Por Julián Anzoategui
El humorista estrenó Con el humor al aire, un nuevo espectáculo para grandes y chicos. Y revela por qué dejó de presentarse en fiestas privadas.
Hugo Varela tiene un loft en la Paternal, pero quien da la bienvenida es Conga, su perrita manto negro que no para de ladrar. “No te preocupes. Es puro espamento”, advierte el humorista a lo lejos, mientras se acerca, llave en mano, para abrir el portón. Su casa está ubicada en un lote donde funcionaba una carpintería. Allí montó su casa-taller, tal como le gusta definirla, donde transcurre la mayor parte de sus días. Una cocina rústica, muchos sillones y puf con almohadones coloridos por todos los rincones. ¿Lo más llamativo? En el living de su propia casa, Hugo Varela tiene un escenario montado como el de cualquier teatro del centro. Alto, con un telón enorme color bordó, juegos de luces y hasta una consola para sus puestas musicales. “Nunca lo usé para mostrar nada. Lo tengo más para diversión con amigos que para mostrar mis cosas al público”, dice. Su atelier está repleto de rinconcitos con raros instrumentos musicales a medio terminar. Una regadera de la que dice hará algo, así como una trompeta y un sombrero con el que aún no se le ocurrió qué armar. –¿Cómo empezaste con esto de hacer música con elementos raros?–Parte de distintas ideas. Puede ser por el artefacto mismo, por su forma y su sonido o por la facilidad que le veo para transmitir un sonido. El paraguas que uso tiene todo un sistema muy complejo que abriendo y cerrando produce sonido como si fuera una flauta. Es toda una complicación, pero yo me meto y después veo cómo me la rebusco. Me gusta meterme en camisa de once varas. –¿Hay que tener buen oído para hacer cosas así?–Si, es fundamental. A mí el oído me ha ayudado mucho a tocar instrumentos endiablados y a partir de mi primer bandoneón cromático, pude sacar un montón de canciones. Desde ahí, empecé a generar cosas. Ese fue el momento donde descubrí que podía hacer música casi con cualquier cosa. –¿Comenzaste haciendo café concert en la costa?–(Risas) Sí. Se llamaba El Grillo Afónico. Con unos amigos abrimos un café concert en Villa Gesell. Era más parecido a una peña, con mate y toda, donde cada artista hacía lo que quería. Era una ebullición creativa de personajes. Aproveché ese lugar para meter sketchs de mimos, canciones humorísticas. –¿Y cómo fue esa experiencia?–Fue buenísimo. Ahí armábamos hasta grupitos de mate. La ventaja de que eso sucediera en verano fue lo que me permitió encontrar un estilo de conexión con la gente. Lo del mate era una novedad absoluta, porque al que llegaba solo, se le hacía un lugar. Cuando estaba lleno, empezábamos a presentar todos los números, mientras tanto, giraban guitarritas por todas las mesas.–¿Cuándo decidiste dedicarte al humor?–Cuando estaba en cuarto año de la carrera de Arquitectura. Ahí todo el mundo me decía que tenía que dedicarme a esto y por eso dejé todo. Igual, sigo aplicando todo lo que aprendí en Arquitectura en todo esto de armar los instrumentos, el dibujo e incluso hasta para hacer cortes raros en algún artefacto para que suene raro. –Tenés un público muy variado.–En realidad, yo hago el humor que a mí me divierte. Eso no es casual. Cuando elijo un lenguaje para un tema, el abuelo tiene que identificarse con ciertas palabras, tiene que haber otras para que el pibe se divierta, al intelectual le puede gustar que asocie con algo de la historia y al camionero determinado tema. Un poco lo pienso desde ese lado. A los teatros viene una diversidad increíble de gente. Los adolescentes rebeldes son los que más me cuestan. Con algo irreverente se enganchan, parece que les interesa.–¿Por qué creés que vos sos diferente, entonces?–Porque no soy un maduro clásico de mi edad. Si yo pongo un estándar de los de mi edad, algo le falla al otro o algo me pasa a mí. Pero como esto no es una ciencia exacta, cada cosa que uno cierra se le mueve de todos lados. No es perfecto y en el humor hay alto factor de riesgo.–¿Te definís como músico, actor o humorista?–Me costó mucho esa historia. La pelea más grande la tenía con músico-humorista y aunque la música no me la puedo sacar de encima, el tema del humor lo puse como central. La música la pongo al servicio de eso. Todo es un complemento al humor ahora. Obviamente tengo mis momentos de civil donde me pongo a escribir poesías, o a tocar zambas melancólicas, pero eso es una cosa íntima. –¿Qué opinás de todos los que dicen “espectáculo para toda la familia”, y resultan ser lo mismo que otros?–Es un error. Siempre se piensa que el chico entiende menos de lo que realmente entiende. Y en realidad, los chicos tienen un nivel de apertura para los diferentes rubros que sorprende. Es difícil hacer algo bueno para chicos. En general, los que no enganchan con Suar en Pol-Ka se van a hacer infantiles, porque lo toman como algo menor. Está lejos de ser una cosa apasionante para el nene.–¿Te inspirás escuchando música?–No. No tengo tiempo. A partir de que descubrí el humor, voy a lo concreto. Si yo necesito un tango para un show, voy directo a eso. Lo mío es más por la resonancia de lo que he vivido. No es ni ventaja ni virtud, reconozco que escucho poca música. –¿Ves tele?–¡Mucho! Ya me preocupa. Pero eso es un imán para mí. Yo veo 6,7,8 y de repente a Viviana Canosa. Me asusta un poquito. Pero veo lo que me distrae.–¿Ver tanta tele tiene que ver con tus ganas de estar ahí?–Sí. Empecé a escribir y armar unos micros porque me parece una forma cómoda de educar y de presentar algo a los niños. Si armás un enlatadito, en cualquier noticiero lo pueden meter. Los grandes humoristas han hecho cosas breves. En el humor, el tamaño no es importante… ¡en todo lo otro, sí! Por eso, un micro es mejor que una telenovela de hora y media. -¿Tenés una anécdota que te haya marcado en tu trabajo?-Sí. Dejé de hacer shows en casas de familia por algo que me pasó. Me contrataban para que les animara la fiesta en el living de sus casas. Una vez fui a una en la que tenían a un manto negro, el perro vestido de gala con corbata y todo. Arranqué el show y en determinado momento me pongo un gorrito coya, empiezo a gritar con un charanguito tipo ritual indio y el perro empieza a pegar unos saltos terribles. Y me mordió. Se cortó todo el clima y hasta hubo gente lastimada. Las situaciones más graciosas fueron con las familias más bacanonas .–¿Y el momento más difícil?–En la dictadura, cuando yo tocaba, había requisa y se llevaban a dos o tres mientras yo cantaba “Zamba de mi esperanza”, en algún barsucho. Era una época difícil para hacer humor. Incluso, yo era objeto de detención permanente por portación de cara. Barbudo con guitarra era motivo suficiente. (Risas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario