¿Puede sorprendernos el grado de agresividad de los escribas que multiplican sus columnas denunciando a la bestia kirchnerista mientras sueñan con la restauración conservadora?
Por Ricardo Foster.
Mientras entre nosotros arrecia una feroz campaña contra quienes, desde distintos lugares y experiencias y sin haber ahorrado reflexiones críticas, han defendido, y lo siguen haciendo, el ciclo político abierto en mayo de 2003 por Néstor Kirchner y continuado por Cristina Fernández; en lejanas geografías primermundistas, de aquellas que tanto añoraban los escribas melancólicos de “repúblicas perdidas” y de economías “serias y responsables” sólidamente entramadas en el mercado global, surgen, potentes, miles y miles de voces que se “indignan” por aquello mismo que, entre nosotros, defienden esos “desinteresados e independientes” escribas de la corporación mediática y libretistas, graciosos y bizarros, de una oposición que, si la dejasen hacer con libertad sus verdaderos proyectos de gobierno, no harían otra cosa que reconducir al país hacia el camino de “la seriedad y el respeto a los contratos una y otra vez mancillados por el populismo reinante en una Argentina atormentada por la corrupción y la venalidad”.¿Resulta, tal vez, llamativo que los mismos medios de comunicación hegemónicos que se dedican, día y noche, a demoler las políticas del Gobierno o a desprestigiar a personalidades como el juez Zaffaroni o a demonizar a los intelectuales de Carta Abierta (del mismo modo que antes lo habían hecho con especial virulencia con Hebe de Bonafini o exigiéndole a las Abuelas de Plaza de Mayo que le pidieran disculpas a la señora Herrera de Noble) no establezcan ninguna relación entre la crisis recesiva que hoy sacude al mundo desarrollado y las sempiternas recetas de ajuste que, entre nosotros, siempre han sido defendidas por los mismos que denunciaron “el aislamiento internacional de Argentina como producto del “populismo” kirchnerista? ¿Es verosímil una oposición que, enfrascada en servirles de fuerza de choque a las corporaciones, silencia el carácter de la crisis como producto de la extenuación del modelo neoliberal y la situación cualitativamente distinta en la que se encuentra el país gracias a las políticas de desendeudamiento, activación del mercado interno, protección ante el canto de sirena de los famosos mercados de capitales tan añorados por nuestros economistas ortodoxos y al uso racional de las reservas que se viene implementando desde el 2003? ¿Qué otra cosa hay, además de un deseo de profecía autocumplida, del titular tipo catástrofe con el que la corporación mediática busca promover una estampida del dólar en el mercado local? ¿Cuáles son los objetivos de estas acciones y omisiones?Sus consecuencias ya las conocimos, anticipadamente, con toda su violencia y asfixia social a lo largo de los años noventa cuando, entre nosotros, se aplicaron con rigurosidad estricta las mismas recetas que ahora se aplican en los países europeos y que ha aceptado también, chantaje de la ultraderecha republicana de por medio, un Obama desprovisto de todos aquellos atributos que lo habían llevado al gobierno en medio de una oleada de entusiasmo popular como no recordaba Estados Unidos desde la época de Kennedy. Lejos de haber sido el Roosevelt que necesitaba su país y en especial los más desfavorecidos de sus habitantes, Obama, quedándose a mitad de camino, terminó por hacerle el juego a la derecha ultraliberal del Tea Party (cruzando el Atlántico algo semejante hizo Zapatero hundiendo en el fango los valores que decían defender los socialistas españoles dejando el camino expedito para que la derecha llegue libre de culpa y cargo al gobierno).Detrás de toda crisis (y en este caso de un peligro inminente de recesión) se esconde la tendencia desenfrenada del gran capital a concentrar todavía más la riqueza y a aprovecharse del “pánico” astutamente generado en el interior de las sociedades contemporáneas para disciplinar más y mejor a sus habitantes convenciéndolos de que no queda otro camino que el del recorte del famoso gasto fiscal que traducido a lenguaje coloquial no significa otra cosa que suspensión de programas sociales y ajuste brutal sobre los sectores más desfavorecidos.En nuestro caso, y cuando la memoria no falla, las imágenes que regresan