Entrevista al Director del SAME, Alberto Crescenti. Las tragedias en la calle, cada vez más frecuentes, revelan mayores irresponsabilidades humanas. Por eso, se necesitan equipos altamente entrenados y sin fisuras para atender a las víctimas.
Por Pablo Calvo
Sus compañeros de secundaria lo recuerdan como un gran arquero. Siempre agazapado ante los peligros del área, los centros llovidos y los ataques rivales, dispuesto a actuar en frío, en los momentos más calientes del partido. Aquel patio del colegio Mariano Acosta se parece bastante a su vida: Alberto Crescenti suma 11 años al frente del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) de la Ciudad de Buenos Aires, el servicio de ambulancias que los porteños ven venir por el espejo retrovisor más de mil veces por día, con la sirena a todo volumen y la presunción de que algo malo ocurrió al final de su viaje.
Crescenti conserva el mismo chofer que en 1979, cuando se subió por primera vez a un Rastrojero y su título de médico tenía apenas dos semanas. Es fanático de San Lorenzo, mientras el hombre al volante, José Tini, es de Huracán. Parece una tripulación incompatible para el trabajo en armonía, pero cuando suena la alarma por un choque o un derrumbe, funciona a la perfección. El objetivo es llegar al lugar del siniestro lo más rápido y seguro que se pueda. Perder la calma puede ser fatal.
Hay un cuento fantástico de Alejando Dolina que sugiere la existencia de boletos de colectivo embrujados. Uno revela el misterio del Universo, otro garantiza el amor, pero un tercero anuncia la muerte. Es un relato que está ambientado en el barrio de Flores, justo el lugar de la última gran tragedia. ¿Cree que las personas se levantan cada mañana con el destino marcado? No, yo no considero que eso sea cierto. Nosotros desterramos la palabra “accidente” de nuestro vocabulario. Preferimos hablar de incidentes, o fallas humanas o mecánicas. Últimamente, lo que estamos viendo son muchas fallas humanas, muchísimas más que antes, porque pese a los esfuerzos de los gobiernos en cuanto a prevención de la accidentología vial, el argentino es poco proclive a cumplir con las reglas y leyes de tránsito. Por eso hoy vemos accidentes donde hay semáforos, donde no se respetan las velocidades máximas, donde se cruza con barreras bajas, donde se siguen corriendo picadas. Estamos registrando heridas y politraumatismos gravísimos, que conllevan también a rehabilitaciones prolongadas y costosas. Esto está ocurriendo en una franja etaria que va de los 30 a los 55 años, que todos llaman la edad productiva, útil, y eso nos preocupa muchísimo.
¿Cuántas carreras le corren a la muerte todos los días? El SAME hace aproximadamente mil salidas diarias. El 80 por ciento son códigos rojos y, de esos, casi un 60 por ciento son incidentes de tránsito. Nos preocupa sobremanera, porque no podemos llegar a concientizar a la gente de que subirse a un auto implica responsabilidades, como ajustarse el cinturón de seguridad, tener el apoyacabezas a siete centímetros de la región occipital, de que la punta del apoyacabezas esté a la altura de las cejas y comprender que el air bag puede salvar vidas, pero si el conductor tiene puesto el cinturón, porque, si no, lo puede matar. Insisto: ya no hablamos de accidentes de tránsito, se trata de una epidemia.
Hay series de televisión donde los personajes centrales actúan bajo la presión de una cuenta regresiva. ¿Cómo es trabajar en el lapso que llaman “la hora de oro” para asistir a una víctima? Tengo que agradecerle al periodismo, porque está entendiendo ese concepto y porque el dato no es cuántos minutos exactos tarda una ambulancia, sino todo lo que hacemos antes de llevar al paciente al hospital. La atención pre-hospitalaria es un verdadero arte, como se ha visto, lamentablemente, en la tragedia de Flores. El paciente debe ser compensado, estricado (colocación de tabla, collar y férula) y asistido por las vías parenterales con analgésicos y oxígeno. Así ocurrió con el motorman , que en un minuto y medio fue llevado en helicóptero al Santojanni, donde ya estaba el quirófano listo y sabían con qué lesiones llegaba y cómo lo iban a atender. Nosotros no utilizamos lo que hasta hace ocho años se hacía y se denominaba scoop and run “cargar y correr”. Eso ya no se hace más. Ahora, lo primero es compensar al paciente, rápido, sí, pero tratando de llevarlo al hospital de la mejor forma. Y cuando el caso lo amerita, y la vida del paciente está en riesgo, usamos hoy los dos helicópteros que incorporamos. Pero, aunque las marcas por suerte se acortaron, hay que dejar de pensar en términos de minutos. Y lo digo después de haber saturado de ambulancias la estación Flores en siete minutos. Hoy, estamos en 10 minutos en cualquier lugar de la Ciudad; y en el micro y macrocentro, que es el lugar más caliente de los accidentes, estamos en dos o tres minutos.
