Entrevista: Carlos Altamirano, sociólogo. La reedición de un ensayo clave, Peronismo y cultura de izquierda, y la visión de uno de los protagonistas del pensamiento político en el país.
Por Miguel Russo
En 2001, publicó el ensayo Peronismo y cultura de izquierda. En su epílogo, Carlos Altamirano daba por concluido el ciclo que señalaba en el peronismo la esperanza de la revolución social en el país. El menemato había cumplido su cometido. Diez años después, acaba de aparecer la reedición de aquel material. Y la decisión de Altamirano de excluir ese epílogo habla de mucho más que una decisión autoral.–¿Cuánto de ese ciclo que se había dado por terminado tenía que ver con eso que se llamó la caída del socialismo real, el fin de las ideologías, y cuánto la propia reestructuración posterior del peronismo?–El epílogo daba por concluido no el ciclo de la izquierda, sino el ciclo según el cual la izquierda tenía su porvenir en el interior del peronismo. Esto no tenía que ver tanto con lo inmediato, con el colapso del mundo socialista o del socialismo real, aunque ninguna corriente del mundo ideológico de izquierda en todo Occidente, incluida la Argentina, escapó a esa especie de terremoto. El planteo tenía que ver con la experiencia menemista, que parecía haber dejado desairada, definitivamente para ese momento, la idea que el peronismo iba a ser el vehículo a través del cual se iba a canalizar la transformación revolucionaria o radical de la sociedad argentina. Incluso, creo yo, ésta era una idea de Chacho Álvarez, que ya no apostaba a seguir insistiendo en que el peronismo iba a ser el agente de una transformación de ese tipo, que se había frustrado una y otra vez, habida cuenta de que el peronismo no sólo no se había rebelado contra una política, la de Menem, que estaba en las antípodas de la tradición nacional y popular, sino que la había acompañado. Parecía abrirse algo más incierto, en términos de identidad política. No se trataba simplemente de registrar que no podía repetir las palabras de ese epílogo, sino que, en un acto de honestidad intelectual, debía dar cuenta del cambio.–Un ensayo es, como su nombre lo indica, una búsqueda: tirar ideas, confrontar. No hay confusión posible porque no hay una verdad absoluta que se revela. ¿Vivió aquel epílogo como una equivocación?–José Luis Romero decía que el historiador ignora muchas cosas pero sabe que lo que existe, existe. Yo no podía ignorar ese hecho. Si la historia ponía en cuestión cierta conclusión, debía tomarla. ¿Qué me pasó subjetivamente?: me sorprendió. Y esa sorpresa me llevó a la conclusión de que no podía mantener esas afirmaciones de entonces.–¿Cree que esa cultura de izquierda que veía al peronismo como el canal revolucionario fue cambiando de signo? Pensemos en el alfonsinismo, en la campaña inicial del menemismo, el Frente Grande...–El recorrido que hace el núcleo dirigente del Frepaso, con el conjunto de la renovación cafierista del peronismo, hacen suyo el tema democrático que debe ser incorporado a la tradición nacional popular. La cuestión no era renunciar a esa tradición, sino incorporar dentro de ese bagaje a la democracia. Y desafiar al alfonsinismo en su propio terreno. El cuestionamiento lo hace, principalmente, la revista Unidos a la elite intelectual alfonsinista. Allí se plantea que el agente de la democratización en la Argentina no va a ser por vía de un partido liberal, como es el radicalismo, sino un partido nacional y popular como es el peronismo. Pero esta expectativa va a sufrir un golpe muy fuerte con el triunfo de Menem en 1988. Inmediatamente después de esto, el título de tapa de Unidos fue “El Menómeno peronista”. La vía que elige el Grupo de los Ocho busca otras experiencias: el Frente Grande, el Frepaso y luego la Alianza. Y terminó como una gran frustración. Pero parte de ese laboratorio ideológico nacional y popular que fue Unidos encontró un nuevo intérprete: Néstor Kirchner. Este bagaje, elaborado en las páginas de esa revista, es un elemento importante en lo que va a ser el discurso de Néstor Kirchner, un político que encontró otra traza sin romper con el peronismo.