inmediatamente son las de finales de los años ’90 cuando el gobierno de la Alianza, en vez de repudiar el modelo de la convertibilidad menemista, no hizo otra cosa que atenerse a las demandas ortodoxas del FMI acelerando el estallido y su propia bancarrota. Mientras que algunos referentes de la oposición se ocupan de la inflación (único mal desde la perspectiva del establishment) dejan intacta la lógica económica ortodoxa, fundada en las exigencias de los mercados globales y sus organismos internacionales promotores de las más diversas tragedias sociales por las que atravesó América latina en las últimas décadas del siglo pasado (y por las que siguen atravesando otras regiones del mundo asoladas por esas políticas que multiplicaron los endeudamientos y el hambre de los pueblos como en el norte del África, contribuyendo a un aumento exponencial del precio de los alimentos y a la caída de la inversión social acelerada por las recetas de ajuste “sugeridas” por el FMI). Su interpretación de la crisis mundial es nula, ciega o, peor todavía, atentatoria contra los intereses de las mayorías allí donde vuelven a reclamar recetas aceleradoras del desastre como se viene expresando en gran parte de los países europeos y en los Estados Unidos.En el deseo perverso de ciertos actores políticos, económicos y mediáticos están las imágenes, alucinadas, de interminables colas de asustados ahorristas delante de las casas de cambio para comprar oro, dólares, euros, rupias, yenes o lo que sea mientras se desmorona el peso y nos hundimos en una crisis que se lleva puesto al tan odiado gobierno kirchnerista. Sería muy bueno que los sectores democráticos de la oposición se desmarcaran de ese juego brutal y salieran, desde una perspectiva que podría considerarse patriótica, a cerrar filas a favor del sostenimiento de la estabilidad económica basada en la protección del trabajo, del mercado interno y de los salarios por sobre las maniobras de los especuladores de siempre. ¿Podrán escaparle al abrazo de oso de las corporaciones? Me embarga, estimado lector, un inevitable pesimismo al intentar responder positivamente a esta pregunta.¿Resulta acaso extraño que los mismos periodistas que critican despiadadamente a los intelectuales de Carta Abierta o al juez Zaffaroni respondiendo a las órdenes estratégicas de sus patrones que buscan destruir los núcleos simbólicos del kirchnerismo (así lo vienen haciendo con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y ahora lo intentan con un juez de la Corte Suprema y contra quienes, proviniendo del campo de la vida cultural y académica, decidieron constituir un colectivo de debate político en apoyo de las mejores políticas del gobierno nacional) no tengan una sola palabra para reflexionar sobre nuestra oposición y sus “proyectos” asociados a los intereses de las grandes corporaciones y a las políticas de ajuste que se vienen implementando como “salida de la crisis” causada por la exacerbación del propio neoliberalismo? ¿Puede, a esta altura, sorprendernos el grado de agresividad de estos escribas que multiplican sus columnas denunciando a la bestia kirchnerista y a sus secuaces mientras sueñan con prepararle el terreno a la restauración conservadora?Por esas extrañas coincidencias de la historia, mientras Europa y Estados Unidos se enfrentan, con una perplejidad paralizante, a la continuidad de la crisis, en nuestro país se sigue insistiendo con la profundización de una política económica que nos ha permitido, como no había sucedido antes en contextos de alteración global de los famosos mercados, capear, del mejor modo posible, los efectos de la bancarrota de un capitalismo depredador que sigue insistiendo, en su caída, con terminar de destruir los últimos restos del viejo Estado de bienestar. Desde España a Israel, los jóvenes, sobre todo, han abierto sus ojos y salido del efecto “ideológico” (perdón por utilizar palabras pasadas de moda y demasiado intelectuales) que, durante las últimas décadas y al amparo de la expansión metastásica de ese extraordinario maridaje de consumo exponencial y sociedad del espectáculo, había logrado sostener, en el plano del sentido común y de los imaginarios culturales disponibles, el andamiaje devastador del neoliberalismo.Más de 300.000 israelíes han salido a las calles de