ENTREVISTA A MIGUEL GRINBERG Y HOBY DE FINO. En lugar de hacer “el mismo libro rockero de siempre”, el periodista y el conductor radial decidieron hacer uno basado en historias personales, con un resultado subjetivo y vital. Así surgió Apasionados por el rock, que acaba de publicar Sudamericana.
Por Cristian Vitale
Uno es de la Generación 0 del rock. El otro, edad mediante, de algunas más para acá. “Y coincidimos en el amor por Seru Giran, un grupo que nos cruzó fuerte a los dos”, dicen a la vez. Miguel Grinberg y Hoby De Fino hicieron confluir generaciones, gustos y miradas en Apasionados por el rock (Atlántida), un libro de género, subjetivo y vital que, lejos de historiar sobre lo ya redundantemente historiado, se juega en vivencias personales. Uno, desde una experiencia que lo pasea por infinidad de diarios, revistas, radios y libros (ecológicos, espirituosos, rockeros), y el otro con base firme en el micromundo radial. “Hubo que buscarle la vuelta, porque no queríamos que fuera el mismo libro de rock de siempre... ya hay como dos docenas”, lanza Grinberg, algo así como el primer biógrafo del movimiento que nació allá lejos en el tiempo.
–Un libro apasionado, no correcto, como dice el prefacio.
Hoby De Fino: –Porque son opiniones. El libro está hecho desde el sentimiento, desde la vivencia. No es una cronología.
Miguel Grinberg: –Y no es un libro unánime, porque nosotros pertenecemos a dos generaciones distintas. Lo que tenemos en común, sí, es la pasión rockera y el oficio de radio, pero cada uno tiene su galería personal y contó la historia desde ahí.
Ludovica Squirru, la astróloga, fue el link entre ambos. Los presentó en un asado y luego Hoby invitó a Grinberg a hacer microprogramas sobre ecología en Que se vayan todos, el programa que tenía en Rock & Pop. “Quedó un vínculo de buena onda. Los rockeros somos como una tribu, funcionamos como parte de un todo que siempre liga”, cuenta Grinberg. Fue Squirru, también, la que propuso la idea final en la editorial –por la que edita sus libros– y, contrato previo mediante, ambos se pusieron a perfilar los ejes principales del trabajo. El libro empieza en los orígenes del rock argentino, del que Grinberg, claro, fue cronista presencial, y sigue por el “largo día del rock”, imbuido de fotos poco vistas, relatos poco oídos, una charla entre ambos, entrevistas históricas a Spinetta, Cerati y Charly García, y actuales en el caso de Fernando Ruiz Díaz, de Catupecu Machu, y Skay Beilinson. “Caímos en Skay porque otros se nos hacían difíciles. Teníamos en bandeja a Cerati y, bueno, se pinchó. La idea era que nada en el libro fuera nostálgico y retrospectivo. No queríamos caer en lo que pasó con los tangueros con los que, cuando terminó la época de oro, empezó el racconto con la misma historia contada de distintas maneras, algo a lo que le escapamos olímpicamente”, insiste Grinberg.
–Usted ya escribió todo en Cómo vino la mano...
M. G.: –Claro. Esto fue como volver a hablar de lo mismo, pero desde otro lugar. Por ejemplo, sobre lo que hay de tanguero dentro del rock argentino. Hay músicos que realmente son ciento por ciento tangueros, y yo, sin embargo, nunca había publicado un artículo específico sobre el elemento tanguero en el rock. Fue lo que hice en este libro, algo necesario en función de lo que todavía impera en algunos núcleos duros, que resisten a aceptar al rock como parte de la cultura nacional. El rock no es una hibridez que trajeron los norteamericanos: tiene su personalidad propia en cada parte del mundo. En fin, la música popular no la realizan los músicos, la realiza el pueblo.
H. D.: –Giros, de Fito Páez, es un disco de tango.
M. G.: –Y es tanguero Nebbia, y lo es Moris... Nadie está exento. Es una pasión.
–Por su contenido vivencial, hay partes del trabajo que sorprenden. Por ejemplo, cuando habla de la “perniciosa secta pseudo hippie” que paraba en La Cueva de Pueyrredón, a fines de los ’60.
M. G.: –Es que la realidad me ha permitido ver la aparición de algunos posicionamientos que en principio respondían a iniciativas genuinas, pero que después tanto la moda como la frivolidad convirtieron en pantanos culturales. Es algo que ha pasado con el ecologismo, con la new age, con la espiritualidad: de pronto se estandarizan algunos conceptos, se apodera de ellos la publicidad, que fomenta pavadas epidérmicas más relacionadas con la venta de gaseosas, cervezas, vestimentas o estadios llenos... Pasa hoy con la juventud como estereotipo, como masa de consumidores en función de intereses completamente ajenos al rock y a la cultura. Ese espíritu sectario es el que entorpece la investigación interior, la búsqueda, la invención. Hoy veo al rock argentino en una meseta, tratando de encontrar su camino que en cualquier momento va a aparecer. Hay jóvenes abriendo camino, pero aún en estado embrionario.
