La inmigración limítrofe se mantuvo en el 3 por ciento, mientras que en los últimos años llegaron más extranjeros provenientes de Europa y Estados Unidos. Las noticias de las “tomas” y las declaraciones políticas caldearon xenofobia e hicieron resurgir ese absurdo orgullo de tener lugar de origen en un país de inmigrantes. En fin, el NO juntó a migrantes del tercer mundo con los del primer mundo para entender cómo se trata en estas pampas a las personas según de dónde vengan.
Por Federico Lisica
Por Federico Lisica
La remera que trae Milad nació de un stencil global. En el centro está Paddington –el osito peruano hallado en la estación de tren londinense, icono de la literatura infantil inglesa– con la leyenda: “La inmigración no es un crimen”. La consiguió en un viaje a Colombia y la ofrece para la sesión de fotos. Finalmente quedará a un costado cerca de su dueño, un alemán acompañado de dos españoles, un italiano, un boliviano y un uruguayo. Se sientan en ronda bajo la mirada atenta de otro nómada como Luca Prodan. La foto del cantante de Sumo, a lo alto de una de las paredes de la residencia para estudiantes extranjeros, no parece haber sido colgada ahí por azar. Ellos tampoco están acá por casualidad. Cada uno tiene sus motivos.
Marcelo dejó una pesada historia familiar del otro lado del río (“todos en la Villa 20 me conocen como ‘El Uru’”, aclara). Cada mañana atraviesa las calles de barro, mira el tendal de cables grises, el basural y la torre fantasmagórica de Interama para llegar a su trabajo como ayudante gastronómico. “La verdad es que la Argentina en un principio no me gustaba, soy muy del lugar, y vine re deprimido. Tenía 25 años y piqué para el Norte, a Salta y Jujuy, que no tiene nada que ver con lo de acá... hablo de la gente, el respeto por la palabra”, dice –con unos poquísimos pero perceptibles “tá” y “vó”– en el camino. Vive con su mujer e hijas en una de las villas más pobladas de la ciudad, y semanas atrás estuvo palmo a palmo con Juan en la toma del Parque Indoamericano. Marcelo cuenta que cuidaron “las carpitas hechas con plásticos y palos”, que se resguardaron “de los tiros que venían desde cualquier lado”, que vieron sangre y muerte entre el humo. Juan, por su parte, nació en la provincia de Santa Cruz en Bolivia y ancló con toda su familia en el sur de la capital hacia 2003, básicamente, “porque allá no había nada para comer, pero nada nada”. Junto a Marcelo es uno de los más de 40 mil habitantes de esa tierra que quema, y para lograr algo más no pudo escapar para rendir sus exámenes en el colegio (ver recuadro “¿Qué ves cuando me ves?”).
Andrea es clown y giramondo. Cuenta que “hasta que la maquinita funcione” va a seguir cruzando fronteras con su arte; ésta es la tercera vez que se radica “por un cachito” en la Argentina. “La primera fue por la ‘Contra Cumbre de las Américas’ en 2005, luego trabajé con grupos indígenas en Chiapas enseñando teatro, estuve en Colombia, volví a Italia como cocinero, tomé cursos de payaso y ahora vine a montar un espectáculo... Para mí esto es como cerrar una etapa y abrir otra”, expresa sin necesidad de mostrar el pasaporte lleno de colores y sellos. Cuando vuelve a la residencia de sus ensayos, le gusta perderse por los recovecos de la noche de Almagro “y tomarse unos vinitos en las milongas”. Aunque diferencia: “Al principio es más vivir fiu fiu fiu, de fiesta. Después caes, compartes, y a eso de los cinco meses te dicen: ‘¿Vamos a tomar una cerveza? Me cago en la puta madre, no tengo plata’. Y por eso me ha enganchado Buenos Aires, por lo pasional, en un momento sos estrella y después estás en el charco, arriba y abajo”.