Tienen 135 móviles. ¿Qué pasa si un día hay 136 accidentes simultáneos y de similar magnitud? ¿Cuál se queda sin atención inmediata? Hacemos triage , que es la clasificación de los heridos de acuerdo a su gravedad. Es un concepto que viene de las guerras napoleónicas. El médico del campo de batalla de Napoleón, Dominique-Jean Larrey, es el que se preocupa por los heridos que quedaban rezagados y ahí nace la primera ambulancia, que se conoce como ‘La carreta de Larrey’. Ahí también nace el triage de heridos. Se aprendió bastante de los conflictos bélicos. Cuando ocurrió lo de Flores, hubo 96 códigos rojos en el mismo momento, entre accidentes y atropellados, y se cubrieron todos. Estamos haciendo un trabajo sobre esa experiencia para presentar a nivel internacional. Hay que tener en cuenta que, en cualquier tipo de respuesta en emergencia pre-hospitalaria, se pueden sacar unos 250 o 300 heridos en la primera oleada y acomodarlos en los hospitales de agudos de la Ciudad. En la segunda oleada tiene que volver a hacerse triage , pero en el lugar, porque si no se pueden saturar los hospitales. Hicimos nueve simulacros para aceitar esto, con la participación de Defensa Civil, la Guardia de Auxilio, Logística, Policía Metropolitana, Policía Federal y Bomberos. En la calle nos conocemos las caras y eso es bueno. Otra clave es la información que los ciudadanos nos dan a través del 107, que tiene que ser lo más precisa posible, para mejorar la eficacia de la respuesta.
El contraejemplo fue Cromañón, donde se mezclaron heridos y cadáveres en las mismas ambulancias y no hubo cordón sanitario.
No me gusta ir para atrás, no me gusta hablar de los colegas. Aquella vez se hizo lo humanamente posible, lo médicamente posible. Hay que trabajar para ir perfeccionando la comunicación entre las fuerzas, sin influencia de los colores políticos.
Su permanencia en la conducción del SAME, bajo distintas administraciones, es inusual. ¿Contribuye eso a mejorar la planificación? Yo no quisiera personalizar. El tema es que cuesta mucho formar especialistas. Los emergentólogos tenemos una característica especial: nos gusta ir a todas. Además, aunque es duro lo que voy a decir, cuando salimos en una ambulancia sabemos si vamos, pero no si volvemos. Eso es duro para nuestras familias también, porque nos podemos encontrar en situaciones dificultosas. Pretendemos que, cuando vamos a buscar a una víctima, no nos transformemos en una más. La ambulancia tiene que llegar, no correr, y cumplir con todas las reglas de tránsito. No tiene que molestar al ciudadano con la sirena, los choferes del SAME la utilizan sólo cuando es imprescindible. Además, la violencia contra los médicos se ha extendido. Recibimos agresiones, golpes de puño, insultos. Un día, tiraron a uno de nuestros médicos por la escalera porque no había querido firmar un certificado de defunción, algo que el SAME no hace, porque para nosotros, que no somos los que hemos atendido al paciente en su patología, siempre es una “muerte dudosa”. Otro médico recibió un fierrazo en la espalda cuando comunicó a familiares que una paciente había muerto.
El SAME recibió críticas en abril, cuando un paciente de la Villa 31 murió sin atención, porque la ambulancia no quiso entrar al lugar.
Hemos trabajado mucho desde ese hecho. Siempre se entró a los barrios con necesidades básicas insatisfechas, pero en determinados momentos hubo agresiones al personal, hasta tiros, y se tuvo que entrar, lamentablemente, con protección policial.
Usted suele decir que controla el estrés. ¿Qué ocurre con su presión arterial en situaciones límite? Es 12-8. Y la mantengo, ¿eh? Cuanto más complicada es la situación, más tranquilo me pongo, debe ser un don que me dio Dios. Yo me voy a dormir bien a la noche, con la conciencia en paz, seguro de que hicimos lo mejor posible. Esa es nuestra satisfacción.
Pero lo de Flores fue shockeante.
Yo no puedo transmitir lo que vi debajo del colectivo … Por eso siempre decimos: nuestras condolencias para los familiares de esas personas. Hubiéramos querido salvar a todos, pero se vio que era imposible.
