Por Hector Santilan
Se ha visto, en algún lugar del mundo, que hombres fanáticos de un artista trepen, suban a un escenario mucho más alto que ellos, esquiven a cinco grandotes de seguridad, y vayan corriendo, como si estuviesen jugando a las escondidas a picar para todos los compa, decididos a darle un beso en la boca a su ídolo y se lo den?
Puede que lo que ocurra aquí adentro no pase en ningún país, seguro que no. Aquí no es Amerik, no es Bunker, no es un recital de Pablito Ruiz, no es ningún festival por el Orgullo Gay. Aquí es Rescate, es Ruta 8, es San Martín, es Conurbano, es la cultura popular. Es el show en vivo de Carlitos la Mona Jiménez. Aquí es para traer turistas y que no entiendan nada de nada.
La primera en burlar a los cinco grandotes de seguridad es una morocha con la camiseta 4 de Chacarita. Más tarde volverá a intentarlo. Y volverá. Y volverá. Y así hasta que su marido le pegue unas trompadas para calmarla. Desde que comenzó a sonar la música, antes de que la Mona comience a cantar el primer tema, fueron cinco, diez minutos de interrupciones; no eran fallas de sonido; no era que el cantante no aparecía. Se debía al acoso de los fans, que subían a tocarlo, a abrazarlo, a decirle cosas, a darle besos en la boca. El que no le daba un pico lo agarraba de los pelos, y se ponía frente a frente, cabeza a cabeza, como si le estuviese pidiendo una bendición. La situación estaba desbordada. Porque la Mona los abrazaba, y los patovicas tironeaban para sacarlos, pero la fuerza de la Mona podía más. Cuando la seguridad bajaba a dos, subían otros dos. En un momento casi hacen caer por la fuerza al ídolo, de los abrazos y del pique que traían desde abajo. Habrán sido once, doce personas; la mayoría hombres. Cuando agarró el micrófono, parecía que Jiménez iba a mandar todo a la reputísima madre, o quejarse de que así cualquiera puede subir armado y apuñalarlo. Y no, nada de eso. Tomó el micrófono, y dijo: “Muchísimas gracias por todo el amor y el cariño que me brindan”. Así comenzó con la canción “Luna”.
“No digan que somo' iguales/ cuando un delito hay que pagar/ los chorros de guante blanco/ salen por la puerta de atrás.”
El tipo que les da picos a sus fans nació el 11 de enero de 1951. Grabó 81 discos, vendió más de tres millones de copias. Si no hubiese triunfado con la música, dicen, estaría en el Sindicato de Luz y Fuerza, como su padre. Cuando en la dictadura se prohibió que las radios pasasen música de cuarteto, tuvo que esperar a 1984 para grabar otro cd como solista. Cantó en Italia, España, Holanda, Canadá, Estados Unidos y todos los países limítrofes. Es tan popular que creó un lenguaje de señas para nombrar a cada barrio del que hay gente en sus shows. No hay que aclarar que es peronista; ni que puede que el día que muera sea decretado feriado nacional.
Esto de traer desde Córdoba a la Mona Jiménez comenzó en 2007, en un aniversario de Rescate, que tiene 10 años, y antes se llamaba Tentación Bailable. En Radio Génesis, con producción y programación propia, que difunde el boliche y los artistas que se presentan cada fin de semana, se organizó una encuesta: quién debía estar en vivo en el cumple de Rescate. Lejos, el elegido fue Carlitos. Desde esa vez, mete una o dos presentaciones por año, siendo generalmente el único lugar de Buenos Aires en el que se lo puede ver en vivo. Hoy, la entrada cuesta 180 pesos; las anticipadas se vendieron a 150. Hace un mes que los carteles que anuncian el show andan pegados por toda la Ciudad y el Conurbano.
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En un momento de la noche se verá, ahí abajo, por sobre la gente, un bastón blanco, largo, y a un cieguito pisando espaldas para subir al escenario. La primera vez lo intenta y no puede, hasta que de arriba se dan cuenta y lo ayudan. El ciego abraza a la Mona, y dice que es uno de los Murciélagos, la selección de fútbol para ciegos. Se ríe, se lo nota con algunos vasos de vino encima. Casi pegados a la Mona, en el escenario, son cinco monos de traje y la boxeadora campeona del mundo Carolina Duer, puestos ahí para tirar abajo a los que quieran subir.
Arriba, y atrás del escenario, hay unas mesitas. Está el hijo Carlos Saúl, uno de los hermanos de Carlitos Tevez, un par de chicas teñidas de rubio y tetas operadas, de las que sólo arrancan con empresarios o futbolistas, familiares de una de las bandas narco más nombradas en la investigación del caso Candela. Y hay policías con chalecos antibalas y garrotes, pero a lo largo de la noche no habrá una sola pelea. Los baños son baños químicos, uno entra y siente que está en el baño de un micro de larga distancia. Todo lo que está aquí es tan popular y tan humilde que hace que uno lo mire con otros ojos, o que comprenda que los lujos no son necesarios para pasar un lindo rato.