Esos contrastes son los que Ruth no hallaba en Barcelona (“tenía como una realidad inventada, el mundo no es tan así, lo correcto, lo estable, lo no salirse de la norma, y aquí era lo bueno y lo malo juntos, la riqueza y la pobreza, el entusiasmo... se vive más”). Con Paco, aparte de su origen catalán, comparte algo más. Son actores y parte del staff del Proyecto AEBA (proyectoaeba.com.ar). “Somos españoles y a todos nos atrae la ciudad en lo teatral. Buscamos juntar experiencias, montar obras, ser un lazo”, explica Ruth, la ideóloga de la empresa. A ella se la puede oír en la película Los paranoicos, ver en obras como La casa de Bernarda Alba, cantar con su proyecto Kodama y moverse por el barrio de Boedo “como una porteña más”, jura. “Es que si hago mi tonada de aquí no se dan cuenta –se ríe–. Llegué hace cinco años por vacaciones, conocí a una chica, me enamoré y me quedé. Fue un poco por el idioma, porque me siento cómoda; pero más bien es por el teatro, el amor al teatro”, cuenta con emoción en la voz.
Paco pasó la puerta corrediza de Ezeiza hace “dos... tres meses” con el objetivo de hacer un voluntariado en teatro. “Tal vez aquí sea más duro que en otros lados –comenta–, pero la gratificación es mayor. En este poco tiempo tengo la sensación de que me han pasado muchísimas cosas, casi imposible para ese lapso.” Algunas de ellas fueron preparar su espectáculo de stand-up, animar fiestas y ubicarse en el barrio de Belgrano: “Muy cerca del banco que robamos”, tira.
Milad es oriundo de “un pequeño pueblito bohemio” alemán y escogió Buenos Aires para perfeccionarse en Medicina por “su doble reputación, lo cosmopolita y por la que tenía el sistema público de aquí. Felizmente mi último año de carrera puedo hacerlo en otro lugar y aquí estoy”. Lleva puesto el ambo azul con el que salió hace un rato del Hospital Santojanni –bastante cerca de la Villa 20–, aunque los fines de semanas se lo quita para bailar en salas como Uniclub o Crobar. “Me tenía que volver en diciembre, pero no pude ir, fue como atajarme de un microcosmos.” Si bien al principio “las informaciones desordenadas” y la comida de las “pariyas malas de caye Florida” le dieron “náuseas y ganas de volverse”, sin click alguno comenzó a conectar: “La llegada es dura, pero es como una forma de honestidad. Este es un planeta aparte, muy adictivo. La gente, los lugares, la movida artística, es la onda, la buena y mala onda... me gusta la onda”.
DESCONTROLADOS Y 1200 POR MES... ¡JODER!
Según Alejandro Grimson (antropólogo e investigador del Conicet / Idaes–Unsam), existen varios tipos de inmigración (permanente, transitoria, golondrina) y que por una cuestión vital ésta suele darse en la juventud. Los entrevistados cuadran en esas categorías. Aunque –¿dónde está el chino que escucha pop oriental mientras atiende en la caja del súper?, ¿o será el “ponja maxiquiosco” de la publicidad?, ¿y el morocho que vende oro?– podría etiquetarse y preguntar al borde de la discriminación descontrolada. Es que en muy poco tiempo, dos noticias relacionadas con la inmigración y con los jóvenes aparecieron con virulencia, caldearon xenofobia y ese ubicuo y raro orgullo por el lugar de origen.
La primera hizo mella a partir de lo dicho por el jefe de Gobierno de la Ciudad con su hashtag nacionalista y vergonzoso: “#InmigraciónDescontrolada”. “Es racismo puro, y punto”, marca Andrea. “Nosotros nos cagamos de la risa en la cara de él; te olvidaste, culeao, de tu papá, de tu mamá, de cómo vinieron”, lanza Marcelo, que estuvo en Casa Rosada tras los incidentes en Villa Soldati junto a representantes de las comunidades que ocuparon el predio. Dos días antes, Mauricio Macri –con los mismos argumentos que el Alcalde Diamante en un episodio de Los Simpson– profirió, una y otra vez, la polémica frase.
No importa que las estadísticas oficiales demuestren que la inmigración limítrofe se mantiene desde hace un largo tiempo cerca del 3 por ciento (se calcula que un 10 por ciento de la población en nuestro país es de origen paraguayo, boliviano y peruano), o que según los datos de Migraciones entre 2004-2009, en proporción, han llegado más italianos y estadounidenses que gente del país de Juan. “Con lo de ‘inmigración descontrolada’ no se refería a Europa, hablaba de Perú, de Paraguay, de Bolivia, ni siquiera de Uruguay”, dice el charrúa entre risas y bronca, optimista –incluso– por la organización surgida de las tomas.
