La obra de la compañía Ojalá –fundada por Pichón Baldinu y Gabriela Baldini– se estrenó en el Centro Cultural Recoleta: dieciocho mil litros de agua se ponen en movimiento para contar la aventura de un ser que se busca a sí mismo a través de mundos fluidos.
Por Facundo García
Por Facundo García
El protagonista está encerrado. Sus líquidos también. No hay circulación de sangre, ni de afectos. Hasta que un estallido lo salpica todo y desata un tsunami teatral. Hombre Vertiente relata la liberación de esas energías y el peligro que implica no respetarlas. La obra de la compañía Ojalá –fundada por Pichón Baldinu y Gabriela Baldini– acaba de estrenarse en el Centro Cultural Recoleta: dieciocho mil litros de agua se pondrán en movimiento para contar la aventura de un ser que se busca a sí mismo a través de mundos fluidos, en una metáfora que propone tomar conciencia sobre los recursos naturales y reconstruir lo que en palabras del propio Baldinu es “la epopeya de un artista que intenta dar con su propio lenguaje”.
Pero conviene cerrar la canilla de las definiciones, aunque sea provisoriamente. Porque en un presente saturado de información, ¿para qué sumar lenguajes a un caudal de por sí gigantesco? El director responde que para él es “una necesidad insalvable”. “Uno tiende a generar estos arcos en la vida. Hay ideas que tensan la cuerda porque quieren salir a su manera, por fuera de lo establecido. La meta, por lo tanto, es indagar en tu modo de decir. Tu camino. Quizás insistimos porque somos seres complejos y deseamos que además de bits se pueda transmitir por canales laterales, como el canal de la poesía.”
–El agua es un poco así. Siempre encuentra vías alternativas para llegar donde quiere...
–Tal cual. Se abre en direcciones que no son rectas y va erosionando el ambiente hasta cambiarlo. Al mismo tiempo, nosotros sentimos que había que complementar esta investigación sobre el lenguaje con una posición concreta sobre lo que está pasando con el agua y sus conflictos.
–Para que no fuera una obra en balde. A propósito: en el show salpican por todas partes, ¿reciclan el agua?
–Utilizamos dieciocho mil litros que van rotando, porque hay una fracción que va al escenario y otra queda de reserva. El escenario está construido sobre unos inmensos piletones que recogen todo lo que se tira.
Splash
Esta preocupación por rastrear nuevas posibilidades dramáticas no impidió que Baldinu –una de las mentes más arriesgadas del teatro argentino reciente– se esforzara por armar un relato con principio, nudo y desenlace. Curiosa curva, la de las estéticas rupturistas: si en los ’90 era transgresor quebrar las estructuras, hoy la coherencia y la inteligibilidad se han vuelto recursos en alza. El protagonista de Hombre Vertiente es, pues, un aguador que –heredero de los “aguateros” de la colonia, de Gilgamesh y de los comerciantes que pululan por Las mil y una noches– sale de viaje para ver si mejora su existencia. Sabe que el agua se pudre si está estancada.
Baldinu: “Un día, este aguador, que trabaja con el líquido, mira con atención una gota y siente que se abre un portal cósmico. Se zambulle en ese hueco y ve el pasado, el presente y el futuro de la Humanidad. Y nota la importancia de la relación que él tiene con el agua, que es –hasta cierto punto– el símbolo de su costado creativo”.
–Hay un relato y una metáfora. Se decidió por una historia bastante clásica, después de las interpretaciones “abiertas” que proponían puestas como Villa Villa. ¿Por qué?
–En La Organización Negra y en De la Guarda dejábamos que el espectador asimilara lo que tuviera ganas de asimilar. Venían y nos preguntaban: “Che, ¿pero qué quisieron decir?”. Y se trataba de activar a la gente, nada más y nada menos. Esta vez, en cambio, decidí ir más allá. Fue muy estimulante ver que en Zaragoza –donde estrenamos una versión resumida de este show– los chicos de la escuela primaria venían y cazaban todo.
–Recurrió al escenario, un refugio al que no había apelado mucho anteriormente. ¿Es que se agotó la transgresión posmo, metadiscursiva y descentrada que era ley en los ’90?
–No creo. Yo tengo la impresión de que en el arte no existe “lo viejo”. Todo depende de cómo te lo apropies y para qué. Antes, por ponerte un caso, la tecnología de luces era una novedad. Hoy lo tech está gastado, tenés que trascenderlo. Y a lo mejor algo ancestral puede servirte de vanguardia.