–En su concepto, la transversalidad, ¿puede ser leída como el intento de una ruptura con el peronismo? –La idea de la transversalidad fue enunciada por primera vez en una reunión llevada a cabo en el Bauen donde estaban Chacho Álvarez representando el Frente Grande y Federico Storani por el progresismo radical. Era la puesta en ejecución de un viejo tema de Arturo Jauretche. En la revista El Popular, de fines de los años ’50, hablaba de nacionalistas que descubren lo social y socialistas que descubren lo nacional. Y mencionaba allí barajar y dar de nuevo en la política argentina. Ése es un tema que aparece una y otra vez en la cultura del peronismo de izquierda, en las bases del Partido Intransigente y en cierto segmento de la UCR.–También, de manera fundamental, en la correspondencia entre Perón y Cooke.–Sólo que, mientras que en el caso de la visión cookista estaba muy asociado a la idea de la revolución, este mismo encuentro se produce unos años después en perspectiva de reforma social más que de transformación radical de la sociedad. La transversalidad implicaba poner en comunicación orientaciones de partidos diferentes con la idea de producir una renovación para reflejar los clivajes y las fracturas sociales que aparecían disimuladas en los grandes movimientos que eran el peronismo y el radicalismo. Esto fue una tentativa que no cristalizó en su momento. Lo que se formó con la Alianza estaba lejos de esas intenciones. Y el que lo vuelve a retomar fue Kirchner.–El Pacto de Olivos, ¿fue un freno de aquella primera transversalidad? –Las culturas políticas son materias duras. No se las modifica fácilmente, como sí se pueden arreglar las cosas entre dos personas conversando ante una mesa. Pero cada uno de nosotros, dentro de su propio partido, está ligado a una subcultura que es mucho más dura de la que puede aparecer a los ojos de dirigentes que conversan. No es sólo cuestión de ideologías en el sentido de declaraciones y principios, allí existen comportamientos partidarios y rituales, cosas que tienen mucho peso. De modo que era un problema difícil en el ’94/’95, y sigue siéndolo.–¿Por qué?–Porque aunque nuestros partidos políticos no son estructuras muy fijas y de fronteras muy netas, las subculturas que albergan en su interior son muy consistentes, no son de un material plástico. El peronismo es una fuerza movimientista más porosa, más abierta. La UCR, aunque ya no sé si se puede hablar de radicalismo como de un partido, era más apegado al ritual, la carrera política está dada más por etapas, no se sube rápidamente y se tarda mucho en bajar: es un partido más clásico. El hecho de la separación, dentro del peronismo, entre partido y movimiento, permitió que mucha gente se fuera de uno para entrar al otro o viceversa. La renovación peronista, primero vía Cafiero y luego vía Menem, significó la subordinación del movimiento obrero a las autoridades partidarias.–Cafiero y Menem, aunque con distintas miradas, tenían muy a mano el nombre de Perón. El kirchnerismo se caracterizó por cierto abandono de los nombres al momento de construir ideología. Sin embargo, es recién con el kirchnerismo que el peronismo vuelve a ser ese movimiento que era durante el primer gobierno de Perón y que no fue de ninguna manera durante la renovación o el menemato...–Así es. Uno podría preguntarse si el kirchnerismo es una refundación del peronismo o la fundación de otra cosa. Ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández hicieron de la palabra de Perón una fuente de autoridad. Y allí viene una hipótesis: tal vez, Néstor y Cristina encarnen la creencia que hubo en un sector de la Juventud Peronista de los años ’70, que por ese entonces, el mensaje o la promesa emancipadora que encerraba el peronismo ya no estaba encarnada en la figura de Perón, sino en la juventud. Y que Perón no había tenido un papel preponderante en esos terribles años. Algo de eso está en El presidente que no fue, de Miguel Bonasso. Ésta es una cuestión importante para identificar qué es lo que hay de continuidad y qué de discontinuidad respecto de la tradición peronista. La otra cosa está vinculada a la porosidad movimientista: hay una novedad, también relativa a los grupos que son incorporados dentro de la órbita del kirchnerismo. Se pueden nombrar a los movimientos de derechos humanos, a ciertos grupos piqueteros, pero hay un elemento común, más allá de foco y de centros, el papel de las clases medias en este capítulo. Un tópico del discurso peronista fue la crítica a la clase media. Esa crítica remite a los años ’46/’55 y, sobre todo, al breve período en que el actor estudiantil juega un papel importante en la oposición.
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