lunes, 28 de febrero de 2011

LAS HUELLAS DEL NUEVO MURALISMO ARGENTINO


Por Laureano Debat

La directora de la carrera, Cristina Terzaghi, recupera la figura del pintor argentino Ricardo Carpani (1930-97), del Grupo Espartaco.Declarada en extinción por la dictadura, la carrera de arte mural de La Plata resurge con un semillero ecléctico y comprometido.


Visto, sabido por todos. Común de la ciudad. Personas que comparten un mismo espacio.” Esos significados son los que otorga la Real Academia Española a la palabra “público”. La misma que rige los principios de la carrera sobre arte mural que desde hace cinco años comanda Cristina Terzaghi en la Facultad de Bellas Artes de La Plata.Gestada en torno del potencial de la obra de arte como transformadora de un escenario público, sigue siendo hasta hoy la única orientación universitaria de Latinoamérica en su tipo. El año 2011 es el año de la primera generación de estudiantes licenciados luego de que la carrera fuera cerrada durante la última dictadura militar. Son jóvenes que saben que la mayoría de los casos no volverán a ver jamás sus murales realizados en lugares recónditos, que se entregan a la aventura de la experimentación estética y al descubrimiento de nuevos escenarios, siguiendo la pasión de una mujer hiperquinética que, al fin, puede ver cómo se va concretando el sueño al que se entregó durante toda su vida.
La extinción. Pocos meses después del golpe militar de1976, la censura declaró “en extinción” (sic) a la cátedra de Pintura mural, que durante los años 70 reunía a un número escaso pero efervescente de estudiantes que se cuestionaba el elitismo de las galerías, cautivados por este dispositivo creativo de participación colectiva.Entre ellos, estaba una veinteañera Cristina Terzaghi, deslumbrada con la famosa tríada de muralistas mexicanos Orozco-Rivera-Siqueiros. Tras el cierre, estuvo “un año debajo de un felpudo sin poder salir” y trabajó en lo que pudo, combinando la docencia y los viajes a México y a Cuba con escenografías para los Redondos y Jorge Pinchevsky. Hasta hizo una bandera para la hinchada de San Lorenzo: “Los chicos de la barrabrava nos trataron re bien, nos custodiaban con Itakas mientras trabajábamos por si venían los hinchas de Huracán”.Pero nunca abandonó los murales, siempre se las ingenió para viajar por todo el país, rodeada de jóvenes artistas. Hasta que, por fin, su sueño se sistematizó: en 2006, a 30 años de su cierre y tras 23 años en democracia, la disciplina volvía a ser una opción más en la carrera de Artes plásticas, ahora como Cátedra de Muralismo y Arte Público Monumental Ricardo Carpani. Más amplia, más completa y multidisciplinar en relación a la vieja Pintura mural. Y, esta vez, recuperando la figura del mítico muralista argentino que en los 60, junto a su grupo Espartaco, hablaba de la “consolidación de un arte nacional” que evitara el “realismo caduco y superado” y que renunciara a “todo tipo de dogmatismo en materia estética”. Y retomando otro antecedente: el llamamiento de junio de 1933 del mexicano David Siqueiros a los artistas plásticos argentinos, en donde habla de la necesidad de “salir de la penumbra plácida del atelier para caminar por la plena luz de las realidades humanas”.
La nueva generación. Tienen entre 25 y 35 años. Los cautivó el hecho de poder experimentar con técnicas diversas, como la gigantografía, la gráfica decorativa, el graffiti, la escultura, la pintura y la arquitectura. Los unió una curiosidad voraz por el mundo, por llegar a esos sitios desconocidos, por iniciar un diálogo con la gente que luego pueda plasmarse en una pared pintada y repleta de mosaicos, serigrafías y volúmenes. Una manera creativa de documentar realidades.