“Cuando una persona la pasa mal y se muere de hambre, ¿cómo puedes decir qué es un descontrol? Aunque me parece que la inmigración es un fenómeno global al que hay que buscarle soluciones. Intentar que la gente que viene no termine en talleres clandestinos, a veces manejados por sus propios compatriotas. Toda persona en esa situación tiene derecho a salir”, apunta Paco.
“Yo tengo que hablar de eso”, anuncia Ruth con voz de reto. El tema: los mil doscientos españoles de entre 25 y 35 años que emigran “para buscar en la Argentina la alternativa laboral que su país no les brinda”. La nota apareció en un diario ibérico a mediados de diciembre y fue replicada en nuestro país. “Lo que se está queriendo decir, la información que se quiere dar... es patético.” Ni Ruth ni Paco creen en esos números: “Tendrán en cuenta a los que tienen doble nacionalidad, los que vienen a hacer turismo por largo tiempo. Además, el primer destino suele ser Francia e Inglaterra”, dicen entre los dos.
Pero la bronca viene por otro lado: “Llamaron a AEBA porque querían hacer una nota de los españoles en la Argentina. Querían un español que les dijera que acá estábamos de puta madre y que se vinieran todos. Mira, yo vine hace 5 años, así que no vine por la crisis –le explicó Ruth a la periodista–. Una compañera le habló de la presión social que tenía allí, de un trabajo fijo, de una hipoteca, y tan tan tan; y pusieron todo como si aquí fuera lo más, que te dan trabajo... ¡cuando vio la publicación! A mi amiga la insultaron mal, que se había dado la vuelta, y todo ese rollo. En definitiva, quieren que nos rajemos; antes en España era con los inmigrantes, ahora ya es cualquiera”, lanza. “No vengamos con que aquí es la panacea –suma Paco–. La verdad es que un puesto estable o la calidad de vida es mejor en España que en la Argentina. Aunque el teatro es un sector aparte, y como mucho de lo que se hace allí es a través de ayuntamiento, es cierto que ha disminuido por la crisis. Había averiguado que aquí había 300 mil españoles, leo esa nota y... ¡pero la puta madre, no soy original!”, dice entre carcajadas.
A Ruth le causa gracia un término que ha comenzado a circular en la web, nacido entre aquella sensación que Manu Chao señaló sobre las ventajas de su pasaporte –y que reconocen los entrevistados del Viejo Mundo–, las facilidades del cambio monetario y cierta metamorfosis de época: “No me molestaría que me llamen ‘euraca’ –se ríe–, está bueno que nos puedan llamar mal, prefiero eso a que me digan ‘¡ay, mi amor!’ porque soy española. La connotación de sudaca, en cambio, es horrible. Yo vine aquí para vivir ‘la realidad’, no quiero que me den beneficios de nada”.
“NO HE TERMINADO CON BUENOS AIRES”
Wendy Sulca, el Delfín y la Tigresa del Oriente cantaron juntos su hit dedicado a Israel (y apoyado por la embajada de ese país) en Ciudad Konex (muy cerca de donde se hizo esta entrevista para el NO). El recital fue en ese epicentro cultural semejante a la torre babilónica por el mix de colores e idiomas de sus visitantes. Menos kitsch y con plena sinceridad en la voz, Andrea dice que por su estilo de vida es “casi más inmigrante en Europa que acá”. Como Milad, confía en las experiencias que le llenan el alma. “Cuanto más viajas, más tienes como opción quedarte en otro lugar, las fronteras caen y juegan un papel menos importante –razona el alemán–. Sé que es una perspectiva privilegiada, aquí hay personas diferentes de países diferentes. Yo tengo esa posibilidad, más por casualidad que por otra cosa.”
En ese aquí y allá, en ese ellos y nosotros, en esa nacionalidad a la que Paco en varios momentos de la charla definirá “accidental” (sus mismos padres migraron por Europa), para Marcelo implica un antes y un después: “Después de lo que pasamos en la toma, de lo que vivimos, quiero nacionalizarme. Es para pelearla por gente que acá está muerta y no lo sabe. Es tan grande la diferencia... Y no es por la necesidad que siempre está, pero la torta está tan mal recortada. Yo puedo contar lo que es la villa, pero otra cosa es vivirla. Esto –dice mirando el ambiente de unos pocos metros cuadrados– es un lujo. Allá las mujeres están solas y con pibes, las casas hechas con cuatro palos, lo primero que te tildan es de chorro y al final somos todos iguales, seres humanos. Milad y yo tenemos la misma visión, luchar por un futuro de estabilidad, si no, ¿para qué emigraste con todo lo tuyo a cuestas?”.