En consecuencia, el detonante de Hombre Vertiente es sencillo: hay un ser que toma conciencia de su identidad acuática. Le sale agua y es de agua, y él se lanza a pescar las verdades que puedan derivar de esa certeza. En la primera salida –auténtico remix del Mito de la caverna platónico–, el explorador escapa de su prisión, pero se descubre cercado por las amenazas. “Los Ecos”, que son derivaciones de su propia personalidad, lo combaten en una especie de batalla de sifones (pero sin sifones). Más tarde aparecen animales salvajes y hasta hay monstruos gigantescos que ocupan toda la sala. “Cuando el aguador se encuentra con ‘los Ecos’ –relata Baldinu– se da cuenta de que tiene brotes de agua en su propio cuerpo, y que esos brotes le dan poder. En el abuso de ese poder, se ceba y usa el líquido como arma. Y comienzan las guerras, hasta el punto en que todo se descontrola: aquello que se creía infinito se agota, y el protagonista deja desertificación ahí por donde pasa.”
La mojada comedia
Las acciones se producen en lo alto, a unos dos metros del suelo. El público puede ubicarse en el “campo” o en la platea, de acuerdo con sus preferencias y con el nivel de participación que elija tener. La disposición del espacio escénico –donde abundan los vértices en punta, las figuras rectas y los telones que se cierran como si fuesen cuadros de Piet Mondrian– contrasta con los trazados de los actores y del agua, en un diálogo que opone el rigor de las líneas al comportamiento siempre variable de lo acuoso y de lo orgánico.
–¿Cómo hizo para que los actores “disparen” agua por los brazos, el pecho y hasta por la cabeza?
–El germen fueron un par de ideas que dibujamos. Más tarde viene la instancia de “inventar”, donde me ayuda mi socia, Gabriela Baldini. Diseñamos los sistemas con ayuda de técnicos –porque obviamente no hay una industria del “teatro con agua”–, y aprendimos de hidrodinámica y de mecanismos para fuentes. Una vez que rastreamos esas tecnologías, hicimos lo posible por adaptarlas a la narración. Casi te diría que por cada intención estética había que crear algo... ¡Si vas con estos planteos a una fábrica de bombas hidráulicas, te sacan corriendo!
La música de Gaby Kerpel y el vestuario de Mariano Toledo contribuyen al licuado de estéticas comiqueras, climas de videojuego e introspección psicológica que encarna Hombre Vertiente. En la alternancia de esos recursos –y aunque “contar” haya resultado más complicado de lo que la propia compañía creyó en un principio– se alcanzan picos de exquisitez difíciles de lograr en los espectáculos del género. Y si bien da la sensación de que el público no termina de encontrar su lugar ni su nivel de interacción, al final del recorrido –que dura alrededor de una hora– queda planteada una Divina Comedia crepuscular. Un Dante que atraviesa territorios ya sin dioses, sin Beatrices, sin cielo y sin infierno. Sólo un purgatorio, en el que navegan demonios y condenados semiautistas, obsesionados con la defensa de su espacio vital. Un universo líquido donde retumba, con la insistencia breve de los remolinos que se forman al quitar el tapón de la bañera, la frase que emana de los altavoces: “Lo real es el presente, y se acaba en cada instante”.
Pero conviene cerrar la canilla de las definiciones, aunque sea provisoriamente. Porque en un presente saturado de información, ¿para qué sumar lenguajes a un caudal de por sí gigantesco? El director responde que para él es “una necesidad insalvable”. “Uno tiende a generar estos arcos en la vida. Hay ideas que tensan la cuerda porque quieren salir a su manera, por fuera de lo establecido. La meta, por lo tanto, es indagar en tu modo de decir. Tu camino. Quizás insistimos porque somos seres complejos y deseamos que además de bits se pueda transmitir por canales laterales, como el canal de la poesía.”
–El agua es un poco así. Siempre encuentra vías alternativas para llegar donde quiere...
–Tal cual. Se abre en direcciones que no son rectas y va erosionando el ambiente hasta cambiarlo. Al mismo tiempo, nosotros sentimos que había que complementar esta investigación sobre el lenguaje con una posición concreta sobre lo que está pasando con el agua y sus conflictos.
–Para que no fuera una obra en balde. A propósito: en el show salpican por todas partes, ¿reciclan el agua?
–Utilizamos dieciocho mil litros que van rotando, porque hay una fracción que va al escenario y otra queda de reserva. El escenario está construido sobre unos inmensos piletones que recogen todo lo que se tira.
Splash
Esta preocupación por rastrear nuevas posibilidades dramáticas no impidió que Baldinu –una de las mentes más arriesgadas del teatro argentino reciente– se esforzara por armar un relato con principio, nudo y desenlace. Curiosa curva, la de las estéticas rupturistas: si en los ’90 era transgresor quebrar las estructuras, hoy la coherencia y la inteligibilidad se han vuelto recursos en alza. El protagonista de Hombre Vertiente es, pues, un aguador que –heredero de los “aguateros” de la colonia, de Gilgamesh y de los comerciantes que pululan por Las mil y una noches– sale de viaje para ver si mejora su existencia. Sabe que el agua se pudre si está estancada.