“Trabajamos con la idea de que el mural sea puente para otras cosas. ¿Cuáles son? Muchas veces no lo sabemos”, comenta Juan José García. “Cuando camino por la calle y veo un mural, veo algo que nos está hablando, ya no es una pared anónima”, dice Irene Castro. “Es la huella de una manifestación, se abre algo y lo que suceda después ya no está en nuestras manos”, agrega Anabel Orellana. Todo gira en torno de la imposibilidad de definir lo que es un mural, tal vez por sus múltiples cruces estéticos que derivan en múltiples expectaciones. Y eso es, justamente, lo que lo torna aún más cautivante.–¿Es posible, Cristina, plantear hoy una radicalidad tan marcada en contra de la pintura de caballete, como lo hicieron en su momento Siqueiros y Carpani?–No, de ninguna manera. Son circunstancias distintas. Hay producciones que están hechas para museos y galerías, que le dan una entidad propia a estos espacios. Y las cosas que se hacen para los lugares públicos desde su misma gestación son diferentes. No podemos sacar un cuadro y ponerlo en lo público, porque está hecho para otra cosa. Creo que hay espacio para todo y que hoy está todo tan disperso que podríamos preguntarnos también dónde empieza el caballete.
Desde los Redondos hasta los dealers de Londres. “Frente a un conflicto, el arte puede irrumpir de una manera muy interesante. Pero hay que tener claro que el mural no salva nada, sólo acompaña un proceso de creación con el otro”. De esta manera, Terzaghi sintetiza la concepción que siempre ha guiado su trabajo.Todos coinciden en que la experiencia más fuerte que les tocó vivir fue el mural en la Escuela “Islas Malvinas” de Carmen de Patagones, en donde ocurrió la tragedia en la que un alumno asesinó a tres de sus compañeros. Fueron 5 días intensos de trabajo, junto con docentes y chicos del colegio, desde el 24 hasta el 28 de septiembre de 2005. “Pudimos sublimar en una imagen toda la problemática, sin tener que recurrir a las palabras ‘muerte’, ‘asesino’, ‘bueno’ o ‘malo’”, comenta Terzaghi.El mural “Los caminos de la vida” representa tres zonas: el árbol de la vida, con el bien y del mal como frutos de una misma matriz, una espiral que simboliza la vida en casilleros y una base con figuras humanas que sostiene a las dos anteriores. Durante los días de trabajo, notaban a los chicos enmudecidos y herméticos. Hasta el día de la inauguración, cuando uno habló: “El mural late”, dijo. “Sentían como que se movía. Y ahí empezaron a soltarse y a contarnos que aún dormían con la mamá porque tenían miedo, que no podían olvidarse de la sangre en el piso. Fue como una válvula de escape”, recuerda Terzaghi.Anabel recupera otra experiencia similar en Sansinena, un pequeño pueblo bonaerense en el límite con La Pampa: “Cuando lo terminamos, se acercaban viejitos que se ponían a llorar porque veían el tren en una estación en la que hacía décadas que ya no pasaba”. Las reacciones, siempre, son muy diversas, desde Madres tirando rosas frente al mural por la Noche de los Lápices, en La Plata, hasta hombres de 70 y 80 años que se juntaban a recordar anécdotas y leyendas en Los Hornos, mientras los muralistas trabajaban sobre el origen de este barrio platense.Terzaghi recuerda el mural que hicieron en La Boca, para un documental de la BBC de Londres: “Eran las 11 de la noche. En un momento se nos acerca el dealer de la zona a preguntarnos cuánto cobrábamos por esto. Le dijimos que nada. ¿Cómo que no les pagan por un trabajo? Tras esta sorpresa, se retiró y volvió enseguida con un reloj muy bonito y recién robado como regalo”.Las anécdotas de estos nuevos artistas del pueblo siguen, pero esto recién empieza. Ellos saben que todavía quedan muchas identidades, costumbres y arquitecturas por intervenir, muchas ciudades y pueblos que quieren contar su historia. Y es allí, donde haya un mural en blanco y una memoria colectiva plagada de particularidades, en donde estos artistas seguirán teniendo su razón de ser.

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