H. D.: –Pablo Dacal, Banda de Turistas, Maxi Trusso, Bicicletas, El Mató a un Policía Motorizado, Los Natas... Igual, para mí es muy importante la poesía dentro del rock, y ahí es donde noto la diferencia entre los ’70 y hoy. Hace falta algo más poético.
–Está la anécdota de “Errol Flynn”, el tema de Moris (“la menor llena de ardor que lo mató haciendo el amor”) que cantaba Tanguito y provocaba la ira de las madres en los clubes de barrio. Tal vez falte algo que moleste así, en otro contexto...
M. G.: –Hay un déficit poético, pero también gente como Gabo Ferro o Juan Ravioli. No podemos decir de ellos que sean rockeros sine qua non, pero he notado que, al mismo tiempo que están buscando refinar y lograr una expresión poética de altura, aunque no necesariamente contracultural, están buscando una poesía que transmita el difícil arte joven en la Argentina. El tema de fondo es éste: hay un espíritu creativo, renovador, que va más allá de la música, porque hoy tocar la guitarra y tener el pelo a la altura del codo no te asegura nada. No define, y sirve también para vender desodorantes o cerveza. Creo que acá se está incubando el paso siguiente.
–¿Por qué pregunta si Tanguito vio algo inoportuno cuando habla de su muerte?
M. G.: –Bueno, contemporáneamente a su muerte hubo otra que estuvo apenas consignada en un disco de La Pesada del Rock, que remite al Negro Julio. Un personaje del montón, de los acompañantes del rock, y digo que vio algo inconveniente porque Julio también seguramente lo vio. Se ganaba la vida vendiendo helados y un día apareció muerto a tiros en Palermo. Sospecho, no tengo pruebas, pero como la droga ya circulaba en esa época, da para preguntarse qué pasó. ¿Acaso se quedó con un vuelto? ¿Le vio la cara a un tipo que no tenía que ver? Ahora, si de algo estoy seguro es de que la muerte de Tanguito no se parece a Tango feroz.
–Lo del censor de Radio Municipal que confunde el sonido de los pájaros en un tema de Pink Floyd con un mensaje cifrado para “extremistas de izquierda” es de antología...
M. G.: –Era un asesor político, un censor, porque leía todos los libretos que se grababan, escuchaba lo que se transmitía y procedía a la caza de insurgentes. Si hubo grupos ultraclericales que decían que los temas de Los Beatles pasados de atrás para adelante eran mensajes del demonio, bueno... se podía esperar cualquier cosa. Nunca está de más arrojar luz sobre ese pasado.
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–Un libro apasionado, no correcto, como dice el prefacio.
Hoby De Fino: –Porque son opiniones. El libro está hecho desde el sentimiento, desde la vivencia. No es una cronología.
Miguel Grinberg: –Y no es un libro unánime, porque nosotros pertenecemos a dos generaciones distintas. Lo que tenemos en común, sí, es la pasión rockera y el oficio de radio, pero cada uno tiene su galería personal y contó la historia desde ahí.
Ludovica Squirru, la astróloga, fue el link entre ambos. Los presentó en un asado y luego Hoby invitó a Grinberg a hacer microprogramas sobre ecología en Que se vayan todos, el programa que tenía en Rock & Pop. “Quedó un vínculo de buena onda. Los rockeros somos como una tribu, funcionamos como parte de un todo que siempre liga”, cuenta Grinberg. Fue Squirru, también, la que propuso la idea final en la editorial –por la que edita sus libros– y, contrato previo mediante, ambos se pusieron a perfilar los ejes principales del trabajo. El libro empieza en los orígenes del rock argentino, del que Grinberg, claro, fue cronista presencial, y sigue por el “largo día del rock”, imbuido de fotos poco vistas, relatos poco oídos, una charla entre ambos, entrevistas históricas a Spinetta, Cerati y Charly García, y actuales en el caso de Fernando Ruiz Díaz, de Catupecu Machu, y Skay Beilinson. “Caímos en Skay porque otros se nos hacían difíciles. Teníamos en bandeja a Cerati y, bueno, se pinchó. La idea era que nada en el libro fuera nostálgico y retrospectivo. No queríamos caer en lo que pasó con los tangueros con los que, cuando terminó la época de oro, empezó el racconto con la misma historia contada de distintas maneras, algo a lo que le escapamos olímpicamente”, insiste Grinberg.