Baldinu: “Un día, este aguador, que trabaja con el líquido, mira con atención una gota y siente que se abre un portal cósmico. Se zambulle en ese hueco y ve el pasado, el presente y el futuro de la Humanidad. Y nota la importancia de la relación que él tiene con el agua, que es –hasta cierto punto– el símbolo de su costado creativo”.
–Hay un relato y una metáfora. Se decidió por una historia bastante clásica, después de las interpretaciones “abiertas” que proponían puestas como Villa Villa. ¿Por qué?
–En La Organización Negra y en De la Guarda dejábamos que el espectador asimilara lo que tuviera ganas de asimilar. Venían y nos preguntaban: “Che, ¿pero qué quisieron decir?”. Y se trataba de activar a la gente, nada más y nada menos. Esta vez, en cambio, decidí ir más allá. Fue muy estimulante ver que en Zaragoza –donde estrenamos una versión resumida de este show– los chicos de la escuela primaria venían y cazaban todo.
–Recurrió al escenario, un refugio al que no había apelado mucho anteriormente. ¿Es que se agotó la transgresión posmo, metadiscursiva y descentrada que era ley en los ’90?
–No creo. Yo tengo la impresión de que en el arte no existe “lo viejo”. Todo depende de cómo te lo apropies y para qué. Antes, por ponerte un caso, la tecnología de luces era una novedad. Hoy lo tech está gastado, tenés que trascenderlo. Y a lo mejor algo ancestral puede servirte de vanguardia.
En consecuencia, el detonante de Hombre Vertiente es sencillo: hay un ser que toma conciencia de su identidad acuática. Le sale agua y es de agua, y él se lanza a pescar las verdades que puedan derivar de esa certeza. En la primera salida –auténtico remix del Mito de la caverna platónico–, el explorador escapa de su prisión, pero se descubre cercado por las amenazas. “Los Ecos”, que son derivaciones de su propia personalidad, lo combaten en una especie de batalla de sifones (pero sin sifones). Más tarde aparecen animales salvajes y hasta hay monstruos gigantescos que ocupan toda la sala. “Cuando el aguador se encuentra con ‘los Ecos’ –relata Baldinu– se da cuenta de que tiene brotes de agua en su propio cuerpo, y que esos brotes le dan poder. En el abuso de ese poder, se ceba y usa el líquido como arma. Y comienzan las guerras, hasta el punto en que todo se descontrola: aquello que se creía infinito se agota, y el protagonista deja desertificación ahí por donde pasa.”
La mojada comedia
Las acciones se producen en lo alto, a unos dos metros del suelo. El público puede ubicarse en el “campo” o en la platea, de acuerdo con sus preferencias y con el nivel de participación que elija tener. La disposición del espacio escénico –donde abundan los vértices en punta, las figuras rectas y los telones que se cierran como si fuesen cuadros de Piet Mondrian– contrasta con los trazados de los actores y del agua, en un diálogo que opone el rigor de las líneas al comportamiento siempre variable de lo acuoso y de lo orgánico.
–¿Cómo hizo para que los actores “disparen” agua por los brazos, el pecho y hasta por la cabeza?
–El germen fueron un par de ideas que dibujamos. Más tarde viene la instancia de “inventar”, donde me ayuda mi socia, Gabriela Baldini. Diseñamos los sistemas con ayuda de técnicos –porque obviamente no hay una industria del “teatro con agua”–, y aprendimos de hidrodinámica y de mecanismos para fuentes. Una vez que rastreamos esas tecnologías, hicimos lo posible por adaptarlas a la narración. Casi te diría que por cada intención estética había que crear algo... ¡Si vas con estos planteos a una fábrica de bombas hidráulicas, te sacan corriendo!
La música de Gaby Kerpel y el vestuario de Mariano Toledo contribuyen al licuado de estéticas comiqueras, climas de videojuego e introspección psicológica que encarna Hombre Vertiente. En la alternancia de esos recursos –y aunque “contar” haya resultado más complicado de lo que la propia compañía creyó en un principio– se alcanzan picos de exquisitez difíciles de lograr en los espectáculos del género. Y si bien da la sensación de que el público no termina de encontrar su lugar ni su nivel de interacción, al final del recorrido –que dura alrededor de una hora– queda planteada una Divina Comedia crepuscular. Un Dante que atraviesa territorios ya sin dioses, sin Beatrices, sin cielo y sin infierno. Sólo un purgatorio, en el que navegan demonios y condenados semiautistas, obsesionados con la defensa de su espacio vital. Un universo líquido donde retumba, con la insistencia breve de los remolinos que se forman al quitar el tapón de la bañera, la frase que emana de los altavoces: “Lo real es el presente, y se acaba en cada instante”.
* Hombre Vertiente se presenta los miércoles y jueves a las 21; los viernes a las 20.30 y a las 23; los sábados a las 20 y a las 22.30 y los domingos a las 17 y a las 19.30 en el C.C. Recoleta (Junín 1930).
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