Por Winstone Zulu EXPERTO EN SIDA Y MILITANTE POR LOS DERECHOS HUMANOS EN ZAMBIA, AFRICA
Hace poco participé en un congreso sobre sida. Después de mi exposición, una persona me preguntó cómo había contraído VIH. “Por vía sexual”, contesté. La mujer miró las muletas que uso desde que tuve polio en mi infancia y exclamó: “¿Pero cómo?” La presunción de que todas las discapacidades – de manos, pies, audición, vista- también afectan de algún modo la capacidad y el deseo de tener sexo es algo habitual.
Sería cómico si no tuviera consecuencias tan graves: las personas con discapacidades rara vez reciben educación sexual y casi nunca se considera que puedan necesitar información sobre el VIH ni tratamiento por la enfermedad.
El resultado es que, si bien las personas con discapacidades tenemos tantas probabilidades de hacer una vida sexual activa como quienes no tienen discapacidad alguna, nuestra proporción de infección con VIH es tres veces más alta.
En África, es menos probable que los niños discapacitados reciban educación sexual, tanto porque no es tan habitual que asistan a escuelas, como porque quienes lo hacen en ocasiones se ven excluidos de las clases de salud sexual. Debido a la creencia generalizada de que somos asexuales, a menudo se nos excluye de los programas de planificación familiar a pesar del hecho de que muchos de nosotros queremos tener hijos o ya somos padres.
Los ciegos no pueden leer los posters sobre prevención del VIH y los sordos no pueden escuchar las campañas radiales. Los mensajes vagos no son accesibles para quienes tienen discapacidades intelectuales. Los lugares donde hay disponibilidad de preservativos y materiales educativos por lo general son inaccesibles en el plano físico.
Las personas con discapacidades suelen encontrarse entre la población más pobre y no pueden permitirse pagar servicios de salud. Sin embargo, hasta quienes tienen acceso a atención médica con frecuencia experimentan discriminación y falta de privacidad en los centros de salud. Tomemos el caso de mis amigos con discapacidad auditiva, que tienen que llevar a algún miembro de su familia como intérprete si quieren someterse a un análisis de VIH. En muchos lugares, la gente corre el riesgo de que se la expulse o se la aísle si la familia se entera de que tiene VIH. La falta de confidencialidad es un gran disuasivo en lo que respecta al análisis y el tratamiento.
Lo peor es que, cuando deben racionarse los medicamentos y los servicios, a veces se da a nuestras vidas menos valor que a otras.
Me he enterado de casos en que se da a las personas discapacitadas menor prioridad en la asignación de antirretrovirales.
La semana pasada, autoridades de todo el mundo se reunieron en las Naciones Unidas para analizar medidas para combatir el VIH. A pesar de los compromisos de brindar acceso universal a la prevención, el tratamiento y la atención, algunas personas – los niños y los heterosexuales- siempre reciben en esas reuniones más atención que otras: trabajadores sexuales, consumidores de drogas, gays y lesbianas, y personas con discapacidades.
No se nos debe seguir ignorando debido a falsas presunciones sobre nuestra sexualidad.
Sería cómico si no tuviera consecuencias tan graves: las personas con discapacidades rara vez reciben educación sexual y casi nunca se considera que puedan necesitar información sobre el VIH ni tratamiento por la enfermedad.
El resultado es que, si bien las personas con discapacidades tenemos tantas probabilidades de hacer una vida sexual activa como quienes no tienen discapacidad alguna, nuestra proporción de infección con VIH es tres veces más alta.
En África, es menos probable que los niños discapacitados reciban educación sexual, tanto porque no es tan habitual que asistan a escuelas, como porque quienes lo hacen en ocasiones se ven excluidos de las clases de salud sexual. Debido a la creencia generalizada de que somos asexuales, a menudo se nos excluye de los programas de planificación familiar a pesar del hecho de que muchos de nosotros queremos tener hijos o ya somos padres.
Los ciegos no pueden leer los posters sobre prevención del VIH y los sordos no pueden escuchar las campañas radiales. Los mensajes vagos no son accesibles para quienes tienen discapacidades intelectuales. Los lugares donde hay disponibilidad de preservativos y materiales educativos por lo general son inaccesibles en el plano físico.
Las personas con discapacidades suelen encontrarse entre la población más pobre y no pueden permitirse pagar servicios de salud. Sin embargo, hasta quienes tienen acceso a atención médica con frecuencia experimentan discriminación y falta de privacidad en los centros de salud. Tomemos el caso de mis amigos con discapacidad auditiva, que tienen que llevar a algún miembro de su familia como intérprete si quieren someterse a un análisis de VIH. En muchos lugares, la gente corre el riesgo de que se la expulse o se la aísle si la familia se entera de que tiene VIH. La falta de confidencialidad es un gran disuasivo en lo que respecta al análisis y el tratamiento.
Lo peor es que, cuando deben racionarse los medicamentos y los servicios, a veces se da a nuestras vidas menos valor que a otras.
Me he enterado de casos en que se da a las personas discapacitadas menor prioridad en la asignación de antirretrovirales.
La semana pasada, autoridades de todo el mundo se reunieron en las Naciones Unidas para analizar medidas para combatir el VIH. A pesar de los compromisos de brindar acceso universal a la prevención, el tratamiento y la atención, algunas personas – los niños y los heterosexuales- siempre reciben en esas reuniones más atención que otras: trabajadores sexuales, consumidores de drogas, gays y lesbianas, y personas con discapacidades.
No se nos debe seguir ignorando debido a falsas presunciones sobre nuestra sexualidad.
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