¿Sueña con eso? No. Yo lo único que guardo en mi caja negra son las escenas del atentado a la embajada de Israel, cuando al llegar, a los cuatro minutos, volaron sobre mí pedazos de cuerpos, vidrios, palos, mampostería, y ese segundo que uno está en el teatro de acción, uno se pregunta ¿me quedo y muero yo también? Y nos quedamos. Por ahí a alguno le cae mal el concepto, pero me gusta lo que hago.
Crescenti conserva el mismo chofer que en 1979, cuando se subió por primera vez a un Rastrojero y su título de médico tenía apenas dos semanas. Es fanático de San Lorenzo, mientras el hombre al volante, José Tini, es de Huracán. Parece una tripulación incompatible para el trabajo en armonía, pero cuando suena la alarma por un choque o un derrumbe, funciona a la perfección. El objetivo es llegar al lugar del siniestro lo más rápido y seguro que se pueda. Perder la calma puede ser fatal.
Hay un cuento fantástico de Alejando Dolina que sugiere la existencia de boletos de colectivo embrujados. Uno revela el misterio del Universo, otro garantiza el amor, pero un tercero anuncia la muerte. Es un relato que está ambientado en el barrio de Flores, justo el lugar de la última gran tragedia. ¿Cree que las personas se levantan cada mañana con el destino marcado? No, yo no considero que eso sea cierto. Nosotros desterramos la palabra “accidente” de nuestro vocabulario. Preferimos hablar de incidentes, o fallas humanas o mecánicas. Últimamente, lo que estamos viendo son muchas fallas humanas, muchísimas más que antes, porque pese a los esfuerzos de los gobiernos en cuanto a prevención de la accidentología vial, el argentino es poco proclive a cumplir con las reglas y leyes de tránsito. Por eso hoy vemos accidentes donde hay semáforos, donde no se respetan las velocidades máximas, donde se cruza con barreras bajas, donde se siguen corriendo picadas. Estamos registrando heridas y politraumatismos gravísimos, que conllevan también a rehabilitaciones prolongadas y costosas. Esto está ocurriendo en una franja etaria que va de los 30 a los 55 años, que todos llaman la edad productiva, útil, y eso nos preocupa muchísimo.
¿Cuántas carreras le corren a la muerte todos los días? El SAME hace aproximadamente mil salidas diarias. El 80 por ciento son códigos rojos y, de esos, casi un 60 por ciento son incidentes de tránsito. Nos preocupa sobremanera, porque no podemos llegar a concientizar a la gente de que subirse a un auto implica responsabilidades, como ajustarse el cinturón de seguridad, tener el apoyacabezas a siete centímetros de la región occipital, de que la punta del apoyacabezas esté a la altura de las cejas y comprender que el air bag puede salvar vidas, pero si el conductor tiene puesto el cinturón, porque, si no, lo puede matar. Insisto: ya no hablamos de accidentes de tránsito, se trata de una epidemia.
Hay series de televisión donde los personajes centrales actúan bajo la presión de una cuenta regresiva. ¿Cómo es trabajar en el lapso que llaman “la hora de oro” para asistir a una víctima? Tengo que agradecerle al periodismo, porque está entendiendo ese concepto y porque el dato no es cuántos minutos exactos tarda una ambulancia, sino todo lo que hacemos antes de llevar al paciente al hospital. La atención pre-hospitalaria es un verdadero arte, como se ha visto, lamentablemente, en la tragedia de Flores. El paciente debe ser compensado, estricado (colocación de tabla, collar y férula) y asistido por las vías parenterales con analgésicos y oxígeno. Así ocurrió con el motorman , que en un minuto y medio fue llevado en helicóptero al Santojanni, donde ya estaba el quirófano listo y sabían con qué lesiones llegaba y cómo lo iban a atender. Nosotros no utilizamos lo que hasta hace ocho años se hacía y se denominaba scoop and run “cargar y correr”. Eso ya no se hace más. Ahora, lo primero es compensar al paciente, rápido, sí, pero tratando de llevarlo al hospital de la mejor forma. Y cuando el caso lo amerita, y la vida del paciente está en riesgo, usamos hoy los dos helicópteros que incorporamos. Pero, aunque las marcas por suerte se acortaron, hay que dejar de pensar en términos de minutos. Y lo digo después de haber saturado de ambulancias la estación Flores en siete minutos. Hoy, estamos en 10 minutos en cualquier lugar de la Ciudad; y en el micro y macrocentro, que es el lugar más caliente de los accidentes, estamos en dos o tres minutos.