“Soy un muchacho de barrio que agradece a la vida todo lo que le dio/ tengo millones de amigos y yo a todos los llevo en mi corazón/ soy un muchacho de barrio y aunque pasen los años nunca me olvidaré/ que mi escuela fue la calle que en la vida pierda o gane/ yo te lo juro por esta... que nunca cambiaré.”
Ya son las dos de la mañana del miércoles y el lugar donde los pibes suben a darle besos al cantante, parece una cancha. Porque está repleto, muchos andan en cueros. Porque hay avalanchas como sólo puede hacer la hinchada de Racing. Porque hay camisetas de Belgrano, Instituto, Chacarita, Argentinos Juniors. Porque hay familia: padres y madres con sus hijos chicos. Porque algunos fanáticos muestran sus tatuajes del rey del cuarteto. Está más que claro. Aquí los fans no son fans, son hinchas de la Mona. Los trapos están colgados en las barandas del semipiso. Algunos fueron hechos con letras que no se encuentran ni en Word; otros se hicieron en aerosol, hace pocas horas, por alguien que sólo escribe algo para hacer un trapo de la Mona. Dicen Caseros, Morris, Don Torcuato, Manuel Alberdi, Bajo Belgrano. Aquí todo tiene que ver con los barrios. La Mona dice “saludos a Ciudadela Fuerte Apache”, y el baile explota. El presentador anuncia al ganador de un sorteo, y además del nombre, pregunta de dónde es. De Ituzaingó. El animador, en una pausa del recital, cuando comienza un hit del Dj, agita: “¿Y los barrios...?”. Ahí los pibes gritan, con el máximo de los orgullos, el lugar de donde vienen. La mayoría son barrios que deben ocultar cuando van a pedir trabajo.
A las 12 de la noche, ya entrado el jueves, en la puerta de Rescate, la vereda casi es más ancha que la Ruta 8. Lo que se escucha fuerte es la radio de Rescate: una locutora cuenta qué está pasando en el baile, a qué hora llegará la Mona, y pasa el audio de la voz del cordobés anunciando que el miércoles 14 espera a todos en Rescate. Hay trapitos que cobran 20 pesos, vendedores que ofrecen banderas, gorritos, una mujer que vende ramitos de rosas; más tarde estarán adentro. Entre los autos, hay una vieja Ford F100, celeste, con tipos que unieron Córdoba con San Martín. Y que dicen que lo que sienten por la Mona es como lo que les pasa con Belgrano, lo siguen por todo el país. Así hay historias de tipos que viajaron desde Tucumán, Santiago del Estero, Mendoza. Arriba del capó de la F100 hay vasos de fernet. De los remises, todos Peugeot 504, Renault 12, despintados, bajan de hasta seis pibes. Otros llegan en motitos, o en el 57, que viene de Capital. La convocatoria alcanzará las 6.000 personas, aproximadamente.
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Las leyendas del tipo que les da picos a sus hinchas dicen que, durante la dictadura, una noche, los militares entraron a su departamento con ametralladoras, pero como uno lo reconoció, se fueron. Que cuando se presentó su biografía, una fanática robó un ejemplar de la librería Aforismo, lo leyó y lo devolvió con un mensaje: pedía disculpas por el hurto, pero necesitaba leer ese libro y no tenía dinero para comprarlo. Que hace años, entraron a robar a la casa de su mamá, y cuando dijo que era quien había parido a la Mona, dejaron todo, pidieron disculpas y se fueron. Que el día que Néstor Kirchner lo había invitado a una reunión en La Rosada, se quedó dormido por haber salido y tomar unas copas la noche anterior. Que en los fines de año llegó a regalar casas, autos, taxis, y llegó a lustrar botas y hacer de mozo para donar lo recaudado a un comedor de niños de la calle.
“Qué vida de perros/ le toca vivir a nuestra juventud/ que es nuestro futuro/ no tienen trabajo ni contención/y agarran el paco como un escapismo/ Un gatillo en sus manos le ponen al niño/ y roban y mueren por el paco maldito.”
¿Se ha visto, en algún lugar del mundo, que hombres fanáticos de un artista trepen, suban a un escenario mucho más alto que ellos, esquiven a cinco grandotes de seguridad, y vayan decididos a darle un beso en la boca a su ídolo y se lo den? Puede que ocurra en cualquier lugar del país, cuando un tipo de 60 años suba a un escenario, tire pasos como si fuese un títere, cante, les dé picos a los hombres, salude a Fuerte Apache Ciudadela y el baile explote, y la gente haga avalanchas como sólo hace la hinchada de Racing, y comience a hacerles señas para que nombren a sus barrios. Pero si todo esto ocurrió en San Martín, queda la intriga de qué pasa en Córdoba cada vez que canta la Mona.
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