las principales ciudades para reintroducir, en el espacio público y en el habla cotidiana, palabras y conceptos brutalmente deslegitimados por la “deconstrucción” que el capital-liberalismo hegemónico desde mediados de los años setenta había logrado generalizar en el interior de sociedades que supieron conocer las “virtudes” de formas estatales nacidas del modelo bienestarista que contribuyó, como nunca antes en la historia de esas sociedades, a darle forma a una inédita equidad social y a lo que los actuales manifestantes definen como un orden basado en “la justicia social” (concepto que los argentinos conocemos bien y alrededor del cual se desarrolló una parte sustantiva de nuestra tradición política popular y contra el cual también se descargaron las formas más crudas de la violencia represiva). Esos jóvenes indignados (que en nuestra región hoy lo manifiestan los estudiantes chilenos que develan la “verdad” del modelo trasandino –el más desigual en términos de acceso a la educación de América latina y uno de los más injustos del planeta– tan elogiado por nuestros opositores y sostenido en la perpetuación del pinochetismo bajo ropaje democrático) vuelven a apropiarse de esas palabras saqueadas hasta el hartazgo por la ideología dominante que, junto con una brutal transformación de las estructuras económicas (el famoso pasaje del capitalismo de producción al capitalismo especulativo-financiero asociado con la desactivación del Estado social), desplegó una cuidadosa y global revolución cultural-simbólica destinada a sostener, en el plano de las conciencias, lo que se desarrollaba en el plano de las estructuras materiales.Sin ese proceso de horadación sistemática de las “antiguas concepciones bienestaristas”, sin la fragmentación de la sociedad, sin el vaciamiento del rol del Estado como garante de la igualdad de oportunidades y, fundamentalmente, sin la colonización acabada de las conciencias y del sentido común, la implementación de esa política salvaje que condujo, primero a los países periféricos a situaciones sin salida y de penuria social desconocida hasta entonces, y después a los países desarrollados a enfrentarse a su propia crisis, no hubiera sido posible. Para mutilar la estructura de derechos que habitaron esas sociedades era imprescindible deslegitimar, en el interior de las conciencias, la trama de valores que había desembocado en el Estado de bienestar. Sin ruborizarse, y utilizando el arsenal propio de los medios de comunicación concentrados y hegemónicos, los escribas orgánicos del establishment se han convertido en la vanguardia del retroceso, en los publicistas de la regresión neoliberal. Su tarea, astutamente encomendada por los estrategas de la destitución que, como dice ahora un amigo, han pasado a ser de la destrucción, es avanzar contra aquellos núcleos simbólicos que preocupan a la clase media progresista. Por eso se trata de disparar contra la política de derechos humanos, contra la Corte Suprema a través de Zaffaroni o contra quienes, por libre convicción, decidieron salir de los ámbitos universitarios para decir su palabra política en la esfera pública rompiendo la supuesta hegemonía de tantos bienpensantes que hoy se han transformado en los mejores propagandistas de la restauración.Para ellos se trata de continuar alimentando un sentido común capturado por los paradigmas que se vienen desplegando desde los años ’80 allí donde el giro hacia el neoliberalismo inició el proceso de devastación de toda alternativa a la lógica implacable del mercado global. Enfrentados a la crisis de sus propias ideas, demudados ante la caída de sus ídolos ideológicos y de sus países emblemas, buscan, una vez más, servir con fidelidad a prueba de balas a esas mismas corporaciones que han alimentado, con el fuego de la especulación y de la acumulación exponencial de las riquezas, el incendio de esa misma economía neoliberal que buscaron implementar en todo el planeta. Por una vez, Sudamérica eligió, de la mano de algunos de sus gobiernos de matriz democrática y popular, un camino muy distinto al de la ortodoxia imperante. Contra esa sabia y valiente decisión es contra la que se dirigen los dardos despiadados de los grandes medios de comunicación y de sus escribas de turno.
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