“Cuando anunciaron que Evo Morales iba a dar tierras si nos volvíamos –lanza Juan con seguridad–, uno se pone a pensar: ¿y para qué vine acá? Uno viene a laburar, para salir adelante, ganarse la vida bien y listo.”
Los sueños de radicarse aparecen como una opción en Milad: “Es que no terminé con Buenos Aires. Tengo que volver a Alemania por mi graduación, estoy pensando cuándo, cómo y en qué rol podría volver. Si podría comprar mi departamento. Hay que tener una conexión con la ciudad”. A Ruth, en cambio, la seduce la confianza en el presente: “No sé si me quiero quedar, si soy consciente de lo que voy viviendo. Como que voy generando cosas; ya llevo cinco años e ir a otro lugar sería empezar de cero. Y es necesario anclar. Mi deseo sería vivir en los dos lugares. Dos meses en España y el resto aquí y en otras partes; pero sé que es muy difícil”.
Uno de esos “frutos” es justamente el proyecto AEBA concebido como colectivo teatral y algo más: “Estaba desconectadísima de todo lo español, quería vivir como una argentina más; pero al cabo de tres años se te empiezan a disparar otras cosas, de hacer un tipo de bromas, de compartir un lenguaje, de recuerdos infantiles, de pasarte toda una tarde acordándote de programas de chico”. Hoy el proyecto reúne a casi una treintena de artistas como Paco (que anda con su “billete” sin confirmación de vuelta). “Buenos Aires me ha abierto una puerta que no sé muy bien a dónde me va a deparar”, dice el catalán.
VOLANDO VENGO, VOLANDO VOY
“Me gusta el concepto de tener una pasión, eso de ‘primero Racing... después existo’, pero nunca ganas en la realidad”, se ríe Milad por su afición blanquiceleste. La charla derivó para el fútbol. Y si esa elección puede sorprender, la de los dos catalanes no lo hace en absoluto. “San Lorenzo por el blaugrana”, anuncian los dos. “Es obvio –manda Ruth–, además vivo en Boedo.” Mejor no preguntar por la elección del Balón de Oro para Messi.
La única bandera que lleva consigo Andrea es la de la Fiorentina. Es un banderín mental, ya que no queda espacio en la valija por los discos. “De cada lugar en el que estoy me llevo un CD con su música, soy súper fanático de la cumbia. Aunque la cumbia villera me cabe hasta ahí. Pero más porque acá me joden con ‘ay, Andrea...’ –canturrea el tema de Pibes Chorros–, bueno, me rompe un poco.” Juan dice que en Bolivia escuchó reggaetón antes que cualquier argento. Señales de origen (y/o adopción) que calan perfecto en Ruth: “Me gusta el flamenco, la rumba, la fusión y me apasiona el tango. Canto y bailo tango, lo siento mucho más propio que cualquier amigo argentino, me hace flashear que soy de acá o en otra vida nací aquí. Lo que no me apasiona es el rock nacional, supongo que es más generacional, no me he comprado esos discos, ni leído las letras, bah, no crecí con ellas en el reproductor”.
De ese espejo portátil en el que uno y otros se miran, surgen visiones que han ido madurado por el tiempo de los tiempos. “Acá vamos a comer asado pum pam... yo creo que allá, son más fríos”, tira “El Uru”. Paco y Milad se asombraron de que en la misma calle, al hablar con transeúntes, brotan los lazos –más o menos imaginarios, más o menos reales– con el otro lado del Atlántico. Paco fascinó con la cantidad de imitadores de Joaquín Sabina (aunque todavía no conoce al gran Joaco del Garzo). “En mi caso, por decir que soy alemán ya me consideran de cierta forma”, dice Milad. A Andrea en Colombia le pedían plata constantemente al oírlo hablar, “hasta que me veían payaso, con la nariz colorada, y bueh...”. “Tenemos prejuicios de cómo es el argentino, el italiano o el belga; hay una lucha interior que tienes que hacer todo el tiempo –explica Paco–. Yo me siento bien tratado porque me he movido mucho, he puesto mucho de mí. Está en uno romper las barreras mentales, los estereotipos, hay que abrir los ojos.” Como lo hace “El Uru” cada vez que le sucede algo en particular: “¿No les pasó de dar vuelta en una esquina, y en tu película es igual al lugar de dónde viniste?”. Tal vez les suceda en la próxima ronda. Ruth ya partió; Milad y Andrea se quedan en la residencia; Paco pregunta cómo tomarse la línea E para ir a la estación La Plata; Juan y Marcelo encaran la avenida más larga del mundo donde los espera el 5 que va hasta Piedra Buena, y de ahí caminando a la villa.