Tienen 135 móviles. ¿Qué pasa si un día hay 136 accidentes simultáneos y de similar magnitud? ¿Cuál se queda sin atención inmediata? Hacemos triage , que es la clasificación de los heridos de acuerdo a su gravedad. Es un concepto que viene de las guerras napoleónicas. El médico del campo de batalla de Napoleón, Dominique-Jean Larrey, es el que se preocupa por los heridos que quedaban rezagados y ahí nace la primera ambulancia, que se conoce como ‘La carreta de Larrey’. Ahí también nace el triage de heridos. Se aprendió bastante de los conflictos bélicos. Cuando ocurrió lo de Flores, hubo 96 códigos rojos en el mismo momento, entre accidentes y atropellados, y se cubrieron todos. Estamos haciendo un trabajo sobre esa experiencia para presentar a nivel internacional. Hay que tener en cuenta que, en cualquier tipo de respuesta en emergencia pre-hospitalaria, se pueden sacar unos 250 o 300 heridos en la primera oleada y acomodarlos en los hospitales de agudos de la Ciudad. En la segunda oleada tiene que volver a hacerse triage , pero en el lugar, porque si no se pueden saturar los hospitales. Hicimos nueve simulacros para aceitar esto, con la participación de Defensa Civil, la Guardia de Auxilio, Logística, Policía Metropolitana, Policía Federal y Bomberos. En la calle nos conocemos las caras y eso es bueno. Otra clave es la información que los ciudadanos nos dan a través del 107, que tiene que ser lo más precisa posible, para mejorar la eficacia de la respuesta.
El contraejemplo fue Cromañón, donde se mezclaron heridos y cadáveres en las mismas ambulancias y no hubo cordón sanitario.
No me gusta ir para atrás, no me gusta hablar de los colegas. Aquella vez se hizo lo humanamente posible, lo médicamente posible. Hay que trabajar para ir perfeccionando la comunicación entre las fuerzas, sin influencia de los colores políticos.
Su permanencia en la conducción del SAME, bajo distintas administraciones, es inusual. ¿Contribuye eso a mejorar la planificación? Yo no quisiera personalizar. El tema es que cuesta mucho formar especialistas. Los emergentólogos tenemos una característica especial: nos gusta ir a todas. Además, aunque es duro lo que voy a decir, cuando salimos en una ambulancia sabemos si vamos, pero no si volvemos. Eso es duro para nuestras familias también, porque nos podemos encontrar en situaciones dificultosas. Pretendemos que, cuando vamos a buscar a una víctima, no nos transformemos en una más. La ambulancia tiene que llegar, no correr, y cumplir con todas las reglas de tránsito. No tiene que molestar al ciudadano con la sirena, los choferes del SAME la utilizan sólo cuando es imprescindible. Además, la violencia contra los médicos se ha extendido. Recibimos agresiones, golpes de puño, insultos. Un día, tiraron a uno de nuestros médicos por la escalera porque no había querido firmar un certificado de defunción, algo que el SAME no hace, porque para nosotros, que no somos los que hemos atendido al paciente en su patología, siempre es una “muerte dudosa”. Otro médico recibió un fierrazo en la espalda cuando comunicó a familiares que una paciente había muerto.
El SAME recibió críticas en abril, cuando un paciente de la Villa 31 murió sin atención, porque la ambulancia no quiso entrar al lugar.
Hemos trabajado mucho desde ese hecho. Siempre se entró a los barrios con necesidades básicas insatisfechas, pero en determinados momentos hubo agresiones al personal, hasta tiros, y se tuvo que entrar, lamentablemente, con protección policial.
Usted suele decir que controla el estrés. ¿Qué ocurre con su presión arterial en situaciones límite? Es 12-8. Y la mantengo, ¿eh? Cuanto más complicada es la situación, más tranquilo me pongo, debe ser un don que me dio Dios. Yo me voy a dormir bien a la noche, con la conciencia en paz, seguro de que hicimos lo mejor posible. Esa es nuestra satisfacción.
Pero lo de Flores fue shockeante.
Yo no puedo transmitir lo que vi debajo del colectivo … Por eso siempre decimos: nuestras condolencias para los familiares de esas personas. Hubiéramos querido salvar a todos, pero se vio que era imposible.
¿Sueña con eso? No. Yo lo único que guardo en mi caja negra son las escenas del atentado a la embajada de Israel, cuando al llegar, a los cuatro minutos, volaron sobre mí pedazos de cuerpos, vidrios, palos, mampostería, y ese segundo que uno está en el teatro de acción, uno se pregunta ¿me quedo y muero yo también? Y nos quedamos. Por ahí a alguno le cae mal el concepto, pero me gusta lo que hago.
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