Quiso dejarla varias veces, pero siempre recaía. Incluso estando embarazada. Su mayor temor era que su bebé naciera con problemas, pero no podía parar . El paco la llevó a aislarse cada vez más. “Un día me di cuenta de que la estaba perdiendo a mi hija –cuenta–. Prefería estar fumando en vez de con ella”. Ese día, Lis, con 20 años y dos de consumo, buscó ayuda en Casa Lucero, el primer centro de atención de adicciones que funciona dentro de una villa porteña. Está en Los Piletones, Villa Soldati, y recibe a chicos de hasta 21 años.


Casa Lucero depende del Ministerio de Desarrollo Social y atiende todo tipo de adicciones. Aunque la droga que más consultas motiva es el paco. Abrió hace tres meses, en silencio, porque primero había que ganar la confianza de los vecinos. Ahora asiste a 16 chicos, aunque tiene capacidad para 50. Sus instalaciones son simples: un par de oficinas, cocina, una sala con biblioteca, huerta y comedor. Es un centro de puertas abiertas: los chicos van de 8.30 a 16.30. Ir o no depende de su voluntad . Pero si van, tienen que cumplir reglas: “Pedir por favor”, “No fumar adentro de la casa”, indican los carteles. Otros muestran una consigna: “Confidencialidad”. “Todo lo que digan, queda en el centro”, dice Ana Volpato, su directora.


“La adicción está vinculada a la falta de un proyecto de vida y de familia. Muchos de los chicos son la tercera generación de una familia de adictos y no vivieron otro modelo de relación”, señala la subsecretaria de Promoción Social, Soledad Acuña. En el centro trabajan para recuperar los vínculos de los chicos con sus familias y, cuando hace falta, para escolarizarlos. También los inscriben en el Plan Médicos de Cabecera. Y les dictan talleres de teatro y escritura.


Pero fundamentalmente, intentan armar una red de contención.


Para eso hay psicólogos y counselors, que trabajan con las familias y en la organización grupal. Y también operadores terapéuticos, que son los que acompañan continuamente a los chicos y se convierten en sus referentes. Ellos también recorren la villa para ofrecer ayuda. Algunos de estos operadores saben con qué se enfrentan. Como Leonardo Corbalán, que explica: “Soy un adicto recuperado. Muchos de los chicos no creen que es posible salir de la droga y yo les puedo mostrar que sí . Pero para lograrlo hay que dejarse ayudar y dejarse querer. Los chicos me dicen que les hablo como un hermano”.


El centro atiende a chicos de las villas Los Piletones, Calaza, Calacita, Carrillo, Fátima y Los Pinos, que reúnen a 16.600 habitantes. Su ubicación permite trabajar con las redes ya existentes en esos barrios, como comedores y juntas vecinales. “Al principio en el barrio no creían que esta casa iba a servir –recuerda Gloria Miranda, una vecina de la mesa directiva de Los Piletones que trabaja en Lucero–. Después empezaron a ver casos concretos, como el de tres hermanos que eran muy agresivos por el paco, pero que mejoraron mucho por el tratamiento . Desde que está el centro ya no ves chicos parados en las esquinas, consumiendo. Y las madres saben que tienen un lugar para recurrir”.


Algunos buscan ayuda por su cuenta. Como Enzo (18), que sueña con ser boxeador profesional pero hace un tiempo sufrió un paro cardíaco mientras entrenaba. “Me enpastillaba y fumaba marihuana –relata–. Estuve internado, pero me quería escapar. Hace tres meses vine y acá empecé a tener amigos y ahora volví a entrenar”.


“La experiencia de Casa Lucero es positiva y esperamos replicarla en otras villas –evalúa la ministra de Desarrollo Social, María Eugenia Vidal–. Ahora el Estado está presente dentro de la villa mostrándole a los chicos que dejar la droga es posible”.


Lis espera ansiosa la hora de salida para ir a abrazar a su hija. “Ahora valoro cada cosa nueva que me dice, cuando antes no le daba importancia –cuenta–. Pero todavía no estoy bien: dejé de venir una semana y tuve una recaída. Tengo que seguir luchando y no voy a bajar los brazos”.

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