LOS MIEDOS DE COMUNICACION
What do you see when you see me?
Por suerte a ningún desorientado se le ocurrió dejar una queja en el Inadi por los sketches de Micky Vainilla. Hace algún tiempo les pasó a los Jamón del Mar con su tema Negros de mierda que se bajaba gratis de Datafull y proponía sin aclaraciones y “humor” grueso sacrificar al distinto. Alejada de cualquier chiste, bien o mal entendido, la periodista Sandra Borghi habló de la “baja calidad” de los que eligen radicarse en la Argentina. Y acá vale parar un poco. ¿Quiénes tienen el pedigrí necesario para hacerlo? ¿Qué vara usar para medir “la calidad”? ¿El coeficiente intelectual? ¿La salud? ¿El color de piel? El argumento de “hacerse cargo” de lo que uno dice es peligroso y banal. Vaya si los nazis se hicieron cargo de lo que pensaban. El mismo Milad, de hecho, dice sentirse “representante de la nueva inmigración”, ya que sus rasgos –más al este de Europa– no son los que soñó para Alemania un tal Adolfo. “Lo de ‘inmigración descontrolada’ para mí es crear alarma todo el tiempo –manifiesta Ruth–. Yo vivo sin televisión y voy más tranquila que mucha otra gente. Lo loco es que no se hace mucho para cambiar la situación, simplemente se fomenta el miedo y que cada uno esté pendiente de lo suyo.” Con una mirada de lo local hecha por extranjeros, The Argentina Independent es un medio prototípico de lo que legó el post-2001 en lo referido a jóvenes –y de países centrales– intrigados por “el caso argentino”. Su editora es Kristie Robinson (31 años), quien concibió este periódico de entrega gratuita y quincenal (su web es argentinaindependent.com) en 2006. Las temáticas son amplias y buscan “entender los fenómenos desde la raíz para poder explicarlos a los residentes extranjeros”. Leer en inglés los artículos sobre lo sucedido en el Parque Indoamericano obliga a un escaneo sorprendente. Repensar, traducir y masticar lo que un pibe argentino de 23 años, por ejemplo, opina al ser consultado por el tema: “The evictions are a good thing, remove them all!” (“Los desalojos son algo bueno, sáquenlos a todos”).
LA TOMA POR DENTRO (Y POR FUERA)
¿Qué ves cuando me ves?
Existe una Buenos Aires que anhela exhibirse como metrópolis europea de remix latino. Pero también hay otra que depara sólo la peor parte del asunto. Y la villa es la postal más descarnada de todas ellas (la que algunos turistas tantean en tours). Esas diferencias que, para Alejandro Grimson, se ven en los tópicos asociados con la inmigración. Si la europea tiene que ver con civilización, con el progreso y modernización; la que se da con los países limítrofes suele ser una y sola: “Vienen a pedir”. Ambos tienen mucho de desconocimiento, poco se dice –según el antropólogo– de los emprendimientos sociales, culturales y económicos ligados a esas comunidades. “Hay un indicador de discriminación explícito que es el insulto, otro es implícito y tiene que ver con que si sos candidato o no a que alguien se enamore de vos por tu color de piel y rasgos”, precisa. Una cerrazón de la sociedad argentina con muchos/as jóvenes de Bolivia. Paradójicamente no es éste el caso de Juan. Durante la toma del Parque Indoamericano (con el racismo desencadenado mucho más allá de lo verbal), Juan se separó de su chica por razones claras. Juan estaba cuidando un terreno: “Como mucho dormía 15 minutos por día; había que vigilar. Y el lunes tenía que rendir unas materias en el colegio. Me levanto, me refresco con agua de un balde y voy corriendo para afuera. ‘Comandante general, ¿puedo salir?’, le pregunto al gendarme. ‘No se puede salir hasta que hagas el censo’, me responde. ‘Pero tengo que dar un examen’, le pido. ‘¿Vos fumaste?’, me pregunta. ‘No, ¿por qué?’ ‘Es domingo’, me dice. Me lavé la cara de nuevo y me fui para adentro.”
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