–Usted ya escribió todo en Cómo vino la mano...
M. G.: –Claro. Esto fue como volver a hablar de lo mismo, pero desde otro lugar. Por ejemplo, sobre lo que hay de tanguero dentro del rock argentino. Hay músicos que realmente son ciento por ciento tangueros, y yo, sin embargo, nunca había publicado un artículo específico sobre el elemento tanguero en el rock. Fue lo que hice en este libro, algo necesario en función de lo que todavía impera en algunos núcleos duros, que resisten a aceptar al rock como parte de la cultura nacional. El rock no es una hibridez que trajeron los norteamericanos: tiene su personalidad propia en cada parte del mundo. En fin, la música popular no la realizan los músicos, la realiza el pueblo.
H. D.: –Giros, de Fito Páez, es un disco de tango.
M. G.: –Y es tanguero Nebbia, y lo es Moris... Nadie está exento. Es una pasión.
–Por su contenido vivencial, hay partes del trabajo que sorprenden. Por ejemplo, cuando habla de la “perniciosa secta pseudo hippie” que paraba en La Cueva de Pueyrredón, a fines de los ’60.
M. G.: –Es que la realidad me ha permitido ver la aparición de algunos posicionamientos que en principio respondían a iniciativas genuinas, pero que después tanto la moda como la frivolidad convirtieron en pantanos culturales. Es algo que ha pasado con el ecologismo, con la new age, con la espiritualidad: de pronto se estandarizan algunos conceptos, se apodera de ellos la publicidad, que fomenta pavadas epidérmicas más relacionadas con la venta de gaseosas, cervezas, vestimentas o estadios llenos... Pasa hoy con la juventud como estereotipo, como masa de consumidores en función de intereses completamente ajenos al rock y a la cultura. Ese espíritu sectario es el que entorpece la investigación interior, la búsqueda, la invención. Hoy veo al rock argentino en una meseta, tratando de encontrar su camino que en cualquier momento va a aparecer. Hay jóvenes abriendo camino, pero aún en estado embrionario.
H. D.: –Pablo Dacal, Banda de Turistas, Maxi Trusso, Bicicletas, El Mató a un Policía Motorizado, Los Natas... Igual, para mí es muy importante la poesía dentro del rock, y ahí es donde noto la diferencia entre los ’70 y hoy. Hace falta algo más poético.
–Está la anécdota de “Errol Flynn”, el tema de Moris (“la menor llena de ardor que lo mató haciendo el amor”) que cantaba Tanguito y provocaba la ira de las madres en los clubes de barrio. Tal vez falte algo que moleste así, en otro contexto...
M. G.: –Hay un déficit poético, pero también gente como Gabo Ferro o Juan Ravioli. No podemos decir de ellos que sean rockeros sine qua non, pero he notado que, al mismo tiempo que están buscando refinar y lograr una expresión poética de altura, aunque no necesariamente contracultural, están buscando una poesía que transmita el difícil arte joven en la Argentina. El tema de fondo es éste: hay un espíritu creativo, renovador, que va más allá de la música, porque hoy tocar la guitarra y tener el pelo a la altura del codo no te asegura nada. No define, y sirve también para vender desodorantes o cerveza. Creo que acá se está incubando el paso siguiente.
–¿Por qué pregunta si Tanguito vio algo inoportuno cuando habla de su muerte?
M. G.: –Bueno, contemporáneamente a su muerte hubo otra que estuvo apenas consignada en un disco de La Pesada del Rock, que remite al Negro Julio. Un personaje del montón, de los acompañantes del rock, y digo que vio algo inconveniente porque Julio también seguramente lo vio. Se ganaba la vida vendiendo helados y un día apareció muerto a tiros en Palermo. Sospecho, no tengo pruebas, pero como la droga ya circulaba en esa época, da para preguntarse qué pasó. ¿Acaso se quedó con un vuelto? ¿Le vio la cara a un tipo que no tenía que ver? Ahora, si de algo estoy seguro es de que la muerte de Tanguito no se parece a Tango feroz.
–Lo del censor de Radio Municipal que confunde el sonido de los pájaros en un tema de Pink Floyd con un mensaje cifrado para “extremistas de izquierda” es de antología...
M. G.: –Era un asesor político, un censor, porque leía todos los libretos que se grababan, escuchaba lo que se transmitía y procedía a la caza de insurgentes. Si hubo grupos ultraclericales que decían que los temas de Los Beatles pasados de atrás para adelante eran mensajes del demonio, bueno... se podía esperar cualquier cosa. Nunca está de más arrojar luz sobre ese pasado.
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